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C14: En el Umbral de lo Desconocido

Las horas se estiraban, cada segundo parecía dilatarse más que el anterior. Yo aún no tenía noticias de Taemoon. Lo último que había sabido era que seguía inconsciente en su habitación, y aunque no podía evitar preocuparme, sabía que mi presencia no serviría de nada. Todos los demás parecían estar ocupados atendiendo sus heridas, excepto yo. Mis lesiones no eran graves, solo algunos rasguños que apenas sangraron, por lo que después de limpiarlas me cambié a un hanfu rojo, simple, pero cómodo. A veces pensaba que mi vida era tan inestable, pero los rojos siempre habían sido mi color, el que me hacía sentir más segura.

Caminé por los pasillos del castillo, buscando a mi padre. Según me dijeron, él también había sido atendido por sus heridas, y por lo que veía en su rostro cuando cruzábamos miradas, no parecía estar tan bien como me había hecho creer. Pero no tenía tiempo para detenerme a indagar más sobre su estado, y mi mente seguía volviendo a la misma cuestión: Taemoon. No podía dejar de pensar en ella, aunque no la conocía realmente. Había algo en su mirada, en su calma, que de alguna forma me atraía. Era como si compartiéramos un vínculo, aunque aún no entendiera muy bien por qué.

Mientras caminaba, me encontré frente a su puerta. Algo dentro de mí me empujó a tocar, pero me quedé allí, mirándola, incapaz de moverme. ¿Y si ella no quiere verme? Me pregunté. ¿Y si no le importa mi presencia? Fue entonces cuando la puerta se abrió, y ahí estaba el rey Min, mirándome con algo de sorpresa.

—Princesa Amber, ¿qué la trae por aquí? —preguntó, y su tono firme hizo que me sintiera un poco más nerviosa.

Vacilé antes de responder, pero sabía que no podía irme sin hacerlo. Ya estábamos a punto de irnos, y probablemente no volvería a tener la oportunidad de verla.

—Yo... —mi voz salió más suave de lo que había esperado— ¿podría pasar a ver a Taemoon?

El rey me miró un momento antes de sonreír levemente.

—Claro, ella ya ha despertado.

El alivio que sentí al escuchar esas palabras fue inmediato, pero al mismo tiempo me sentí extrañamente confundida. ¿Por qué me importaba tanto saber eso? ¿Por qué me afectaba tanto? Taemoon no era alguien cercano, al menos no lo suficientemente como para justificar esta preocupación. Aun así, algo en mi pecho se relajó, como si un peso invisible se desvaneciera. No lo entendía, pero me sentí algo más ligera.

Cuando el rey Min se retiró y la puerta se cerró detrás de él, la duda me invadió nuevamente. Estaba nerviosa, demasiado para ser sincera. Me quedé frente a la puerta, tomando aire una y otra vez antes de reunir el valor para abrirla. ¿Debería entrar? ¿Y si la incomodaba? Cuando por fin empujé la puerta, el rostro de Taemoon apareció frente a mí. Sus ojos eran serenos, como siempre, pero había algo diferente en ella. Quizá era el cansancio o las heridas, pero había una vulnerabilidad que no había visto antes.

—¿Te encuentras bien? —mi voz salió nerviosa, más preocupada de lo que había planeado.

Taemoon levantó la mirada, y por un momento no supe si había sido una pregunta adecuada. Ella no respondió inmediatamente, sino que desvió la vista hacia sus vendajes.

—Sí, algo adolorida, pero ya pasará. —Dijo con una calma que casi me hizo sentir tonta por estar tan nerviosa.

No sabía qué hacer después de eso. El silencio entre nosotras creció como una barrera invisible. Podía sentir que las palabras se me acumulaban en la garganta, pero no tenía el valor de decirlas. ¿Qué podía preguntarle? No la conocía realmente, y aunque había algo en ella que me hacía querer acercarme más, no tenía idea de cómo.

—¿Necesitas algo? Puedo traerte lo que sea. —Pregunté, aunque no sabía si eso era lo que realmente quería ofrecer. Me sentí un poco tonta al decirlo, como si no fuera la persona adecuada para ofrecerle ayuda.

Pero Taemoon no parecía interesada.

—No, estoy bien. No te preocupes. —Respondió con una suavidad que casi me hizo sentir que estaba incomodándola, que no quería mi compañía.

El silencio se hizo más pesado. Yo no sabía si debía quedarme o irme, no entendía qué estaba pasando entre nosotras. De alguna manera, me sentí atraída por ella, pero también me sentía distante, como si no pudiera alcanzarla. Había algo en su presencia que me hacía dudar, algo que no lograba comprender.

Entonces, sin pensarlo demasiado, decidí hacer la pregunta que llevaba días queriendo formular.

—¿Podría... hacerte una pregunta? —Mi voz salió titubeante, casi sin esperanza de que la respuesta fuera algo satisfactorio.

Taemoon me miró por un segundo, y luego asintió.

—Claro.

Mi corazón latió con más fuerza cuando su consentimiento me dio el permiso que necesitaba para seguir. Tomé aire y, sin más, me lancé.

—¿De dónde conoces a los Lan?

La pregunta pareció tomarla por sorpresa. Pude ver cómo su expresión se tornaba pensativa, como si estuviera sopesando qué responder. Después de unos momentos, habló.

—Ellos me ayudan con mis entrenamientos, pero eso tú ya lo sabes. —Recordó nuestra conversación con el mayor de los Min días atrás. Y luego, al ver mi rostro, añadió—: ¿De dónde los conoces tú?

La respuesta me dejó paralizada por un momento. ¿Era prudente decirle? En Red estaba prohibido mencionar, especialmente su nombre. Pero ¿en Eurus sería lo mismo? Estaba confusa, sin saber si podía confiar en ella. Sin embargo, sentí que debía decírselo, aunque me doliera.

—De mi hermano... —dije finalmente, sintiendo que al pronunciar esas palabras algo se desmoronaba dentro de mí. Mi mirada se bajó, y mi pecho se apretó con la memoria de lo que había perdido.

Taemoon pareció sorprendida por mi respuesta, y una pequeña risa escapó de sus labios, como si no pudiera creerlo.

—¿Tiene un hermano? —Dijo en voz baja, como si lo dijera más para sí misma que para mí. Y luego, vio mi rostro serio y la tristeza que había invadido mis ojos.

—Tenía. —Respondí con la voz quebrada. —Hace años. Ahora... solo somos mi padre y yo.

Hubo un largo silencio, y pude ver que algo en sus ojos se suavizó. Tal vez entendía lo que quería decir, aunque no lo dijera. 

—Lo lamento. —esas palabras de simpatía me alcanzaron de una manera inesperada.

—No te preocupes. —respondí, dejando escapar una pequeña sonrisa que trataba de ocultar la tristeza que aún sentía. Fui hasta donde mi cabello caía sobre mi rostro y me lo aparté, sin querer que se notara demasiado lo vulnerable que me sentía.

Justo en ese momento, unos golpes sonaron en la puerta, y miré hacia allí. Mi padre había llegado.

—Amber, querida, necesitamos regresar a Red. No es seguro dejar nuestra manada desprotegida. —Su voz firme me hizo despertar de mis pensamientos, y antes de que pudiera responder, Taemoon intervino.

—Puede ir con algunos alfas de aquí para que les protejan en el camino. —Propuso con una voz firme, y yo la miré sorprendida, aunque comprendía el gesto.

Mi padre negó con la cabeza.

—No es necesario, princesa Min.

—Insisto. —Taemoon fue firme, su voz no dejaba lugar a dudas. Había algo en ella que me sorprendió, una determinación que no había visto antes. Mi padre, a regañadientes, aceptó su propuesta.

—Gracias. —Dijo mi padre, y Taemoon asintió.

Cuando mi padre salió, mi corazón siguió latiendo con fuerza, y no pude evitar sentir que algo en mí había cambiado. Sin pensar demasiado, me acerqué a Taemoon y le di un pequeño beso en la frente, un gesto que, aunque simple, fue mi forma de mostrarle que me importaba, que le deseaba lo mejor.

—Espero que mejores pronto. —Susurré, y luego salí de la habitación.

Cuando llegué junto a mi padre, lo encontré esperando pacientemente, su espada ya en mano, lista para enfrentar lo que fuera que viniera. No pude evitar notar la seriedad en su rostro, pero también esa calma calculadora que siempre le había caracterizado. Al verme llegar, me miró, con una ligera sonrisa en los labios.

—¿No vas a llamar a ningún alfa, verdad? —comente, con un tono ligeramente divertido, como si ya supiera lo que iba a decirme.

—Tú me conoces mejor que nadie, hija. Sabes que no puedo aceptar eso. —Respondió sin vacilar, y su tono dejaba claro que cualquier intento de convencerlo de lo contrario sería en vano.

Mi risa fue casi automática, aunque más por costumbre que por otra cosa. Siempre había sido así, tan calculador y sin dar demasiadas vueltas a las cosas. Mi padre nunca se andaba con rodeos.

Fruncí el ceño y lo miré de reojo, cruzando los brazos sobre mi pecho.

—Si puedes, pero no quieres. —No era un reproche, solo una constatación de lo que ya sabía. Mi padre siempre prefería hacer las cosas a su manera, y eso incluía no aceptar ayuda si no lo consideraba absolutamente necesario.

Él simplemente levantó una ceja, pero no comentó nada más. En su lugar, ambos seguimos caminando en dirección a Red, el viaje transcurriendo en un completo silencio. Sabía que el caos que nos esperaba allí era inevitable, y mientras caminaba junto a él, sentía que la tensión se acumulaba en el aire. Era como si el peso del destino de nuestra manada ya estuviera sobre nuestros hombros.

Decidimos evitar el sendero principal, tomando un camino a través del bosque. Era la mejor opción para mantenernos alejados de la vista de cualquiera que pudiera estar buscando problemas. Siempre que podíamos, intentábamos minimizar cualquier riesgo. No me gustaba la idea de lo que podría pasar si nos encontrábamos con enemigos en el camino, pero también sabía que no teníamos muchas opciones.

Al llegar a Red, la escena era caótica. Las personas se movían de un lado a otro, desesperadas por encontrar a sus líderes, y tan pronto como vieron a mi padre, corrieron hacia él, algunos con miradas ansiosas, otros con preocupación evidente. Mi padre no perdió tiempo en organizar a los suyos.

—¡Escuchen todos! —Su voz resonó con fuerza, como una orden. El bullicio cesó casi inmediatamente. —Omegas, vayan a sus cabañas, recojan algo de comida para sus cachorros y regresen lo antes posible. ¡Ahora! —El tono de su voz era firme, pero no cruel, como siempre que daba órdenes importantes. Todos asintieron rápidamente y se dispersaron.

Entonces, se dirigió a los alfas y betas que ya estaban formándose alrededor de él, su mirada fija y decidida.

—Alfas y betas, vayan por sus espadas. Es momento de que peleemos por nuestra manada. —Las palabras de mi padre fueron como un llamado a la acción. Todo el caos que había antes se transformó en algo mucho más organizado, pero igual de urgente.

En ese momento, Loon apareció, armado y listo para lo que fuera que se necesitara. Se acercó a mi padre y a mí con la firmeza que siempre le había caracterizado.

—¿Qué tal estuvo la boda, Amber? —preguntó con una ligera sonrisa, aunque la situación no era precisamente para bromas.

Yo apenas lo miré, mi mente ya enfocada en todo lo que se venía. Sabía que tenía que concentrarme, pero no pude evitar una leve risa nerviosa al ver su actitud relajada.

—Loon, no es momento para hablar. Tú estarás a cargo de los guerreros. —Le respondí con firmeza, y él solo asintió sin decir palabra, retirándose rápidamente para cumplir con su tarea.

Mi padre me miró de reojo y, sin más, me dio una orden directa:

—Amber, necesito que guíes a los omegas a un lugar seguro. —El tono de su voz era tan autoritario que no pude hacer más que asentir, aunque no pude evitar preguntarme a dónde me enviaría.

—¿A dónde? —pregunté, alzando una ceja, sin ocultar mi incertidumbre.

Fue entonces cuando escuché la voz de Richard, quien había estado escuchándonos desde el principio.

—¿Qué te parece a Mondo? —dijo, mirando a ambos con seriedad. —Somos la manada mejor escondida en el bosque. Será muy difícil que nos encuentren allí.

La idea de Mondo me pareció razonable. Sabía que era uno de los lugares más seguros y remotos. No obstante, no pude evitar sentir una punzada de tristeza al pensar en que probablemente esto no terminaría bien, que lo que se avecinaba sería una batalla sin garantías de que todo saliera como esperábamos. Pero no tenía otra opción. No podía ser un obstáculo para mi padre o para mi manada. Como siempre, tendría que hacer lo que se esperaba de mí.

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