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C45: Bajo la Luna

El bosque estaba sumido en un silencio inquietante. El viento parecía haberse quedado dormido entre los árboles, y solo se escuchaban las pisadas de los que caminaban en dirección a sus manadas. El cansancio era palpable en cada uno de nosotros, pero también lo era la sensación de alivio. Habíamos sobrevivido, habíamos enfrentado a nuestros propios temores y, de alguna manera, habíamos salido de ello más enteros de lo que pensábamos.

Permanecí cerca de Taemoon y de mi hermano, observando a mi alrededor. La escena era extraña, casi irreal. No solo éramos nosotros, las manadas, quienes regresábamos a nuestro hogar. Manadas que hasta hace poco no conocía, guerreros que nunca había visto, se unían a la marcha, dispersándose a medida que nos acercábamos a nuestros destinos. Incluso aquellos que habían sido parte de Yam parecían haberse integrado de nuevo, encontrando un lugar entre los nuestros. Había algo esperanzador en todo esto, un susurro de que la paz, quizás, era posible.

-¿Cuánto tiempo estuve allí? -mi voz salió casi en un murmullo, una pregunta que había estado rondando en mi cabeza desde que desperté.

Mi hermano no me miró al principio. Sus ojos permanecían fijos al frente, pero al final, suspiró y me respondió con una claridad que me sorprendió.

-Casi tres meses. En la manada ya pensaban lo peor... Solo por Loon, que confesó todo, es que logramos encontrarte.

Tres meses... Había sido tanto tiempo, más de lo que imaginaba. Tres meses de incertidumbre, de miedo, de dolor. Pensé que el tiempo se había detenido, pero en realidad, él había seguido su curso sin importarle lo que sucediera en el medio.

-¿Susan y Kate están bien? -pregunté, mi voz cargada de preocupación.

-Sí, después de todo nunca hubo un ataque como decían. Todo había sido un plan. El supuesto ataque a la manada Hiraeth... solo fue una distracción para dejar el castillo desprotegido -mi hermano explicó, con un tono sombrío que indicaba cuánto le dolía todo aquello. La traición, las mentiras, las vidas perdidas. Todo se había armado con un propósito, y yo... yo había sido parte de ello.

-Fue mi culpa... -murmuró, los ojos bajos, culpándose de algo que, en su interior, sabía que no había podido evitar.

-No digas eso -le dije con firmeza, acercándome a él y acunando su rostro entre mis manos. -No fue culpa de nadie, ¿sí? Olvidemos ese día y sigamos adelante.

Mi hermano asintió lentamente, pero sus ojos brillaron con una mezcla de alivio y agradecimiento. Y, como si se tratara de algo natural, me revolvió el cabello, desordenándolo aún más. La sensación de esa acción me hizo sonreír. Aunque no estuviera completamente bien, al menos tenía a alguien a mi lado que me amaba. A alguien que me protegía.

-¿Lista para regresar a Red? -me preguntó, la preocupación en su rostro era palpable.

En mi mente, la respuesta era obvia. Pero mi corazón... mi corazón quería otra cosa.

-De hecho, quiero ir a Eurus con Tae. -Miré a Taemoon mientras decía esas palabras. Ella volteó a mirarme, sus ojos se encontraron con los míos y, sin decir una palabra, entendí. Ella sabía lo que significaba para mí quedarme aquí.

-¿Puedes encargarte de la manada por mí un tiempo más? -le pregunté a mi hermano, con la esperanza de que no me negara. Sabía que la manada Red no podría estar sin líder por mucho tiempo, pero él también entendía lo que me ligaba a Eurus.

Mi hermano me miró con seriedad, y luego sus ojos se desplazaron hacia Taemoon. No hizo falta nada más. Ella era quien me cuidaba, quien me había traído hasta aquí.

-¿Vas a cuidar de ella? -le preguntó, con una mirada que no admitía dudas.

Taemoon asintió, con una leve sonrisa que me dio un poco de calma.

-Está bien, veré por Red hasta que regreses. -Mi hermano, al ver mi expresión, me abrazó antes de separarse para seguir avanzando. Yo, por mi parte, me acerqué a Taemoon, abrazándola con fuerza antes de seguir el camino.

A medida que las manadas se iban separando, regresando a sus territorios, finalmente llegó nuestra meta. El castillo de Eurus nos esperaba, sus muros se alzaban como una protección que me sentí agradecida de ver.

Cuando llegamos, los reyes de Eurus nos recibieron con una calidez que no esperaba. El padre de Taemoon me miró con los ojos llenos de una sabiduría que solo se obtiene a través de años de lucha. La madre de Taemoon, con su elegante porte, me dio una sonrisa cálida, como si me aceptara no solo como una aliada, sino como parte de su propia familia.

Fui guiada a una habitación donde pude cambiarme a algo más cómodo. El médico me revisó brevemente, diciéndome que las heridas físicas no eran graves. "Solo unos días de descanso", me dijo. Y, aunque me aliviaba escuchar esas palabras, algo dentro de mí me decía que el verdadero descanso aún no había llegado.

Taemoon fue igualmente revisada en otra habitación, y aunque tenía algunas cicatrices, no parecía nada grave. A medida que los días pasaban, mi vida en Eurus se fue tornando más familiar. Conocí mejor la aldea, la historia de la manada, y aprendí mucho sobre los hermanos Min. Cada historia que me contaban, cada pedazo de su vida que compartían, me unía más a ellos. Las batallas que habían librado, las pérdidas que habían sufrido, todo lo que me había sido ajeno meses atrás, ahora lo conocía profundamente.

Había días en los que simplemente me quedaba en el castillo, disfrutando de la tranquilidad que ofrecía la estancia. Otros, me dirigía al área de entrenamiento para ver a Taemoon impartiendo lecciones a nuevos guerreros. En algunas ocasiones, salía a caminar por el bosque cercano, sintiendo el aire fresco y el crujir de las hojas bajo mis pies.

Una noche, como tantas otras, me encontraba sentada en la cama, leyendo un libro mientras esperaba a que Taemoon terminara de atender un asunto con su padre. El silencio era confortable, y la luz de la luna se filtraba a través de la ventana, iluminando la habitación de manera suave.

Cuando la puerta se abrió, levanté la vista, y al ver a Taemoon entrar, mi corazón dio un pequeño salto. Ella se acercó con su paso decidido y se sentó junto a mí. Dejé el libro a un lado y la miré.

-¿Todo bien? -le pregunté, sin poder evitar la preocupación en mi voz.

Ella asintió, su mirada más suave de lo habitual.

-Parece que un nuevo grupo va a iniciar entrenamiento en unos días.

-¿Tú vas a entrenarlos? -le pregunté, intrigada.

-Todo parece indicar que sí. -Taemoon me miró, y luego su rostro adquirió una expresión más seria. -¿Puedes quedarte unos días más?

La pregunta me sorprendió. Mi primer impulso fue decir que no, que tenía que regresar a Red, a mi manada. Pero, en ese instante, algo en mí me dijo que no podía irme. No aún.

-Debo regresar a Red, pero puedo venir a visitarte de vez en cuando -respondí con una sonrisa leve.

Ella me miró fijamente, su mirada más profunda que nunca.

-¿Lo prometes? -me preguntó, y al ver la seriedad en sus ojos, no pude hacer más que acercarme a ella y depositar un casto beso en sus labios.

-Lo prometo.

Y, en ese momento, como si mi promesa la hubiese liberado de algún peso, Taemoon volvió a unirme a ella en un beso. Ese beso comenzó como una simple unión de labios, pero rápidamente se convirtió en algo mucho más. En algo más profundo, más intenso. Ambos nos dejamos llevar por la conexión, por la necesidad de estar el uno con el otro.

El aire comenzó a faltar, pero no nos importó. Nos tumbamos en la cama, manteniendo nuestras bocas unidas. Nada más importaba. Solo el silencio que nos rodeaba y el sonido de nuestros corazones latiendo al mismo ritmo.

-Deberíamos parar... -dijo Taemoon, separándose levemente.

La miré, confundida, pero entonces ella me explicó.

-No quiero hacerte nada de lo que no te sientas lista.

Sonreí levemente, dejando que mi rostro se relajara.

-Estoy lista... De verdad.

-Cualquier cosa, dímelo, ¿sí? -me pidió, con una sonrisa que rara vez veía en ella.

-Tú igual, ¿está bien? -le respondí, y ella solo asintió antes de acercarse nuevamente a mí.

Nuestros labios se encontraron otra vez. Y, mientras el viento susurraba fuera de la ventana, me di cuenta de que, por fin, estaba en el lugar donde siempre había querido estar. Con ella. Con Taemoon.

Aquella noche, cuando la luna brillaba con todo su esplendor, dos almas se unieron de una manera que ningún tiempo podría separar.

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