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Capítulo 3: "Un par de ojos bonitos"

—Estarás bien aquí—Los ojos de Cécile se encontraron con los de la mujer, extrañamente suaves, como si estuviese hablándole a su propio hijo—O al menos intentaré que así sea. Después de todo, no sólo tu vida depende de ello, también la mía

Cécile la observó durante un par de minutos en los que se dedicó a leer el rostro y los gestos de Narcissa. Estaban sentadas frente a frente en la barra de la cocina mientras Cécile engullía un emparedado que el elfo domestico de la familia le había preparado. La mansión Malfoy no era cómoda, mucho menos cálida, pero Cécile se sentía segura ahí, con la mirada de Narcissa enviándole una sensación de protección que le calentó el pecho.

Lucius estaba preso en Azkaban, le había contado en lo que ella se dedicaba a beber y comer hasta saciarse, según Narcissa, después del arresto de su esposo todo se había salido de control en su casa, razón por la cual en ese momento decenas de mortífagos se paseaban por los pasillos murmurando entre ellos. Cécile encogió los hombros, fijando su vista en el pan de espelta

—No es el lugar más cómodo—Le confió Narcissa—Pero es donde actualmente reside la organización. Mi hogar ha sido elegido para recibir al señor tenebroso y creo... creo que eso es un honor para mi familia

—Seguramente—Narcissa ladeó la cabeza, aturdida por el comentario de Cécile—Eso explicaría el por qué fue a casa de Snape rogando por protección para su hijo

—Quizá de la misma manera en que lo hiciste tú—Posó su barbilla en el dorso de su mano, observando el repentino nerviosismo en las facciones de la chica francesa—Hay algo en ti que me hace creer que tus intenciones al estar aquí son otras muy diferentes a las que mencionas. Existe en ti algo que me alarma terriblemente. Dime, ¿cada cosa que Severus dijo es verdad? ¿Fuiste tú quien alertó a los mortífagos sobre las profecías y quien, sabiendo la condición extracorpórea de Lara Lexington se lo mencionó a Severus para que este se lo confiara directamente al señor oscuro? ¿Fuiste tú la máxima traidora de la Orden del Fénix comandada por Albus Dumbledore?

Cécile, intentando no ahogarse con su propia rabia asintió.

—Lo que ha dicho Snape es cierto, yo...

—Me recuerdas mucho a mi hijo—Le detuvo, poniendo una de sus temblorosas y blanquecinas manos encima de las cálidas de Cécile. No le dejó terminar la oración sabiendo endemoniadamente bien que las palabras salían con dificultad de sus labios. A cambio le hizo saber que su promesa permanecería intacta—Draco tiene dieciséis años, pero aun de esa manera intenta seguir los pasos de su padre a pesar de no ser... los adecuados para alguien de su edad. Él es una mezcla extraordinaria de ambos, una perfecta combinación del carácter de Lucius y la determinación que heredó de mí y que yo a la vez heredé de mi madre. Me pregunto si esos mismos factores fueron los que tu heredaste de tus padres

—No lo creo—respondió con una sonrisa incómoda—Mi padre... él me abandonó cuando era muy pequeña y mi madre... bueno, ahora ella está haciendo una nueva vida. La verdad es que no creo haber heredado nada bueno de ellos, jamás fuimos lo suficientemente unidos. Mi única familia era...—Cécile se detuvo, pensando de manera automática en el rostro de Lara, con sus pequeños ojos grises y vacíos, el motivo que le había llevado hasta ahí. Luego su mente formó las imágenes de los Weasley, de Charlie, Nymphadora e incluso de Byron. Sacudió la cabeza, negándose a seguir torturándose de esa forma—No importa. Ya no importa

—Me pareces familiar—dijo. Los hombros de Cécile se encogieron—Quizá tu cara me recuerda a alguien o tu apellido... ¿cómo dices que es?

—Brodeur. Es el apellido de mi padre aunque no es muy conocido por aquí. Tal vez el de mi madre

— ¿Cuál es?

—Lombard

Los ojos de Narcisa se abrieron con fuerza y Cécile no supo si el gesto fue de sorpresa o porque logró tener un recuerdo de alguien que compartía ese mismo apellido. Su agarre se apretó sobre las manos de Cécile al punto de causarle un dolor tremendo; Narcissa se dio cuenta de ello segundos después, soltando a la chica inmediatamente antes de ponerse de pie.

—Creo... creo que es mejor que dejemos esta conversación, ha sido una mañana pesada y necesitas descansar antes de presentarte ante nuestro señor—Cécile maldijo entre dientes—Si todo sale bien, si el señor oscuro decide confiar en ti y aprobar tu presencia en mi hogar... entonces recibirás la marca esta misma noche

—Oh...—La voz de la chica sonó más como un chillido, un gemido de dolor que escapó de su garganta. Narcissa se detuvo un segundo para mirarle detenidamente, alargar uno de sus brazos y tocar un par de cabellos rojizos que le adornaban el rostro. Luego, le sonrió

—Eres muy joven y demasiado inexperta para entender lo que yo puedo ver en ti. Draco es mi hijo, el único que tengo y lo dejaría todo por él. Así como tú lo has hecho—Le susurró al ver que los Carrow merodeaban por el lugar. Cécile se estremeció—No hace falta que me mientas, puedo leerte como a un libro abierto. Cumple tu misión con cuidado y yo cubriré tu espalda




Mirando el techo de su habitación, Cécile pensó que todo aquello había sido un maldito error. No pudo evitar cerrar los ojos y maldecirse internamente hasta que se cansó mientras escuchaba las pláticas enardecidas de los mortífagos en la planta baja de la mansión. Sus manos cubrieron sus ojos intentando razonar su siguiente paso a dar; bien, no podía engañar a Narcissa Malfoy, ella era lo suficientemente inteligente para saber sus intenciones y entender el porqué de su repentina presencia.

Entonces todo dio vueltas como un torbellino, si Narcissa pudo reconocer sus intenciones, ¿Voldemort también lo haría? Cécile no podía correr el riesgo, tampoco podía echarse para atrás a esas alturas, ¿Qué demonios debía hacer?

Había muchas personas viviendo en la mansión Malfoy por lo que Cécile se vio obligada a compartir la habitación con un desconocido –al mudarse los mortífagos, tuvieron que llevar a sus familias consigo- por lo que la situación se volvió más complicada todavía.

Una cama similar a la suya estaba acomodada del otro lado de la recámara con un taburete yuxtapuesto y cerca de la ventana que daba paso a una maravillosa vista del jardín. Cécile se levantó, caminando despacio hasta ahí tan sólo para lograr ver los enormes manzanos que le recordaron a los de Molly. Un poco más a la derecha se encontraban un par de mortífagos hablando entre ellos, con sus máscaras sobre las manos y las mangas alzadas mostrando sus marcas; Cécile tuvo que arrodillarse sobre la cama para alcanzar a distinguir los rostros de Bellatrix Lestrange y el que supuso era su esposo conversando de manera furiosa.

La puerta se abrió, aunque ella ignoró el hecho de que alguien más había entrado y la miraba desde el umbral.

—Uh... ¿hola? —Cécile saltó en su lugar, girándose para mirar al extraño quien le sonrió ampliamente luego de mirarla por un par de minutos—Ah, tú eres la nueva. Narcissa me habló de ti

El hombre- que no parecía tener más de treinta años- se acercó a ella con rapidez, tropezando en el trayecto con la pata de la cama de Cécile. Él se levantó apenado, estirando su brazo hacia Cécile con una pequeña sonrisa que dejaba notar su vergüenza.

Mirando su brazo estirado por más de la cuenta, Cécile pensó en lo extraño que era ese hombre. Su cabello negro caía por su frente de una manera tan desparpajada que creyó que alguien le había electrocutado y sus cabellos habían salido disparados hacia todos lados; sus dientes parecían una perfecta línea de perlas y sus ojos azulados le recordaron tanto a los de Lara que creyó que en ellos encontraría las respuestas a cada una de sus preguntas. Pero sus ojos le recordaban también a alguien más... a alguien que no quería recordar en ese preciso momento.

Cécile estrechó su mano sintiendo la calidez que emanaba de ella, devolviéndole la sonrisa.

—Soy Alexander Nott, pero mis amigos me llaman Alec

—Bien, Alexander—Cécile le hizo ver que, a pesar de las circunstancias, ellos no eran amigos—Soy Cécile Brodeur

—Acabas de llegar, ¿cierto? Bueno, eso es genial porque ahora el señor tenebroso no está y podemos tener tiempo para hablar y conocernos más, claro sólo si tú quieres, no voy a obligarte ni nada, yo...

—Hey—Le detuvo Cécile riendo—Baja la velocidad, ¿vale? Podrías empezar diciéndome que es lo que haces aquí

—Pues... esta es mi habitación—Los ojos de Cécile se abrieron por la sorpresa—Sé que es raro—Le detuvo, anticipando su reacción—No obstante, Narcissa dijo que era posible que te sintieras más cómoda si compartías recámara conmigo. La mayoría de esta gente no es amigable, ¿sabes? Supongo que es por eso que la señora Malfoy anticipó que, como soy un maldito parlanchín, podrías sentirte con la libertad de contarme cualquier cosa, ya sabes, porque me gusta hablar y hablar—Tomó un largo suspiro antes de hablar de nuevo—Aunque si prefieres puedo decirle que es más confortable que duermas con una chica, o tal vez una recámara para ti sola ¡Oh! Podrías dormir con mi hermana, tengo una hermana

— ¿Alguna vez te han dicho que hablas demasiado?

Las mejillas del chico se tiñeron de rojo

—Lo hacen cada día desde que tengo uso de razón—Encogió los brazos restándole importancia—Creo que por eso no le agrado a mucha gente, tiendo a ser algo empalagoso

—Lo noté—Su sonrisa acendrada hizo que Cécile se estremeciera—Yo... creo que no tengo problema en compartir, después de todo tú llegaste primero—Hubo algo que alentó a Cécile a acercarse más al chico y atisbar el rumbo de su azulada mirada. Él observaba el rostro de Cécile, un punto fijo entre sus cejas que le hacían pensar que existía algo malo en ella como para mirarla durante tanto tiempo. Luego ella se vio sorprendida al darse cuenta que estaba haciendo lo mismo, recorriendo cada espacio de aquellos luceros claros que le quitaban el aliento—Tus ojos... son tan azules

—Son preciosos, ¿verdad? Me gustarían que fueran temporales. Las chicas los prefieren

— ¿De qué hablas?

— ¡Oh! —Dio un salto mientras sonreía—Que tonto, no te lo dije antes, soy un metamorfomago

— ¿En serio?

— ¡Por supuesto! —Alexander parecía estar emocionado—Puedo cambiar mi apariencia como yo desee

— ¿Podrías... uh... cambiar el color de tus ojos? —Cécile hizo una mueca con los labios mientras el chico fruncía el ceño—Me recuerdan a alguien en quien no debo pensar ahora

—Ah, bueno, siendo el caso—Alexander chasqueó los dedos y sus ojos adoptaron la gama completa de colores existentes. Chasqueó una vez más los dedos logrando que sus fanales adoptaran un color verde intenso— ¿Qué tal este? O este—Un chasquido, sus ojos se volvieron violetas— O este—El violeta cambió por un rosado. Cécile sacudió la cabeza—Pide el que quieras, puedo incluso tener ojos de gato, si te gustan los gatos. Normalmente siempre uso los azules porque van más con mi tono de piel, aunque a veces uso los rojos porque intimidan más. Tu sólo pide

—Creo que tu color de nacimiento será más que suficiente

Alex hizo una mueca pero no se rehusó a su petición. Sus dedos chasquearon de nuevo y sus ojos se transformaron en una marea de tonalidades verdosas, azules y amarillas que Cécile creyó que eran los luceros más extraños y cautivadores que había visto en su vida. Él sonrió.

—Tengo ojos avellana, como los de una ardilla. Ardilla, avellana. Avellana, ardilla

—Sí, eso creo—Cécile pensó que aquel chico, tan impresionante como un arrebol, sería un enigma muy difícil de descifrar— ¿Cómo podría confiar en alguien que cambia siempre su apariencia?

Alexander soltó una carcajada que se perdió entre las cuatro paredes de la pieza. Cécile se preguntó si para esas alturas Charlie había salido a buscarla o si se había preguntado por ella. Los ojos de Alexander Nott ya no eran los mismos que Charles Weasley, lo que le dejaba con un enorme vacío en el estómago. Él volvió a estrechar su mano sin previo consentimiento.

—Confiarás sin usar tus ojos—Le susurró—Porque muchas veces estos nos engañan. Tienes otros sentidos, úsalos con sabiduría.

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