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C20: Yam

La tensión entre nosotros se sentía en el aire, pesada, densa, como un muro invisible que no podíamos atravesar. Ya no éramos aquellos hermanos de 10 y 20 años que se cuidaban el uno al otro sin dudar. La niña que solía correr a abrazar a su hermano había desaparecido, y ante ella se encontraba un extraño, alguien que ni siquiera me atrevía a mirar. El simple hecho de ver a mi hermano me causaba un nudo en el estómago, un dolor tan profundo que no sabía si era el resentimiento, la tristeza, o ambas cosas mezcladas.

Él parecía haberlo notado, y aunque no dijo nada, lo sentí. A veces, no era necesario hablar para saber lo que pensábamos. Su suspiro era suficiente para entender que me había cansado de su indiferencia, pero no podía evitarlo. Lo había ignorado, porque al mirarlo me dolía más de lo que estaba dispuesta a admitir.

-Parece que tu pierna está bien, tal vez solo fue un esguince. -dijo, con su voz grave, como siempre.

Mi pierna ardía, el dolor era casi insoportable, pero el dolor emocional que sentía era mucho peor. Intenté ignorarlo, me esforcé por levantarme, pero el dolor me frenó. No pude evitar quejarme.

-Eres igual de terco que nuestro padre.

Lo vi mirar hacia otro lado, como si sus palabras ya no tuvieran peso sobre mí, y no pude evitar sentir una leve punzada de dolor. Él no sabía nada. No sabía todo lo que había pasado entre nosotros, no tenía idea de lo que había sucedido los últimos diez años.

-¿Ocurrió algo con él? -preguntó, la curiosidad asomándose en sus ojos.

Lo miré, y el resentimiento brotó de mi boca casi sin querer.

-Lo que siempre quisiste que sucediera. -mi voz fue amarga, mi mirada clavada en la suya. -Debes estar feliz de que él haya muerto.

Él negó con la cabeza, pero no lo creí. Sabía lo que pensaba, y la forma en que me miró me hizo sentir que, de alguna manera, quería creer que no había sido culpable de nada.

-¿Cómo no va a estarlo? Si hace diez años quisiste matarlo.

Vi su cara endurecerse, su mirada vacilante. La rabia se apoderó de mí de nuevo, como lo había hecho tantas veces en mi vida. La rabia que no podía controlar, que me consumía y me impedía ser racional.

-No era consciente de mis actos en ese entonces.

-¡Tenías 20! Eras más que consciente de lo que hacías.

Intenté levantarme de nuevo, con la esperanza de que mis piernas pudieran soportarme. No fue así. La pierna me dolía demasiado, pero aún así quise caminar, no quería depender de él, no quería que me viera como la niña débil que siempre había sido. Y, sin embargo, no pude evitarlo.

En un parpadeo, unos brazos firmes me levantaron, y vi cómo mi hermano me cargaba, sin preguntar, sin ofrecerme opción alguna. A pesar de mis quejas y mi resistencia, no se detuvo.

-¿A dónde me estás llevando? -le pregunté, confundida, sintiéndome completamente vulnerable.

-A Yam.

La palabra me hizo tensarme. El clan de exiliados. Un lugar al que nadie quería ir. Mis quejas se intensificaron, pero él no se detuvo, como si mi resistencia no significara nada. Me llevaba sin preguntarme si quería ir o no.

A medida que avanzábamos, el bosque se volvía más denso, más oscuro. Vi cómo las antorchas iluminaban el camino y cómo las cabañas en ruinas se alzaban a lo lejos. El lugar tenía un aire sombrío, y una parte de mí se sintió perdida, atrapada en algo que no entendía.

Cuando llegamos de dirigió y entro a una cabaña, me dejó en una habitación pequeña, y enseguida salió. La puerta se cerró tras él, dejándome sola. Estaba cansada, pero el miedo no me dejaba descansar. Intenté ponerme de pie, pero mi pierna aún me dolía demasiado.

Fue entonces cuando escuché el sonido de la puerta abriéndose de nuevo. Una mujer y una niña entraron. Me quedé quieta, mirando cómo se acercaban a mí.

-No te preocupes, no querremos hacerte daño. -dijo la mujer, acercándose con un trozo de tela en la mano mientras la niña traía un balde con agua. -Solo querremos revisar tu pierna para ver qué fue lo que sucedió.

A pesar de mis dudas, acepté su ayuda, y ambas comenzaron a examinarme.

-¿Quiénes son? -pregunté, mi voz llena de desconfianza.

La mujer sonrió suavemente antes de responder.

-Soy Susan, esposa de Rye, y ella es mi hija, Kate.

La sorpresa me paralizó. Mi mente no podía procesarlo. De alguna forma, entendí lo que eso significaba, pero aún no podía creerlo.

-¿Y tú eres? -me preguntó la mujer, mirando curiosa.

-Amber Wless... Soy su hermana.

Ambas se miraron, sorprendidas. La sorpresa me envolvió, me sentí pequeña, insignificante en medio de ese momento tan inesperado.

-¿Entonces ella... Es mi sobrina? -pregunté, señalando a la niña que jugaba en el suelo sin comprender del todo la conversación.

-Sí, Kate Wless. -Susan sonrió al ver cómo la pequeña se acercaba y me abrazaba. -Mi pequeña de 10 años.

El golpe fue fuerte. La revelación me dejó pálida, inmóvil. Mi hermano... tenía una hija. ¿Cómo había pasado todo tan rápido?

-¿Tú... No, no puede ser posible. -musité, aún sin poder asimilar lo que estaba sucediendo. La risa de Susan me sacó de mi trance.

-Ella nació poco después de que fuéramos expulsados de Red.

En ese momento, todas las piezas encajaron. Recordé aquella vez en el castillo, cuando vi a mi hermano discutir con una chica, una chica que ahora entendía que era Susan.

-Entonces, tú eras aquella chica que fue con mi hermano al castillo días antes de que todo pasara. -mi mente parecía recordar fragmentos de aquella época, las palabras de mi padre, los gritos, las discusiones. Todo parecía difuso, pero algunas cosas seguían claras.

-¿Sabes por qué Rye hizo todo eso? -pregunté, mi curiosidad ahora desbordada.

Susan suspiró y comenzó a contar su versión de los hechos.

-Ese día fuimos a decirle a tu padre sobre Kate y que ambos queríamos casarnos para cuidar de la manera adecuada a nuestro bebé, pero tu padre enfureció porque habíamos arruinado los planes de compromiso que ya había hecho para Rye.

Las palabras de Susan eran como una revelación para mí. Años de silencio, de historias tergiversadas, de rumores, y ahora, finalmente, podía entender algo. Pero cuando mi hermano entró, la tensión se hizo aún más palpable.

-Así que pensé que si yo era el rey, no tenía que seguir sus estúpidos acuerdos y los cuatro podríamos vivir tranquilos en Red. -dijo él, mientras se acercaba y su hija lo abrazaba. -Pero no salió bien, y tú debes saber el resto de la historia.

-Sí, pero empiezo a creer que la historia que normalmente cuentan es errónea. -le respondí. -Siempre dicen que solo querías más poder y no podías esperar que nuestro padre falleciera.

Vi la mueca en el rostro de mi hermano, pero no pude evitar reír. Su actitud no ayudaba en nada. De hecho, solo la hacía más creíble.

-Bien, tu pierna solo tuvo un pequeño esguince. -interrumpió Susan. -Unos días de reposo y sanará por completo.

Recogió sus cosas y salió de la habitación con Kate a su lado. Mi hermano estaba por salir también cuando una almohada impactó en su rostro. Lo miré, divertida.

-¿Cuándo pensabas decirme que era tía? -le dije, sonriendo, aunque mi corazón seguía cargado de sentimientos encontrados.

Él solo rio y salió, dejándome sola en la habitación.

Estuve despierta un tiempo más, pensando en todo lo que había sucedido, hasta que el cansancio me venció. Al fin había encontrado a mi hermano, pero ya nada era como antes. Seguía siendo el mismo, un alfa frío, distante, pero de alguna forma, seguía siendo él. Solo que ahora... ya no sabía si lo entendía, si sabía cómo verlo.

Me dejé llevar por el sueño, esperando que tal vez, solo tal vez, encontraría las respuestas que tanto necesitaba.

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