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C16: El Peso de la Corona

Todo me parecía un sueño. Un mal sueño. O quizás, peor aún, una pesadilla que no terminaba. Desde que llegamos a Mondo, todo había sido una constante marea de emociones y decisiones que me hacían sentir más perdida que nunca. La ceremonia de nombramiento de reina fue breve. Nada que celebrar. La sala estaba llena de rostros conocidos, algunos con sonrisas forzadas, otros con expresiones de pesar, pero todos, como yo, cargando con la pesada losa del dolor. Perdí a mi padre y, con él, cualquier sentimiento de estabilidad que pudiera haber tenido.

Estaba rodeada de personas, pero me sentía completamente sola. Al tomar la corona de mi madre, sentí cómo el peso de la responsabilidad se instalaba sobre mis hombros. La corona de la Luna. La corona de Red. ¿Qué haría yo con todo eso? Siempre imaginé que tendría años para prepararme para este momento, pero aquí estaba, a un paso de tomar el control de una manada destrozada, sin saber ni por dónde empezar.

Me había prometido a mí misma que no lloraría más. ¿Por qué iba a hacerlo? Mi padre no volvería. ¿De qué servían las lágrimas ahora? Al menos esa fue la mentira que me repetí una y otra vez para evitar sucumbir al abismo de la desesperación. Pero a pesar de mi promesa, las lágrimas estaban ahí, a punto de derraparse por mis mejillas. En todo momento, me sentí como si todo me estuviera aplastando, como si no tuviera ni idea de cómo liderar o cómo hacer frente a todo lo que sucedía a mi alrededor.

La ceremonia terminó rápidamente, casi sin que me diera cuenta. Me felicitaron, me dieron sus condolencias, pero las palabras sonaban vacías. Una sonrisa débil fue todo lo que pude ofrecer a quienes se acercaron a mí. Apenas pude soportarlo. Apenas pude soportar ser el centro de atención cuando todo lo que quería era desaparecer.

Salí del castillo, buscando refugio en el aire fresco de la tarde. Richard me siguió sin decir una palabra, pero su presencia era un consuelo. Llegamos a la orilla del riachuelo, donde me senté y traté de encontrar alguna paz en el sonido del agua que corría. La brisa suave jugaba con mi cabello mientras mis dedos jugaban distraídamente con una pequeña flor. Era como si todo estuviera bien, por un breve momento, pero la verdad siempre estaba ahí, acechando. No tenía idea de lo que estaba haciendo. ¿Cómo iba a ser una reina? Yo, una simple omega, rodeada de tantos problemas. Una manada en guerra, mi padre muerto, y un futuro incierto.

Fue entonces cuando Richard rompió el silencio, con esa familiar voz preocupada.

— Si sabes que guardarse las cosas solo empeorará lo que sientes.

Lo miré, sorprendida. ¿Cómo sabía lo que sentía? Me concentré en la flor, en la corriente que la arrastraba.

— Lo sé... —respondí, con la voz apagada—. Solo que si hablo de eso, probablemente terminaré llorando otra vez.

— ¿Y? —dijo, con tono directo, casi desafiante—. El llorar no es una forma de debilidad.

Mi corazón se apretó al escuchar esas palabras.

— En serio aprecio que quieras ayudarme, pero estoy bien —mentí, sonriendo con dificultad. A pesar de mis palabras, mi alma sentía un vacío imposible de llenar. Fijé mi vista en el agua, buscando alguna respuesta que no existía—. ¿Crees que pueda ser una buena reina?

Richard me miró fijamente, como si la respuesta fuera obvia.

— ¿Bromeas? Serás una excelente líder.

— ¿Cómo puedes estar tan seguro de eso?

— Te conozco desde hace años —respondió con sencillez—. Sé perfectamente que vas a ser una de las mejores líderes que Red ha tenido.

Esas palabras... Las sentí como un alivio para mi alma herida, aunque no podía evitar que una parte de mí se preguntara si realmente era tan capaz como él creía.

— Gracias —murmuré, y antes de darme cuenta, estaba abrazándolo, agradeciendo, no solo por su confianza, sino por su amistad, por ser el único que no me trataba como una carga.

Nos levantamos y comenzamos a caminar de regreso a Mondo, pero mi mente no dejaba de dar vueltas a lo que había perdido, a lo que tenía que hacer ahora. Cada paso que daba me sentía más consciente de la responsabilidad que se me venía encima. ¿Podría realmente liderar? ¿Podría ser la reina que Red necesitaba? ¿Qué hacer con mi dolor y mi miedo, cuando todo parecía tan incierto?

Al llegar al castillo, mi mente se llenó de nuevos pensamientos. Tenía que hacer algo, tomar decisiones. Quizás atacar a los humanos no era la respuesta correcta, pero el dolor me empujaba a buscar venganza. Sin embargo, era consciente de que Red no estaba preparada. Mi manada estaba débil, y aún no tenía todo lo necesario para enfrentarse a un enemigo tan formidable. Pero, ¿y si la única forma de asegurarnos un futuro era hacer frente a todo eso ahora? ¿Y si no había otra opción?

Fue en ese momento, mientras pensaba en todo esto, que vi a Loon. Estaba en los pasillos, y la necesidad de hablar con él fue inmediata. Lo tomé por el brazo y lo llevé a la biblioteca sin pensarlo dos veces.

— Necesito tu ayuda con algo —le dije, mi voz algo temblorosa, pero decidida.

— ¿Qué? —me respondió, desconcertado.

— No quiero quedarme de brazos cruzados mientras todo esto se desmorona —dije, mostrando el mapa que había en la habitación con nosotros—. Quiero atacar a los humanos, Loon. Quiero reunir a todas las manadas vecinas y contraatacar.

Loon me miró como si hubiera perdido la razón.

— ¿Cómo se te ocurre? ¡La manda está débil! Acabamos de pasar por un ataque, ¿y tú quieres ir directo a otro?

— No tengo otra opción —respondí, tratando de mantener la calma—. Si no lo hacemos, perderemos todo. ¿Qué harías tú si fuera tu familia la que está en peligro?

Finalmente, él asintió, y pude ver la preocupación y la determinación en sus ojos.

— Te ayudaré —dijo, y mi corazón dio un pequeño salto. No estaba sola en esto. No del todo.

Pero antes de que se fuera, lo detuve.

— Mañana quiero ir a Etéreo, a ver a mi tío. Necesito su ayuda también.

— ¿Quieres ir a ver a tu tío? Puedes enviar una carta —dijo, con una sonrisa algo burlona.

— Es que tiene tiempo que no lo veo —me defendí, pero la verdad era que necesitaba su apoyo—. Además, convencer a su líder no es fácil. Me vendría bien tu ayuda.

— Bien, pero ve a descansar. Mañana iremos a pie.

Asentí, y antes de irme, me sentí abrumada por todo lo que había hablado. ¿Realmente podía hacer esto? ¿Podía ser la reina que Red necesitaba y al mismo tiempo, ser la Amber que aún lloraba la pérdida de su padre?

Solo el tiempo lo diría.

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