II.
Cuando quisimos darnos cuenta, ya habían pasado varias horas y la cena estaba completamente preparada. Avril seguía encerrada en su cuarto y había decidido poner a todo volumen su equipo de música. Aquel grupo que parecía estar bañando gatos o algo por el estilo se escuchaba por toda la casa y, me temía, por todo el vecindario. No sería la primera vez que alguno de nuestros vecinos nos hacía una visita pidiéndome con toda la educación posible, en algunas ocasiones, si podíamos bajar un poco el volumen.
Percy se había instalado en el suelo, con la espalda apoyada en el sofá, y veía un programa en la televisión. En mi caso, había decidido decantarme por empezar a leer una vieja novela que había tenido abandonada durante un tiempo.
La puerta de la entrada se oyó y Percy me dirigió una mirada asustada.
-¡Ya estoy en casa! -la voz de mi madre resonó por todo el primer piso y Percy y yo nos dirigimos a toda prisa hacia la entrada.
Mi madre estaba parada en la entrada, dejando todo sobre el perchero. Tenía la mirada cansada y aquellas ojeras que se habían negado a desaparecer desde la muerte de papá; sin embargo, era su extrema delgadez lo que más me preocupaba.
Desde que había muerto nuestro padre, mi madre había entrado en una profunda melancolía. Había veces que no se levantaba siquiera de la cama y yo tenía que hacerme cargo de todo, ya que Avril se había negado a ayudarme.
-¡Mamá! -exclamamos mi hermano y yo a la vez.
Ella nos dirigió una mirada que nos traspasó, como si realmente no nos viera. Al poco entró tío Henry, con su habitual sonrisita engreída; le colocó a mi madre una protectora mano sobre el hombro mientras yo lo fulminaba con la mirada.
No es que odiara a ese hombre, ya que había formado parte de nuestra familia desde que nací, pero no me sentía a gusto con él desde la muerte de nuestro padre; parecía querer ocupar el lugar que mi padre había dejado. El problema es que nosotros no queríamos a tío Henry en el papel de padre.
-¡Hola, chicos! ¿Todo bien? -nos saludó tío Henry.
-He preparado la cena, mamá -me dirigí exclusivamente a mi madre, ignorando por completo a tío Henry, que esbozó una media sonrisa de indiferencia.
Mi madre parpadeó varias veces y pareció volver junto a nosotros desde donde quisiera que estuviera. Nos miró a mi hermano y a mí con un gesto de confusión; aquello era típico en ella. A veces no se enteraba de lo que le decíamos.
Sonreí para intentar tranquilizarla.
-He preparado la cena... de nuevo -repetí, con suavidad.
-Ah, sí, la cena -murmuró mi madre y se llevó una mano a la cabeza, como si le doliera-. Lamento mucho no haber llegado antes, Mina.
Me encogí de hombros y todos nos dirigimos hacia la cocina. Mi madre y tío Henry se sentaron el uno al lado del otro mientras que Percy se sentaba a mi lado; de Avril no se tenía noticia alguna, aunque su música había bajado el volumen considerablemente.
Mi hermano me ayudó a servir la cena mientras mi madre y tío Henry hablaban en susurros.
-¿Dónde está Avril? -preguntó tío Henry, mientras pinchaba algo sobre su plato.
-Estará arriba, en su cuarto -respondí secamente-. Como siempre.
Percy había clavado su vista en su plato y no decía palabra. Entonces recordé la propuesta de Caroline de asistir a la fiesta de aquellos gemelos que no conocía de nada. Quizá era una buena idea y el ir allí me ayudaba a despejarme un poco de mis problemas cotidianos.
Carraspeé y cogí aire.
-Mamá, me gustaría preguntarte si podría ir con Caroline y Grace a una fiesta... -quizá, después de todo, no lo era. Me estaban entrando las dudas. A esa fiesta irían los Doce y no estaba muy segura de querer asistir a ella.
Mi madre me dirigió una breve mirada y miró a tío Henry, como si no supiera qué responder a aquella sencilla pregunta; él se encogió de hombros y mi madre volvió a fijar su mirada en mí.
-Supongo que no hay ningún problema para que salgas con ella, Mina -me respondió, esbozando una sonrisa diminuta-. Siempre y cuando llegues a una hora considerable a casa.
-Por supuesto que sí, mamá -dije, pensando en el grito de júbilo que iba a dar Caroline cuando se lo dijera-. Haré lo que tú digas.
Después de cenar, Percy me ayudó de nuevo a recoger los platos y fregarlos mientras mi madre y tío Henry iban al salón para acomodarse en el sofá y ver algún programa estúpido en la televisión. Cuando terminamos, solté un suspiro y miré a mi hermano, que estaba husmeando en la nevera.
-Gracias por no decir nada, Percy -le agradecí de corazón-. Sabía que no dirías nada...
-¡Por supuesto que no iba a decir nada! -Gimió Percy, mientras sujetaba con firmeza un envase de leche-. Tú y Avril sabéis que no quiero que le pase nada a mamá... que no quiero que nos separen. Sé lo que sucede en estos casos, Mina: acabamos en cualquier centro... como unos huérfanos -las lágrimas habían comenzado a caer por su rostro-. ¡Y yo no quiero que a mamá la encierren en uno de esos sitios para gente con problemas con la bebida o las pastillas! Lucas Park me dijo...
Me arrodillé a su lado e intenté secarle con mis pulgares sus mojadas mejillas. No era justo para Percy todo aquello, lo estaba destrozando poco a poco y no quería que acabara haciendo alguna locura como Avril.
-No va a pasar nada, Percy -le aseguré, con firmeza-. Te prometo que nadie nos va a separar de mamá, ¿me has oído? Nadie.
Percy soltó un sonoro sollozo, pero había dejado de llorar. Ahora simplemente gemía e intentaba contener las lágrimas.
En cuanto se lo conté a Caroline aquella misma noche por teléfono, soltó un grito de júbilo y empezó a bailar por su habitación. Grace se unió a la conversación más tarde y fingió estar igual de contenta que Caroline; quien se pasó las dos horas siguientes hablando sobre lo que íbamos a hacer, qué nos íbamos a poner y demás detalles.
Al final Caroline quedó en que fuéramos de compras la tarde del día siguiente para poder adquirir algo con lo que ir.
A la mañana siguiente, igual de puntual que siempre, Caroline paró en la puerta de mi casa e hizo sonar el claxon dos veces. Grace ya iba en el asiento de atrás y parecía estar enfurruñada; Caroline, por el contrario, parecía estar exultante de alegría.
-¿No es maravilloso? -Fue lo primero que dijo en cuanto me monté en su coche y cerré la puerta-. Las tres vamos a ir a una de esas fiestas legendarias y tan exclusivas... ¡Esto se merece una buena tarde de compras!
Los gemelos Bruce eran hijos de un magnate del mundo de la inmobiliaria. Vivían a las afueras del pueblo, en una lujosa mansión que se situaba al lado del lago. Jamás había puesto un pie en su casa, pero se corrían rumores sobre cómo era.
Caroline, por el contrario, había ido un par de veces con sus padres, ya que los padres de ella y de los gemelos eran conocidos y eran invitados a las legendarias fiestas que daba el padre de éstos.
Mismamente por ello, Caroline se había propuesto en conseguirnos un atuendo digno para ir a la mansión de los Bruce. En cuanto salimos del instituto nos dirigimos a las boutiques más elegantes que había en el pueblo y que eran frecuentadas por aquellas chicas cuyas familias tenían bastante dinero. Miré a Grace con la ceja enarcada; tanto ella como yo no podíamos compararnos con Caroline, ya que los padres de Grace llevaban una librería en el pueblo y mi madre tenía que regentar el restaurante, que no pasaba por los mejores momentos.
Aquella visita a la boutique nos iba a salir cara. Muy cara.
En cuanto pusimos un pie en ella, Caroline se cogió un par de vestidos bastante ostentosos y de precios desorbitados y se dirigió a los probadores; Grace seleccionó uno de color azul celeste y yo me decanté por un sencillo vestido negro cuyo precio entraba dentro de mis posibilidades.
-Tranquilas, chicas, de los accesorios ya me encargo yo -nos dijo Caroline, guiñándonos un ojo y cerrando la cortina de su probador.
Grace me puso los ojos en blanco e hizo una imitación muda de Caroline. Tuve que taparme la boca para ahogar la risotada que había soltado.
Nos sentamos en un mullido sofá que había frente a los probadores y empezamos a observar la tienda. Aquel tipo de vida que llevaba Caroline era la misma que había llevado yo hasta que mi padre murió; recordaba cuando acompañábamos a mi madre a boutiques de este estilo y cuando mi madre se quejaba que en este pueblo no había nada.
Añoraba mi vida anterior, ésa en la que mi padre seguía vivo y mi madre era una mujer entregada a su familia y no a la bebida y a los fármacos. Mi familia estaba rota y, lo peor de todo, es que temía que nos separaran de mamá; había oído un fragmento de una conversación entre ella y tío Henry en la que él le pedía que se volcara más con nosotros si no quería que algún asistente social decidiera tomar las riendas.
Cerré los ojos con fuerza. No quería que nos separaran de mamá; no quería que Avril siguiera haciendo aquellas tonterías; no quería que Percy tuviera que aguantar las malas palabras de Avril y acabara siempre llorando. Mi hermano pequeño había tenido que madurar de golpe, ya no era el mismo de siempre...
Quería mi vida anterior.
En aquel momento sonó la campanita de la puerta y abrí los ojos de golpe. Oí el gemido de horror de Grace y tragué saliva; en la puerta se encontraba Reece Douglas, que parecía haber salido de cualquier pasarela de Milán o París, y su séquito de "amigas", aunque yo siempre las había visto como subordinadas, igual que en el caso de Kai y su pandilla.
Reece comenzó a pasearse por la tienda, tocando y sacando vestidos mientras sus tres amigas (era bastante extraño que no hubieran venido todas) la seguían de cerca y, de vez en cuando, soltaban alguna exclamación ahogada.
Grace enterró el rostro entre sus manos.
-No puede ser... no puede ser -gemía-. ¿Se puede saber por qué tenemos tan mala suerte?
No podía estar más de acuerdo con ella. Aquello era una auténtica jugarreta del destino... aunque era cierto que Reece y su pandilla, al igual que los Doce, nunca habían reparado en nosotras, en aquel espacio tan diminuto era casi imposible que no se dieran cuenta de nuestra presencia. Reece y sus amigas eran las típicas hijas de papá que llevaban coches y ropa a la última, además de costar una pequeña fortuna. Al igual que Caroline; la única diferencia entre ellas y Caroline es que nuestra amiga tenía los pies a unos centímetros del suelo, aún seguía empeñada en entrar en aquel grupito, pero parecía ser un sueño lejano. Además, Caroline era amable con todo el mundo y nunca había mirado a nadie por encima del hombro por su acomodada posición.
Grace miraba hacia todos lados como una desquiciada, intentando buscar una vía de escape. Sin embargo, antes de que pudiera encontrarla, Caroline salió del probador con su primera opción. En aquel momento Reece pareció reparar en Caroline y vi que esbozaba una sonrisa.
Mal. Mal. Mal.
Se acercó hasta donde estábamos, escoltada por sus amigas, que se cruzaron de brazos y nos miraron a Grace y a mí como si hubieran descubierto nuestra existencia en aquel preciso momento. Lo cual podía ser muy posible, dadas las circunstancias.
-¡Ah, cielos, pero si es Caroline Tilman! -exclamó, con un falso tono de júbilo-. Mirad, chicas, ella también debe haber sido invitada a la fiesta de los Bruce.
Ambas se fundieron en un abrazo más típico de dos personas que no se habían visto desde hacía muchísimo tiempo y vi que Grace ponía una mueca. Cuando se separaron, Reece, sin soltarla, se separó un poco y contempló el vestido que llevaba Caroline.
-Es precioso, Tilman -la alabó-. Estarás preciosa con él... -desvió la mirada y se topó con Grace y conmigo. Sus ojos se entornaron, calculadores-. Veo que has venido acompañada...
Caroline parecía estar flotando en una nube de éxtasis por haber conseguido atraer la atención de la mismísima Reece Douglas, la cabecilla de las animadoras, se rumoreaba que la pareja de Kai y la chica más popular del instituto. Aquello debía parecerle el paraíso.
-Ellas son mis amigas -primero señaló con la mano a Grace-. Ella es Grace Donovan y ella -ahora su mano me señalaba a mí y sentí que se me paraba el corazón- es Mina Seling.
Contemplé cómo Reece Douglas me estudiaba con maldad. Sus amigas habían comenzado a cuchichear y aquello no me estaba gustando ni un pelo. Jamás habría entrado en mis planes entrar como posible objetivo de burlas y bromas en la amplia lista de las animadoras.
-Tú eres la chica cuyo padre fue asesinado por los lobos -comentó, entornando los ojos de nuevo y con frialdad.
Sus palabras me golpearon como una maza. Era cierto que había pasado un año desde la muerte de mi padre, pero lo que más me dolió de aquellas palabras fue la indiferencia y la frialdad con la que las había pronunciado; era como si lo hubiera leído de un cartel. Sus amigas soltaron gemiditos ahogados y se taparon la boca con un gesto de lo más teatral.
-No me gusta que me recuerden por eso. Gracias -siseé.
Por el rabillo del ojo vi que Grace abría mucho la boca, sorprendida por mi reacción, y que Caroline me fulminaba con la mirada. Vaya, aquello debía haberle dolido, pero no iba a dejar que aquella chica me recordara uno de los peores momentos de mi vida con aquella frialdad.
Reece frunció los labios.
-Supongo que he tenido muy poco tacto, lo siento -sin embargo, su disculpa me sonó falsa y artificial.
Después se dio media vuelta con una elegancia y arrogancia que yo, personalmente, no me habría visto capaz de imitar, y se dirigió hacia la salida. Antes de salir, alzó una mano y su voz resonó en toda la tienda.
-Nos veremos en la fiesta, Tilman.
Aquello sonó a clara amenaza, a menos en lo referido a mí, y cuando desaparecieron de la tienda y no podíamos verlas por el cristal del escaparate, Caroline se giró hacia mí hecha una auténtica furia.
-¿Pero qué has hecho, Mina? -me rugió.
Me crucé de brazos y la observé con tranquilidad.
-Defenderme -me limité a responder.
-¡Y has hecho bien, Mina! Reece lo ha hecho con maldad -me defendió Grace-. Mina tenía todo el derecho de defenderse, Caroline; Reece no tenía ningún derecho a recordarle lo de su padre.
Le dirigí una mirada agradecida a Grace, que me respondió con una sonrisa. Caroline, sin embargo, parecía un poco arrepentida de cómo se había enfrentado a mí después de que Reece y sus dos amigas se hubieran marchado de la tienda.
Al final Caroline decidió comprarse el primer vestido que se había probado y Grace y yo optamos por comprarnos los nuestros. Cuando salimos de la tienda, sentí que me pesaban los remordimientos por haber gastado semejante cantidad de dinero que podría haber invertido en cualquier otra cosa que no en un vestido que, seguramente, sólo iba a usar en aquella ocasión. Sin embargo, no me había quedado más remedio, ya que Caroline nos había insistido.
Nos subimos de nuevo al Volkswagen de Caroline, que aún seguía con aquel gesto arrepentido, y ella puso a todo volumen la radio. Como si no quisiera escucharnos. Miré a Grace por el espejo retrovisor y ella se encogió de hombros.
Para nuestra sorpresa, Caroline nos llevó directamente a su casa. El barrio en el que vivía era una maravilla comparada con la zona en la que vivíamos Grace y yo; por todos lados se podían ver distintas casas hechas a medidas, con sus altos muros y deportivos aparcados fuera, como si quisieran demostrar con ello que tenían dinero. Sentí que se me revolvía el estómago: antes de que muriera mi padre, mi madre y él habían hablado de mudarnos a aquella zona tan exclusiva, ya que las cosas parecían irnos viento en popa. Ahora, huelga decir, habíamos dejado esa idea apartada; ya teníamos suficientes deudas como para añadir alguna de ese calibre.
Caroline aparcó elegantemente en la plaza que había enfrente del garaje y se apeó del coche con esa gracia natural que mostraba cuál era su escala social y económica. Nos condujo hacia el interior de la casa, en la que habíamos estado incontables veces, y por el camino nos topamos con Rosa, la mujer que se encargaba de hacer variopintas tareas y que había sido la que casi había criado a Caroline cuando sus padres se ausentaban por motivos de trabajo.
Rosa era de ascendencia latina: bajita, gordita y de piel aceitunada, con un gran potencial en la cocina y una sabiduría infinita en los diversos temas que le planteábamos. Además era un amor de persona; siempre estaba atenta de nosotras y nos alimentaba más de lo que necesitábamos. Era como una segunda madre para Caroline.
-¡Qué bien que ya hayas regresado, niña! -exclamó, con ese acento latino que nos hacía tanta gracia-. He preparado unas galletas, ¿queréis?
-¡Por supuesto! -respondió Caroline, aplaudiendo-. Súbelas a la habitación: tenemos un asunto urgente entre manos.
Rosa puso los ojos en blanco y se echó a reír.
-¡Ay, niña, tú y tus ideas! -rió y se fue hacia la cocina.
Acompañamos a Caroline a su habitación, que era del tamaño de la mía (que compartía con mi hermano pequeño, Percy) y de la de Avril juntas, y nos hizo sentarnos sobre su cama. Siempre que íbamos a su casa, tanto Grace como yo nos sentíamos un poco cohibidas con tanto lujo, ya que nosotras estábamos acostumbradas a ese estilo de vida tan... tan diferente al nuestro.
Grace soltó un gemidito al sentir cómo el colchón se hundía bajo nuestro peso. Caroline se movía de un lado a otro de la habitación, colocando su vestido y comenzó a sacar accesorios y a compararlos con su nueva adquisición.
Rosa trajo las galletas y alabó el traje nuevo de Caroline, diciéndole que combinaba con su pelo, y se marchó por donde había venido.
No podía dejar de pensar en Reece y en sus comentarios insidiosos que había hecho sobre la muerte de mi padre. No entendía qué le había hecho (si es que le había hecho algo realmente) para que se hubiera portado como una auténtica bruja conmigo. Sentí un nudo en la garganta y supe que las lágrimas no iban a tardar en aparecer; necesitaba regresar a casa y encerrarme en el baño. A pesar de ser la que intentaba mantener a mi familia unida e intentaba sonreír y parecer alegre... sufría. Aún no había conseguido superar del todo la muerte de mi padre y, como en aquellos mismos momentos, estaba sufriendo un bajón. Y de los grandes.
Grace me dirigió una mirada de comprensión al ver mis ojos comenzar a humedecerse y le pidió a Caroline que nos llevara a casa porque yo tenía que hacerles aún la cena a mis hermanos. Ella no dijo nada.
Cuando me despedí de ellas, procuré mostrarme lo más ilusionada posible. Caroline me creyó y me dijo que estaba muy contenta de que hubiera decidido ir con ellas a la fiesta, que las cosas habían comenzado a cambiar. Asentí y le sonreí mientras el nudo se retorcía más aún. Entré en casa a toda prisa y me dirigí al baño. Lamentablemente estaba ocupado por Percy; me apoyé en la pared y cerré los ojos, incapaz de seguir aguantando más las irrefrenables ganas de llorar.
Se me escapó un sollozo y oí abrirse la puerta.
-¿Por qué estás llorando? -me preguntó Percy, asustado-. ¿Acaso han ido mal las compras? ¿No has encontrado vestido?
Se me escapó una risita ante la inocencia de mi hermano pequeño. Palmeé mi muslo y él se sentó sobre mis piernas y me abrazó el cuello con sus bracitos. Cuando nació Percy, mi padre se llevó una gran alegría; siempre había pensado que viviría rodeado de mujeres pero, con la llegada de Percy, todas pudimos comprobar que estaba encantado con la idea de que hubiera otro hombre en la familia. Mi madre no paraba de sonreír mientras Avril y yo mirábamos cómo papá jugaba fuera con Percy.
Ahora, papá ya no estaba y Percy se había vuelto un niño callado, asustadizo y ya no sonreía como antes. La muerte de mi padre nos había cambiado a todos y había roto ese pequeño hilo que nos unía y nos mantenía juntos. Si dejaba que me venciera aquella sensación de tristeza, todos acabaríamos mal.
Tenía que reponerme. Tenía que hacerlo por Percy, Avril y por mamá.
Me esforcé por sonreír abiertamente y saqué la bolsa donde estaba mi vestido.
-No, Percy, sí lo he encontrado -le dije, mostrándole el vestido.
A él se le abrieron los ojos y le brillaron de ilusión.
-¡Es muy bonito! -me felicitó y lo rozó con suavidad, como si temiera que pudiera romperlo-. ¿Sabes qué? Me alegro mucho de que vayas a esa fiesta, Mina... Ahora pareces más tú...
Parpadeé de nuevo para espantar las lágrimas. Cuando murió papá me negué a salir durante mucho tiempo, incluso me había negado a ir al instituto. Gracias a Grace y Caroline, había conseguido salir de casa para ir al instituto, pero les había dicho que no iba a salir con ellas porque, simplemente, no tenía fuerzas para ello. Caroline hizo un mohín e intentó convencerme; y Grace asintió, comprendiéndome.
El hecho de que me dijera eso, era algo bueno. Antes de la muerte de papá, salía por las tardes, asistía a fiestas. Hacía vida de una adolescente normal, cuando murió, tuve que dejar todo eso para intentar mantener a mi familia unida. No tenía tiempo para salir por ahí.
Le acaricié la cabeza a Percy y él me abrazó con más fuerza.
-Pero solamente iré a esa fiesta -le aseguré-. A ésta porque mi amiga Caroline es una persona muy cabezota.
Él se rió y me grabé ese sonido. Era la primera vez en mucho tiempo que conseguía sacarle una sonrisa. Y, para mí, aquello fue un motivo para que me regresaran las fuerzas. Por cosas como ésa, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por mantener a mis hermanos junto a mí.
-Seguro que va a ser muy divertida -suspiró Percy.
Me prometí que iba a llevar a Percy algún día a algún sitio especial, ya que hacía mucho tiempo que no hacíamos algo así, en familia. Y, para Percy, se había dado cuenta de que las cosas no eran igual que antes. Cuando, si me lo permitía mi horario, iba a recogerlo al colegio, me contaba anécdotas de sus amigos y, aunque fingía que todo aquello no le importaba, en el fondo, sí que lo tenía muy en cuenta.
Percy había tenido que renunciar a todas las cosas que tenían los niños de su edad con una entereza encomiable. Y eso dolía.
La tarde anterior a la fiesta, pensé que iba a morirme. Estuve tentada de no ir aquel día a clase y fingir que estaba enferma, aunque Caroline no se lo tragaría, pero me resigné y abandoné aquel plan. Me monté en el coche de Caroline y estuvimos hablando durante todo el trayecto y cualquier descanso sobre la fiesta. En el instituto, las cosas no estaban mucho mejor: la maldita fiesta era el centro de todas las conversaciones y a mí me estaban entrando náuseas de solo escucharlo. Grace tampoco parecía estar muy bien tampoco. Ambas compartíamos esa pequeña fobia a las fiestas y a relacionarnos con otra gente con la que sabíamos que no caeríamos bien.
Y allí estábamos, en la habitación de Caroline de nuevo, con nuestros trajes ya puestos y viendo cómo Caroline rebuscaba entre sus cajones accesorios que pudiera prestarnos. Me tiré del dobladillo del vestido y me comencé a arrepentirme de habérmelo comprado tan corto. Caroline lucía su vestido rojo de palabra de honor bastante ceñido y se había puesto un ostentoso collar a juego con el vestido; Grace, por el contrario, se había puesto su vestido azul celeste y, a modo de acto de rebeldía, se había puesto como calzado sus viejas Converse. En mi caso, había decidido decantarme por unas viejas manoletinas negras y me miraba el traje con expresión de duda. Quizá podría devolverlo y recuperar el dinero...
Cuando Caroline sentenció que ya estábamos listas, antes de echar una mirada crítica a las Converse de Grace, nos dirigimos hacia su coche y nos montamos.
El sonido del motor del coche de Caroline hizo que me diera cuenta, que fuera consciente, de que ya no había marcha atrás. Aquella era a la primera fiesta que asistía tras la muerte de mi padre y, era muy probable, que todo el mundo me mirara o cuchicheara sobre mí. Recé para que lo hicieran con disimulo, ya que no estaba muy segura de poder aguantar todo aquel chaparrón que me esperaba.
Grace tenía los labios fruncidos, como si estuviera esperando el momento adecuado para escupir. Me dediqué a mirar por la ventanilla durante todo el trayecto, comenzando a reconocer aquellas casas que pertenecían a todas las familias que tenían dinero allí en el pueblo.
La mansión de los Bruce se situaba cerca de las colinas, al lado del lago y era la casa más deseada y envidiada de los que vivíamos en el pueblo. Tenía un muelle al lago, donde los dos hermanos podían usar sus motos de agua o pescar. Muchas chicas del instituto hacían lo imposible para ir a esa casa y luego poder alardear delante de sus amigas.
A mí, por el contrario, me sentía bastante feliz con mi casa de dos plantas y un pequeño jardincito. No necesitaba grandes mansiones ni lujos, lo único que quería era que mi madre pudiera hacerse cargo de nosotros y volviera a la normalidad; no pedía que volviera a ser la misma madre, porque la muerte de mi padre había sido un duro golpe y difícil de superar, pero sí podría intentar hacer algo por nosotros. Estaba haciendo lo imposible para que nadie supiera la precaria situación en la que nos encontrábamos en aquellos momentos mis hermanos y yo y, al asistir a aquella fiesta, estaba saltándome mi promesa.
-Ah, ahí está -exclamó Caroline, señalando la imponente mansión.
Grace hizo un gesto bastante gracioso que Caroline no vio y yo sonreí. La explanada estaba llena de coches que debían valer una pequeña fortuna y Caroline soltó un resoplido al ver lo lleno que estaba eso. Consiguió aparcar su coche un poco más lejos de lo que había pensado y aquello pareció enfadarla enormemente.
Cuando nos apeamos del coche, Caroline dio un zapatazo en el suelo, como si fuera una niña pequeña que hubiera cogido un berrinche.
-¡Está lleno! -se quejó, mientras nos dirigíamos a la mansión.
-Es una fiesta, Caroline. Es normal que todo esté lleno de coches -replicó Grace, agarrándome por el brazo.
-Pero yo no pensaba que vendría tanta gente -gimoteó Caroline.
-Piensa en que estarán los Doce -le recordé, provocando que Caroline soltara un gritito entusiasmado y dara saltitos-. Y si están lo suficientemente borrachos... -dejé la frase en el aire y Grace esbozó una sonrisa mordaz.
En cuanto Caroline llamó al timbre, cogí aire y lo mantuve dentro de mi boca hasta que uno de los gemelos nos abrió la puerta con una sonrisa bobalicona y un enorme vaso de plástico en la mano. Nos evaluó con la mirada, deteniéndose en las tetas de Caroline y su sonrisa se le hizo mucho más amplia.
-¡Eh, tú eres Cara Tilman! -gritó, con un tono que delataba que estaba completamente borracho.
Caroline enrojeció cuando el chico se equivocó en su nombre.
-Es Caroline -lo corrigió, mientras pasábamos al interior y nuestros oídos eran víctimas de todo aquel jaleo que se había montado.
Grace se me aferró al brazo al oír tanta escandalera y yo intenté que mi cara se quedara en un gesto tranquilo, a pesar de tener unas ganas enormes de largarme de allí corriendo. Había gente por todos lados y vasos con bebidas alcohólicas en las manos de todos los invitados. Los invitados se movían al son de la música y muchos de ellos se daban el lote en cualquier lugar sin sentir la mínima vergüenza de ser vistos.
El gemelo (no sabía siquiera si era Thomas o John) nos guió hasta la enorme terraza que conectaba con el lago, donde había hogueras y allí la fiesta parecía ser más brutal que dentro de la casa.
-Es una pena que no llevéis bikini -comentó el gemelo- porque pensábamos hacer una competición de camisetas mojadas.
Mientras Caroline le dedicaba una encantadora sonrisa, Grace y yo nos miramos con susto. Conociendo a nuestra amiga, era capaz de quitarse el vestido para competir en quién llevaba mejor la camiseta mojada.
Como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, nos situamos cada una al lado de Caroline y entrelazamos nuestros brazos.
-¡Camisetas mojadas! -repitió Grace, con evidente desagrado-. Ahí es donde se demuestra que únicamente piensan con la parte inferior de su cuerpo en vez de con la cabeza.
-Por Dios, Grace, ¡cállate! -le espetó Caroline, intentando parecer enfadada. Sin embargo, no pudimos contener más la risa y estallamos a carcajadas mientras nos dirigíamos a una zona donde debía estar toda la reserva de alcohol de los Bruce.
Caroline se inclinó sobre la mesa, examinando minuciosamente cada vaso en busca de cualquier cosa que fuera fácil de digerir. Grace se había cruzado de brazos y miraba con el ceño fruncido a las chicas que parecían haberse desprendido de las partes superiores de sus vestuarios, mostrando sus atrevidos bikinis que, era muy seguro, provocarían a más de uno que tuviera que ponerse grandes cantidades de hielo.
Me acerqué a Grace mientras Caroline se encontraba en una batalla consigo misma sobre qué deberíamos beber y que no tuviera el suficiente alcohol para dejarnos K.O a la primera copa.
-Fíjate -me dijo Grace, sin mirarme-, ya están completamente borrachas. Alguno se aprovechará de ellas y, quizá con suerte, las deje embarazas. Entonces todo se transformará en un jodido desastre. Pero seguramente sus papis les salven el culo.
No podía estar más de acuerdo con ella. Todas las chicas (rubias que se habían sometido a innumerables retoques) que había allí tenían la vida solucionada; sus padres trabajaban duro, en algunos casos, para que sus hijas pudiera seguir con esa vida de lujos que tanto Grace y yo detestábamos. Ninguna de las dos nos sentíamos aquí a gusto.
Pero lo habíamos hecho por Caroline. Era nuestra amiga y teníamos que estar juntas en... en salvajadas como ésta.
-Tenemos que hacerlo, Grace. Por Caroline -repuse-. Un pequeño esfuerzo y nos largamos.
Unos brazos, seguramente los de Caroline, nos rodeó a ambas y nos pasó unos llamativos vasos. Tanto Grace como yo los olimos y tuvimos que apartarlos de golpe; aquello olía endemoniadamente mal. Como si hubieran decidido echar una botella entera de whisky.
-¿Se puede saber qué pretendes hacer con esto, Caroline? -preguntó Grace, torciendo el gesto y olisqueando de nuevo su vaso-. Dejarnos fuera de combate, diría.
Nos giramos para ver a nuestra amiga, que parecía encontrarse en su salsa. Miraba a todo el mundo con un extraño brillo en la mirada; como si aquel fuera su lugar y hubiera tardado mucho tiempo en darse cuenta. Sabíamos que Caroline había hecho lo que le pedimos (quedarnos en casa viendo películas y comiendo palomitas durante muchas noches) pero, estaba claro, que era todo aquello lo que realmente quería. No podíamos reprochárselo: ella pertenecía a ese mundo. Había hecho un gran sacrificio quedándose con «las dos frikis de sus amigas».
-No, no, no -respondió, moviendo la cabeza cada vez que articulaba «no»-. Esto es lo más flojo que he podido encontrar.
-Está claro que tienen un hígado mutante o algo por el estilo -comenté, después le di un pequeño traguito a mi bebida y comencé a toser cuando aquel líquido bajó por mi garganta, quemándomela-. ¡Esto es horrible!
-Os acostumbraréis, estoy segura -repuso nuestra amiga y alzó su vaso-. ¡Por una noche inolvidable!
Grace y yo alzamos nuestros vasos al unísono mientras Caroline vaciaba el suyo de golpe y después nos miraba, triunfal. Después, Grace me dirigió una mirada de «no puedo creerme que esté haciendo esto» e imitó a Caroline, dejando su vaso completamente vacío, pero sin toser.
Solamente faltaba yo. Y no quería hacerlo.
-Vamos, Mina, eres la única que falta -me animó Caroline.
Las miré a ambas, replanteándome si debía hacerlo o no. Grace me miraba con los ojos brillantes, e incluso sonreía. Recordé a Percy, las palabras que me había dirigido al llegar a casa y decirle que iba a acudir a esta fiesta.
Había tenido que dejar de lado todas estas cosas con la muerte de mi padre y mi hermano me había animado a que lo hiciera. Sabía lo mucho que sufría con todo aquello y que me había obcecado demasiado en ocultar al resto de vecinos y del mundo los problemas que teníamos.
Por una vez, creo que me merecía un pequeño descanso. Dejaría apartada a la Mina responsable, la Mina que se encargaba de sus hermanos pequeños y lidiaba con las tareas del hogar sola y me centraría en la Mina adolescente. En aquella chica que había sido y que aún quedaba algo dentro de mí. Aquella noche me olvidaría de mi familia y disfrutaría como una chica más.
Sonreí con ganas y, sin dejar de mirar a mis dos amigas, vacié el contenido del vaso en mi boca, dejando que esa extraña sensación de tranquilidad recorriera mis venas y me hiciera olvidar todos mis problemas.
En esa ocasión, no tosí.
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