🐺Capítulo 18|Gato.
CAPÍTULO 18=Gato.
Evelin:
Durante tres días miré la televisión, dormí largas siestas y contemplé el atardecer cuando ya no encontré nada más que hacer.
Me aburrí hasta el punto que limpié casi toda la casa y luego me puse a leer el único libro que encontré a la vista.
Era de historia antigua, describía la creación de una civilización de la que jamás había oído y que perdió todo mi interés a tan solo media hora de haberlo empezado.
No es que no fuera interesante, pero estaba escrito con palabras difíciles y aunque fui a la mejor escuela del país, los libros nunca fueron lo mío y los mangas que leí cada día antes de llegar aquí no contaban, porque podía pasarme la vida entera leyendo mangas, de todas era mi actividad favorita, pero estaban escritos con un lenguaje fácil a diferencia del tocho que era este libro.
Cuando llegó el cuarto día me encontré en las noticias como una de los siete adolescentes desaparecidos, también vi a los padres de mis amigos, los vi llorar y como no pude soportarlo apagué la televisión. Traté de encontrar algo nuevo que hacer, algo que me impiera pensar que mis padres no estaban frente a las cámaras, que no estaban buscándome, porque según las palabras de Joaco ellos ya no eran parte de este mundo.
No es que nos llevásemos bien, ellos no me querían, me adoptaron porque recoger a una niña de un orfanato ayudaría a endulzar su imagen y la de su empresa, pero aún así una parte de mí esperaba que estuvieran vivos y se esforzaran junto a los padres de los otros chicos, pidiendo a la gente que de información de mi paradero, pidiéndome que vuelva, preocupándose aunque fuera de la más mínima forma por mi.
Era estúpido de mi parte querer eso, pero no podía evitarlo.
Sorbí por la nariz, conteniendo las lágrimas que ellos no se merecían y recorrí la casa hasta pararme frente a la puerta.
Solo se me ocurría una forma de dejar de pensar en ellos y era ir con él.
Joaco estaría en el bosque ¿Quizás extrañándome? Me hizo sentir que era especial, que me quería y yo necesitaba estar con él.
Aún tenía muchas preguntas que hacerle. Me daba curiosidad verlo como un lobo, saber si podía aullar, si excavaba en la tierra como un perro, si le gustaba perseguirse la cola. O hacerle preguntas no tan inocentes como a qué se refería exactamente con que quería aparearse conmigo.
¿Quería decir que deseaba tener sexo conmigo como humano o realmente aparearse era con él siendo un lobo?
Me sentía asqueada y curiosa respecto a eso, también tenía miedo. Si era tan fuerte como afirmaba ser, entonces yo no tenía oportunidad de salir viva de este bosque.
Esa era la razón por la que no debería estar considerando ir al bosque en este momento, pero aún así no logré apartar la mirada de la puerta.
Me la quedé viendo por un rato y luego, en algún momento fui al sofá y me quedé dormida solo para despertarme y ver que era un nuevo día, que el padre de Joaco había salido de la habitación y se encontraba en la cocina saqueando la heladera mientras me hablaba.
—¿Crees que a ella le gustará? — preguntó, tenía mucha comida en una bandeja y estaba agregando más.
—¿Qué? — pregunté desconcertada tratando de despejarme el sueño y viendo la cantidad de carne cruda que estaba poniendo en un plato.
—Sabes que ella es mi alfa, si intentara hacerle eso...— se quedó callado y estuve a punto de preguntarle a quién se refería, pero siguió hablando y yo recordé lo que Joaco había dicho sobre su padre "Si lo ves tal vez creas que te habla a ti, pero en realidad está hablando con su lobo" —No, no le va a encantar y la última vez que te hice caso durante la semana de celo tuve que suplicarle que saliera de debajo de la cama. Y luego no me miró por una semana, estaba muerta de vergüenza, así que no, no le haré esas cochinadas, Latte.
Latte ¿Así se llama su propia voz en la cabeza?
Que raro.
—No me importa que a ti y a Coffie les guste jugar, estamos hablando de Tai y a ella no le gustan esas cosas raras.
—¿Quién es Coffie? — pregunté porque era el único nombre dentro de su conversación a quien no conocía, pero entonces sentí dolor en mi estómago y me olvidé de mi pregunta mientras llevaba ambas manos a la zona donde sentí el pinchazo.
—¿Evelin estás bien? — Luck dejó la bandeja sobre la mesa y se me acercó.
Moví la cabeza asintiendo, pero el dolor regresó abrumándone y oí algo romperse.
—¡Evelin!— Luck estuvo junto a mí en un pestañeo, me sobresalté y retrocedí, asustada, pero sentí que el aire comenzaba a faltarme y tuve que sostenerme de él para no caerme del sofá. —Estas sangrando— murmuró e hice una mueca, avergonzada porque todos en esta casa supieran que mi periodo había llegado. —No te asustes, recuéstate, iré por Joaco y todo estará bien. — me ayudó a acostarme y luego se tranformó en una bestia gigante de cuatro patas.
Sentí que me iba a desmayar. Un momento era un hombre y al siguiente...
—¡Ah!— el grito salió de mis labios, seguido por un aullido que no reconocí cuando vi la sangre que me empapaba la ropa.
Estaba sangrando, aunque no encontraba la fuente.
Sentí algo quebrarse dentro de mí, el dolor oscureció mi visión y una vez más allí estaba el aullido, aunque esta vez lastimó mis oídos.
Sollocé y me retorcí girando sobre mi estómago.
Más dolor llegó desde todas mis extremidades, la visión se iba y volvía, pero los aullidos se quedaron al igual los huesos que continuaron quebrándose en mi interior.
—¡Evelin!— la mamá de Joaco se oía demasiado lejos a causa de los aullidos.
Ella me volteó sobre mi espalda y yo vi a la sala dar vueltas.
—¿Qué...me sucede? — tosí sangre y grité, no, aullé cuando mis manos se quebraron, cuando mis piernas se partieron, cuando mi propio cuello crujió y algo rasgó mi cabeza.
—Te estás transformando — su sollozo me trajo a la realidad por un instante. Me hizo olvidar del dolor pues nunca vi a nadie llorar por mí y aún así ella lo estaba haciendo, a pesar de que no me conocía. —No te preocupes, Luck encontrará a Joaco y lo traerá. Él te ayudará con la transición, solo debes resistir— me pidió, pero por alguna razón supe que eso no era verdad.
Porque Joaco no estaba bien.
Algo le había pasado, no sabía lo que era, tampoco comprendía como es que yo lo sabía, pero lo sabía dentro de mi pecho y se encontraba muy malherido.
Quise ayudarlo, ir con él, no obstante solo logré que su madre me atrapara cuando casi caigo del sofá.
—No te muevas, transformarte puede llevar su tiempo.
Sus palabras me relajaron, prometían que todo iba bien y mientras mi visión se oscurecía quise creerlo, así que me dejé llevar y el resto de mis huesos se rompieron, pero yo ya no estaba despierta para aullar.
. . .
—Todo estará bien, Firu. Relájate, yo te cuido— reconocí la voz de Joaco y sentí sus caricias en mi cabello, también más partes de mí rompiéndose, aunque por alguna razón ya no dolía. Hacía calor y las lágrimas que resbalaban desde mis ojos eran un alivio, aunque uno pequeño frente a la ola de lava que me quemaba por dentro. —No te preocupes, en cuanto cambies todo acabará y podremos correr, jugaremos e incluso voy a entrenarte para que nunca nadie te haga daño...claro que voy a estar allí para protegerte, pero aún así necesitas aprender a cuidar de ti misma, aunque probablemente nunca deje que pongas a prueba tus habilidades de lucha, pero lo pasaremos bien entrenando.
Oí un ronroneo el cual retumbó en mi pecho y me pregunté si Joaco tenía un gato acostado contra mí.
—Hijo, deja de que te cure— llamó otra voz y ahí estaba una vez más ese ronroneo. —¿Ves? Ella quiere que te cure.
—Mamá, estoy bien, pero si me alejas de ella no lo estaré, ni siquiera si solo es por unos minutos.
El gato gruñó y se oyeron risitas.
—Creo que ya sabemos quién mandará en tu relación — murmuró una tercera voz que reconocí como la de una de las gemelas y el gato volvió a ronronear.
—Entonces bebe sangre, te hará bien— volvió a hablar la segunda voz, la que ahora sabía que le pertenecía a su mamá.
—No tengo hambre.
Y el gato volvió a gruñir.
—Firu duerme, necesitas descansar.
El gato gruñó y yo me volví a sumir en la oscuridad.
. . .
Había una telaaraña colgando del techo. Aunque yo juraría que ayer limpié toda la casa.
Miré a mi alrededor y refunfuñé, aunque la casa no era mía, al ver que alguien había desacomodado las sillas y ahora ninguna tenía simetría.
Y ¿Qué es ese olor asqueroso?
Me levanté del sofá, arrugando la nariz y siguiendo el rastro hasta la heladera. El olor asqueroso contaminaba toda la casa y era tan fuerte que mi cabeza comenzaba a doler.
El gato gruñó en acuerdo conmigo y supe que nos llevaríamos bien, aunque al ver a mi alrededor no lo encontré por ninguna parte.
Tal vez salió corriendo lejos del olor.
Suertudo.
Abrí la heladera y olisqueé hasta dar con la fuente del olor.
Era esa jarra con líquido rojo que a la familia de Joaco tanto le gustaba.
Su aroma era intenso y por alguna razón me recordaba a la muerte, aunque no estaba segura de cómo sabía yo a que olía la muerte, pero eso era con lo único que se me ocurría compararlo.
La saqué y me la llevé a la cocina, si lo que sea que es este líquido huele así entonces está podrido y hay que tirarlo.
Abrí las llaves del agua y la tiré por la cañería.
Más tarde todos en esta casa me agradecerían.
Sintiéndome más aliviada ahora que ese olor había desaparecido fui a la mesa y acomodé las sillas, luego salté lo más alto que pude y bajé la telaraña y como aún había mucho que hacer pues todo parecía estar chueco comencé a arreglarlo.
Los cuadros, el televisor, los sillones.
¿Es que acaso había pasado un tornado y no lo noté?
—¿Firu? — llamaron detrás de mí y el gato ronroneó.
Ya sé quién es su favorito.
Puse los ojos en blanco y volteé, Joaco estaba en el sofá limpiándose los ojos con la mano.
—¿Haz estado ahí todo el tiempo? — le pregunté y el gato volvió a ronronear al mismo tiempo que un olor a copo de azúcar llegaba hasta nosotros desde alguna parte.
—Pasé la noche aquí, sí, no quería dejarte sola— me dijo, pero yo ya no le presté atención. Comencé a seguir el rico aroma a copo de azúcar el cual me llevó escaleras arriba donde una vez más todo estaba chueco y con tierra.
No lo comprendía ¿Cuánto había dormido?
Se necesitaría una semana completa para que toda esta tierra ocupara la casa.
Sacudiendo la cabeza seguí al delicioso aroma que me llevó al dormitorio de Joaco, a su cama y luego me hizo dar la vuelta y regresar escaleras abajo.
Lo perseguí hasta el baño, luego por la cocina.
—¿Firu qué haces?— preguntó Joaco y sentí su mirada sobre mí.
—Calla, estoy buscando el copo de azúcar— le dije y el gato gruñó.
Amaría a esa cosita en cuanto la encontrara, se sentía bien tener a alguien gruñendo en mi defensa.
—Aquí no hay copos de azúcar. Son demasiado dulces para los lobos.
—Silencio, necesito concentrarme. Sé que hay uno en alguna parte de la casa— le expliqué y giré alrededor de la cocina, luego volví a la heladera y finalmente me paré frente a Joaco cuyos ojos estaban dorados y me veía con adoración.
—Eres tan hermosa...
—Correte— lo tomé del brazo y lo eché fuera del sofá. El copo de azúcar estaba en el sofá, lo sabía, pero ¿Por qué no lo encontraba?
—¡Auch! Firu, ten cuidado ahora eres más fuerte que yo— se quejó y de reojo vi que lo había arrojado al suelo.
El gato maulló y yo rodé los ojos.
—Te lo mereces por ponerte en mi camino, Quiu Quiu— le avisé y saqué los almohadones, levanté el sofá e incluso revisé detrás de él. —¿Dónde está? — pregunté y el gato gruñó mientras una vez más el copo de azúcar nos llevaba a donde Joaco estaba.
Enojada, lo tomé del brazo, lo levanté y lo giré para verle el culo.
—¡Si te sentaste arriba del copo de azúcar voy a matarte y luego te...— comencé a amenazarlo, pero una vez más lo di vuelta y me paré de puntitas.
Olí su cuello y el gato ronroneó.
Me acerqué a su boca y jadeé.
—¡Te comiste el copo de azúcar! — le grité y él se empezó a reír. —¡Demasiado dulce las pelotas! ¡Sos un angurriento, pudiste dejarme un poco!— lo reté, pero él se siguió riendo y me levantó en brazos. —¡Bájame!— le grité, pero no lo hizo y me llevó al sofá, se sentó y me colocó encima de su regazo.
—¡Angurriento! ¡Goloso!
—Firu no hay tal cosa como un copo de azúcar, me estás oliendo.
—Sí, claro, tú eres el copo de azúcar.
El gato gruñó y yo me crucé de brazos.
—Ajá, sí. — me sonrió y revoloteó sus largas pestañas. —¿Te gusta?
—No, eres un angurriento— me quejé y traté de bajarme, pero él reafirmó sus manos sobre mis caderas y por alguna razón yo me arqueé.
—¿Quieres aparearte, no?
Quise golpearlo ¿Cómo se le ocurría decirme eso? Pero el gato ronroneó y yo me encontré asintiendo.
—No podemos, Firu aún no te haz transformado del todo.
El gato gruñó y yo estuve de acuerdo con él.
—No sé de qué hablas, solo quiero...— no sabía lo que quería excepto que me sentía bien donde estaba, aunque significara aceptar que Joaco era cómodo debajo de mí.
—¿Aparearte? — sugirió y lo golpeé en el hombro, pero una vez más me encontré asintiendo. —Bien, tal vez pueda ayudarte, pero no sé hacerlo. Lo vi de una pareja por accidente cuando papá me traía en brazos hasta aquí, así que no te molestes si lo hago mal— me pidió y dejé que me recostara en el sofá, me tensé por un momento cuando llevó sus manos a mis pantalones, no obstante cuando el aroma a copo de azúcar me rodeó de la misma forma que él al estar encima mío me relajé y simplemente observé como desabrochaba y mas tarde quitaba mi pantalón.
Sonrió al ver mi ropa interior y luego la quitó volviéndola escasos retazos de tela inservible.
Me miro, solo un instante enseñándome que sus ojos ya no estaban celestes sino dorados y entonces bajó la cabeza.
Me pregunté que haría, también por qué olía como a un copo de nieve.
—Angurriento— me quejé y él se volvió a reír y presionó un beso sobre mi pelvis. —Joaco...
—Shh, mi familia está en la casa— me advirtió y me dio más besos. —Separa las piernas, Firu— ordenó, aunque ya lo estaba haciendo él mismo.
Me sentí avergonzada porque era la segunda vez que alguien me veía allí abajo y la primera en que tenía a alguien con la boca tan cerca de mi sensibilidad.
—¿Ya lo haz hecho? — preguntó y uno de sus dedos comenzó a estimular mi clítoris mientras sus labios continuaban dejando besos en mi vulva. —No puedo olerlo, si hubieses nacido como loba los olores se prenderían de ti y lo sabría, pero no tengo idea a menos que me digas.
—Solo una vez— susurré y vi como se tensaba.
—¿Ya te haz apareado? — levantó la cabeza. Reconocí en sus ojos pequeños brillos rojos y me pregunté cómo no había notado antes lo evidente que era su falta de humanidad.
—Solo una vez— repetí y él bajó la mirada, no supe si estaba pensando o viendo mis partes, pero cuando quise cerrar las piernas él me atrapó la rodilla y lo impidió.
—Es extraño— murmuró.
—¿Qué?
—Dices haberte apareado, pero hueles como una virgen, Firu— ronroneó y presionó sus labios justo allí, sobre mi clítoris, donde antes estaba su dedo. —Y aunque no lo seas, me estás volviendo loco.
Me dio más besos y jugó con sus dedos.
—¿Está bien así? — dejó un beso en mi vientre y luego otros más entre mis piernas.
—Usa tu lengua— lo instruí aunque nunca lo había hecho, pero sabía como era.
—¿Mi lengua?
—Sí, puedes jugar con ella.
Él levantó muy alto las cejas, sorprendido como si nunca se le hubiera ocurrido usar su lengua.
—¿Y eso te gustará?
—Eso creo, sí.
—Bien, desde ahora usaré mi lengua cada día contigo, Firu, no creo que me guste, porque ya sabes, tu orinas por aquí, pero haré mi mejor esfuerzo para hacerte feliz— sacó la lengua y lamió desde mi raja hasta mi clítoris y juro que ronroneó tan fuerte que pude sentirlo en mi piel. Me arqueé, cerré mis ojos y me sobresalté cuando gritó:
—¡Olvida todo lo que acabo de decir!¡Esto me encanta y no importa que por aquí orines!¡Sabes tan bien que ni siquiera pensaré en eso!
—¡No digas esas cosas!— le tiré del pelo y me bajé del sofá, me apresuré a ponerme la ropa, excepto mis bragas que estaban destruidas y me senté en el sofá encendiendo la televisión.
—Firu, pero dijiste que querías aparearte— presionó su cabeza sobre mi hombro y lo aparté.
—Tu madre está bajando— le susurré.
—No es cierto, si lo hiciera yo la habría oído, está durmiendo...
—¡Ni se te ocurra aparearte Joaquín Lumen Strike! — gritó la mamá de Joaco a sus espaldas y él saltó del susto.
Yo me reí por lo bajo y fingí ver la televisión.
—Vengan los dos, vamos a hablar— nos ordenó ella, me apagó la televisión y me señaló la cocina y los bancos en la isla. —Siéntense— nos ordenó y obedecí. Ella comenzó a hablar, aunque yo me desconcentré sintiendo su aroma y haciendo una mueca.
Olía a Luck, el aroma estaba impregnado en cada parte de ella.
—Firu, mamá te hizo una pregunta— me codeó Joaco y yo alcé la mirada, pero no la dejé preguntar, sino que yo hice mi propia pregunta.
—¿Es un niño o una niña? — cerré mis ojos y el gato maulló —¿Y por qué me está gruñendo? ¿No se supone que aún no nace?
La mamá de Joaco se me quedó viendo con la boca abierta y al girar vi que Joaco también.
—Firu, mamá no está embarazada— me dijo y yo miré de él a su madre e hice una mueca.
—Lo siento ¿Aun no querían decirle a ellos? No fue mi intención, pero me está gruñendo y yo no le hice nada. — murmuré sintiéndome culpable y enojada a la vez.
Y entonces caí en la cuenta de que acababa de saber que ella estaba embarazada cuando ni siquiera se le notaba. También sabía que el o la bebé no me quería.
¿Cómo rayos supe yo eso?
—Joaco ¿Qué está pasando?¿Cómo sé yo estas cosas? — temblé comenzando a asustarme y él colocó su mano sobre la mía.
—Ayer te transformaste, Firu.
¿Transformarme?
—¿Transformarme en qué?
—En una loba...aunque no del todo. Solo te salieron orejas y una cola.
—¡¿Qué?! —Salté fuera de mi asiento.
—¡Pero no te asustes! ¡Cuando Latte y yo vayamos con la diosa Luna y te consigamos una compañera interna entonces seras una loba por completo! Ven — trató de tocarme y yo me alejé.
—No soy una loba, Joaco. — retrocedí hacia la puerta.
—Aún no, pero pronto. A menos que quieras quedarte así...no me molestaría— aseguró sonriéndome queriéndome dar seguridad, pero más que eso me hizo asustar y corrí al baño a verme al espejo.
Había alguien allí, podía oír la ducha y su voz cuando el padre de Joaco gritó:
—¡Está ocupado!
Agradecí mucho a la cortina que impedía vernos, pero grité al ver mi reglejo en el espejo.
Esa no soy yo.
Esa no soy yo.
—Firu, ven— Joaco me sacó del baño y cerró la puerta. —Está bien, respira, yo también tenía solo orejitas la primera vez que me transformé.
—Soy una humana, no soy una loba— murmuré para mí, intentando olvidar que mi cara ahora tenía dos orejas punteagudas y peludas y que de mi trasero salía una cola marrón chocolate.
—Nosotros también pensamos lo mismo, pero el abuelo dice que tal vez un antepasado tuyo era un lobo. Dijiste que eres adoptada así que tiene sentido ¿No estás feliz? Ya no morirás y pasaremos el resto de la eternidad juntos. Más tarde veremos al abuelo y él te lo explicará todo.
La eternidad.
Una loba.
Orejas y cola.
¿Cómo no la noté cuando me puse el pantalón?
El gato maulló y yo estuve de acuerdo. También quería llorar.
—No, Firu, no hagas ese ruidito, esto es bueno— me acarició la mejilla. —Vamos a estar juntos.
—¿Dónde está el gato? Necesito acariciarlo — miré los pasillos, pero estos estaban vacíos.
—¿Un gato? Firu, los lobos no tenemos gatos, sería muy fácil jugar a perseguirlo.
—¿Y de dónde viene ese maullido?
—¿De ti? Pero no te preocupes, podrás hacer ruiditos siempre que quieras, es normal, a veces ronroneamos, otras gruñimos y en ocasiones maullla...
Corrí.
—¡Firu!— pasé por su lado y me dirigí hacia la puerta, luego me adentré en el bosque. Tenía miedo, pero no quise parar.
Debía alejarme de este lugar.
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