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III.

 

Aquel era el quinto (¿o quizá era el sexto?, no estaba muy segura de ello) vaso que había cogido de la mesa. Había perdido de vista a Caroline en el segundo vaso y, cuando un chico bastante mono se le acercó a Grace para preguntarle si quería bailar con él, ella le respondió que sí. En definitiva, me habían dejado sola. Así que había decido quedarme cerca de la mesa con los vasos de la bebida, bebiéndome un vaso tras otro mientras dejaba vagar la mirada por la piscina, donde la gente no paraba de bailar y se estaba preparando la competición de las camisetas mojadas.

La zona comenzaba a atestarse, por lo que decidí bajarme a la zona del lago donde, esperaba, no hubiera tanto público. Tuve que aferrarme a la baranda con fuerza, ya que mis piernas parecían haberse vuelto de gelatina y temía caerme rodando escaleras abajo.

Llegué a la zona del lago, donde habían dejado varias hogueras ardiendo, pero no había tanta multitud como en la zona de la piscina. Me senté sobre un tronco que había cerca de una hoguera y le di otro trago a mi vaso. Tenía la lengua adormecida y era incapaz de pensar en otra cosa que no fueran los teletubbies bailando con faldas de cancán y que me producían ataques de risitas que no sabía cómo detener. Menos mal, me dije, que no había nadie que pudiera verme en aquella guisa. Era vergonzoso.

Dejé el vaso sobre la madera del tronco que hacía de banco y me quedé embobada contemplando el lago. Aquel era un lugar privilegiado en el que solamente unos pocos podían acceder, como los Bruce y muchas otras familias que vivían en esta zona. Sin embargo, para las gentes como Grace o como yo, teníamos que conformarnos con ir a otro mucho más pequeño que había a las afueras del pueblo y que, en verano, se llenaba hasta los topes.

Recordé de nuevo a mi madre, cuando mi padre aún seguía con vida, y sus planes que tenía sobre nuestra futura casa en esta zona. El restaurante iba viento en popa y ya se estaba planteando el vender nuestra antigua casa. Sin embargo, mi padre murió y todos esos planes quedaron relegados hasta casi convertirse en recuerdos olvidados. Debía agradecer a mi madre que hubiéramos retrasado los planes ya que, de vivir en esta zona, nos hubiera sido mucho más difícil salir adelante.

-¿Está ocupado? –una voz que sonaba tímida me sacó de golpe de mis pensamientos.

Parpadeé varias veces y miré a la persona que había hablado, sobresaltándome. Se me cayó el alma a los pies cuando vi que no era otro que Chase Whitman, el pequeño de la pandilla de los Doce, que parecía haber decidido bajar a la zona del lago a saber para qué. Me miraba con un brillo de disculpa en sus ojos negros y tuve unas irrefrenables ganas de salir corriendo de allí. Aunque, seguramente de hacerlo, me retorcería el tobillo o me caería, lo que sería peor.

Negué con la cabeza varias veces, procurando no quedarme boquiabierta cuando él se sentó a mi lado en el tronco y se quedó mirando el lago fijamente.

¿Qué le había hecho yo al mundo para que uno de los chicos más peligrosos del pueblo hubiera decidido sentarse a mi lado? E incluso peor: dirigirme la palabra.

Chase le dio un trago a su vaso y lo dejó sobre las piedrecitas blancas que cubrían toda la orilla del lago. Yo aún me encontraba demasiado sorprendida y aterrada como para musitar una disculpa y salir pitando de allí. Miré frenéticamente toda la orilla, buscando desesperadamente una vía de escape y comprobando que Lorie (creo recordar que se llamaba así la chica del grupo de Reece y de cabello cobrizo que siempre acompañaba a Chase) no estuviera cerca: conocía por rumores lo que les sucedía a las chicas que osaban acercarse demasiado a aquellos chicos.

Tragué saliva. ¿Qué demonios debía hacer? Salir huyendo me parecía una opción viable, aunque había algo que me llamaba la atención de Chase.

Antes de que consiguiera encontrar algo con lo que comenzar una conversación, él giró un poco la cabeza y me miró fijamente, atravesándome con su mirada. Sus ojos negros parecían pozos infinitos.

-Tú eres Mina Seling –afirmó. ¿Tan conocida era en el instituto? Porque, la verdad es que intentaba pasar desapercibida y aún más cuando mi padre murió. Chase sonrió amablemente y volví a tragar saliva. ¿Qué me estaba pasando?-. No creí que vinieras a la fiesta.

Enarqué una ceja de forma automática al oír sus palabras. ¿Estaba Chase Whitman diciéndome, de forma sutil, que no pegaba ahí? Llevaba razón. No debería estar allí, pero lo había hecho por Caroline. Igual que Grace.

Me crucé de brazos. No había cruzado ni una palabra con él hasta ese momento pero mi percepción no se había equivocado con él: era un completo idiota.

-Así que… según tú, un tipo que es un peligro dentro y fuera del instituto, ¿te sorprende que una chica como yo haya decidido asistir a esta estúpida fiesta? –pregunté, procurando que mi voz sonara normal.

Los ojos de Chase se abrieron desmesuradamente.

-¿Qué? –se calló de golpe al entender que había metido la pata hasta el fondo-. ¡Oh, no, no! No quería decir eso. Es, simplemente, que me has sorprendido; en el instituto siempre has sido una chica bastante callada que no pensé que te gustaran este tipo de fiestas –clavó su oscura mirada en el vaso vacío que había a mi lado y volvió a mirarme a los ojos-. Pero veo que me equivocaba.

Miré el vaso y deseé tener freírlo en el acto. Chase se echó a reír entre dientes de algo que yo no había conseguido captar aún; lo pillé cuando él extendió su brazo y me ofreció su vaso con una media sonrisa. Chase Whitman me estaba ofreciendo su bebida y no tenía muy claro con qué fin. ¿Reírse de mí? ¿Demostrarme que aquel no era mi ambiente? Mi vista iba del rostro de Chase al vaso que me ofrecía. No debía fiarme de él, conocía los rumores que circulaban sobre él y su pandilla. Y, aunque jamás oí ninguno sobre que trataran mal a las chicas, no quería decir que no pudiera reírse de mí.

Chase sacudió con suavidad su vaso, sin dejar de sonreír.

-¿No quieres un poco? –me preguntó.

Todo el alcohol que había aún en mi cuerpo pareció evaporarse. Que Chase Whitman me ofreciera una bebida quería decir que me mantuviera en alerta; no era el peor de su grupo pero… ¿quién no podía asegurarme que era un lobo con piel de cordero? Tenía que estar atenta a cualquier movimiento sospechoso que hiciera y buscaría una forma de salir de allí, buscar a mis amigas y largarnos de la fiesta. Y no quería ni imaginarme lo que sucedería cuando me lo encontrara en el instituto… Esperaba que me ignorara, como había estado haciendo hasta aquel preciso momento.

Miré el vaso que me había ofrecido Chase y fruncí el ceño.

-¿Quieres drogarme o algo por el estilo? –le solté a bocajarro. Me importaba bien poco lo que pudiera pensar de mí pero lo que yo tenía bastante claro es que quería mantener a Chase Whitman bien lejos de mí.

Las comisuras de los labios de Chase se curvaron hacia arriba y supe que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para no echarse a reír ante mi ocurrencia. Vaya, al menos no intentaba hacerme sentir humillada; qué deferencia.

-Intentaba ser amable y simpático –respondió y le dio un trago al vaso-. No todos los días puedo estar intentando relacionarme con otra gente que no sea Kai y su séquito –añadió en tono de broma.

¿Estaba insinuándome que Kai y el resto del grupo no le dejaban hablar con otras personas? Vaya, aquello cada vez se me parecía más a una maldita secta. Miré de nuevo a Chase, cuyo cabello tenía el mismo tono que la luna en aquellos momentos, y sentí un poco de lástima. Pero solamente un poco.

-Entonces procuraría tener cuidado de que no nos vean hablando o se pondrán celosos –comenté, con sorna.

Chase se echó a reír, tapándose la boca con el antebrazo para ahogar el ruido. Volví a fruncir el ceño; mi intención no había sido aquélla, yo quería que captara la indirecta de que me dejara tranquila. No quería más problemas de los que ya tenía y Chase Whitman en el noventa y nueve por cierto de los casos era sinónimo de «problemas».

-Jamás me hubiera imaginado que supieras hacer bromas –me confesó-. En el instituto pareces tan… tan rígida –en cuanto pronunció la última palabra me miró como si me hubiera insultado. Lo que no andaba lejos.

Me erguí de forma automática. «Rígida». Para Chase Whitman era una rígida únicamente porque no me gustaba hacer bromas en voz alta y me reservaba eso para los momentos en los que estaba con mis amigas. Pero, lo cierto, es que me molestaba un poco que él  me hubiera dicho eso. Y no entendía por qué.

Me crucé de brazos y procuré esbozar una sonrisa lo más fría e indiferente posible, dadas las ganas que tenía de vaciarle el resto de su vaso por encima.

Chase alzó ambas manos, como rindiéndose ante mí.

-¡No quería decir eso exactamente! –se apresuró a decir antes de que pudiera contestarle-. Tú eres una chica bastante reservada y cuando te veo por el instituto siempre estás con la cabeza gacha o seria. Por eso mismo me ha sorprendido. No quería llamarte rígida. Lo siento.

Fruncí los labios con fuerza. Se había disculpado. ¡Chase Whitman sabía lo que era disculparse! Normalmente, él y su pandilla vivían en una burbuja aparte pero, en ocasiones, les gustaba relacionarse con gente del instituto. Y eso significaba pelea. No sabían hacerlo de otra forma; aquella era la manera que tenían de demostrar quién mandaba en el instituto. A Caroline podría parecerle de lo más varonil el hecho de que semana sí y semana también hubiera algún altercado con alguno de los Doce pero, a mi humilde opinión, aquello me parecía exagerado.

El hecho de que Chase se hubiera disculpado me hizo que lo viera de un modo más… más humano.

-No importa –repuse, procurando que mi voz no demostrara que su comentario me había molestado. Demasiado. Y eso que no había cruzado alguna palabra con Chase hasta ese mismo momento.

Me volvió a ofrecer su vaso, con una sonrisilla de desafío. Parecía estar queriéndome decir: «¡Vamos, demuéstrame que estoy equivocado! Dale un buen trago y yo me tragaré mis palabras». Me quedé mirando el vaso durante unos segundos, debatiéndome entre aceptar su desafío o demostrarle que sus palabras tenían toda la razón, a pesar de haberse disculpado por ello. Me mente me avisaba que no debía caer en la trampa, que eso iba a empeorar mi inexistente vida social, pero el orgullo me gritaba que debía aceptar y cerrarle la boca a ese chico.

Finalmente, alargué el brazo y le quité el vaso. Le dediqué una mirada burlona y vacié, tal y como había hecho en toda la noche, el vaso. El contenido de su bebida era, sin duda alguna, una mezcla que se asemejaba al fuego; me abrasó la garganta e hizo que se me saltaran las lágrimas, además de que comencé a toser. Qué estampa tan divertida.

-¡Guau! –exclamó, con auténtica admiración-. ¡Eso ha sido alucinante!

En mi cara se dibujó una sonrisa bobalicona, como si aquello hubiera sido el cumplido más bonito y encantador que había oído en toda mi vida. No sabía qué era lo que llevaba su bebida, pero había conseguido dejarme completamente fuera de batalla. La vista se me nublaba y notaba la boca pastosa, incluso mis pensamientos no tenían sentido alguno y, en aquellos momentos, me estaba imaginando que salía una enorme vaca del lago.

Le señalé con el dedo índice y me eché a reír de forma descontrolada.

-Que quede claro que no soy ninguna rígida –le dije y volví a echarme a reír.

Chase se echó a reír conmigo, como si fuéramos dos amigos que se estuvieran riendo de alguna tontería.

-Sin duda alguna estaba muy equivocado –reconoció-. ¿Quieres otro vaso? –preguntó, levantando las cejas.

Miré mi muñeca, como si llevara un reloj imaginario, y volví a mirarlo a la cara. A la luz de la luna, por muy cursi que sonara, resaltaba sus rasgos de niño y lo hacían parecer… adorable. Sí, adorable como un cachorrito de perro. Sus ojos, negros como pozos, me observaban con curiosidad, como si fuera un conejillo de indias preparado para el experimento.

-¿No crees que te echarán de menos ya? –respondí con otra pregunta.

Su compañía no estaba tan mal. Me había demostrado que era un chico simpático y no el típico malote de su grupo, como el resto de los Doce, pero no estaba segura de querer tenerlo como amigo. Ni siquiera como conocido. Estar cerca de uno de ellos era tan peligroso como estar viviendo al lado de un volcán a punto de erupción. Me gustaría volver al punto inicial: ser completamente dos desconocidos.

Chase se encogió de hombros, como si no le diera importancia.

-Estoy seguro de que pueden sobrevivir esta noche sin mí –comentó y me dedicó una sonrisa pícara-. Además, creo que estarán bastante ocupados, no se acordarán de mí.

De inmediato capto por qué ha dicho eso y me entra una risita tonta que, de haber estado completamente sobria, me habría abofeteado. No era capaz de creerme que estuviera tonteando con, precisamente, Chase Whitman.

-¿Y tu novia? –se me escapó de forma inconsciente.

En cuanto su gesto se puso serio, supe que había metido la pata, pero de una forma impresionante. Legendaria, diría. Chase frunció los labios, como si hubiera lamido un limón, y se me quedó mirando fijamente.

-¿Te refieres a Lorie? –inquirió, con un tono mortalmente serio-. Seguramente esté en cualquier rincón oscuro besuqueándose con algún tío –me miró durante unos segundos y añadió, como si fuera un aviso. Algo que tendría que recordar de ahora en adelante-. Y no es mi novia.

Reculé a la velocidad de la luz y me regañé por ser tan inconsciente y por haber bebido tanto. Aparté la mirada y la clavé en el lago, pensando en algo. Pero, de nuevo, mi boca actuó por sí sola. Maldito alcohol.

-Ah… oh, lo siento. He pensado que, como siempre vais juntos, bueno… pues… ya sabes –balbuceaba sin sentido.

Mi estúpido balbuceo pareció divertir a Chase, porque volvió a sonreír, como si nunca hubiera insinuado que su «no novia», por lo que había dicho él mismo, podría aparecer en cualquier momento y pillarnos allí. Lo cierto es que, novia o no, tenía miedo de que Lorie pudiera bajar allí y nos viera en esa actitud tan extraña en ambos. En el instituto jamás habíamos cruzado palabra y, en aquella fiesta, habíamos hablado demasiado.

Cuando Chase me dio un par de palmaditas en la rodilla, me arrepentí de haberme puesto aquel vestido tan excesivamente corto. Que su mano entrara en contacto con mi piel de la rodilla me hizo sentir un tanto incómoda. Me pregunté si se ofendería o me malinterpretaría si me apartaba de su contacto.

Chase pareció notar mi incomodidad porque se quedó mirando su mano sobre mi rodilla durante unos segundos antes de retirarla a toda prisa. A la luz de la luna pude ver que sus mejillas se habían teñido de rojo.

-Lorie y yo no somos nada, aunque todos estén empeñados en que sí –me confesó, en voz baja-. Voy a ir a por algo de beber –hizo un rápido cambio de tema-. ¿Quieres algo de beber o de comer? Te veo muy pálida.

Alcé la mirada de golpe y lo miré. Necesitaba algo de tiempo sola, necesitaba pensar. Y su presencia allí no me ayudaba nada.

Esbocé una media sonrisa y respondí:

-Lo mismo que tú, pero que no sea tan… fuerte.

Chase se rió entre dientes.

-Entonces perdería toda la gracia.

Echó a andar hacia las escaleras de piedra que conducían a la enorme terraza, el foco de la fiesta, y, antes de comenzar a subirlas, se giró de nuevo hacia mí, como si se le hubiera olvidado algo que decirme. Su sonrisa hizo que sintiera un extraño cosquilleo en el estómago.

-¡Eh, Mina, no desaparezcas, ¿vale?! –me gritó.

Lo único que pude hacer fue levantar el brazo y hacer un gesto afirmativo, alzando el pulgar. Cuando la silueta de Chase se fundió con la multitud, me permití soltar un gemido y taparme la cara con las manos. Aún era incapaz de pensar con claridad, pero lo único que tenía claro es que, si alguna de mis amigas, si alguien, fuera quien fuera, nos pillaba, íbamos a tener un grave problema. O, por lo menos, yo.

Mi amado anonimato en el instituto desaparecería y todo el mundo me señalaría o cuchichearía cualquier cosa sin fundamento. Y toda la poca fuerza que había ido acumulando desde la muerte de mi padre, se esfumaría.

No me di cuenta de que Chase había regresado, demasiado rápido a mi parecer, de nuevo. Su mano volvió a posarse sobre mi rodilla y, en esa segunda ocasión, no me sentí tan incómoda la primera vez. Alcé la cabeza y bajé los brazos.

Chase había traído consigo un interesante botín: dos vasos con algo que no me atrevía a preguntar qué era exactamente y un plato con varios trozos de pizza. Al ver la pizza, mi estómago dio un vuelco nada prometedor. Tragué saliva.

-He pensado que quizá tendrías algo de hambre –me explicó Chase mientras me tendía un vaso.

-Gracias –fue lo único que pude pronunciar.

De nuevo se instaló entre nosotros un pesado silencio; Chase jugueteaba con su camisa mientras le daba distraídos sorbos a su vaso y yo, por mi parte, observaba el lago mientras la música de la terraza me envolvía. Me pregunté qué estarían haciendo Grace y Caroline, y pedí en silencio que mi amiga no hubiera decidido participar en la competición de las camisetas mojadas. Me preguntaba cómo demonios íbamos a poder volver a casa de Caroline si todas habíamos bebido…

-Te has quedado muy callada –observó Chase, mirando el fondo de su vaso con interés-. Espero no haber metido la pata. Últimamente es lo único que hago.

Quería sonar como una broma, pero a mí me sonó a queja. Como si estuviera diciéndolo realmente en serio. Aparté la vista del lago y la clavé en mi compañero, que había bajado el vaso y ahora había ocupado mi lugar observando el lago. Su gesto se había vuelto pensativo.

-Estaba pensando en qué estarían haciendo mis amigas –respondí-. No tengo ni idea de cómo me voy a ir a casa cuando todo esto termine.

La cabeza de Chase se movió a la velocidad de la luz y sus ojos negros se clavaron en los míos. Me apresuré a darle un buen sorbo a mi trago; en esta ocasión, el líquido no me quemó como la primera vez que bebí de su vaso, e incluso me supo bastante bien. Noté que se me escurría un poco de bebida por la comisura del labio y me aparté el vaso con cuidado, mientras me secaba con el dorso de la mano el hilillo que corría.

Sin pensarlo, me eché a reír.

-¡Qué torpe soy! –dije.

-Puedo llevarte a tu casa –me respondió, dejándome completamente sorprendida-. Si no encuentras a tus amigas, yo puedo llevarte a donde quieras –se ofreció.

¿Chase Whitman ofreciéndose a acercarme a mi casa? Vaya, aquel debía ser mi día de buena suerte o de mala suerte, depende de cómo siguiera la noche. Me lo quedé mirando durante unos segundos, con el brazo colgando en el aire. Completamente paralizada. ¿Debía aceptar su proposición? El chico me había demostrado que era simpático y no había intentando hacer nada extraño conmigo. Además, no tenía otra opción mejor para volver a mi casa.

-Me lo pensaré –dije, sonriendo.

Chase alzó el vaso hacia mí.

-Con eso me sirve.

Seguimos bebiendo y charlando, incluso me atreví a hacer algunas bromas. Chase no paraba de reírse, yo tampoco podía dejar de reír y no me importaba en absoluto quién podría estar viéndonos. Chase se marchó en un par de ocasiones para traer más bebidas y algún que otro trozo de pizza. Conforme pasaba la noche, me sentía más cómoda con él, y él conmigo. Nos fuimos acercando poco a poco hasta que nuestras rodillas y brazos se tocaban. Cuando intenté hacer un movimiento un tanto ridículo, estaba imitando a Caroline, perdí por completo el equilibrio y me precipité hacia atrás. Antes de que tocara el suelo, Chase me cogió por los hombros y me miró con preocupación.

-¿Estás bien, Mina? –inquirió, poniéndome de nuevo erguida.

Me eché a reír, mientras alzaba los brazos hacia el cielo.

-¡Claro que sí, bobo! Aunque creo que… que me he pasado un poco con la bebida, ¿no creeeeeeeees? –alargué demasiado la “e”.

-Sí, creo que sí –convino él, frunciendo el ceño-. Será mejor que te lleve a casa.

-¿Quéééééééééééééé? ¿Tan pronto? –me quejé.

Él se puso en pie y tiró de mí hasta que consiguió que yo también me pusiera de pie. El suelo se movió a mis pies y me tambaleé, soltando una risita. Chase frunció las cejas y me sujetó con más firmeza.

-Vamos, Mina, hora de marcharse.

Era incapaz de dar un paso sin inclinarme peligrosamente sobre el suelo, así que Chase optó por cogerme en brazos. Cuando deslizó sus fuertes (no me había dado cuenta de que no era el típico chico flacucho y esmirriado) brazos por debajo de mis rodillas, me quedé sin aire durante unos segundos debido a la sorpresa. Una vez ya recuperada, me atreví a entrelazar mis brazos por su cuello y me puse a balancear mis piernas como si estuviera columpiándome.

Tuvo el detalle de rodear toda la terraza y de dirigirse al aparcamiento sin que tuviéramos que ver a nadie. Eso hizo que me encorvara un poco y lo mirara frunciendo el ceño.

-Mis amigas no saben que me llevas a casa –dije, con un tono desconfiado.

Chase me miró, como si no supiera si poner los ojos en blanco o echarse a reír. Yo me encogí de hombros, como disculpándome.

-¿No tienes móvil? –me preguntó.

Negué varias veces con la cabeza, como una niña pequeña. Ahora sí que Chase puso los ojos en blanco.

-Me encargaré de avisarle cuando regrese, ¿vale? –me prometió.

Volví a encogerme de hombros y luego asentí. Tendría que confiar en él; Chase era el único que podía llevarme a casa. Aunque eso hizo que me acordara de su hermano… Carin. El hermano de Chase daba miedo, demasiado. Siempre que me lo había cruzado por uno de los pasillos del instituto, me había fulminado con la mirada. Como si fuera superior a mí.

-¿Y qué hay de tu hermano? –me atreví a preguntarle, con un hilillo de voz.

Oí que Chase respiraba abruptamente y que se había puesto tenso. Sus brazos se tensaron y me sujetaron con más fuerza. Me encogí más sobre mí misma, porque había algo en él que me provocó un escalofrío.

-¿Qué pasa con mi hermano? –me preguntó, con un ligero tono de hostilidad.

-Que no podrá volver a casa –respondí, en un murmullo.

Chase frunció el ceño.

-Puede llevarlo alguno del grupo –comentó, sin darle importancia-. O puede ir andando. Que no le vendría nada mal.

Sonreí.

-Sí que os queréis –repuse.

Él se encogió de hombros.

-Ambos somos chicos, es normal que estemos constantemente en lucha por saber quién es mejor de nosotros –me explicó-. Pero, en el fondo, sí que nos queremos. Además, tenemos que ayudar a nuestra madre.

-No sabía que… -empecé, pero me callé al ver que negaba con la cabeza.

-Fue hace tiempo –dijo y frunció los labios-. Apenas tengo recuerdo de él. Y no me importa, la verdad. Vivimos mejor sin él.

Por el tono en que lo ha dicho, parecía un poco dolido, pude adivinar que no le tenía mucho aprecio a su padre. No pude evitar sentirme un poco identificada con Chase: él también era huérfano de padre, aunque yo, al contrario que él, sí que echo de menos a mi padre a diario.

Chase siguió caminando, quizá con más apremio que antes, pero había fruncido los labios, como si se hubiera arrepentido de haberme contado lo de su padre. Cuando vi a qué coche nos dirigíamos (un impresionante BMW Serie 1 de color gris), me quedé sin habla. Chase vive en mi vecindario y, había que reconocerlo, su coche resaltaba demasiado entre los que había. Al dejarme de nuevo en el suelo, me quedé observando embobada el coche mientras él lo rodeaba y pulsaba un botón para quitarle los seguros.

Debió de ver mi cara de pasmada porque alzó una ceja.

-¿Impresionada? –me preguntó.

Me aferré con fuerza al pasamanos del coche, el suelo aún se movía bajo mis pies como si estuviera metida de lleno en arenas movedizas, e intenté poner una mirada desafiante. No estaba segura de que hubiera podido por los altos niveles de alcohol que aún quedaban en mi cuerpo. Mañana iba a querer pedirle ayuda a Avril para cortarme personalmente las venas por semejante espectáculo.

Carraspeé.

-Más bien sorprendida –respondí, abriendo la puerta del copiloto y deslizándome en el asiento que, a decir verdad, era demasiado cómodo.

Chase frunció los labios cuando vio que me aovillaba sobre el asiento y apoyaba la cabeza contra el cristal. Sin embargo, estaba tan agotada, que lo único que quería en aquellos momentos era cerrar los ojos y quedarme durmiendo. Y lo hice, excepto quedarme durmiendo.

-Espero que no vayas a vomitar –dijo, mientras comprobaba espejos y empezaba a toquitear la pantalla táctil que había sobre el salpicadero-. Dime que no vas a vomitar, por favor. Si mancho la tapicería, mi hermano me va a matar.

-Eh, tranquilo, Whitman –lo corté, frunciendo el ceño-. Nadie va a vomitar. Y menos en el coche de tu hermano. Si fuera el tuyo, quizá me lo plantearía, pero en el de tu hermano no se me pasaría por la cabeza.

Esbozó una sonrisa y vi que suspiraba de alivio. Metió la llave en el contacto y una música infernal (no podría denominársele de otro modo), inundó todo el coche (aunque estaba segura de que se oía incluso desde la fiesta) y se me incrustó en el cerebro. Si antes había tenido un sordo dolor de cabeza, ahora estaba segura de que me iba a estallar en cualquier momento. Chase dio un brinco de lo más cómico y se apresuró a apagar aquel ruido infernal.

Me llevé las manos a la cabeza e intenté estrujármela, como si aquello pudiera poner fin al terrible dolor que sentía en aquellos momentos. No entendía cómo Avril era capaz de escuchar su música a ese nivel tan alto sin acabar con fuertes dolores de cabeza.

-Sigues sin querer vomitar, ¿verdad? –me preguntó, mientras ponía la marcha atrás y giraba medio cuerpo para salir de entre los coches.

Me imaginé la cara que pondría (parte de horror, parte de asco) si llegaba a vomitar y no pude esbozar una sonrisita. Los ojos de Chase se abrieron desmesuradamente, como si pensara que realmente iba a vomitar. Por suerte para ambos, mi estómago estaba bien asentado y sin querer dar señales de expulsar todo lo que había en su interior.

-¿Mina? –inquirió, con un hilo de voz, como para asegurarse.

-Ya te lo he dicho, Whitman: estoy bien. Deja de preocuparte, ¿quieres? –le espeté.

-¡Me preocupo porque valoro mi vida y porque no quiero que vomites en, precisamente, en el coche de mi hermano! –exclamó, aferrando con fuerza el volante.

Me crucé de brazos, enfadada. Entendía su preocupación, pero no creía que fuera necesario preguntarme cada diez segundos si iba a potarle en el carísimo coche de su hermano; era vergonzoso.

-¡Entonces no haberme decidido llevarme a casa! –le respondí, elevando el tono de voz-. Si tanto te preocupa el puto coche, ¡páralo y me voy andando! –mi madre y mi hermano pequeño se habrían quedado boquiabiertos al oírme y Avril habría sonreído de forma triunfal.

Había oído gente (probablemente, esta táctica la habían utilizado mujeres) que había tenido que echar mano a este golpe bajo y que, en ninguno de ellos, sus respectivas parejas o compañeros habían cumplido con las exigencias. Con Chase, parecía, que me había equivocado por completo: se acercó a un lado del arcén y paró el coche. ¡Lo paró! Después de todo, quizá había sido una mala idea permitir que me llevara a casa, ¡tenía que haberme imaginado que podía hacerme algo así!

El muy cerdo ni siquiera se dignó a mirarme cuando me bajé del coche, tenía la vista clavada al frente, como si no existiera. Eso sí, me encargué de vengarme dando un fuerte portazo. No me iba a importar lo más mínimo si rompía algo.

Me quité los zapatos de tacón que Caroline me había prestado para la ocasión y me juré que, la próxima vez que viera a Chase Whitman, iba a hacerle tragar todos los centímetros de tacón. Se los iba a meter personalmente por la garganta. Eché a andar muy dignamente sin tan siquiera girarme para ver lo que hacía. Por mí como si decidía dar media vuelta y volver a la fiesta. Quizá si me sucedía algo, eso podría hacer que se sintiera culpable.

Conforme me alejaba del camino que hacían los faros del BMW, sentí que me empezaba a abandonar el enfado que había sentido al bajarme del coche. Vivía demasiado lejos como para volver andando; podría llamar a mi madre o a tío Henry, estaba segura de que iba a disfrutar de lo lindo echándome una bronca sobre mi inconsciencia y el disgusto que podría haberle dado a mi madre de haberme sucedido algo. No, no iba a permitir que se burlaran más de mí. Iría caminando aunque eso supusiera que acabara con los pies destrozados.

No me di cuenta que los faros del BMW habían desaparecido hasta que casi me caí por un lado del arcén. Solté una serie de improperios contra Whitman y su familia y seguí adelante.

-¡Mina! –una voz (se me asemejó a la de Chase, pero eso era imposible) sonó en la oscuridad. Pero seguí adelante-. ¡Mina, por Dios, para!

Ignoré la voz y continué, dándome más prisa por alejarme del bosque y adentrarme en el pueblo. Donde había luz y no daba tanta grima caminar.

-¡Mina, por favor! –gritó otra vez la voz-. ¡Joder, Mina, para de una puta vez, ¿vale?!

Ahora sí que me giré para ver quién demonios iba gritándome como un loco. Aquello era digno de una película de terror; incluso era capaz de imaginarme cómo continuaría la escena: vería a una sombra corriendo hacia mí y yo saldría huyendo. Lamentablemente no conseguiría llegar muy lejos. Sería mi final.

Sin embargo, la realidad era muy distinta: Chase había apagado a posta los faros de su coche y avanzaba hacia mí con la ventanilla bajada y asomando la cabeza por ella, como si fuera un maldito perro.

Me quedé clavada en el sitio, cruzada de brazos y frunciendo el ceño. Él paró el coche justo enfrente de mí. Me dedicó una mirada cargada de remordimientos. ¡Ja! Acababa de demostrarme que ese tío no podía sentir de eso, sobre todo dejando a una pobre chica tirada en la carretera.

-¿No tendrías que estar de vuelta en la fiesta, emborrachándote con tus amiguitos y dando gracias de que no haya vomitado en tu coche? –le pregunté, con toda la sorna que fui capaz.

Chase hizo una mueca.

-No pensaba que fueras capaz de… bueno, de cumplir con tu amenaza –dijo a modo de disculpa.

Me incliné y me apoyé sobre la puerta del copiloto, que tenía la ventanilla completamente bajada. Seguramente Chase estaría teniendo un bonito primer plano de mis tetas, pero me daba igual.

-¿Sabes que eres pésimo para las disculpas? Tendrías que practicar más –repuse.

-Normalmente no tengo este tipo de discusiones con Lorie –me replicó-. Quiero decir, que ella es mucho más… más… tranquila.

Enarqué una ceja. No podía creerme que me estuviera comparando con esa cabeza hueca de Lorie; la había visto por el instituto, siempre acompañada del resto de su manada de lobas, o colgada del brazo de Chase. No me podía creer que estuviera comparando aquella discusión con las que mantenía con esa chica. Era como si, de repente, les interesara a Reece y decidiera que me uniera a su pandilla.

Le señalé con el dedo índice.

-No-vuelvas-a-compararme-con-ésa –le dije, de corrido.

Chase esbozó una sonrisa traviesa.

-Solamente si subes otra vez al coche y me permites que te lleve de vuelta a tu casa –me propuso.

Me dieron ganas de poner los ojos en blanco, pero me contuve. Eso sería como ayudar a que el ego de Chase subiera un nivel más, si es que podía.

Me subí de nuevo al coche y Chase arrancó. Cuando pisó el acelerador, me apreté contra mi asiento y me fijé en el velocímetro. Casi se me salieron los ojos de las órbitas al ver a qué velocidad iba.

-¿Sabes que podíamos acabar convertidos en tortilla de coche y humanos si no bajas la velocidad? –le pregunté, tragando saliva-. Parece que no valoras nada nuestras… tu vida –me corregí.

Chase le dedicó un rápido vistazo al velocímetro y, después, se miró directamente, sonriendo con petulancia. Me dieron ganas de gritarle que dejara de mirarme y que fijara la vista en la carretera.

-Tranquila, Seling –vaya, ahora parecía divertido imitarme llamándome por mi apellido. Qué gracioso-. Las velocidades es lo último que debería darte miedo estando conmigo.

-Oh, bueno, eso me deja abiertas un par de puertas de lo más desagradables –ironicé-. ¿Podrías frenar un poco?

-Así no llegaríamos a tiempo a tu casa –respondió, pero no pisó el freno.

Miré la hora y me quedé horrorizada. ¿Tan tarde era? En la época en la que mi padre aún seguía vivo, de estar en esa misma situación, ya tendría varias llamadas y mensajes de mis padres. Por no contar con una patrulla de la policía buscándome. Saqué mi móvil del mini bolsito que había llevado a la fiesta y comprobé que no tenía ni mensajes ni llamadas; mi madre parecía haberse olvidado por completo de que no estaba en casa o tendría cosas más importantes que hacer que preocuparse por su hija adolescente. Cosas tan importantes como, por ejemplo, encerrarse en su habitación con una botella de vino. El hecho de que su hija fuera, en esos precisos momentos, en el coche de un completo desconocido seguramente le parecería interesante.

Volví a meter el móvil en el bolso con más fuerza de la necesaria.

-¿Preocupada por no llegar a casa a tiempo, Cenicienta? –se interesó Chase.

-Sigue conduciendo y cierra el pico –mascullé.

Chase, para mi sorpresa, obedeció.

Cuando llegamos a nuestra calle (por lo que comprobé, Chase vivía un par de números más delante que yo), sentí que me ponía rígida. Sabía que era muy posible que todo aquello que se desarrollaba en mi mente no fueran más que falsas esperanzas, pero no podía evitar imaginarme a mi madre asomada en la ventana del salón vigilando mi llegada y comprobando que venía en el coche de un chico.

Fruncí el ceño cuando Chase aparcó en la acera de delante de mi casa. ¿Cómo era posible que supiera exactamente dónde vivía? Me giré hacia él, con una mirada que le pedía un par de explicaciones.

Él, a modo de respuesta, se encogió de hombros.

Me bajé del coche y Chase me imitó.

-¿Qué se supone que estás haciendo? –pregunté.

-Pensé que podrías invitarme a algo –respondió, encogiéndose de nuevo de hombros-. Te he traído a casa sana y salva, ¿no? Creo que me merezco, al menos, una bebida por las molestias.

Comprobé que todas las luces estaban apagadas y recé para que no hubiera nadie en la planta baja de la casa. Lo último que necesitaba en aquellos momentos era que Avril me viera con Chase Whitman y todo el pueblo se enterara de ello. Saqué las llaves del bolsillo y abrí la puerta con cuidado de no hacer ruido.

Invité a Chase a que pasara y lo llevé directamente a la cocina. Dejé que se sentara donde quisiera y me puse a indagar en el contenido de la nevera. Cogí un plato y me quedé sorprendida.

-¿Brócoli con queso? –aquello era más una pregunta horrorizada para mí misma que un ofrecimiento.

-¡Oh, estupendo! –respondió Chase, sonriendo.

Me quedé aún más sorprendida de saber que Chase estaba dispuesto a comérselo. Bueno, él lo había querido, no quería hacerme responsable de las consecuencias que pudiera tener. Estaba segura de que ese plato había sido invención de la propia Avril, lo que quería decir que mi madre había vuelto a encerrarse en su cuarto. Estupendo.

Dejé el plato, un poco calentado por el microondas, delante de Chase y me coloqué a su lado, dispuesta a observar el resultado de aquella locura culinaria. Se me quedó el aire comprimido cuando vi que Chase se llevaba el primer bocado y lo masticaba lentamente.

-Tu madre tenía un restaurante en el pueblo, ¿verdad? –me preguntó, con la boca llena-. A mis padres les encantaba ir porque decían que la comida era deliciosa. He oído decir que tiene problemas…

Estaba claro que los problemas del restaurante por la pasividad de mi madre después tras la muerte de mi padre habían corrido como la pólvora por el pueblo. Debía dar las gracias por que únicamente se supiera que el restaurante no estaba pasando por un buen momento y no que toda nuestra familia estaba pasando por un gran bache. De saberse, mis hermanos y yo no estaríamos allí.

-Bueno, tras la muerte de mi padre… mi madre no ha podido ocuparse correctamente de él –dije-. Pero está intentando arreglar las cosas.

Chase cogió otro bocado y me miró fijamente mientras masticaba. Cuando tragó, dijo:

-Cuando mi padre murió, a mi madre le pasó algo parecido… no parecía ella, ¿entiendes? Mi hermano y yo, bueno, tuvimos que apañárnoslas solos durante un tiempo. Pero no dura eternamente.

-Eso espero –murmuré, bajando la mirada. No quería pensar que todo aquello iba a durarle para siempre a mi madre, quería creer que se recuperaría e intentaría ser la misma madre que había sido antes de la muerte de mi padre.

No quería ni imaginarme qué podría suceder de no obrarse un cambio en mi madre y que todo siguiera igual. No quería ni imaginarme qué sucedería cuando tuviera que irme a la universidad, si es que podía ir, y tuviera que dejar a mis hermanos solos.

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