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C40: El Juego de las Sombras

La luz del sol me golpeó con una intensidad que me resultó molesta, como si el mundo estuviera reclamando mi atención de una manera brusca. Preferiría mil veces quedarme en la comodidad de mi cama, sin tener que lidiar con la incomodidad que me invadía. ¿Estaba durmiendo? No, eso no tenía sentido. ¿Cómo había llegado aquí? Mi mente trataba de buscar respuestas, pero el confuso engranaje de pensamientos no dejaba de girar, desordenado y descontrolado.

Cuando traté de moverme, un dolor punzante atravesó mi cabeza. Un quejido se escapó de mis labios, y por un momento me quedé quieta, esperando que la punzada desapareciera. La luz aún me cegaba, pero al fin pude enfocarme lo suficiente como para darme cuenta de que no estaba en mi habitación. No era Red. No era mi hogar.

El lugar que me rodeaba era frío, blanco, inmaculado. Las paredes eran de un blanco brillante, con detalles en dorado y gris que parecían ser demasiado finos para un lugar tan sombrío. Los muebles eran oscuros, en un tono madera tan profundo que me recordó la sensación de estar atrapada en la oscuridad. Mi mirada se detuvo en el espejo frente a la cama, y cuando me vi a mí misma, mi corazón dio un vuelco. Mi cabello estaba desordenado, mi rostro ya no tenía el maquillaje que llevaba antes... simplemente me veía deshecha. No recordaba haberme despertado aquí, ni siquiera sabía dónde estaba.

La sensación de desorientación me envolvió, pero el miedo pronto se apoderó de mí. No podía entender cómo había llegado a este lugar. ¿Mondo? No, no era Mondo. El castillo de Mondo era diferente, con habitaciones que no se parecían en nada a esta. Este lugar era completamente desconocido, y mi corazón se aceleró. ¿Cómo había llegado aquí? ¿Qué había sucedido después de que me desmayara?

Mis pensamientos fueron interrumpidos por la puerta que se abrió lentamente. No pude ver al principio quién entraba, pero la presencia de esa persona pronto se hizo evidente. Se acercó a la cama, y pude escuchar sus pasos cautelosos, como si dudara de lo que debía hacer.

—¿Princesa Amber? —la voz era desconocida, pero al pronunciar esas palabras, algo dentro de mí dio un giro inesperado. ¿Princesa? Ya no era una princesa. ¿Por qué me llamaban así?

Confusa, asentí lentamente, sin poder entender del todo lo que sucedía.

—Dios, qué bueno que ya haya despertado —la voz continuó, llena de alivio, pero mi mente aún estaba demasiado nublada para procesarlo todo.

—¿Quién es usted? —mi voz salió débil, pero firme, tratando de recuperar algo de control en medio de la confusión.

—Oh, no se preocupe por mí, no soy nadie importante —respondió, casi en un tono indiferente, mientras se dirigía a un mueble en la habitación, sacando algo de allí—. Estaba realmente preocupado al ver que habían pasado dos días y usted no despertaba.

—¿Dos días? —pregunté, sintiéndome aún más perdida. ¿Dos días? ¿Qué había sucedido en todo ese tiempo?

—Sí. Lo que más me alarmó fue el hecho de que cuando aquel chico la trajo, usted ya estaba inconsciente. Por suerte no era nada grave, solo necesitaba descansar —dijo, mientras parecía preparar algo en la mesa cerca de la cama. "Aquel chico..." ¿Loon?

—¿Sabes quién me trajo? —pregunté, incapaz de dejar de buscar respuestas.

—El segundo al mando del rey —contestó, con una tranquilidad alarmante. Eso no tenía sentido. ¿Por qué el segundo al mando de un rey me traería aquí? No podía ser, yo pertenecía a Red, no a... otro reino.

—¿El rey? —me atreví a preguntar, aunque la idea de que mi destino estuviera atado a un rey desconocido me resultaba aterradora.

—Sí, el rey quiere verla tan pronto como esté consciente. Él se encuentra ahora en el salón del trono. Debe ir a verle allí, si está lista —dijo, señalando un vestido blanco sencillo, junto con una cinta negra y unos guantes.

—¿Conozco al rey? —la pregunta salió sin que pudiera detenerla. Necesitaba respuestas, cualquier tipo de respuesta.

—Sí, ¿acaso no lo recuerda? Si ustedes son familia —aquellas palabras me golpearon como un puño en el estómago. Familia... ¿Cómo podía ser eso? ¿Familia? Mi familia estaba en Red. ¿Quién podía ser este rey? ¿Por qué todo se volvía más confuso a cada instante?

Me quedé en silencio, sin poder procesar completamente lo que me decía. "Familia", "rey"... mi mente no podía asimilar esa información. Algo en mí se rebelaba ante la idea de que todo lo que conocía hasta ahora podría ser una mentira.

—Vendrán a ayudarle a arreglarse, con su permiso, princesa Amber —dijo el desconocido, antes de retirarse y dejar pasar a un grupo de cuatro chicas. Ellas eran jóvenes, con una actitud servicial, y sin más remedio que seguir el protocolo, comenzaron a arreglarme.

Estaba completamente atónita, mi mente saltaba de una pregunta a otra sin poder hallar respuestas claras. Si el rey y yo éramos familia, ¿quién era ese rey? Mi padre... No, no podía ser. Lo había visto morir. ¿Entonces quién?

Necesitaba salir de allí, necesitaba regresar a mi manada, a mi gente, antes de que todo esto me arrastrara más profundo en un caos del que no pudiera salir. Mientras las chicas se alejaban para traer algo más para mi cabello, vi mi oportunidad. Sin pensarlo dos veces, me levanté de la cama, sintiendo una punzada en el cuerpo por la repentina acción, pero mi desesperación era más grande. Corrí por el pasillo, tratando de encontrar una salida, pero todo parecía un laberinto de corredores y puertas. Cada vez que abría una, era otra habitación. Mi respiración estaba agitada, mi corazón latía desbocado, pero no podía detenerme.

Un sonido de pasos apresurados me hizo estremecerme. Sabía que me estaban persiguiendo. Corrí aún más rápido, buscando desesperadamente un lugar donde esconderme. Fue entonces cuando llegué a una gran puerta de madera. La abrí sin pensarlo y me encontré en una sala que reconocí inmediatamente: el salón del trono.

Allí, en el centro, estaba él: el rey. Estaba sentado en el trono, con un traje rojo y negro, la corona en su cabeza y joyas que brillaban a la luz. Su sonrisa era desagradable, como si supiera algo que yo no. A su lado estaban Loon y el señor Lee, ambos sorprendidos por mi irrupción en la sala, pero ya era demasiado tarde para huir. Y al fondo, una figura me sorprendió aún más: Eleonor. Ella parecía estar llorando, lejos de los otros, y mi mente no podía conectar todo lo que sucedía.

Pero mi mirada se centró en el rey, quien me observaba con una sonrisa fría.

—¡Amber querida! —su voz sonó como un susurro venenoso, lleno de una satisfacción incómoda—. Bienvenida a la reunión, sobrina.

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