C9: Eurus
Tan pronto como salí del castillo, un torbellino de pensamientos invadió mi mente. Mi lado racional me gritaba que debía regresar, que debía dejar a esa chica y poner fin a mi extraña curiosidad por ella. Pero mi lobo... Mi lobo insistía en quedarse afuera, incluso si era a cierta distancia. No podía evitar sentir la necesidad de observarla, de seguirla, de entender qué era lo que me atraía de ella.
La alfa hablaba con algunas personas de su manada. Estuvo allí solo unos segundos, pero esos pocos instantes fueron suficientes para que mi lobo quisiera seguirla. Aunque deseaba ir tras ella, logré reprimir ese impulso. Me quedé allí, quieta, observando en silencio, hasta que uno de los miembros con los que estaba conversando la alfa se acercó a mí.
-Princesa, por favor acompáñame. La llevaré a su habitación -me dijo con un tono respetuoso, y, sin oponer resistencia, asentí y me dejé guiar.
La habitación en la que me ubicaron no era muy diferente a la mía en Red, aunque había detalles que claramente pertenecían a Eurus. Me acercé a una de las ventanas y quedé fascinada con la vista. El paisaje era impresionante, las montañas y los vastos bosques se extendían ante mí, y mi vista recorrió el horizonte hasta que, en la distancia, pude distinguir el área donde, supuse, se llevaban a cabo los entrenamientos.
Fue en ese momento cuando unos suaves toques en la puerta me hicieron girar. La puerta estaba abierta, y la reina, quien había estado observándome en silencio, apareció en el umbral.
-No es necesario que hagas eso, Amber -dijo con una sonrisa cálida, refiriéndose a la ligera reverencia que había hecho al verla. Me sentí algo avergonzada y me enderecé rápidamente, mientras una sonrisa nerviosa se posaba en mis labios-. Pero dime, ¿qué es lo que tanto observas en la ventana?
Un poco apenada, respondí mientras aún miraba el paisaje.
-Solo estaba contemplando lo hermoso que es su manada, su tierra. Es fascinante.
La reina me observó con una leve sonrisa, como si viera algo más en mis ojos, algo que no podía identificar. Antes de que pudiera decir más, un beta llegó rápidamente a la puerta, sosteniendo mi espada con ambas manos.
-Princesa Amber, logramos encontrar su espada, y todos los betas han sido enviados a Red para su recuperación -informó, entregándome el arma. La tomé con una ligera inclinación de cabeza, agradeciendo el gesto.
-¿Utilizas espada? -preguntó la reina con curiosidad, observando la espada con detenimiento.
-Sí, aunque generalmente solo la tengo como última opción, en caso de que sea absolutamente necesario.
La reina asintió, sonriendo de una forma que me pareció comprendida.
-Ya veo. -Con un gesto amable, tomó mi mano y me condujo fuera de la habitación-. Necesito que veas tu vestido para la boda.
Caminamos por varios pasillos, el silencio cómodo entre nosotras, hasta llegar a una nueva habitación. Allí, colgado sobre un pedestal, estaba un hanbok rojo deslumbrante, con detalles dorados bordados a lo largo del jeogori, la parte superior, que brillaban suavemente a la luz de las lámparas. La falda, de un rojo intenso, se extendía en capas elegantes y fluidas, casi como si estuviera flotando. Me quedé sin aliento ante su belleza.
-¿Un hanbok? -pregunté, sorprendida al ver el estilo-. No sabía que la familia Min tuviera relación con asiática.
La reina sonrió con nostalgia mientras observaba el vestido.
-Nosotras tenemos más afinidad con la cultura de Goryeo, pero este vestido ha pasado de generación en generación, siempre destinado a las omegas de la familia. Es una tradición.
Escuchaba con atención, absorbiendo cada palabra. Mi mente comenzó a divagar mientras admiraba el vestido, cuando la reina me hizo una pregunta inesperada.
-¿Y tú, Amber? Veo que tienes mucho conocimiento sobre la cultura asiatica.
Mis pensamientos regresaron a mi madre, y una sonrisa melancólica se dibujó en mi rostro.
-Mi madre nació en El Imperio del Centro. Muchas de las costumbres en Red son influencia de lo que ella trajo consigo cuando se casó con mi padre. Es algo que, aunque a veces no lo entendemos, está profundamente arraigado en nosotros.
La reina observó el brillo en mis ojos al hablar de mi madre, y, con un gesto amable, me condujo hacia un gran espejo que se encontraba en la habitación. Allí, me colocó suavemente una corona dorada sobre la cabeza.
-Estoy segura de que serás una increíble omega Luna para mi hijo.
Esas palabras, en lugar de llenarme de orgullo, hicieron que mi sonrisa se desvaneciera por un instante. Algo en mi pecho se tensó, y la corona, que antes había sido un símbolo de unión, ahora me pesaba como una carga.
Tomé la corona con suavidad, la observé unos momentos y, sin decir nada, la devolví a la reina.
-Se lo agradezco mucho, pero si no le molesta, me gustaría retirarme a mi habitación. El viaje fue un tanto agotador, y hoy ha sido un día largo.
La reina asintió, con una comprensión silenciosa, y se retiró sin añadir palabra. Me quedé sola en la habitación, mirando la espada de mi madre, el peso de la responsabilidad y el futuro como un constante recordatorio en mi mente. Después de unos momentos, decidí que ya era hora de salir. Salí de la habitación, caminando por los pasillos, aún con la espada en mis manos, sintiendo el peso simbólico y físico que representaba. El eco de mis pasos me hizo sentir aún más pequeña en ese lugar que me era ajeno.
Me dirigí hacia la habitación que me habían asignado desde mi llegada a Eurus, con la esperanza de encontrar algo de tranquilidad. A pesar de que el entorno era completamente diferente al de Red, la sensación de estar fuera de lugar seguía pesando sobre mí. Al llegar a la puerta de la nueva habitación, tomé una respiración profunda antes de entrar, con la intención de comenzar a familiarizarme con el espacio que sería mío durante el tiempo que durara mi estancia en este territorio.
Sin embargo, mis pensamientos fueron interrumpidos cuando, sin querer, choqué con alguien en el pasillo.
-Perdón, no lo vi -murmuré, levantando la mirada. Ante mí estaba un hombre alto y con una mirada penetrante.
-Wless, un gusto verte de nuevo -dijo él con una sonrisa de oreja a oreja, mostrándome sus colmillos con una leve mueca. En ese momento, el recuerdo de su rostro me golpeó como una oleada de recuerdos olvidados. -¿De casualidad sabes dónde se encuentra la princesa Min?
Un nudo se formó en mi garganta al escuchar su voz, pero logré mantener la calma.
-¿Min Taemoon? -pregunté, sin poder evitarlo. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
-Sí, ella. No logro encontrarla -dijo, ligeramente frustrado.
Me quedé pensativa un momento.
-Creo... ¿Tenía un entrenamiento ahora? -respondí, aunque mi voz sonó más fría de lo que pretendía.
-¡Es cierto! Lo había olvidado. Muchas gracias, princesa -dijo rápidamente, haciendo una reverencia antes de irse apresuradamente.
Mi corazón seguía latiendo con fuerza, y al verlo alejarse, una oleada de recuerdos me inundó. Recuerdos de hace diez años, que nunca había querido revivir. Pero su presencia, su rostro, me lo trajo de vuelta con una intensidad insoportable. Me dirigí rápidamente a mi habitación, cerrando la puerta detrás de mí con un golpe sordo.
Dentro, mi mente comenzó a desbordarse. Sostenía la espada con tal fuerza que mis nudillos se marcaban, y mi respiración se volvía irregular. Los recuerdos de aquella noche, el fuego, los gritos, la sangre... Mi padre pidiéndome que me escondiera mientras él luchaba. Y el recuerdo más doloroso de todos: ver a alguien que había considerado parte de mi familia atacando a mi padre.
-¡Maldición, Rye! -grité, arrojando mi espada sobre la cama con rabia contenida.
No salí de mi habitación en toda la noche. Ni siquiera cuando uno de los betas del castillo vino a pedirme que acompañara a la familia Min a la cena. Solo me excusé, diciendo que no tenía apetito y que me sentía agotada por todo lo sucedido ese día.
Finalmente, el cansancio se apoderó de mí, y caí en un sueño profundo, del cual no desperté hasta el día siguiente. Al despertar, me dirigí al desayuno con la familia Min, disculpándome por no haberlos acompañado la noche anterior.
Después del desayuno, salí al exterior para dar un paseo por Eurus, con el deseo de conocer mejor la manada. Mi caminata me llevó hasta el lugar donde Taemoon estaba impartiendo un entrenamiento. La observé desde lejos, cautivada por la intensidad con la que se movía, pero no fue hasta que ella me vio que nuestras miradas se encontraron.
-¿Se le ofrece algo, princesa? -preguntó con una expresión que, aunque cortés, no escondía una mirada que parecía invitarme a acercarme.
Respiré hondo antes de responder.
-No, solo quería saber si estaría dispuesta a entrenar a alguien más.
-¿A quién? -preguntó, curiosa.
-A mí. -Las palabras salieron de mis labios sin pensarlo.
Y allí, en ese momento, supe que todo había cambiado.
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