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Marcas

A mediados de enero, la Mansión Malfoy había vuelto a su antigua gloria. Puede que un poco más moderna y con ciertos toques de color que los padres de Draco no habrían agregado, pero estaba intacta, de pie, y lucía como un lugar donde uno no se sentiría solo por vivir ahí, sino como un sitio al que podrían llevar a los mellizos para jugar.

Sospechaba que eso era todo lo que Draco había querido lograr. Que sólo se sentase en el borde de la cama del cuarto principal, después de decirle a Kreacher que podía regresar con su verdadera ama, reforzaba esa impresión en Harry.

Era en esa habitación donde más se notaba la influencia de Draco, en relación a lo que fue el lugar con sus padres ahí. Dos de las cuatro paredes eran de cristal del suelo al techo, permitiendo una vista completa del patio, pero no una desde afuera al interior. La cama habría sido grande para cinco personas, la alfombra en el suelo tenía el diseño más intrincado que había visto, y podría jurar que el vestidor era incluso más amplio que el baño. Y por supuesto que estaba repleto.

Los detalles propios de Draco eran lo que le daban vida en realidad. Un intento de Altair de aprender a usar acuarelas, enmarcado como un gran cuadro en una pared, algunas snitches que revoloteaban en un frasco, igual que luciérnagas juguetonas atrapadas, un par de portalápices de colores con los deditos que un pequeño Scorpius dejó por error mientras los hacía. Las cobijas tenían un complicado diseño verde, plateado y dorado, las cortinas caían sobre las paredes de cristal al aplaudir, y claro, tenía un telepono en la mesa de noche.

Harry se apoyó en el umbral de la puerta y lo observó, sentado ahí, de espaldas a él, contemplando el patio de su viejo hogar a través del cristal, por un rato.

—¿Piensas mudarte de regreso? —preguntó, en voz baja, para no sacarlo de su trance de forma tan abrupta.

Draco sacudió la cabeza.

—Quizás venga los fines de semana, o por vacaciones —mencionó, en el mismo tono que utilizó Harry segundos atrás—. Viéndola así, ya no me trae malos recuerdos, pero me gusta mi casa actual.

—Es muy bonita —aceptó Harry—, y lo del señor Horno sigue siendo divertido de ver.

Él le echó un vistazo por encima del hombro y le dedicó una sonrisa fugaz. Entonces Harry supo que estaba bien si entraba, así que cerró la puerta con cuidado y se aproximó a la gigantesca cama.

—Poner cristal fue una buena idea, imaginar que despiertas y puedes elegir ver esto...—exhaló. Claro que él llevaba semanas mirando su amanecer personal en la esfera que le regaló por navidad. Aun así, era relajante observar esa extensión de césped, los árboles perdiéndose en la propiedad que pertenecía a los Malfoy.

Lo sorprendió que Draco tomase su mano. Fue lo único que hizo; extendió el brazo, entrelazó sus dedos, y continuó viendo el paisaje que le presentaba el vidrio, como si buscase algo que creía perdido tiempo atrás.

Harry le dio un leve apretón a su mano para llamarle la atención. Sólo cuando Draco giró el rostro en su dirección, se percató de que por qué se sentía tan inquieto desde que llegaron y quería acercarse más, más, más.

La añoranza en sus ojos le partió el corazón. Lo hizo dudar si habría sido buena idea ayudarlo a recuperar su casa, y luego reprenderse por pensar que podría haber sido malo. No, no lo era. Simplemente tenía los ojos velados por el pasado, un pasado que fue hermoso y feliz, antes de ser horrible y traumático; Harry conocía una sensación bastante similar a esa, porque la experimentó cada verano al volver a casa de sus tíos de Hogwarts, y después, cuando ya no tuvo a dónde regresar.

Intentó sonreírle a pesar de ese desastre emocional y Draco hizo lo mejor que pudo por devolverle el gesto. Ahí lo supo.

Fue tan sencillo que le gustase Draco. Con su tono burlón sin ser grosero, con esa practicada sonrisa desdeñosa, la voz suave. Con las protestas de niño mimado, la forma en que se reía, la atención con que escuchaba, sus momentos de sinceridad inesperada.

No existía nada más fácil en el mundo que gustar de alguien que te provoca esa impresión de paz y te obsequia tu propio amanecer personal.

Pero gustar de una persona es un acto tan superficial. Una persona le puede gustar a cualquiera, mientras sólo le muestre su mejor lado, mientras estén en una situación cómoda y no haya elementos externos que los afecte en el desarrollo de su relación.

Draco estaba ahí, sólo sosteniendo su mano un momento, y Harry lo quería. No le gustaba y ya. Lo quería. Porque fue herido también y sanó, porque intentaba hacer las cosas bien a diario, arreglar el caos que fue su vida, su propia persona.

Ese atisbo de vulnerabilidad y fuerza valía más para Harry que cualquier obsequio. Lo hacía quererlo más que cualquier cosa que pudiese haber hecho por él.

Lo quería. Y eso era más complicado que si le gustase.

—Creo que tenemos un problema —susurró, parándose frente a él. Draco lo observó desde abajo, sus manos todavía unidas en el espacio entre ellos, cuando Harry presionó ambas rodillas en el colchón, a sus costados, y se sentó con cuidado sobre su regazo. Quedaron cara a cara de ese modo—, uno muy grave.

Draco parpadeó dos veces y pudo notar, de principio a fin, el proceso al salir de sus pensamientos, regresar a su presente. Fijarse en él. Con su atención puesta en nadie más que él, Harry le enseñó una sonrisita.

—¿Qué pasa? —preguntó Draco, extrañado.

Harry le dio un último apretón a su mano, antes de soltarlo, para rodearle el cuello con los dos brazos. Se acercó un poco más.

—Me voy a enamorar perdidamente de ti.

Percibió el instante en que contuvo el aliento y algo dentro de sí se regocijó por esa reacción.

—¿Por qué eso sería un problema?

—No lo sé —Harry se encogió de hombros y se aproximó incluso más, hasta que sus labios casi se rozaban—, pero si quieres pararlo y huir de esto, que sea ahora.

Sintió cómo le sostenía la cadera con las manos. Un agarre firme, pulgares trazando leves caricias por debajo del borde de su camiseta, directamente sobre la piel.

Draco meneó la cabeza.

—No voy a ningún lado, Harry —musitó.

Y lo besó. Jamás sabría por cuánto tiempo estuvieron de esa manera, ni le importaba que pudiese terminar con los labios hinchados y enrojecidos. Harry mantuvo los brazos en torno a su cuello y se entregó a ese oleaje plácido que eran sus emociones, con los cosquilleos en el estómago, con la calidez en el cuerpo, con la paz y la locura, y cualquier otra cosa que pudiese venir con esto.

Draco besaba como solía jugar Quidditch. Lento, cuidadoso, atento, como un buen Buscador. Jodidamente rápido y feroz de a momentos. Mordía, succionaba, jugaba con su lengua, volvía a ser suave.

No batallaron demasiado esa vez. Draco deslizó por completo las manos dentro de su camiseta y le acarició la espalda y los costados, Harry jugueteó con esos mechones rubios que se escurrían entre sus dedos igual que el agua. Intentó derribarlo sobre el colchón, y falló. Draco lo retuvo entre sus brazos, y a él se le escapó una risita. Siguieron besándose, hasta que Harry se apartó de sus labios para sacarse la camiseta.

Ya había sentido su toque. Quería más. Draco observó el movimiento de la prenda al caer al suelo y luego a Harry, prestando especial atención a los conjuntos de tatuajes de los que alguna vez debió contarle, pero no creía que hubiese visto. Luego le enseñó una pequeña sonrisa y lo atrajo hacia sí para besarlo de nuevo, mientras Harry llevaba las manos a su pecho y le desabotonaba la camisa lentamente para quitársela.

Fue el único momento en que vaciló. Draco tenía cicatrices en el pecho, hombro y torso. Montones de ellas. No usaba un glamour para Harry, quien sabía bien que sus daños por los especialistas estaban curados, y también a qué pertenecían esas.

Había hechizos oscuros con consecuencias que jamás se quitaban.

Draco le sujetó el rostro y lo hizo mirarlo a los ojos. No encontró allí nada de odio, ni de rabia. No había exigencias de disculparse, de sentirse mal, ni siquiera de decir lo horrible que fue haberle hecho eso.

Así que Harry se tragó la culpa, presionó un par de besos en los extremos de las cicatrices que alcanzaban su hombro, y se prometió que se dedicaría a comprobar los "daños" con besos y caricias después. Draco le besó la mejilla con un afecto que lo desarmó, y él supuso que agradecía no haber armado un escándalo por algo tan viejo. Que retomase sus caricias causó que a Harry le costase retener los pensamientos que tenía al respecto.

Estar piel con piel intensificaba las sensaciones, las palmas de Draco bajando por su espalda hasta detenerse en el borde del pantalón, el tacto que parecía quemar de forma espectacular, Harry pasando las manos por su pecho al inclinarse un poco más, acariciando por encima de las cicatrices, jugueteando, atrapando su labio inferior entre los dientes. Se removió sobre su regazo y se presionó contra el bulto que encontró entre la tela, sin ninguna vergüenza, porque él no se encontraba en mejores condiciones y le encantó saber lo que le estaba provocando.

Draco emitió un sonido ahogado que lo volvió loco y Harry volvió a presionarse contra él. Las manos cuidadosas en su espalda terminaron el descenso en su trasero y apretaron, y Harry jadeó, ondeando la cadera, deseoso de sentir más que esas débiles corrientes de placer.

—Arriba.

Los dos tenían la respiración agitada y la voz ronca de Draco envió un estremecimiento expectante por todo su cuerpo. Harry puso su peso en las rodillas y se alzó, lo justo para que él pudiese abrir el pantalón y bajar las molestas prendas por sus muslos. Rodeó su miembro con una mano y le regaló una caricia lánguida, que lo tuvo moviendo la cadera en busca de más, mientras maniobraba para sostener de sus hombros y que la ropa terminase de deslizarse hacia abajo, primero una pierna, luego la otra.

Perdieron el equilibrio un instante, se observaron, y se echaron a reír.

—Te vas a caer —advirtió Draco, más bajo—, deja que te ayude...

El resto de la ropa de Harry acabó en el suelo, él se mantuvo sobre las rodillas y se dedicó a igualarlos, ayudando a Draco a deshacerse de lo que todavía llevaba. Más prendas al piso, algunos movimientos torpes, él lo volvió a sostener cuando se tambaleó, y pronto se besaban de nuevo, sin una sola de tela que los molestase cuando Harry cayó otra vez encima de su regazo y probó la deliciosa fricción entre ambos.

Si hubiese imaginado que sería así, hubiese reunido el valor mucho antes. Acababa de decidir que le encantaban las manos de Draco en su trasero, rozando, amasando la piel, desviándose hacia sus piernas y dejando caricias por los muslos.

Harry pasaba las suyas por los hombros de Draco, su pecho, su abdomen, la cadera, la espalda. Eran un desastre de fricción, sonidos estrangulados y mucho toqueteo, en medio de besos largos y delirantes.

Draco se separó de su boca y trazó un corto camino de besos por su mejilla, hacia la garganta, hasta que alcanzó el hombro. Harry ladeó la cabeza para hacerle espacio, se frotó de nuevo contra su erección y abdomen, arrancándoles jadeos a ambos, y jugueteó más con los mechones rubios y lacios entre sus dedos.

Por la posición en que estaban, se dedicó a mordisquear el lóbulo de su oreja alrededor de dos segundos, antes de rendirse al hecho de que no sería suficiente. Llevó una mano al espacio entre ellos, se reacomodó sobre sus piernas, y atrapó ambas erecciones lo mejor que pudo. La siguiente vez que se movió, la fricción fue más directa, y Harry tembló, sin control sobre lo que le pedía en tono urgente. Apenas se escuchó a sí mismo, con sus "quiero..." y "por favor..." ahogados.

Draco sí lo oyó perfectamente. Murmuró dos hechizos en respuesta; el primero derramó un líquido frío en el interior de Harry, que lo estremeció, y en su mano. Se percató de lo que hacía el segundo al instante, mientras Draco frotaba su entrada con un dedo cubierto de lubricante.

Harry tembló de pies a cabeza. Draco había deslizado su dedo dentro, la sensación de intrusión era una incomodidad fácil de ignorar, cuando sintió cómo su miembro era masturbado de repente, a un ritmo veloz que lo hizo empujar la cadera enseguida, en busca de más. Sólo que la otra mano de Draco le sostenía la cadera, y era el maldito hechizo imitando en forma de bombeo las caricias y fricción que él había producido momentos atrás.

A Draco le brillaban los ojos con algo a lo que no supo ponerle nombre, cuando notó que Harry lo veía y sabía lo que hizo. Se abrió espacio penetrándolo con un dedo, antes de atreverse a ingresar otro y buscar la próstata de Harry, aprovechándose de la manera en que se tensaba y relajaba deprisa por el hechizo.

¿Le gustaba usar magia entonces? Bien. A Harry igual.

Se acomodó para mantener las piernas separadas y la posición sobre su regazo, de manera que pudiese seguir preparándolo. Draco Malfoy no iba a salir de esa habitación sin haberlo follado, como prometía su toque y sus ojos. Sin embargo, Harry tentaba a su suerte al llevar ambas manos al espacio entre ellos y poner un alto al hechizo que utilizó antes.

Se demoró un instante más de lo justo en hacer la conexión entre su mente, sus manos y su magia, a causa del golpeteo de sus dedos dentro de él y las punzadas de protesta de su miembro desatendido. Volvió a atrapar las erecciones de ambos entre las palmas, recogió el preseminal con los dedos, y frotó las puntas, mientras su propio hechizo se ponía en marcha. Bastó con que Draco lo follase con más fuerza con los dedos y que Harry dejase las manos allí cerradas, para que ambos sintiesen la réplica de esa embestida, como si acabasen de llevarla a cabo.

Draco mostró desconcierto por alrededor de medio segundo, en que Harry casi alcanzó a regocijarse, antes de que empujase de nuevo los dedos, tocase su próstata, y el hechizo llevase la fricción a otro nivel, arrojándolos en un caos desenfrenado de descargas placenteras, golpeteos, jadeos, presión en el abdomen.

Se detuvieron al cabo de unos momentos, conscientes de estar acercándose a su límite. Harry deshizo el hechizo y se enderezó, al tiempo que Draco colocaba ambas manos en su cadera.

Estaba seguro de que tuvo que utilizar otro hechizo para distenderlo más. Harry se alzó en su regazo, sujetó la erección de Draco, la alineó contra su entrada, y comenzó el descenso. Sin verdadero dolor, la sensación de picazón e incomodidad fue fácilmente reemplazada por placer cuando Draco rodeó su miembro y lo acarició a un ritmo lento y tortuoso.

Harry agonizó en placer puro por los segundos que le tomó acostumbrarse a la intrusión para alzarse y volver a caer, empalándose en la totalidad de su longitud. Retuvo un débil quejido, que fue suplido de inmediato por un jadeo, cuando Draco aceleró el ritmo del bombeo.

Harry lo arrastró hacia otro beso largo, se apoyó bien en sus rodillas, y se aseguró de tocar cada centímetro de piel pálida a su disposición, mientras bajaba y subía al encuentro con su miembro. Los golpes en su próstata lo hacían saltar en su sitio, el bombeo aumentaba la sensación de que simplemente estallaría en cualquier instante. El cuerpo le ardía, el orgasmo se formaba deprisa, Draco le sujetaba la cadera con su otra mano para ayudarlo a sostenerse en medio de un vaivén de profundas estocadas.

Un acierto a su próstata lo llevó más allá de su límite. Se derramó sobre la palma de Draco, le rodeó los hombros con sus brazos, y le permitió tomar el control del resto durante los momentos que se tardó en alcanzar su propio orgasmo. Ni una gota quedó dentro de Harry; tenían hechizos para eso. Su mente agotada y distraída se lamentó, de forma vaga, de no haberle pedido que no lo usase. Luego se dijo que podría hacerlo la próxima vez y se le formó una sonrisita, que no tenía que ver sólo con los temblores de su cuerpo y las corrientes placenteras que lo abandonaban poco a poco.

Draco lo ayudó a alzarse cuando las rodillas le fallaron, y de algún modo inexplicable para su cabeza algodonada, terminaron tendidos en el colchón, en un enredo de extremidades. Lo escuchó mascullar algo, pronunció un rápido encantamiento de limpieza, y luego Harry se acomodó con los brazos flexionados sobre su pecho, de manera que podía verle el rostro.

Él acercó una mano a su cabeza y comenzó a apartarle a Harry el cabello del rostro, más enredado de lo normal y pegado a la frente por el sudor. Cerró los ojos y disfrutó del gesto, del contacto de Draco, de su presencia, de sentir su mirada fija encima y de todo lo que había ocurrido ese día ahí.

—Creo que estoy empezando a tomarle cierto cariño a la Mansión —mencionó Harry, en voz baja. Le encantó sentir la vibración de su risa por debajo de él.

Harry abrió los ojos y reparó, de nuevo, en las cicatrices de la piel pálida de Draco. Ya que no dijo nada por unos segundos, lo escuchó.

—Está bien, Harry. Hace mucho tiempo que te lo perdoné.

—Jamás te pedí disculpas —recordó Harry, tragando en seco.

—El perdón no se trata de haber recibido una disculpa.

No, claro que no. Él lo sabía. Aun así, presionó un beso sobre la cicatriz más ancha, la que le atravesaba en diagonal el tronco, y luego la trazó con el índice.

—No sabía que fuesen tantas, es todo.

—Yo no sabía del tatuaje de flores —mencionó Draco, arqueando un poco las cejas cuando él lo observó.

Harry soltó una risita.

—Son lirios. Mi primo consiguió una vieja foto de mi mamá un día, de cuando tenía unos quince años, tendida en un lugar lleno de lirios y era...—Harry meneó la cabeza—. De pronto, sentí que amaba los lirios.

Draco lo veía de una manera tan suave y tranquila, que le hizo pensar que entendía, de cierta manera. Que estaba bien, aunque sonase a locura y en verdad no hubiese tenido sentido ni ese día.

—¿Me muestras los demás? —indagó, divertido.

Harry asintió y se enderezó, a horcajadas sobre él, sin preocuparse por su desnudez ya que era, al fin y al cabo, lo que necesitaba para mostrárselos y consecuencia directa de lo demás.

Levantó los brazos y se giró un poco, para que pudiese ver bien la caligrafía en su costado. Lado izquierdo, una letra estilizada y en tinta negra, tres nombres en las posiciones de tres costillas. James, Albus, Lily.

—Todos desaparecen —añadió Harry, rozando los nombres con el índice. Estos se perdieron en la piel enseguida, como si jamás hubiesen estado allí—. Se suponía que no estaba permitido tener tatuajes para un Auror, por quién sabe qué cosa estúpida sobre la apariencia, así que cuando me hice los lirios...

Los lirios delineaban su cadera, pétalos blancos y delicados, con retazos de rosa en el centro. Se podían transformar en capullos cerrados cuando tenía frío, eran más vistosos en primavera, y Draco se dedicó a acariciarlos con los dedos, mientras él le contaba sobre las veces que estuvieron a punto de verlos en los vestidores de Aurores en entrenamiento y cómo siempre se salvó por pura suerte.

También estaba el ancla. El dibujo de una cuerda doble que envolvía su muslo derecho, empezando y finalizando en el ancla de la parte exterior de la pierna. Técnicamente, ese era compartido. A Draco le pareció divertido este detalle cuando se lo contó.

—¿Hay una emotiva historia detrás, o sólo te embriagaste? —inquirió, pasando el índice con cuidado sobre el dibujo de la cuerda doble.

—Estábamos un poco ebrios —admitió Harry, soltando una risita—, pero no demasiado, porque entonces el tatuador nos hubiese dicho que no. Aunque también lo puedo esconder...

—Bueno, ya no eres Auror y no tienes un código que seguir sobre cómo verte, ¿para qué esconderlos? —Draco lucía bastante entretenido al acariciar la zona del ancla. Le gustaba que lo hiciese.

Harry se mordió el labio durante un segundo.

—¿Sabes quién tiene el otro? A lo mejor te hace gracia...

—Ginevra, claro —Draco se rio de la expresión sorprendida de Harry—, pero el suyo es más rojo que dorado y el tuyo al revés. Muy Gryffindor, por cierto.

Debía dar una imagen bastante extraña, con el entrecejo arrugado y boqueando.

—¿Cómo...? ¿Ella te dijo?

No sonaba a algo que Ginny haría. No sin que él se lo hubiese contado antes.

—No me dijo exactamente, pero una de las veces que la acompañé a comprar, me llamó desde el vestidor y me salió con eso de "no seré la primera mujer que veas en ropa interior, así que trae tu trasero aquí y ayúdame a entender este vestido raro" —Bien, eso  sonaba a ella. Draco se encogió de hombros—. Simplemente lo vi, me pareció bastante lindo, y ella comentó que era compartido y le gustaba mucho. Habría sido una gran coincidencia que no fuese contigo, siendo el mismo diseño.

Harry todavía se sentía un poco aturdido.

—No es- ahm, me refiero a que nos los hicimos antes de casarnos, años antes, no es como si- es decir, que lo que significa no es algo que-

Gesticulaba sin parar con las manos cuando lo escuchó soltar un débil resoplido. Draco seguía trazando con los dedos las líneas de un tatuaje, sólo que había cambiado hacia los lirios de su cadera.

—No tienes nada que explicarme, Harry. Son tan amigos como Pansy y yo, y ella está más que loca por Astoria, según todo lo que me ha contado...

Harry sintió que se deshacía de una tensión que no sabía que había acumulado. Llevó las manos a su pecho, y todavía a horcajadas sobre él, comenzó a delinear las viejas cicatrices del sectumsempra.

Le hubiese gustado gritarle a su "yo" adolescente que no fuese tan idiota, pero suponía que no sería el único que quería hacerlo.

—He estado pensando en algo para la espalda —Le contó, en tono emocionado. Hermione no comprendía su afición por los tatuajes, y Ron lo apoyaba, pero dudaba que lo entendiese como algo más que una "influencia de Sirius Black"—, todavía no tengo nada claro. Pero me encantan las flores, quizás agregue otras- ¿crees que es algo muy...ahm, extraño, o...uhm...femenino?

—¿A quién le importa? —replicó Draco, en tono tranquilo—. A mí me gustan las flores, siempre que no sea yo quien se ensucia plantándolas. Si alguien te dice algo sobre las flores, le lanzamos maldiciones a la vez, y así no sabrá a quién culpar.

Draco le guiñó y esbozó una sonrisita que pretendía ser malvada. Él se echó a reír.

—Hace unos meses, vi a una bruja que usaba unos...

Se podría decir que se tomaron libres un par de horas y nadie estuvo muy seguro de dónde se suponía que estaban metidos.

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