C1: Bajo la Luna Roja
Todo parecía indicar que sería una noche perfecta. La Luna Roja brillaba con todo su esplendor, bañando de una luz cálida y rojiza el cielo. Todos en la manada Red disfrutaban de la tranquila velada, rodeados de sus seres queridos, saboreando la paz que solo este momento del ciclo lunar podía traer. La quietud de la noche era como un manto acogedor, hasta que la tragedia irrumpió en nuestra realidad.
Cuando la Luna alcanzó su punto más alto, un guardia de la frontera de Red irrumpió en el castillo de nuestra familia, los Wless, para alertarnos de una tropa de guerreros humanos que se acercaban a la aldea con intenciones claramente hostiles. La amenaza era inminente.
Mi padre, el rey de nuestra manada, no dudó ni un segundo en ordenar la evacuación inmediata de los omegas y cachorros. Sabíamos que debía actuar con rapidez. Era un hombre de decisiones firmes, pero esta vez, su rostro reflejaba la preocupación que a menudo mantenía oculto. El peligro era real y palpable. Su objetivo era claro: salvar nuestras vidas antes de que los humanos llegaran y desataran el caos.
Fue mi madre, la Omega Luna, quien, con su presencia serena pero poderosa, dirigió a los demás en su huida. A su lado, caminaba yo, Amber Wless, su hija de tan solo cinco años en ese entonces, junto con otros omegas de nuestra manada. Yo no entendía del todo la magnitud de lo que ocurría, pero sentía en el aire una tensión inexplicable que me helaba la sangre.
Durante varios minutos, caminamos en silencio, atravesando el espeso bosque, buscando un refugio seguro. El suelo bajo mis pies crujía con cada paso, y el viento susurraba entre los árboles como si quisiera advertirnos de lo que se nos venía. El eco de nuestros pasos se perdió en el vasto bosque, que parecía tragarse todo a su paso.
De repente, mi madre se detuvo en seco, su mirada perdida en algún punto entre las sombras. El resto de los omegas también se detuvo, y el aire, cargado de incertidumbre, se tornó aún más pesado.
-¿Ocurre algo, Su Alteza? -preguntó Elizabeth, una de las omegas, al notar la repentina quietud de mi madre.
-Creo que escuché algo -respondió, su tono grave, mientras sus ojos recorrían cada rincón del bosque. A continuación, se volvió hacia Elizabeth, quien la observaba con preocupación-. Elizabeth, necesito que me hagas un favor.
-Claro, Su Majestad.
-Pase lo que pase, quiero que cuides de Amber -dijo mi madre, con la voz quebrada, mientras sus ojos se dirigían al bosque, donde, a través de los árboles, pude distinguir tres cazadores acercándose lentamente.
-Mami, ¿estás bien? -pregunté, con mi pequeña voz, sintiendo cómo la calma que antes reinaba se quebraba en mil pedazos. La miré, buscando respuestas que no encontraba.
-Mi princesa -dijo mi madre, agachándose para quedar a mi altura. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y mi corazón dio un vuelco al verla tan vulnerable-. Mami está bien. Pero quiero que me prometas algo... -Las lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera detenerlas-. Pase lo que pase, sé feliz, mi niña.
-¿Por qué lloras, mami? -pregunté, sin comprender del todo. Mi mente aún era joven, no podía entender la magnitud de lo que estaba ocurriendo.
-No es nada, mi princesa -respondió mi madre, intentando sonreír mientras acariciaba mi rostro-. Solo necesito que vayas con Elizabeth, ¿sí?
Elizabeth, que ya se había acercado a mí, sin entenderlo del todo, comencé a caminar rápidamente en la dirección opuesta a mi madre.
-Elizabeth -dijo mi madre, con firmeza-, quiero que tú y los demás corran y no se detengan hasta llegar a la manada Mondo.
-¿Ocurre algo? -preguntó Elizabeth, desconcertada, pero la respuesta de mi madre fue solo un silencio tenso, lleno de comprensión compartida.
-Nada -respondió mi madre, pero todos sabíamos que algo no estaba bien. Aun así, éramos sus súbditos y debíamos obedecer. Los pasos de Elizabeth resonaron en el aire, acelerados por el miedo que se estaba apoderando de cada uno de nosotros.
No pasó mucho tiempo antes de que un ruido rompiera el silencio del bosque. Al voltear, vi a los tres cazadores, ya listos para atacarnos. Sus figuras se perfilaban a través de los árboles, armados con espadas y lanzas que brillaban bajo la luz de la Luna Roja.
-¡Corran! -gritó mi madre con toda la fuerza de su ser, y el suelo pareció temblar bajo nuestros pies mientras los híbridos comenzaban a correr en dirección a Mondo, dejando atrás a la Omega Luna, que hacía todo lo posible por retrasar a los cazadores para que el resto pudiera escapar.
-¡Mamá! ¡Mamá! -grité, tratando de liberarme de los brazos de Elizabeth para ir con mi madre, pero ella me apartó, obedeciendo la orden de mi madre.
-¡MAMÁ! -grité una vez más, mi corazón latiendo con fuerza mientras nos alejábamos, pero las lágrimas empañaban mi visión y no podía hacer nada para evitar que nos separáramos.
Fue entonces cuando me desperté, jadeando, con el rostro empapado en sudor. Mi mente aún atrapada en ese horrible sueño. Miré hacia la ventana y vi que apenas estaba amaneciendo. La luz del sol se filtraba suavemente, pero la sensación de terror seguía latiendo en mi pecho. Intenté acomodarme para dormir un poco más, pero mis planes fueron rápidamente frustrados cuando las cortinas de mi cuarto fueron abiertas de golpe.
-Es hora de levantarse, ya es muy tarde -dijo la voz cansada de mi nana, la misma mujer que me había cuidado después del incidente de hace quince años.
-Nana, es muy temprano, cinco minutos más -le supliqué, escondiéndome debajo de las sábanas, intentando evitar la luz que entraba por la ventana. Pero, rápidamente, me arrancó las sábanas de encima, dejándome sin otra opción que levantarme.
-De nuevo te quedaste hasta tarde leyendo, ¿verdad? -me preguntó, señalando el libro que yacía sobre el suelo junto a la cama-. Sabes que necesitas descansar para poder estar al cien con todas las actividades que realizas.
-Lo sé, nana, pero tenía que terminar este libro para la clase de hoy -respondí, algo avergonzada mientras me incorporaba. La nana tomó el libro en sus manos y se dirigió al ropero para buscarme un vestido-. ¿Qué haces, nana?
-Estoy buscando un vestido para ti -respondió mientras rebuscaba-. ¿Qué te parece este morado?
-Está bien- me acerque a ella y tome el libro de sus manos -Voy a dejar este libro en la biblioteca. Ahora regreso.
Rápidamente salí de la habitación y me dirigí hacia la biblioteca del castillo. Algo me parecía extraño, como si mi nana estuviera actuando diferente. Normalmente, solía ser yo quien la despertaba, no al revés. Además, que ella misma eligiera mi vestido... eso solo lo hacía cuando se trataba de una ocasión especial, porque, como todos sabían, yo solía vestirme de manera sencilla, a pesar de ser una de las altas jerarquías dentro de la manada.
Al llegar a la biblioteca, escuché voces provenientes del otro lado de la puerta. No dudé en tocar antes de ingresar. Dentro, encontré a mi padre, quien estaba leyendo algunas cartas que parecían haber sido enviadas desde otras manadas, y a Kim, uno de los betas del alto mando de Red. Cuando Kim me vio, sonrió y me hizo una pequeña reverencia en señal de respeto.
-Buenos días, princesa. ¿Qué la trae por aquí?
-Buenos días, Kim. Solo vine a dejar este libro -respondí mientras me acercaba a un estante y lo devolvía al lugar donde lo había tomado-. Si me disculpan, tengo algunas cosas que hacer antes de la clase de hoy.
-Hija, ¿ya desayunaste? -preguntó mi padre sin levantar la vista de las cartas.
-No, padre, recién desperté. Tengo algunos asuntos pendientes de ayer y luego iré con SeoJin.
-Está bien, cuídate.
Algo triste por la poca atención que mi padre me prestaba, me retiré de la biblioteca. ¿Por qué todo parecía tan raro hoy? Y, aún más importante, ¿de quién eran esas cartas? No recordaba que mi padre estuviera haciendo alguna alianza ni que tuviéramos enemigos. Algo no encajaba.
Cuando regresé a mi habitación, noté que mi nana ya no estaba allí, pero había dejado el vestido sobre la cama. Me cambié rápidamente y tomé unas zapatillas que me había regalado ella hace unos meses. Luego, fui directamente a la cocina del castillo, buscando algo de comida antes de ir a clases. La beta a cargo de la cocina me miró sorprendida cuando entré.
-¿Princesa, qué hace aquí? Ya debería estar en el comedor, el desayuno está listo.
-Lo sé, Emma. Solo vine a comer algo rápidamente, estoy algo atrasada -respondí mientras tomaba una manzana y me dirigía a la puerta.
-Día ocupado, ¿eh?
-Ni lo digas. Estoy hasta el cuello de deberes.
Salí de la cocina y me dirigí hacia la parte delantera del castillo, donde SeoJin y Dylan ya me esperaban. Al acercarme, comenzamos a platicar sobre lo que Dylan había hecho durante su visita a la manada Mondo. Nadie de nosotros se dio cuenta de que ya habíamos llegado al lugar donde tomaríamos nuestras clases.
-Nos vemos al rato, Dylan -dije, despidiéndome de él.
-Está bien, suerte a las dos -respondió con una sonrisa.
-Gracias.
Cuando entramos en la casa donde tomábamos clases de etiqueta, vimos a nuestro mentor esperando con los brazos cruzados y una mirada de clara molestia. Nos había esperado cinco minutos, lo cual, para él, era una eternidad. No soportaba ni un segundo de tardanza.
-Espero que hayan leído bien el libro que les di -nos dijo, su tono severo dejaba claro que no estaba dispuesto a ser flexible. Nos miró fijamente-. Como castigo, tendrán que demostrarme todo lo que aprendieron de él.
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