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C11: Última Promesa

Los días pasaron con la misma fugacidad con la que se escurren las aguas de un río, como si el tiempo, en su efímera sabiduría, decidiera que ya era hora de que todo sucediera. Cuando menos lo esperaba, ya era la mañana del tan ansiado día para las manadas Red y Eurus. Un día que, de alguna manera, parecía estar cargado con las mismas esperanzas y temores que me acompañaban desde el primer susurro de este matrimonio.

Ayer, mi padre había llegado a Eurus, para la boda de su hija. Al recibirlo, todo tuvo que reorganizarse. Mi habitación, aquella que había sido mía durante tanto tiempo, la cual era mi refugio, mi pequeño espacio en el mundo, fue cedida a él, para que pudiera descansar. Yo, por mi parte, pasé a ocupar la que en su momento fue de Taemoon. Me encontré en un lugar que no me pertenecía, y que, curiosamente, me hacía sentir aún más ajena a todo lo que ocurría a mi alrededor.

El castillo estaba en un caos controlado: todos corrían de un lado a otro, arreglando los últimos detalles, ajustando lo que parecía no estar del todo perfecto para el evento que marcaría el destino de muchas almas, entre ellas la mía. Yo seguía allí, en la habitación, envuelta en una somnolencia a medias, luchando por mantenerme alejada de la realidad.

La almohada sobre mi rostro no era solo una barrera física contra la luz del sol que se filtraba con insistencia a través de las cortinas, sino también un intento inútil de bloquear todos los pensamientos que no quería enfrentar. Mis manos aferradas a ella eran un acto reflejo, como si la almohada pudiera protegerme de lo que no quería sentir. Pero mi intento de escapar fue breve, cuando la puerta de mi habitación se abrió de golpe.

-Princesa Amber, ¿Qué hace? -La voz de la beta que entró al cuarto no dejaba lugar a dudas: su tono era un susurro inquieto, que se convertía en una alarma ante mi extraña postura.

-Intento matarme -respondí, mi voz apenas entendible bajo la almohada. Sentí la presión de su sorpresa en el aire, como si mis palabras pudieran hacerla tambalear.

-¿Y por qué de esa manera? -La chica se acercó, y con un poco de torpeza, intentó quitarme la almohada, pero, en respuesta, me enterré más profundamente bajo las sábanas, buscando seguir a toda costa en mi pequeño refugio.

-Pensé que funcionaría -murmuré, levantando mi cabeza con lentitud, mientras un pequeño puchero formaba un bultito en mi labio inferior.

Observé a la beta, y no pude evitar que una pequeña sonrisa se asomara en su rostro al verme tan... inocente.

-Casi matan a mi padre de esta manera -dije sin pensar, y en ese mismo instante, sentí el peso de esas palabras. Me detuve, mis ojos se encontraron con los suyos, y pude ver la sorpresa reflejada en su rostro. -¡P-pero no fue así! Él está aquí ahora, después de todo -me apresuré a añadir, tratando de justificar lo que acababa de soltar, como si pudiera borrar la gravedad del momento con esas simples palabras.

-La reina solicita su presencia en el cuarto del vestido -dijo la beta, como si mis palabras no hubieran existido en absoluto, su tono se suavizó con rapidez.

-En un momento voy -respondí, mi tono frío como siempre, como si nada me afectara, aunque mi interior se retorciera.

Ella se retiró, dejándome sola. A pesar de la petición, no me moví de la cama de inmediato. Mi mente se seguía aferrando a la incomodidad del momento, y lo único que pude hacer fue mirar al techo, fija, casi ausente. ¿Por qué sentía que cada paso que daba me acercaba más a un destino que no elegí?

Cuando la puerta volvió a sonar, me levanté lentamente, resignada. Había algo inquietante en esa hora del día, como si todo estuviera ocurriendo demasiado rápido, sin espacio para pensar, para elegir.

Salí y me dirigí hacia el cuarto del hanbok, donde ya varias betas estaban trabajando en la reina Min, ajustando su vestimenta. Apenas entré, tres de ellas se acercaron rápidamente, comenzando el proceso. No había espacio para resistirme.

El cambio de ropa fue una serie de movimientos mecánicos, como si el cuerpo ya supiera lo que tenía que hacer. El maquillaje, que nunca me había agradado demasiado, siguió a la ropa, y al final, el peinado. No me miraba al espejo, no quería enfrentarme al reflejo de la mujer que sería en pocas horas.

A medida que me preparaban, mi mente seguía en ese caos personal, ese remolino de dudas y emociones que no podía procesar. Al final, cuando ya estuve lista, la reina Min había desaparecido para encontrarse con el resto de la familia, dejándome sola en la habitación con la beta que me había acompañado desde la mañana.

El sonido de unos golpes me hizo volver a la realidad.

-¿Quién era? -pregunté, algo más alerta que antes.

-El príncipe Taewook -respondió la beta, y su tono era casi conspirador, como si el nombre del príncipe fuera una advertencia en sí misma.

-¿Por qué le cerraste la puerta? -inquirí, sin entender del todo la situación.

-Es de muy mala suerte que el novio vea a la novia con el vestido antes de la ceremonia -explicó, casi en un susurro, pero su mirada de incomodidad no pasó desapercibida para mí.

En mi interior, mi omega estaba inquieto, casi desesperado, diciéndome que regresara a Red, que todo esto estaba mal, que no era el lugar al que pertenecía. Pero, a pesar de esa sensación, permanecí en silencio, procesando todo, como si una fuerza invisible me tuviera atrapada en este destino.

Un segundo golpe resonó en la puerta. Esta vez, cuando la abrí, allí estaba él: mi padre, vestido con los colores representativos de su manada, mostrando la autoridad de su posición, pero con una mirada que destilaba algo más. Algo como orgullo, pero también... angustia.

-Luces hermosa, hija -su voz tenía ese toque de cariño y orgullo, pero también de algo que no sabía cómo expresar. Tal vez era el temor de dejar ir a su hija, su pequeña, esa niña que había crecido demasiado rápido.

-Padre... ¿tengo que hacer esto? -mi voz temblaba. Mi alma, como siempre, buscaba respuestas en él.

-Esto... es un gran paso para nuestra manada, una gran oportunidad -su respuesta fue más política que sincera, como si él mismo tratara de convencer a su corazón.

-¿Y para mí? -volví a insistir, mis palabras salían de mi boca como un suspiro, cargadas de una impotencia que solo yo comprendía. -¿Pensaste alguna vez en mí?

Él me miró, no con sorpresa, sino con la intensidad de quien sabe que una respuesta que no se tiene puede ser más dolorosa que el silencio.

-Sí lo hice, hija. Por eso quiero que hagas esto -se acercó a mí, tomando mis manos con suavidad. Algo en ese gesto me hizo darme cuenta de lo que sentía: el miedo a perderme, el miedo a ver a su hija volar hacia lo desconocido. -Quiero que puedas tener una vida llena de amor.

-Te tengo a ti para eso -respondí sin pensarlo, como si esas palabras pudieran hacerle entender que no necesitaba más que su presencia.

-Amor, pero no familiar. Amor de pareja -su mirada se volvió más seria, casi dolorosa.

Mi respuesta llegó con la misma rapidez con la que me aleje un paso de él, para quedarme frente al espejo.

-Taewook no es a quien yo amo -mis palabras eran un susurro, como si decirlo en voz alta fuera deshacerme de la tensión que me estaba ahogando.

-¿Acaso te enamoraste de algún alfa o beta? -su voz era ahora más dura, buscando respuestas en mí que nunca había tenido antes.

-No es un beta ni un alfa -mi mirada se mantuvo fija, pero mi interior comenzaba a arder con una verdad que aún no entendía por completo.

-¿Una... alfa? -su rostro cambió, la sorpresa se mezcló con confusión. Él no lo entendía. No podía.

-No... ¡No lo sé! -la desesperación estaba presente en mi tono. Cómo podría explicar algo que ni yo misma comprendía.

-Pero ¿Cómo no lo vas a saber? -preguntó, casi con incredulidad.

-Nunca me he enamorado antes, no sé si es amor o simple agrado -mi voz era sincera, pero vacía, como si el simple hecho de hablar sobre ello me despojara aún más de mi ser.

-¿Pero por qué ahora? -me encaró, y la angustia era palpable en sus ojos.

En ese momento, me volví hacia él, enfrentándolo directamente, y sin dudar, le dejé claro lo que ni yo misma comprendía:

-Es que su presencia me da tranquilidad, algo que no siento con SeoJin o Dylan. Su aroma a sándalo... -mi voz se quebró un poco, recordando aquella vez que llegue al castillo de los Min. -No sé si es amor, pero mi lobo quiere estar con ella... y yo igual.

El sonido de un golpe en la puerta me interrumpió, y antes de que pudiera procesar todo lo que acababa de decir, Taemoon apareció.

-Perdón si interrumpo algo, pero la ceremonia está por empezar -su presencia, tan imponente como siempre, llenó el aire con una mezcla de desconcierto y tensión.

No hubo tiempo para más palabras. Nos dirigimos al salón de la ceremonia, cada uno con sus pensamientos, sus miedos, sus deseos... y la incertidumbre de lo que nos esperaba.

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