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C37: El Invierno y los Ecos del Corazón

El invierno siempre había sido una de mis estaciones favoritas. Me encantaba el aire fresco, la blancura de la nieve cubriéndolo todo, y la sensación de estar más cerca de la calidez del hogar. Pero, como siempre, había algo que no podía evitar: mi constante enfermedad. Era como si mi cuerpo se hubiera acostumbrado a enfermarse en esta temporada, y no importaba cuántos cuidados tomara, cada año era lo mismo.

El frío penetraba mis huesos, y aunque no lo admitiera, sabía que mis malestares empeoraban cuando mi celo llegaba. Este año no fue la excepción. De hecho, mi celo me tomó por sorpresa, como si el destino jugara conmigo. Taemoon ya se había ido a Eurus, a pesar de que le había pedido que se quedara un poco más para cuidarme, pero las responsabilidades de su manada eran demasiado urgentes. Me prometió que volvería en cuanto pudiera, y yo, por supuesto, le prometí que en cuanto sanara, iría a pasar el resto del invierno con ella. Sin embargo, aún me quedaba un largo camino antes de que eso fuera posible.

Los primeros días de mi celo los pasaba en la cama, agotada y sin fuerzas para hacer nada. Solo salía a comer lo mínimo necesario. Rye se encargaba de la manada, como siempre, supervisando las tareas diarias y atendiendo los asuntos de territorio. Susan también ayudaba en lo que podía, manteniéndose ocupada con los pequeños problemas que, aunque menores, seguían siendo importantes.

La sensación de soledad en mi habitación era a veces insoportable. La quietud del invierno fuera de mis ventanas solo acentuaba mi estado de ánimo melancólico. Había sido una semana tranquila en el castillo, con el único cambio de la visita inesperada de algunos aliados, pero todo parecía estar en silencio. No sé si era por mi enfermedad o si simplemente me había acostumbrado a la tranquilidad, pero sentía que algo se estaba gestando, algo que no podía identificar con claridad.

Ese día, mientras yacía en la cama, inmóvil, tratando de ignorar el dolor, escuché unos golpecitos suaves en la puerta. Me obligué a moverme y, antes de que pudiera alcanzar la manija, la puerta se abrió lentamente, y entraron Susan y su hija, Kate. Ambas vestían un par de vestidos similares, lo que me hizo sonreír, aunque la sensación de cansancio seguía pesando sobre mí.

—¿A qué debo su visita? Pensé que estarían con Rye desayunando —les pregunté, mientras intentaba moverme un poco en la cama.

—Ya desayunamos, tía —respondió Kate, con su voz alegre—. Pero antes de irnos a Meráki, quería despedirme.

Una cálida sonrisa se dibujó en mi rostro, y abrí los brazos para abrazarla.

—Cuídate mucho, y disfruta de la visita a tus abuelos. Estoy segura de que les encantarás —le dije, mientras la abrazaba con ternura.

Kate sonrió, pero no tardó mucho en irse, acompañada de su madre, quien antes de irse me recordó que debía cuidar de mi salud. Les respondí con una sonrisa forzada y les deseé buen viaje.

Una vez que se fueron, me quedé unos minutos en mi habitación antes de salir al comedor. Tenía algo de hambre, y no quería seguir acostada todo el día. Al llegar, vi a mi hermano Rye, sentado en la mesa, leyendo algunos papeles.

—Pensé que irías con Susan —le dije al acercarme.

Rye levantó la mirada y dejó los papeles a un lado.

—Sabes que viajar no es lo mío, además prefiero quedarme aquí. Las cosas han estado demasiado tranquilas últimamente, y eso me preocupa.

Asentí, comprendiendo su preocupación. Me senté frente a él y serví algo de comida.

—¿Cómo vas con tu celo? —me preguntó con cierto tono preocupado, mientras me miraba detenidamente.

—Bastante bien, a decir verdad. No ha sido tan fuerte como en otras ocasiones —respondí, aunque la verdad es que aún me sentía algo agotada.

Rye frunció el ceño, pensativo.

—¿Crees que tenga algo que ver con que ahora estás con Taemoon? —preguntó, curioso.

No sabía qué responder exactamente. Podría ser, pero también podría ser que mi cuerpo simplemente estuviera respondiendo de manera diferente.

—No estoy segura, pero quiero averiguarlo. Es un cambio, y eso puede influir en todo —le dije, encogiéndome de hombros.

Rye asintió, satisfecho con mi respuesta. Luego, cambió de tema.

—Por cierto, esos papeles... son de una manada vecina que quiere formar una alianza con nosotros.

—¿Más alianzas? —comenté mientras miraba los papeles con curiosidad—. Últimamente hemos recibido varias propuestas de este tipo.

—Es natural. Nuestra manada ha crecido mucho, y las pequeñas manadas necesitan a alguien con quién aliarse por si surge algún problema —dijo Rye mientras tomaba un sorbo de su bebida.

—Es cierto... nunca se sabe cuándo necesitaremos ayuda, o ellos a nosotros —respondí, mientras pensaba en la manada. Había mucho por hacer, mucho por reconstruir. Las cicatrices del pasado aún estaban presentes, pero la gente de Red se había adaptado bien.

Ambos seguimos hablando mientras desayunábamos, pero pronto nuestros quehaceres nos separaron. Rye se dirigió a supervisar el entrenamiento de los nuevos guardias, mientras yo me retiraba a la biblioteca para revisar las cartas y hacer algunas respuestas.

Sin embargo, cuando me encontraba inmersa en la lectura, el sonido de las puertas del castillo abriéndose de golpe me sacó de mis pensamientos. Me levanté rápidamente, con algo de temor, y fui a ver qué había sucedido.

Al salir del pasillo, vi a una figura que me resultaba familiar: un mensajero, algo agitado, que parecía tener noticias importantes. Aunque mi primer impulso fue preguntar qué ocurría, la mirada preocupada en su rostro hizo que me acercara de inmediato.

—¿Qué sucede? —le pregunté, mi tono serio.

—Hay algo que necesita su atención, su alteza —dijo, su voz tensa.

Miré a mi alrededor, dándome cuenta de que todo a mi alrededor parecía estar en calma. Pero no pude evitar sentir que, a pesar de la aparente tranquilidad, algo acechaba en las sombras, esperando el momento adecuado para manifestarse.

Algo estaba por suceder, y no sabía qué era... pero mi intuición me decía que pronto lo descubriría.

Una sensación de frío recorrió mi espalda.

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