🐺 Capítulo 7|Dolor.
CAPÍTULO 7= DOLOR.
Joaco:
La mañana se pasa súper rápido al estar con mi Firu, cada segundo con ella es placentero para mí, solo debo verla y pronto encuentro algo nuevo que no noté antes. Es como si jamás me cansara de verla, como si desde ya y para la eternidad estuviera destinado a distraerme con su belleza.
—Joaco— llamó y pestañé alejando mis ojos de su oscuro cabello y viendo esa boquita rosa que se mueve para mí.
—Quiero ducharme.
—¿Conmigo? — le pregunté no entendiendo.
Sabía que las parejas hacen muchas cosas juntas, ducharse quizás es una de ellas, pero nunca imaginé que iríamos tan rápido. Aunque no me quejo, supongo que lo más difícil fue convencerla de que me dejara enamorarla y ahora todo será fácil.
Sonriendo comencé a tirar de mi camiseta hacia arriba, pero me detuve tan pronto la vi cubrirse los ojos.
—¡No, no quiero ducharme contigo!— se espantó y en mi cabeza Trent rugió.
—No te vas a duchar con otro— le dije dejando caer la remera devuelta a su lugar y cruzándome de brazos, ella destapó un poco sus ojitos y al ver que estaba vestido se quitó las manos de la cara, pero la vi justo a tiempo, mi Firu rebelde me había rodado los ojos.
—Quiero darme una ducha yo sola.
Oh.
—Eso tiene más sentido— dijo Trent y estuve de acuerdo.
—En el baño hay toallas y te puedo prestar un boxer para que lo uses de short, también una remera— le ofrecí, más tarde la consentiría y la llevaría de compras, quizás mi linda Firu esté feliz de usar algo más de su estilo.
Ella asintió y se levantó dirigiéndose al baño y dejándome solo.
En cuanto cerró la puerta me apresuré a buscar la ropa más cómoda que tuviera en mi mueble, también los boxes más nuevos y las medias sin usar que sabía que en alguna parte tenía.
Tardé treinta minutos y al fin tenía todo, me distraje pensando en lo mucho que le gustaría a mi Firu tener ropa limpia, pero entonces sentí dolor en mi pecho y olí sangre.
Al principio no lo entendí, estaba confundido, la sangre jamás me atraía, pero está era diferente, me instaba a beberla, no obstante, un extraño dolor me atravesó las muñecas que rápidamente se me pusieron rojas con una gran línea ahuyentando así mi deseo.
Observé la puerta, Firu aún no volvía y mis muñecas se volvían cada vez más rojas. Agudicé mis oídos esforzándome para traspasar la insonora habitación y entonces lo oí.
El ruido de un corazón, uno que luchaba por latir, pero que se iba deteniendo.
Firu.
Corrí hacia el baño, mi dolor se agravó hasta que apenas pude alcanzar la puerta, intenté abrirla, gasté toda mi fuerza en ello. Grité su nombre y cuando no respondió cerré mis ojos y traté de conectarme con ese pequeño latido.
—Eve, ábreme, me estás asustando— pero no me respondió. —Firu, por favor— le pedí intentando acceder a su mente.
No hubo respuesta.
Mi lobo se agitó, el olor cada vez más intenso a sangre nos hizo descontrolar, poco a poco me fue consumiendo y con una fuerza desconocida hasta entonces golpeé la manija de la puerta rompiéndola y logrando entrar solo para ver rojo.
El lugar estaba lleno de sangre, en cada parte y por todos lados y allí estaba ella, desmayada sobre un enorme charco carmesí.
—¡Firu, qué hiciste! — la tomé en mis brazos y la atraje a mi pecho, las marcas en mis muñecas me impidieron levantarla, era como si yo hubiera perdido toda mi sangre y de repente todo tuvo sentido.
Mi Firu...ella se había cortado las muñecas.
—¡Mamá, papá!— la desesperación y el miedo se hicieron cargo de mí y grité, no una sino tantas veces hasta que ellos llegaron y aún así no me detuve y continué gritando. Por un médico, por un milagro y hasta a la diosa Luna para que no deje que Firu me abandone.
Pronto me quedé sin voz, pero no me rendí, ella necesitaba ayuda, Firu se había cortado por mi culpa y debía salvarla, debía ayudar a mi mate, debía cuidarla, protegerla, ese era mi deber...y no lo había hecho.
Lágrimas de sangre escurrieron por mis ojos cubriendo mi vista, ya no pude verla, Trent aulló en mi cabeza, su propia forma de pedir ayuda, de intentar salvar a la dueña de nuestro corazón.
Pronto todo se sintió inútil, el dolor me atravesó con fuerza, sentí que el aire abandonaba mis pulmones y cuando me tomaron del rostro y me hablaron, todo empeoró.
—Mírame— pidieron, pero no los escuché —Joaquin, mírame— sentí el poder de papá intentando influenciarme, intentando hacerme reaccionar, pero él no pudo y solo cuando escuché a mamá logré volver a respirar.
—Ella va a estar bien, Joaco.
Sentí que me la quitaban, que me separaban del amor de mi vida y me aferré a ella, luché para tenerla cerca, para cuidarla, pero me arrastraron fuera y solo me soltaron cuando estuve en el pasillo lejos de ella.
—¡Déjame entrar, quiero estar con ella!— le grité a la persona que me tenía atrapado.
Trent se removió listo para tomar el control y atacarle, mi lobo estaba igual de desesperado que yo, pero entonces un mechón rubio cayó sobre nuestra frente y dijeron:
—Hijo, el doctor dijo que salgamos, si estás con ella no dejarás que la curen por los celos, solo por esta vez deja que otro la cuide.
Papá, era papá. No lo podía ver, las lágrimas no lo permitían, pero su voz, gracias a ella no me abalancé y ataqué.
No me importaba que me vieran así o los estúpidos celos, solo quería estar con ella, quería tenerla en mis brazos y escuchar su hermosa voz llena de sarcasmo, sonreír cuando me pusiera los ojos en blanco o jugar a destrabar su trasero de la ventana.
—Ella tiene que estar bien, no se puede ir, no nos puede dejar— mi lobo lloraba, al igual yo.
—Todo va a salir bien cachorrito, tu mate es fuerte— me dijo mi mamá, pero el llanto de Trent me hizo dudar.
—¿Cómo estás tan segura? ¿Y si se muere? No puedo vivir con eso, no puedo— caí de rodillas al piso incapaz de sostenerme. Teníamos poco tiempo de conocernos, pero ella lo era todo, ella en tan solo unos días se había vuelto la dueña de mi corazón y sin ella yo ya no podría sostenerme. Si ella se iba, yo también lo haría, abandonaría con gusto este mundo sabiendo que en el más allá estaríamos juntos.
Apoyé mi cabeza en la puerta de la habitación y cerré mis ojos, mis oídos se agudizaron y oyeron el lento latido de su corazón que luchaba por sobrevivir, por respirar una bocanada más de aire.
—Eso no sucederá, ella va a estar bien— dijeron. No sé a quien le pertenecia la voz, apenas la había escuchado, pero seguido de eso sentí varios brazos a mi alrededor.
Mis padres y mis hermanas me estaban abrazando, no tenía idea de que las gemelas habían llegado, pero les correspondí al abrazo y me dejé rodear por ellos. Mi familia.
—Ella va a estar bien— murmuraron mis hermanas como si decirlo una vez más cambiaría el destino, pero todos sabíamos que no era así.
La diosa se encarga de nuestras vidas, ella nos tiene en sus manos, ella me dió a Firu y ella puede quitármela, decir que Firu va a estar bien no cambiará el plan que la diosa tuvo para nosotros.
—Mamá, ve con ella, por favor— pedí luego de un momento.
—Hijo, el doctor dijo...
— Por favor, si yo no puedo entrar, ve tú.
Ella besó mi frente y alzó mi cabeza obligándome a verla.
—Okey amor, en cuanto esté mejor te diré, pero dentro de un ratito dejarás que tu padre te alimente y no decaerás, prometelo.
—Lo prometo.
No lo hice por mí, lo hice por Firu, si a mí también me pasa algo, ella no tendrá a nadie cuando despierte.
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