C33: Bajo el Manto Real
Nunca me había gustado la soledad, pero hoy, más que nunca, la sentía abrazándome. Siempre había estado rodeada de gente, buscando algo que me anclara, algo que me hiciera sentir que pertenecía a este mundo que, con el tiempo, se volvía cada vez más ajeno. Antes, tenía a mi familia, a mi manada completa, y aunque la vida nunca había sido perfecta, siempre había sentido que estaba acompañada. Pero todo cambió. A medida que los años pasaban, perdí a todos, quedando sola. Afortunadamente, nuevas personas fueron entrando en mi vida: mi hermano, algunos amigos, más familiares. Pero, irónicamente, eso nunca bastó para llenarme por completo. La gente venía y se iba, y yo siempre me quedaba con la sensación de vacío.
Ahora tenía a mi hermano Rye, mis amigos, y algunos leales a la manada, pero el vacío seguía ahí, un hueco que no se podía llenar. Tenía una manada a mi cargo, una responsabilidad tan grande que cada vez me arrastraba más lejos de lo que alguna vez fue mi vida. No podía evitarlo, desearía tener un día en el que no fuera la reina de nadie, un día en el que pudiera simplemente respirar sin sentirme asfixiada por las expectativas que me rodeaban. Desearía poder ser libre, aunque fuera por un instante, para no tener que enfrentarme a la constante presión de ser responsable de tantos.
Las noches en el castillo eran especialmente difíciles. Los aldeanos siempre nos agradecían a Rye y a mí por el trabajo de reconstrucción, y nos sonreían, elogiando nuestros esfuerzos por mantener a la aldea a salvo. Yo les respondía con una sonrisa, manteniendo la fachada, porque sabía que era lo que esperaban ver. Pero dentro de las paredes del castillo, todo cambiaba. Rye estaba siempre ocupado con los problemas que Loon había causado, y yo... yo era la que más se preocupaba por todo lo demás. La reina, la encargada de mantener todo en orden, incluso cuando mi corazón se sentía quebrado.
La sonrisa se desvanecía cuando entraba al castillo, dejando atrás a la persona que los aldeanos pensaban que era. Me refugiaba en la biblioteca o en mi habitación, organizando papeles, tomando decisiones que no quería tomar, cargando con un peso que no pedí. Había noches en las que ni siquiera comía con mi hermano, y él lo notaba, pero no decía nada. Después de todo, ¿qué más podía decir? No sabía cómo ayudarme.
Todo empeoró cuando me enteré del compromiso de Taemoon. Fue solo un día después de recibir la noticia que caí enferma. El médico dijo que era un simple resfriado, pero yo sabía que algo más profundo me estaba afectando. Rye pensaba lo mismo, pero no le dije la verdad. La verdad era que me estaba muriendo por dentro, y no sabía cómo lidiar con ello.
—¿De verdad están considerando ir a la boda? —Rye me preguntó por décima vez ese día. Solo solté un suspiro, sin mirarlo, mientras tomaba otro papel y lo pasaba a un costado.
—¿Por qué no habría de ir? —respondí, sin siquiera alzar la vista.
—¡Porque Taemoon va a casarse! No quiero que mi hermanita sufra —dijo, preocupado. Sabía que su intención era protegerme, pero sentía que no entendía.
—¿En serio no quieres que sufra? ¿Y dónde estuviste durante diez años? —dije con una mezcla de dolor y sarcasmo. No era justo. Sentía que siempre me trataban como si fuera una niña pequeña, incapaz de tomar decisiones por mí misma.
Rye se quedó en silencio, sin una respuesta. Finalmente, dejé los papeles que tenía en las manos y lo miré.
—Rye... ya no soy una niña de diez años, sé tomar mis propias decisiones y asumir las consecuencias de estas. Si quiero ir a esa boda, es por una razón.
—¿Esa razón no es Taemoon? —dijo, como si ya supiera la respuesta.
—¿Por qué crees eso? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta. Era obvio.
—Porque la amas, y aunque lo niegues, la noticia de su boda te afectó —dijo con tono suave, pero cargado de certeza.
Solté una risa amarga. Él tenía razón. Si, la amaba. Pero esa era precisamente la razón por la que no podía quedarme con ella, la razón por la que debía dejarla ir. No podía obligarla a quedarse a mi lado si no lo deseaba.
—En eso tienes razón, la amo. Pero por eso mismo no puedo obligarla a quedarse si no lo quiere. Lo mejor es olvidar y seguir adelante, ¿no? —dije, intentando convencerme a mí misma.
Rye no dijo nada, simplemente asintió, y no insistió más. Entonces, preguntó por la reunión con el alto mando, que estaba programada para la primera noche de luna negra. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que ya habíamos perdido demasiado tiempo. Ambos corrimos a nuestras habitaciones para cambiar nuestras ropas por algo más adecuado, y, por supuesto, debía ponerme la tiara, esa maldita tiara que representaba todo lo que ya no quería ser.
Cuando llegamos al salón principal, afortunadamente, los miembros del alto mando recién estaban llegando. Las mesas ya estaban dispuestas en la sala, cubiertas con grandes manteles blancos, a diferencia de la vez que estuve allí con Taewook. En esa ocasión, todo era más desordenado, pero ahora había un orden que no hacía más que recordarme el peso de mi responsabilidad.
La reunión comenzó cuando Loon entró a la habitación. Los viejos alfas, representantes de las manadas más poderosas, discutían sobre el castigo que debía recibir Loon por sus actos con los humanos. La decisión era clara: se le destituiría a un rango menor, siendo ahora solo un segundo al mando. Pero yo no podía quedarme callada.
—No puede estar hablando en serio —dije, alzando la voz para que todos me escucharan. Las miradas se posaron en mí.
—¿Algún problema con la decisión que se tomó, señorita Amber? —preguntó uno de los alfas, alzando una ceja con desdén.
—Sí, ¿cómo puede ser que su castigo sea solo destituirlo del puesto de jefe de la guardia? ¡El asesino a alguien! —dije, señalando a Loon, mi voz llena de furia. —Además, en ningún momento se solicitó mi opinión respecto a alguien que pertenece a esta manada.
—¿Por qué habríamos de preguntarle? Aún actúa como si no fuera la reina, aun con la corona, usted sigue siendo una simple omega —respondió otro de los alfas con un tono condescendiente.
Me quedé paralizada por un momento. La ofensa era tan directa que no pude evitar mirar a Loon, quien solo me dedicó una sonrisa burlona. ¿Realmente pensaban que podía ignorar su desprecio?
—Tiene razón en algo —dije, levantando la mirada hacia ellos. —Yo soy la reina de esta manada, por lo tanto, yo decido lo que es mejor para la gente que la conforma.
Loon dejó de sonreír al instante, y sentí que el poder que nunca me había sentido capaz de usar, ahora emanaba de mí. Los demás alfas se quedaron en silencio, esperando mi decisión.
—Por haber servido a esta manada durante varios años, la sentencia para Loon será ocupar el puesto de vigía de los límites de la manada —dije, con firmeza. —Pero si vuelve a realizar algo que ponga en peligro a todos en Red, su sentencia será el exilio.
La sala se quedó en un pesado silencio. Había tomado el control de la situación, pero, a qué costo.
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