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C44: Renacimiento entre las Ruinas

Han pasado tantas cosas en tan poco tiempo, y aquí estoy, de pie, observando el caos a mi alrededor. Las batallas entre humanos y licántropos parecen no cesar, pero la luz de esperanza comienza a abrirse paso entre las sombras, como una pequeña chispa que no se apaga ni ante las tormentas más feroces.

Lían yace frente a mí, su cuerpo inerte, la última huella de un enfrentamiento que jamás debió ocurrir. Aún en medio del estruendo de los combates, una extraña calma me inunda. ¿Es esto lo que llaman la quietud después de la tormenta?

Mis ojos se alzan lentamente y, a lo lejos, la figura de Taemoon se aproxima. No me sorprende verla aquí; de alguna forma, sabía que me encontraría. La apatia con la que suele moverse no me engaña. Sé que, de alguna manera, no permitiría que algo me sucediera. 

—Pensé que no me encontrarías —mi voz es un susurro entrecortado mientras ella me ayuda a ponerme de pie, mi cuerpo temblando con la fuerza de la batalla.

—Le prometí a tus padres que te cuidaría —responde suavemente, su mano firme en mi hombro, ayudándome a mantener el equilibrio. Yo... Yo solo me aferro a ella con todas mis fuerzas, temiendo caer una vez más, temiendo volver a perderme en este caos sin fin.

Mi mirada se pierde en la escena que se desarrolla ante nosotros. Los humanos ya están rodeados, y entre los alfas y betas, Richard aparece, acercándose con determinación hacia nosotras.

—¿Qué haremos con los humanos? —pregunta con una voz grave, mirando a Taemoon primero. La tensión es palpable. El aire está cargado de incertidumbre.

Es entonces cuando una mujer aparece, corriendo de entre las cabañas, con un vestido morado que destaca en medio de la carnicería. Su desesperación se refleja en su rostro, y sus palabras nos llegan con la súplica de alguien que sabe que su destino está a punto de definirse.

—¡Por favor, no nos hagan nada! —la mujer grita, y yo me separo un poco de Taemoon, mi mente llena de preguntas. Esa voz me resulta familiar, pero hay algo más... algo en su tono que me desconcierta.

La situación se complica aún más cuando Rye, quien se ha mantenido al margen, responde con una furia evidente en su voz:

—¿Por qué tendríamos que perdonarlos? —su rostro está marcado por la ira, sus ojos llenos de resentimiento.

La mujer, visiblemente nerviosa, baja la cabeza antes de intentar justificar lo que muchos considerarán imperdonable.

—Mi difunto esposo... Nuestro antiguo rey —su voz se quiebra al recordar el pasado. De alguna manera, puedo sentir la tristeza detrás de sus palabras, la pena que aún la acompaña. —Él siempre creyó que todos los licántropos eran una amenaza para nosotros, los humanos. Estaba tan obsesionado con eso que nos obligó a... a cazarlos. Empezó a exiliar a todo aquel que se negara a ayudarle, y algunos de estos hombres... No sabían qué hacer. No querían seguir ese camino, pero no tuvieron opción.

Su historia resuena en mi pecho, un eco que me recuerda que la guerra no siempre es blanca o negra. Todos estamos marcados por nuestras circunstancias, por decisiones que no siempre fueron nuestras.

Y es cuando veo a un hombre entre la multitud, un hombre joven, susurrando algo hacia una cabaña. Mi mirada sigue su línea, y mis ojos se encuentran con los de una niña, llorando en silencio, asomada en la puerta.

Esa niña... mi corazón se aprieta al ver su miedo. Ella tiene una familia, como todos los demás. Y no puedo evitar preguntarme qué haría yo en su lugar.

—¡No tenían otra opción! —la mujer implora, su voz llena de desesperación mientras trata de defender lo que hizo su gente.

Pero Rye no está dispuesto a ceder, y en un abrir y cerrar de ojos, desenvaina su espada, avanzando hacia los humanos. La tensión se corta con cuchillo, y el aire se vuelve pesado con la posibilidad de violencia inminente. La niña, al ver la espada en manos del alfa, corre hacia él, gritando.

—¡No le hagas daño a mi hermano! —su voz se rompe en llanto, y la escena se congela en el tiempo. Mi corazón late con fuerza, como si cada golpe fuera mío.

Rye detiene su avance, la espada cayendo al suelo. Algo se ha quebrado en él, algo que ni siquiera él puede negar. Y, mientras la niña lo abraza, veo cómo el peso de todo lo que hemos vivido recae sobre él.

Con la fuerza que me queda, me separo de Taemoon, acercándome a mi hermano, y con una sonrisa débil, le susurro en el oído:

—No vale la pena empeorar las cosas.

Es entonces cuando Rye, con una mirada de frustración, da una orden a los nuestros:

—Tomen sus cosas, volvamos a nuestras manadas.

El ejército de licántropos, aunque confundido, sigue las órdenes. Un silencio extraño se apodera del campo de batalla. No hay victoria, no hay derrota. Solo... un cansancio profundo que permea todo lo que nos rodea.

La mujer, agradecida, se lanza hacia mí en un abrazo, y aunque mi cuerpo se tambalea por la falta de energía, logro mantenerme erguida. Ella me suelta rápidamente, pero no antes de sus palabras.

—De verdad, muchas gracias.

Yo solo niego con la cabeza, sin poder articular una palabra. Lo que sea que haya hecho no es suficiente para cambiar lo que está roto.

—Vuelva a ser la reina. Enseñe con su ejemplo que humanos y licántropos podemos vivir en armonía.

Las palabras le golpean con fuerza, y por un momento, siente la carga de todo lo que aún tenemos que sanar.

En ese momento, un hermano Lan se acerca, la espada plateada de mi madre en sus manos. La miro, el mango dorado y las piedras rojas caídas, pero aún intacta en su significado. Mi corazón late más rápido al sostenerla. He recuperado algo valioso, pero sé que el camino aún es largo.

—Creo que esto le pertenece, Reina Amber —me dice con una reverencia. La espada pesa en mis manos, pero más pesa la responsabilidad que aún llevo sobre mis hombros.

—¿Y Loon? —pregunto, mi voz temblando con la esperanza de una respuesta que no llega.

—Solo tenemos al señor Lee como responsable —responde el vampiro con tono grave. —Eleonor ha desaparecido.

—No importa —mi voz se corta. —Ella es inofensiva por sí sola... Gracias por todo, Lan —digo, y él hace una pequeña reverencia antes de alejarse.

El día comienza a caer, y la batalla parece haber terminado, pero algo dentro de mí sigue ardiendo. Algo que no puedo ignorar. Y, mientras la noche cubre el cielo, Taemoon se acerca a mí, su mirada preocupada.

—¿Está todo bien, cachorra?

Sonrío levemente y, antes de que pueda decir más, la tomo por sorpresa con un beso fugaz en los labios.

—Vamos a Eurus, lobito.

Y, en ese momento, el futuro se siente más cercano que nunca.

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