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C26: Secretos de Red

El bosque de Mondo nos envolvía en su silencio, como un manto denso y pesado que no dejaba espacio para nada más. Los árboles, altos y sombríos, parecían observarnos, pero nosotros no nos atrevíamos a mirarlos. Ni una palabra se decía, solo el sonido de nuestros pasos al chocar contra la tierra húmeda rompía el eco de la quietud. Rye, mi hermano, intentaba con todos sus esfuerzos entablar una conversación, pero era claro que Taemoon no tenía ganas de hablar. No la culpaba, a decir verdad. A veces, las palabras no eran suficientes para describir lo que uno sentía.

Yo, por mi parte, caminaba al lado de ellos, pero mi mente estaba lejos. Los recuerdos de lo sucedido unos minutos antes me invadían, y el dolor que había comenzado en mi pecho seguía presionándome, creciendo de forma inquietante. Intentaba no pensar en ello, pero mi cuerpo me traicionaba. Sentía que la presión aumentaba, como si todo fuera a estallar en cualquier momento. Intenté hacer todo lo posible por ignorarlo, pero cuando me detuve en medio del bosque y llevé mi mano a mi pecho, el dolor se hizo más intenso.

-¿Te encuentras bien? -preguntó Rye, su tono preocupado logró sacarme de mis pensamientos.

Al escuchar su voz, miré a Taemoon, que también había notado mi estado. La mirada de la alfa, aunque siempre tan fría, se suavizó por un momento. Algo en su rostro cambió, aunque fuera solo un instante. Mi corazón dio un pequeño salto. ¿Era preocupación lo que veía en su mirada?

-Sí... Solo fue un pequeño malestar -intenté decir, intentando sonar tranquila, pero el dolor no cesaba. Al contrario, parecía intensificarse.

Rye no pareció convencido. Frunció el ceño, su preocupación evidente.

-Mejor tomemos un descanso hasta que estés verdaderamente bien -dijo, sugiriendo que nos detuviéramos.

-No... Ya pasará... Hay que seguir -respondí rápidamente, tratando de mostrar que no era gran cosa. Pero, justo después de decirlo, mi cuerpo cedió. Mis piernas perdieron fuerza y la visión se me nubló. La oscuridad se apoderó de mí antes de que pudiera reaccionar.

El último recuerdo que tuve antes de perder el conocimiento fue sentir los brazos de Rye rodeándome, levantándome rápidamente para correr hacia el pueblo.

Cuando mis ojos se abrieron de nuevo, me encontraba en una cama improvisada, la cual ni siquiera recordaba haber llegado a ver. Mi cabeza estaba pesada, mi cuerpo agotado, pero lo que más me preocupaba era el dolor que seguía presente en mi pecho. Sentía como si algo estuviera a punto de romperse dentro de mí.

Rye, al parecer, había corrido lo más rápido que pudo, y Taemoon no tardó en llegar también. Los dos estaban a mi lado, esperando las indicaciones del médico que rápidamente había sido llamado para revisar mi condición.

La puerta se abrió con un crujido, y el médico entró, una figura mayor que rápidamente se acercó a mi cama. Los tres estábamos en silencio, mirando cómo comenzaba a revisar mis signos vitales, y yo sentía la tensión en el aire, como si esperáramos que el mundo cayera sobre nosotros con cada segundo que pasaba.

-Solo se desmayó. No le ocurrió nada grave después gracias a que la trajeron rápidamente -dijo el médico, aliviando, al menos en parte, nuestras preocupaciones.

Pero Taemoon no parecía completamente satisfecha con la respuesta. Sus ojos, siempre tan impenetrables, estaban fijos en el médico, como si estuviera esperando algo más.

-¿Y a qué se debió que sucediera todo esto? -preguntó, su voz firme, pero un tanto cargada de una ansiedad que trataba de ocultar.

El médico pareció vacilar antes de responder. Sus ojos recorrieron a Loon y Rye, quienes estaban callados, y después de un momento de duda, finalmente contestó.

-Perdóneme, princesa Min, no puedo decirle nada al respecto -respondió, mirando a los dos alfas como si temiera dar una información que no debía.

-Ella tiene que decirte -la voz de mi hermano, irrumpió en la habitación. Todos nos volvimos a él. -Todos los de Red sabemos lo que le ocurre, pero ella debe ser quien te lo diga. Prometimos que esto permanecería dentro de nuestra manada y que ninguna otra sabrá lo que realmente es.

El médico asintió y, sin decir nada más, se retiró, dejándonos en silencio. Taemoon se acercó más a mí, pero su mirada no dejaba de ser inquisitiva. Sabía que quería saber, y yo también lo sabía. Había llegado el momento de ser honesta, aunque temía lo que podría suceder después.

-¿Puedo hablar con ella? -preguntó Taemoon, su tono suave, pero con un destello de preocupación.

El médico asintió y se retiró de la cabaña junto con los dos alfas dejándonos solas. La tensión en el aire era palpable. A pesar de la cercanía de Taemoon, algo en su presencia me hacía sentir nerviosa, ansiosa. No quería que me mirara con esa mezcla de preocupación y curiosidad, pero tampoco podía evitarlo.

Cuando ella se sentó a mi lado, me aparté un poco para darle espacio, pero mi corazón seguía latiendo rápido, tan rápido que temía que pudiera escucharlo. La vi sentarse a mi lado, y aunque su rostro seguía siendo tan impasible, algo en su mirada se suavizó.

-¿Te encuentras bien? -preguntó, su voz tan suave que casi me hizo sonreír. Pero no tenía fuerzas para hacerlo.

Solo asentí, sintiendo cómo sus ojos no me dejaban.

-¿Qué... fue lo que ocurrió? -preguntó de nuevo, su tono cargado de algo que no pude identificar. Tal vez preocupación. Tal vez un intento de entenderme.

Entonces, tomé una respiración profunda. Sabía que tenía que decirle la verdad, aunque no quería que se asustara. Miré hacia abajo, a mis manos. Y en ese momento, la voz me tembló mientras comenzaba a hablar.

-Prometes... si te digo la verdad no se lo contarás a nadie? -la miré fijamente, buscando su aprobación.

Taemoon asintió sin vacilar.

-Lo prometo.

Entonces, comencé a contarle, mi voz quebrada por momentos. Hablé de mi abuela, de la enfermedad que la había arrebatado de nuestras vidas, de cómo mi madre había tenido suerte y había escapado a esa maldición. Pero yo... yo no había tenido la misma suerte.

-Mi abuela enfermó gravemente de algo que nunca supieron qué fue... Ella falleció poco después de que mi madre naciera. Y afortunadamente, mi madre no padeció lo mismo... pero yo no tuve la misma suerte -mi voz se rompió, y en ese momento no pude evitar que las lágrimas comenzaran a caer.

Taemoon, con una rapidez que me sorprendió, me atrajo hacia su pecho, envolviéndome en sus brazos. La cercanía de su cuerpo, la calidez que emanaba de ella, me hizo sentir como si estuviera en casa. Como si estuviera segura, protegida. No quise separarme. No quería que me dejara. Me aferré a ella, desahogándome de todo lo que había estado guardando.

-No quiero que nada me pase... Menos ahora que te conocí -susurré entre sollozos.

Taemoon me abrazó con más fuerza calmando mis miedos más profundos.

-No voy a permitir que nada malo te ocurra. Estaré siempre para cuidarte, cachorra -dijo, y por un segundo, algo en mí se calmó.

Su forma de llamarme me hizo sonreír débilmente, a pesar de mi dolor.

-Creo que fue demasiado pronto para llamarte así, lo siento -añadió rápidamente, como si se diera cuenta de que lo había hecho sin pensarlo.

-No, está bien... Me gusta mucho, pero... -me separé ligeramente del abrazo para mirarla. Mis mejillas se sonrojaron al mirarla a los ojos. -¿Puedo también llamarte con un apodo?

Taemoon me miró con curiosidad, y no pude evitar sonrojarme aún más.

-Me gusta "lobito", serás mi lobito -dije con timidez.

-¿Lobito? ¿Por qué ese apodo? -preguntó, divertida.

-Porque tu lobo es verdaderamente bonito -respondí con simpleza.

Taemoon levantó una ceja, y de repente me di cuenta de que quizás había dicho algo extraño.

-Pero nunca me has visto en mi forma de lobo, incluso en Eurus solo estaba así durante... los entrenamientos -su voz se apagó a medida que mis mejillas tomaban un tono más rojo.

-¿Acaso tú veías los entrenamientos? -preguntó con una sonrisa traviesa.

-¡N-no! Es que... La ventana de mi habitación daba hacia el área de entrenamientos, y... pues estaba aburrida ese día -dije rápidamente, bajando la mirada. -Perdón, no debí hacerlo.

Taemoon se rió levemente, y yo me sentí como una niña traviesa. Pero en lugar de burlarse, ella acercó su mano a mi mejilla, tocándola suavemente. El gesto me hizo levantar la mirada, y cuando nuestras miradas se encontraron, algo en el aire cambió.

El espacio entre nosotras se redujo, y, de repente, sentí que ya no había más barreras. Nuestro primer beso, que había sido un roce tímido, ahora parecía algo inevitable. Era suave, sin prisas, como si todo lo que necesitáramos en ese momento fuera sentirnos cerca.

Cuando nos separamos, nuestras frentes se tocaron, y permanecimos en silencio, con los ojos cerrados, disfrutando de la proximidad de la otra.

-Acepto ser tu lobito solo si tú eres mi cachorra. ¿Aceptas? -preguntó Taemoon, su voz baja, pero cargada de cariño.

El simple hecho de escucharla me hizo reír, y sin pensarlo, volví a besarla, esta vez con más seguridad. De alguna manera, su presencia era todo lo que necesitaba, y su abrazo me decía que nada más importaba.

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