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🐺Capítulo 2|Firulais trucha.


CAPÍTULO DOS=FIRULAIS TRUCHA.

Llegué a creer que pasarían horas, quizás días hasta que mi Firu dejase de llorar o hasta que su cuerpo colapsara sin fuerzas. Y eso me dolía.

Detestaba que derramase lágrimas y a la vez me fascinaba como mi instinto de protección sobre ella se volvía más fuerte a cada segundo que pasaba. Era tan instenso que quería acurrarla a mi pecho, abrazarla, mimarla y secar una a una sus lágrimas. Incluso por momentos odiaba a los humanos por causarle tanto sufrimiento, pero otra parte de mí la entendía. Esos humanos eran sus amigos y ella los quería, aunque esperaba muy dentro de mí que ella me quisiera más a mí. Era un sentimiento egoísta, apenas la conocía, pero no podía evitar sentirme de esa manera.

Y tras algunas horas, mucho después cuando mis brazos ya estaban dormidos, pero antes de que volviera a abrir la boca y meter la pata por segunda vez en el día, ella dejó de llorar y utilizó el último de los pañuelos.

Esa parte egoísta de mí se alegró. Mi Firu había dejado de llorar.

—¿Ya estás mejor? — susurré, no quería sonar inquieto así que opté por hablarle bajito, con calma y a la vez cariñoso, pero aún así sonreí cuando lentamente asintió. —Muy bien, Firulais, vamos. Tenemos que comer.

Ella se secó las lágrimas y tiré de su mano hacia las escaleras.

—Tengo que llamar a mis padres— dijo al pisar el primer escalón y me detuve. Ella chocó contra mi espalda.

Ups.

—¿Tienes familia? — volteé a verla, sus ojos estaban hinchados, sus labios le temblaban, parecía que quería llorar, pero no lo hizo y movió de arriba a bajo la cabeza.
—Firulais trucha— murmuré y ella rio.

Esa sonrisa. Por la diosa.
Es tan hermosa...pero si tiene familia, significa que se irá con ellos y me dejará.

—Tu...— comencé a decir, pero no tenía palabras, no quería que se marchase, apenas la conozco y solo he visto sus lágrimas, no quiero que nuestro único recuerdo sea ella llorando.

Piensa Joaco, piensa. — me dije a mí mismo y una idea se me ocurrió, pero era peligrosa y sabía que la lastimaría. Aunque si se la decía ella tendría que quedarse, luego podría reparar sus daños, podría cuidarla, yo me encargaría de sanar su dolor. El riesgo valía la pena.

—Tu familia también murió...todos ellos.

No podía dejarla ir.

—¡¿Qué?!—sus ojos se volvieron a poner llorosos.

Ay, no.

—¡No llores, te adoptaré Firu!— me apresuré a decir, pero ella ya estaba volviendo a mi habitación mientras lloraba.

¿Y ahora qué hago?

Mi panza sonó, llevaba gruñendo dos horas. El resto de mi cuerpo también dolía, mis músculos estaban contracturados. No estaban acostumbrados a mantener la misma posición por tantas horas, pero mi estómago volvió a gruñir y tomé una decisión.

Me dirigí en la dirección contraria a ella, fui por el pasillo y bajé las escaleras pensando que ella estaría igual de hambrienta y contracturada que yo.

Tomé toda la comida que encontré y subí las escaleras con una bandeja llena de las mejores carnes y algunas bebidas.

Cuando entré en mi dormitorio la vi aún llorando abrazada a mis almohadas. Tomé asiento a su lado y le piqué el hombro.

—Debes comer, luego puedes llorar—le dije y acaricié su pelo.

Es tan linda...

—¡Y tu eres un insensible!— me gritó Trent haciéndome doler la cabeza.
—¿Qué pasaría si mamá se muriera, eh? —me preguntó y un nudo se formó en mi garganta.

Tienes razón, que idiotale dije e hice lo único que se me ocurría para pedirle perdón a mi amor.

Dejé la bandeja en los pies de la cama y tomé a mi Firu en brazos, la acuné contra mi pecho y repartí besos por su frente y su cabello.

Quizás mis besos la recomforten.

—¡¡Déjame!! —me gritó llorando y luchó para apartarse de mí.

—Yo solo queria ayudar— le expliqué alzando mis manos para que estuvieran al alcance de su vista. Yo no quería luchar con ella.

—¡Pervertido!— me gritó y me dolió,  pero también me hizo gracia ¿Está mal querer recomfortar a mi Firu?¿Las Firu de todo el mundo piensan así?

—Solo estaba besando tu frente —traté de no quejarme y fallé.

—Hijo— golpearon la puerta y me giré. Mamá estaba junto a la puerta, ella miraba a Firu con lástima y yo la miré a ella con sorpresa. Normalmente oigo cuando alguien se acerca, pero esta vez ni siquiera lo noté. Firu provocaba grandes cambios en mí. Ahora entendía que mientras ella estuviera en mi vida el resto del mundo dejaría de existir.
—Hablemos— indicó mamá y la seguí hasta el pasillo donde Firu no podría escucharnos.

—Ella es humana, Joaco, no puedes besarla y esperar que te corresponda. Ella no te conoce y en su mundo no es normal que un extraño la bese—me explicó, pero eso no tuvo ningún sentido para mí. Soy un lobo, también un vampiro, besamos a nuestras mates, apreciamos a nuestras compañeras y besar es solo el comienzo de esa demostración.

—¿Entonces cómo puedo hacer para tenerla?

¿Firu se sentiría atraída si le enseño mi masculinidad? Ya no es normal entre los lobos, hay muchas otras formas de apareamiento y esa es bastante arcaica, pero quién sabe, Firu quizás lo aprecie y mi tamaño hará que ella me considere digno de su amor.

O tal vez le gustaría verme cazar ¿Ella apreciaría que le traiga la bestia más grande del bosque? Sigue siendo arcaico, los machos ya no cazan ya que la comida no escasea, pero tal vez ella me acepte al ver que seré capaz de alimentarla a ella y a nuestros futuros cachorros.

Solo espero que no sea un oso, no podría yo solo contra un oso ¿En su mundo las ardillas serán animales temidos? Si es así le traeré todas las que encuentre. A ella nunca le faltarán ardillas en la cena.

—Enamórala.

Pestañé volviendo a la realidad donde mamá me miraba con el ceño fruncido.

¿Enamorarla? ¿Qué significa eso?

—Esto no es justo ¿Cómo se supone que haga eso? Ningún lobo a tenido que enamorar a su mate, mamá.

Ella guardó silencio unos momentos y luego sonrió.

—Entonces debes dar el buen ejemplo y ser el primero. Eres un príncipe,  recuérdalo y luego hazla tu princesa.

Pero ella ya es mi princesa. Aunque no estoy seguro de saber cómo enamorarla

—Espero que Firulais no me lo haga muy dificil, no sé como enamorar a una mujer—di media vuelta para regresar con ella, pero mamá puso su mano en mi hombro impidiéndome ir a su encuentro.

—¿Se llama Firulais? —preguntó, sus ojos ampliándose con horror.

—No, se llama Evelin, pero Firulais le queda mejor. Es una cachorra que no tiene familia— le expliqué y sentí una punzada de dolor en la parte trasera de mi cabeza. Mamá había jalado de mi cabello, se movió tan rápido que no lo noté, pero sí lo sentí. —¡Auch!

—¡No puedes decirle eso!

—¡Pero si es verdad! —me quejé y retrocedí cuando gruñó.

—Hijo, no puedes decirle así. No cuando tu hasta hace dos años también eras un cachorro— me recordó y negué.

¿Otra vez?

—Mamá— llamé intentando ser paciente, pero sin lograrlo pues sentía una molestia en mis pies que me indicaba que ya había pasado mucho tiempo lejos de mi compañera y que debía regresar cuanto antes —Hace años que no soy un cachorro, ya tengo diecinueve ¿Sí?

No le gustó, su puchero lo dijo todo. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Para mi lo sigues siendo—tiró de mis mejillas y cargó de besos mi cara.

Ahora tenía besos hasta para el siguiente siglo.

—¡Para mamá! — me restregué las mejillas y la miré a los ojos. —Te prometo que haré todo lo que esté en mis manos para que Firu se enamore de mi, pero no me beses frente a ella ¿Sí? Es vergonzoso y le hará creer que soy un niñito.

Ella me sonrió y despeinó mi pelo.

—Bien. No te daré besos frente a ella, ahora ve a enamorarla.

Se dio la vuelta y yo regresé a la habitación determinado a enamorarla, pero Firu no estaba.

—¡Firulais!—grité. La busqué debajo de la cama y dentro del mueble, también detrás del escritorio, pero no había señales de ella, incluso la comida permanecía intacta.

¡Ve a buscarla! ¡No la dejes escapar!— Trent tomó el control, juntos bajamos las escaleras y la vi.

Mi corazón dio un vuelco y quise llorar.

Ella estaba en el piso abrazándose la pierna al pecho. Olí sangre, su sangre y lo supe. Mi compañera había caído.

—Firu— me apresuré a alcanzarla. —Si vas a correr por las escaleras debes asegurarte de no caer—la sermoneé y la tomé en brazos.

Ella refunfuñó e intentó bajarse, pero no pudo. Mi fuerza era superior a la suya y con su pierna lastimaba no logró ir a ninguna parte más que allí donde pertenecía.

En el calor de mi brazos.

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