C36: El Silencio del Viento
El amanecer llegó antes de lo que esperábamos, como si la misma luz del sol hubiera decidido adelantar su aparición. La nieve, que cubría todo Red, parecía brillar con una intensidad casi incómoda, mientras el castillo de la manada se preparaba para lo que sería el evento del invierno: el gran banquete. Mis manos, aunque solían ser firmes y decididas, ahora temblaban ligeramente mientras me movía de un lado a otro, supervisando que todo estuviera listo para recibir a la manada.
Hoy iba a ser el día en el que todo se celebraría, un día que parecía prometedor para todos los que habían sufrido durante estos meses. Habíamos trabajado arduamente para preparar una comida que al menos pudiera devolver una pizca de bienestar a todos. Sin embargo, a pesar de toda la alegría que emanaba de la preparación, no podía deshacerme de la sensación de que algo no estaba bien. Algo en el aire me decía que esta calma solo era momentánea, que algo se cernía sobre nosotros.
Cuando la noticia llegó a través de uno de los guardias, mis pensamientos se vieron interrumpidos. Mi tía, Eleonor, había llegado sin previo aviso. Lo que comenzó como un simple rumor, o quizás una suposición, ahora se materializaba en una presencia incómoda dentro de los muros de mi hogar.
Rye y yo intercambiamos miradas, y pude ver la incomodidad en su rostro. Ambos sabíamos que Eleonor no era bienvenida, y que su relación con nuestro tío Lían nunca fue clara ni legítima. Mi familia nunca la había considerado parte de nosotros, y menos aún después de la destitución de Lían.
—¿Vas a seguir caminando de un lado a otro? Vas a crear un hueco en el suelo —dije, con un tono que intentaba ser tranquilo, aunque por dentro mi corazón ya estaba acelerado. Mi hermano, que a pesar de ser mayor, siempre se mostraba más nervioso que yo, continuaba dando vueltas sin poder quedarse quieto. Mientras tanto, yo permanecía sentada en el trono que había sido colocado en la sala principal del castillo. Era extraño, sentir que mi padre ya no estaba allí, pero a la vez, se sentía liberador. Ahora solo quedaba el trono de la reina, y ese era el puesto que ahora ocupaba yo, una carga que no siempre supe manejar.
—Solo respira para tranquilizarte, es mejor que estar cambiando de un lado a otro sin sentido —le dije, tratando de hacerle ver que sus nervios solo lo llevarían a actuar de manera impulsiva.
Él se detuvo por un momento, ajustándose el traje que llevaba puesto, y me miró con algo de frustración en sus ojos.
—¿Qué crees que quiera esa mujer? —preguntó, sin dejar de caminar en círculos.
No podía responder a esa pregunta, porque yo tampoco lo sabía. Eleonor nunca había sido una amenaza directa, pero su presencia siempre nos ponía en alerta. La forma en que había intentado colarse en la vida de nuestra familia, tomando la posición de "pareja" de nuestro tío, me resultaba inquietante. Siempre había algo en ella que no terminaba de encajar.
—No lo sé, pero es mejor estar al pendiente de cualquier cosa a los alrededores... Al menos unos días —respondí, mirando a mi hermano sin mostrar toda la ansiedad que sentía. Mi mente ya corría con los peores pensamientos.
Fue entonces cuando las puertas del gran salón se abrieron de par en par. La figura de Eleonor apareció, como un espejismo indeseado, en el umbral. Su rostro estaba adornado con una sonrisa que no lograba disimular la falsa dulzura que siempre había mostrado.
—¡Amber querida! —gritó mientras avanzaba hacia mí, extendiendo los brazos como si fuera a abrazarme. Dos betas del castillo y Rye se interpusieron entre nosotros, evitando que se acercara más. Sus ojos se llenaron de desdén, y yo solo pude mirar fijamente, sin moverme de mi sitio.
—Sobrina, ¿no crees que es una pequeña exageración esto? —dijo, señalando a los guardias que la detenían.
Mi respuesta fue un simple ademán, y ellos regresaron a sus puestos, aunque no dejaban de observarla.
—¿A qué debemos tu inesperada visita, Eleonor? —preguntó Rye, con tono seco.
Eleonor le dedicó una mirada altiva, pero antes de que pudiera contestar, me adelanté, sabiendo que mi paciencia se agotaba.
—¿Familia? —le pregunte, confundida—. Hasta donde yo sé, nosotros no somos familia.
Intentó justificarse.
—Pero soy la pareja de tu tío y... —pero no pudo terminar la frase, porque la interrumpí de inmediato.
—Quien es considerado un traidor y ha sido desterrado. Da gracias de que no te he enviado al calabozo —dije, mis palabras cortantes como una daga.
Ella me miró, sorprendida, pero su actitud altiva no desapareció.
—No harías eso —respondió con un tono desafiante.
—¿Quieres averiguarlo? —le lancé una mirada fija, sin dejar que mi autoridad se desdibujara. En mi territorio, yo tenía las reglas, y ella no iba a quebrantarlas.
La mujer bajó ligeramente la mirada, y yo supe que no era el momento de dejarla seguir provocándome.
—Preparen una habitación para Eleonor —ordené a los sirvientes, alzando la voz mientras me levantaba del trono y me acercaba a ella—. Solo tres días en lo que el frío disminuye, pero al primer incidente quiero que salgas de mi territorio.
Ella asintió sin decir una palabra, y yo no pude evitar sentir una pequeña satisfacción por haber establecido mis condiciones. Con un último vistazo, salí de la sala principal, moviéndome con rapidez hacia la entrada del castillo.
Rye me detuvo justo antes de abrir las grandes puertas.
—¿Qué es lo que haces? ¿Cómo permites que se quede? —su voz mostraba su molestia, pero yo estaba decidida a no ceder.
—¿Y qué quieres que haga? ¿La dejo a su suerte? Es una beta, no tiene la fuerza suficiente en caso de un ataque, y con este clima es aún peor —respondí, sin voltear a mirarlo.
—Y tú eres una omega. Y si pudiste defenderte de un ataque... —respondió él con tono sarcástico.
—Sí, y estuve al borde de la muerte —contesté, mi voz tomando un tono serio—. Solo tres días, ¿sí? Ya luego de eso, no tendremos problemas.
Abrí las puertas con un gesto brusco, y la fría brisa me golpeó la cara al salir. Podía ver el bullicio del banquete, la gente de Red reunida, riendo, conversando, disfrutando. El ambiente estaba cargado de una alegría que contrastaba con el peso en mi pecho. Aunque la manada estaba celebrando, yo no podía dejar de sentir que algo estaba por ocurrir.
Mientras caminaba entre los asistentes, con el vestido y capa roja que llevaba puesta, me sentía como si cada paso resonara en mis propios temores. Cuando llegué junto a mi familia, mi mirada se detuvo en Taemoon. Sin decir una palabra, ella entrelazó nuestras manos, lo que hizo que un ligero rubor coloreara mis mejillas.
—¿Ya se arregló el inconveniente? —preguntó la alfa, con una calma que me tranquilizó ligeramente.
—Algo así... ¿Todo ha estado bien con el banquete? —respondí, sin querer entrar en detalles.
—Sí, ningún inconveniente —respondió ella.
Fue entonces cuando Dylan, quien acababa de unirse a nuestra conversación, soltó una risa.
—Lo único que me sorprende de Amber, ahora que es reina, es la ropa que usa. Nunca en mi vida pensé que la vería usando vestidos tan elegantes —dijo con una sonrisa burlona.
—Dylan —le reprendió su padre, volteando a verlo con severidad.
—¿Tomaste algo? —le preguntó.
—No... Bueno, un poquito —respondió Dylan, encogiéndose de hombros, y mi diversión fue efímera. Vi cómo se dirigía hacia el centro de la plaza, y su voz resonó por encima del bullicio.
—¡Queridos ciudadanos de Red! Propongo un brindis por Amber, quien pasó de ser la omega que era regañada por el señor Lee por llegar tarde a sus clases, a ser la reina de la manada... ¡Larga vida a la reina!
El eco de su voz llenó el aire, y no pude evitar esconderme detrás de Taemoon por la vergüenza. Mientras la manada reía y repetía lo que Dylan había dicho, me sentí pequeña en ese momento, como si todos los ojos estuvieran sobre mí.
Todo parecía haber mejorado para todos en la manada: los ataques habían cesado, y la gente se encontraba recuperada. Pero aún había algo que me inquietaba, una sensación de que todo lo que estábamos viviendo solo era la calma antes de la tormenta.
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