C31: El Precio de la Ira
Mi mente no dejaba de dar vueltas, atrapada en un torbellino de pensamientos contradictorios, mientras todo alrededor parecía desmoronarse lentamente. La noticia del príncipe humano, su acusación hacia Loon, y la sombra de lo que esto significaba para mi manada... todo me golpeaba con la fuerza de una marea imposible de detener.
—¿Asesino de su padre? —La confusión fue inmediata. El joven príncipe, tan arrogante, no solo traía con él un ejército de palabras vacías, sino una amenaza que podría destruir todo lo que habíamos logrado hasta ahora.
No me di el lujo de quedarme parada pensando demasiado. La situación requería acción inmediata. Mis órdenes fueron claras: enviar a los alfas para recibir al príncipe, pero también mantener vigilancia rigurosa. El peligro estaba al acecho, y no me fiaba ni un segundo de esos humanos que llegaban con esa rabia contenida. Al mismo tiempo, le pedí a Susan que fuera a buscar a Kate. Si las cosas se ponían feas, necesitaba que su hija estuviera a salvo.
Mi corazón latía con fuerza, más por lo que sentía dentro de mí que por la situación en sí. Sabía que el conflicto se acercaba, y aunque todo parecía girar a mi alrededor, la única persona en quien podía confiar en este momento era Taemoon. Su presencia, su calma distante, era la única que me daba algo de paz. Pero ella no estaba allí. Aun así, me obligué a seguir adelante, porque el deber siempre me había enseñado que el miedo no podía gobernar mis decisiones.
Cuando llegué al pasillo que conducía hacia la gran puerta del castillo, mis pasos resonaron en las paredes como una advertencia. La tensión en el aire era palpable, y mi respiración se volvía más irregular mientras me acercaba. Un mensajero me interceptó con una carta de Eurus, lo que hizo que mi mente se distrajera por un momento.
—Reina, una carta de Eurus para usted —me dijo, pero al ver el sello, supe que no podía perder tiempo. Mi deber aquí era otro.
—Entrégasela a Susan, después la leeré —respondí sin pensarlo dos veces. Sabía que esta carta podría esperar, pero lo que sucedía al otro lado de esa puerta no podía.
Mis manos estaban frías, mis pensamientos, a ratos, dispersos por la ansiedad que comenzaba a apoderarse de mí. Sabía que la situación era delicada, pero lo que más me aterraba no era el príncipe humano, sino la reacción de mi manada. Los humanos ya nos odiaban por naturaleza, por considerarnos monstruos, y ahora, con la muerte de su rey a manos de Loon, las cosas solo podían empeorar.
Tomé una decisión antes de abrir la puerta: debía mantener la calma a toda costa. Un solo paso en falso, y todo podría colapsar.
Al abrir las puertas, vi a Loon de pie, custodiado por los alfas, con una ligera sonrisa ladina en su rostro. Ese gesto de arrogancia me desquiciaba, pero sabía que no podía perder la compostura. Si había algo que había aprendido, era que no podía dejar que mis emociones tomaran el control.
—¿Puedo ayudarle en algo, joven? —pregunté con una voz que trató de mantenerse firme, pero que se vio traicionada por un deje de incertidumbre.
El príncipe, que parecía un par de años más joven que yo, me miró con desprecio. Su arrogancia era tan palpable que no pude evitar pensar que este era el tipo de persona con el que tendríamos que lidiar.
—Sí, exijo que el líder de este horrible lugar dé la cara —dijo con un tono desafiante.
—Yo soy la líder aquí —respondí, con la seguridad que intenté encontrar en mis palabras. Sin embargo, su risa fue una burla, como si mi autoridad fuera solo una broma en sus labios.
—¿Tú? Por favor, solo eres una princesita que quiere jugar a ser reina —me dijo, y mis puños se apretaron por la rabia, pero mantuve la calma. A veces, las palabras eran las armas más poderosas.
—Si eso es verdad, quiero que este infeliz sea castigado. ¡Merece la muerte por asesinar a mi padre! —El príncipe exclamó, señalando a Loon con odio.
—Aunque su petición sea razonable dado al crimen que cometió, y los anteriores incumplimientos de las normas de nuestra manada, no puedo conceder tal castigo —respondí, sin apartar la mirada del príncipe. Pero cuando volví a mirar a Loon, me sorprendí al ver que bajaba la vista, como si la vergüenza lo hubiera alcanzado. ¿Acaso había actuado sumiso?— Él sigue siendo ciudadano de Red, por lo tanto, el castigo tendrá que ser otorgado por los que conforman el alto mando de esta manada.
—¿Acaso no escuchas? ¡Asesino a mi padre! La muerte es lo mínimo que se merece —el príncipe se cruzó de brazos y comenzó a caminar hacia Loon, mientras maldecía en voz baja. Mi paciencia se estaba agotando, pero aún mantenía mi postura firme.
Lo que sucedió a continuación no lo vi venir. El príncipe desenvainó la espada de uno de los alfas sin que nadie pudiera evitarlo. La punta de la espada brilló, apuntando directamente al cuello de Loon.
—Piensa rápido, princesita, acepta o yo me encargaré de tu trabajo —me desafió.
Mis nervios volvieron a invadirme, y sentí que mi respiración se volvía errática. No podía permitir que la situación llegara a este punto. Miré a Rye en busca de ayuda, pero él estaba igual de alerta que los demás. Nadie pensaba con claridad. El príncipe estaba tan cegado por su ira que no parecía ver lo que podía desatar.
En un impulso, la idea llegó a mi mente: un duelo. Un duelo que podría salvarnos a todos.
—¿Qué te parece un duelo? —le dije, y su mirada se volvió hacia mí, algo sorprendido por mi propuesta.
—Si ganas, él recibirá el castigo que desees. Pero si yo gano, se hará de acuerdo a mi manada —expliqué, mi voz tan firme como pude hacerla.
El príncipe, sorprendentemente, aceptó sin dudar.
—¡Acepto! —dijo, y antes de que pudiera reaccionar, se abalanzó sobre mí con su espada. Apenas logré esquivar su ataque, pero la adrenalina me impulsó a mantenerme en pie. No era solo una lucha por mi vida, sino por todo lo que representaba esta manada, por la honra de Red.
La batalla era dura, el príncipe tenía más experiencia que yo, mucho más tiempo entrenando en el uso de la espada. Yo nunca recibí una educación formal en combate, solo los entrenamientos que Richard me había dado durante los últimos dos años, y la habilidad que tenía, que a veces me jugaba en contra por mi falta de experiencia.
Pude esquivar la mayoría de sus ataques, pero sentía que mi cuerpo comenzaba a ceder. La herida que había sufrido tres meses atrás aún me molestaba, y la última vez que el médico me recomendó descansar fue por algo. Sabía que no debía esforzarme tanto. Pero al verlo tan cerca de mí, sentí que no tenía otra opción.
En una distracción momentánea, el príncipe aprovechó para golpearme en el abdomen, lo que me hizo encorvarme de dolor. La presión me hizo casi caer, y por instinto, cubrí el área lesionada. Pero fue ese segundo, esa vulnerabilidad, la que el príncipe no perdonó. Aprovechó para colocar el filo de la espada junto a mi cuello.
—Mírate, una simple chica que cree que será suficiente para gobernar toda una manada —se burló, su risa fría haciendo eco en mi mente. —¿Qué? ¿Acaso la princesita va a llorar? Por favor... Aunque ahora que veo bien este lugar lo recuerdo bien. ¡Ya sé! Este es el lugar donde mi padre asesinó al rey. Entonces tú eres aquella chica que lloró mientras su padre estaba muerto... Qué lástima, ahora tendrás que ver cómo el resto de tu querida manada desaparece.
Su risa se cortó al instante cuando, al alzar la cabeza, vio algo que no esperaba. Mis ojos brillaban con una intensidad que solo alguien como él podría haber comprendido: la furia de una líder, de una mujer dispuesta a todo por su manada.
—¿Y si tú desapareces primero? —respondí con voz fría, y en un solo movimiento, empujé su espada hacia un lado. Mi mano estaba sangrando por el corte, pero no me importó.
En ese momento, todo lo que tenía en mi mente era una sola cosa: eliminar la amenaza que tenía frente a mí. El príncipe debía caer, no por venganza, sino por supervivencia. Y mi manada no caería tan fácilmente.
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