C22: Rumbo a lo Incierto
Ya habían pasado casi cinco días desde que llegué a Yam, cinco días en los que mi cuerpo se recuperaba mientras mi mente continuaba luchando contra la ansiedad. Sabía que no podía quedarme mucho tiempo allí, no con todo lo que estaba por suceder. Había disfrutado de cada momento junto a mi hermano, su esposa y mi sobrina, pero el peso de la responsabilidad no me dejaba relajarme. Mi regreso a Red era inminente, y en mi interior, me sentía atrapada entre el deseo de olvidarme por un momento del ataque que planeaba y la presión de lo que me esperaba.
Quería dejar atrás las preocupaciones, la amenaza de los humanos que se aproximaban, pero el reciente avistamiento de un pequeño grupo de ellos cerca de Yam me había obligado a hablar con Rye. Mi hermano había quedado en silencio por un largo rato después de que le compartiera mi plan, pero para mi sorpresa, lejos de negarse o pensar que estaba loca, él y el resto de los alfas y vampiros de Yam, quienes solo estaban allá por la oscuridad del lugar, se habían unido sin dudarlo. Agradecí profundamente su apoyo, pero el miedo de lo que podría suceder me mantenía despierta por las noches.
Este era mi último día en la aldea, y el aire se sentía cargado de tensión. Todos los que me acompañarían en la misión de buscar a mi segundo al mando estaban organizando sus cosas: afilaban espadas, preparaban provisiones, se despedían de quienes tenían familiares allí. La atmósfera estaba impregnada de un sentimiento de anticipación y nerviosismo.
Rye se acercó a mí mientras observábamos cómo los demás se preparaban.
-¿En serio crees que Loon esté en Mondo? -me preguntó, su voz grave y llena de duda.
Lo miré fijamente, sabiendo lo que pensaba.
-Sí -respondí con firmeza-. Creo que es lo más probable.
-No estaría tan seguro -dijo, encogiéndose de hombros-. Loon siempre hacía las cosas a su manera. Dudo que haya cambiado.
Su tono me hizo pensar, pero mi intuición me decía que no podíamos perder más tiempo. Loon había estado desaparecido durante demasiado tiempo, y aunque no confiara al 100% en sus decisiones, su capacidad para actuar de manera impredecible era algo que no podía ignorar.
En ese momento, un beta llegó corriendo con una vaina que brillaba con detalles dorados. Mi mirada se centró en la empuñadura azul, algo que me resultó familiar.
-Reina Amber, hemos encontrado esto entre las armas. Nadie la utiliza, así que pensamos que tal vez le serviría -dijo el beta, casi sin aliento.
Tomé la vaina con cautela y desenvainé la espada, una delgada hoja de plata que parecía ligera en mis manos. La balanceé un par de veces, probando su peso.
-Es perfecta -dije, y sonreí al darme cuenta de lo fácil que sería manejarla comparada con la espada que había utilizado mi madre. Era mucho más ligera y ágil, lo que me daría una ventaja en situaciones difíciles.
-¿Sabes pelear con espadas? -Rye me miró incrédulo, levantando una ceja.
-Sí, Richard me enseñó -respondí con una sonrisa, guardando la espada en su vaina nuevamente.
Rye soltó una risa nerviosa, pero sabía que lo que acababa de decirle no era motivo de burla. La sensación de la espada en mi mano me dio una sensación de control que no había tenido en días. A pesar de la incertidumbre, me sentía lista.
-Creo que sería mejor irnos ya -dije, mirando el cielo que comenzaba a teñirse de tonos anaranjados-. No quiero que nos pille la noche en el camino.
El grupo comenzó a caminar, y el sonido de nuestros pasos se convirtió en el único eco en el bosque. El peso del silencio era abrumador. Algunos de los vampiros que nos acompañaban se mantenían alertas, como si cualquier sonido o movimiento pudiera significar peligro. Todo el mundo sabía que el viaje a Mondo no sería fácil. Muchos de los que caminaban conmigo eran exiliados, y aunque confiaba en ellos, no dejaba de sentir una punzada de culpa.
Uno de los vampiros rompió el silencio, dirigiéndose hacia mí.
-Reina Amber, ¿cree que nos reciban bien en Mondo? Todos aquí somos exiliados por traición, y la última vez que estuvimos allí... bueno, las cosas no fueron muy bien.
La pregunta me tomó por sorpresa. ¿Cómo podía asegurarles que estarían a salvo? Mondo no era un lugar de paz, ni siquiera para los nuestros. Si alguna vez nos veían como enemigos, sería nuestra perdición.
La ansiedad me nubló por un momento, pero respiré hondo y traté de mantener la calma.
-No se preocupen -les dije, mirando a todos en el grupo-. No permitiré que les hagan daño. Después de todo esto, podrán regresar a Yam a continuar con sus vidas.
Les ofrecí una sonrisa pequeña, pero sabia que no podía prometerles nada. No había garantías en la guerra.
Volví a mirar al frente y, como si el mundo me estuviera observando, comencé a caminar con más determinación. Mi hermano Rye se acercó a mí y pasó su brazo por mi cuello, atrayéndome hacia él, dándome algo de apoyo en el camino.
-Una sonrisa en las peores circunstancias -dijo él, mirando al horizonte.
Lo miré de reojo, sintiendo cómo la tensión en mi pecho se aliviaba un poco por su presencia.
-Puede mejorar la situación hasta en la peor de las tormentas -respondí, recitando algo que nuestros padres solían decirnos cuando éramos niños.
Ambos nos quedamos en silencio por un rato, recordando a nuestros padres, quienes siempre habían sabido cómo aliviarnos con una sola palabra o gesto. Los extrañábamos profundamente, pero sabíamos que, de alguna manera, estaban ahí con nosotros, en nuestros recuerdos.
La caminata continuó. Los bosques se iban haciendo más densos, las ramas crujían bajo nuestros pies, y las horas pasaban sin que pudiéramos hacer mucho para acelerarlas. De vez en cuando, alguien sugería que el camino no era el correcto, y tuvimos que regresar varias veces por no haber seguido la dirección adecuada. Cuando ya habíamos perdido la cuenta de cuántas veces nos habíamos desviado, de repente, me detuve en seco. Un aroma conocido llenó mis pulmones: sándalo.
Mi lobo reaccionó al instante, inquieto, y por un momento quise seguir ese olor, correr detrás de él sin importar nada. Pero me detuve. Sabía que debía mantener el control. Mi hermano, al darse cuenta de que me había detenido, se acercó rápidamente.
-¿Qué pasa? -preguntó en voz baja, preocupado.
Mi mirada recorrió el entorno y, entre la espesura de los árboles, pude distinguir un grupo de figuras. Mi corazón dio un vuelco al reconocer una de ellas.
-¡Princesa Min! -grité con todas mis fuerzas, haciendo que la figura se girara rápidamente.
Min, la princesa de Eurus, me miró confundida antes de dar un paso hacia nosotros. De inmediato, me dirigí hacia ella, con Rye a mi lado. Cuando llegamos junto a ella, hice una rápida reverencia.
-Amber... Creí que estabas desaparecida -dijo, su voz llena de sorpresa.
-¿Desaparecida? -pregunté, confundida-. Creo que debió haber sido Loon quien dijo eso, pero en realidad, todo este tiempo estuve en Yam.
El aire se cargó de tensión cuando los demás exiliados se acercaron y Min los vio. Los ojos de los acompañantes de la princesa se alzaron, llenos de alerta. Mi grupo, como era de esperar, no pasaba desapercibido.
-Prin... Reina Amber, por favor venga con nosotros -dijo un beta de la manada Eurus, con una mirada que reflejaba cierta preocupación.
-Descuida, estoy bien -respondí, intentando calmar la situación-. Princesa Min, ¿se dirigía a Mondo? -La miré, buscando una respuesta.
Min asintió y, por un momento, me sentí aliviada de no estar sola en este viaje.
-¿Podríamos seguirla? -le pregunté, mirando a mi hermano. Él, al igual que yo, estaba agotado, pero la incertidumbre que nos rodeaba lo hacía aún más difícil.
-Claro -respondió Min-. Sigamos, ya es tarde.
Todos comenzamos a caminar detrás de la manada Eurus. Amber y Rye, unos pasos atrás, continuaron hablando sobre lo que harían una vez llegaran a Mondo. Mientras tanto, me reí por algo que dijo mi hermano, abrazándolo sin pensarlo. Pero sentí una mirada que me observaba con atención. No podía evitar que me incomodara, aunque sabía que no debía preocuparme por algo tan trivial en medio de todo lo que estaba por venir.
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