C32: Costo de la Lealtad
Mi respiración se agitaba, y mi corazón latía con tal fuerza que parecía querer escapar de mi pecho. La sangre de mis manos se deslizaba hacia el agua del río, tiñéndola de un rojo oscuro que no podía dejar de observar. Cada segundo que pasaba, la corriente alejaba la evidencia de mi error, como si intentara hacerme olvidar lo que había ocurrido. Pero no podía olvidar, no importaba cuán lejos se llevara el agua la sangre. Mi mente no dejaba de repetir la imagen del príncipe, de mi espada, de lo que había hecho. La escena no dejaba de reproducirse en mi mente, una y otra vez.
-Soy una estúpida -susurré, mientras me daba una bofetada en la cara, esperando que de alguna manera, la vergüenza y la desesperación se disiparan.
¿Había matado a un hombre solo porque lo veía como una amenaza? ¿Era eso lo que me había convertido en la misma especie que tanto odiábamos? ¿Era yo una monstruo, como ellos nos consideraban?
El viento frío del atardecer acariciaba mi piel, pero no me ofrecía consuelo. Me sentía vacía, perdida, y mi mente estaba completamente en caos. Me alejé del río y, sin rumbo fijo, comencé a caminar. Mis pensamientos eran una maraña de dudas y miedos. Había huido de Red, dejando atrás a mi manada, sin saber qué hacer. No quería enfrentarme a ellos, no quería enfrentar la magnitud de lo que había hecho. No podía.
La aldea de Mondo apareció en mi campo de visión después de unos minutos de caminata. Sus cabañas, aunque sencillas, ofrecían la paz que tanto necesitaba en ese momento. Vi a Richard, hablando con algunos de sus guardias en los límites de la aldea. Su presencia, como un ancla, me trajo algo de calma.
-¡Richard! -grité, sin poder contener la urgencia que había estado reprimiendo todo el día.
Él giró, sorprendido, y cuando sus ojos se posaron en mí, una sonrisa apareció en su rostro. Corrimos el uno hacia el otro, y no pude evitar abrazarlo con fuerza.
-Te extrañé mucho -le susurré.
-Yo igual a ti, pequeña -respondió, y cuando nos separamos, sus ojos se fijaron en mi ropa manchada de sangre. La preocupación se reflejó en su rostro, y su sonrisa desapareció al instante.
-¿Qué te ocurrió? ¿Te hicieron algo? Tienes que volver a Red, te tienen que revisar -dijo, comenzando a dar órdenes a uno de los betas que lo acompañaban. Mi corazón se aceleró aún más. No quería regresar, no podía.
-¡No! -grité, tomando sus manos y llamando su atención con fuerza. -Estoy bien. Por favor, Richard, no quiero que nadie en Red sepa que estoy aquí.
Él me miró con preocupación, pero, al ver el miedo en mis ojos, accedió, aunque de manera reticente. Me abrazó de nuevo, como si intentara protegerme de algo que aún no entendía.
-Gracias... -susurré.
-¿Qué sucedió en Red? ¿Por qué no quieres regresar? -preguntó, mientras comenzaba a acariciar mi cabello, liberando unas suaves feromonas que me daban consuelo, aunque no pudieran calmar todo el caos en mi interior.
-¿Recuerdas la promesa que te hice cuando empezaste a enseñarme a luchar con espada? -Le pregunté, intentando encontrar la fuerza para seguir.
Richard pareció confuso por un momento, pero al instante recordó la promesa que le había hecho en un momento tan simple como importante para mí. Sin embargo, algo en su mirada cambió al darse cuenta de lo que había ocurrido.
-Perdón... -susurré, temiendo que me rechazara. Pero no lo hizo. Al contrario, limpiaba las lágrimas que caían de mis ojos mientras negaba con la cabeza.
-Te conozco, y sé que no romperías la promesa sin razón alguna. Todo estará bien -dijo, dándome un abrazo reconfortante.
Asentí y, al fin, me relajé lo suficiente como para escuchar lo siguiente.
-Vamos al castillo. Tienes que cambiarte y descansar -me dijo, mientras me guiaba a su hogar, el castillo de Mondo.
Al llegar, me ofrecieron ropa limpia y me llevaron a una habitación para que pudiera descansar. El ambiente tranquilo de la aldea y la calidez de la habitación me ayudaron a calmarme un poco, pero mi mente seguía inquieta, llena de dudas.
Horas después, Richard me informó que los reyes nos esperaban para la cena. Mientras nos sentábamos a la mesa, la conversación fluía con naturalidad, como en los viejos tiempos. Las preocupaciones del mundo exterior parecían desvanecerse por un momento, y todo parecía volver a la normalidad. Pero no podía evitar sentirme distante. Richard y yo ya no éramos los mismos jóvenes despreocupados que solíamos ser. Ahora, él era un alfa dedicado a la protección de su manada, y yo... yo era la reina, enfrentando decisiones que ya no podía tomar a la ligera.
-Y dime, Amber, ¿irás a Eurus para la ceremonia? -preguntó el padre de Richard, interrumpiendo mis pensamientos.
-¿Ceremonia? ¿Cuál ceremonia? -respondí, confundida. ¿Era eso lo que contenía la carta que había llegado a Red?
-¿No has recibido la invitación? -preguntó la reina.
-Hoy llegó una a Red, pero no tuve tiempo de leerla -respondí, frotándome la frente con frustración.
-¡La princesa Min va a casarse! -exclamó la reina, emocionada. -Las manadas de Eurus y Céfiro crearán una alianza a través de este compromiso.
Mi corazón se detuvo por un momento. La noticia me dejó sin palabras. Eurus y Céfiro. Dos manadas poderosas, ahora unidas por un matrimonio. La incertidumbre creció dentro de mí.
-Eso es increíble. Según tengo entendido, la manada Céfiro es una de las más importantes en términos de territorio -comentó Richard, pero me pareció que algo en su tono ocultaba una preocupación que no lograba disimular.
-De casualidad, ¿sabes quién de las princesas de Min está comprometida? -pregunté, casi sin poder evitarlo.
-La princesa Min Taemoon -respondió la reina, con una sonrisa en su rostro.
Al escuchar ese nombre, mi mente se detuvo. La princesa Min Taemoon. La misma que había estado en mis pensamientos y mi corazón desde el primer día en que la conocí. La misma que ahora se iba a casar. Y la misma que me había prometido algo... algo que no sabría si podría cumplir.
El peso de la realidad me golpeó con fuerza, y sentí un nudo en el estómago. Todo lo que conocía, todo lo que pensaba saber, estaba a punto de cambiar.
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