15 de febrero - I will always love you
Berlín, 1949
—Siempre hemos estado juntos ¿no? —Hungría miraba con cariño a quien conocía desde que era una niña— Eso no ha cambiado, Prusia.
Estaban en el pabellón asignado a Alemania Oriental dentro del Consejo de Estado. Era una visita extra-oficial de Hungría, una de las pocas cosas que se les permitían a ambos por estar bajo el control soviético. Ella, alineada voluntariamente a la Unión Soviética, él, dominado a la fuerza, como castigo por no hacer nada para evitar uno de los episodios más oscuros de Europa.
—Ya no me digas así —dijo, para luego reír de forma estrepitosa—. Ahora que alguien me ha puesto un nombre diferente, he pensado en que quiero que la gente en la que confío me llame por mi nombre humano porque no le voy a dar el gusto. Eso te incluye a ti, Erzebet.
Ella suspiró y trató de sonreír.
—Está bien, Gilbert —notaba que su alegría era falsa, pues intentaba aceptar con dignidad las consecuencias por sus omisiones—. Siempre estaremos juntos.
—¿Y por qué no? —le cuestionó, en el mismo tono divertido que usaba con ella—. Aún estoy aquí.
Hungría se acercó a él y acarició su rostro.
—No le digas a nadie lo que hay entre nosotros.
Gilbert la miró con ternura y le sostuvo el mentón.
—Eso es sólo nuestro, sabes que siempre voy a amarte.
***
Budapest, 1951
—¿Sabes? Extrañaba venir aquí —comentó Gilbert, mientras caminaba junto a Erzebet por los balcones del Parlamento que daban al Danubio—. No, extrañaba visitar amigos, en general. Aunque más en concreto, te extrañaba a ti. Aquí es donde te veo como eres realmente.
—¿Cuántas veces ensayaste decir eso? —bromeó ella.
—Tal vez siete —le siguió el juego—, sólo quería agradecerte por hacer que me reconocieran como país. Sé que no lo admitirás, pero tuviste mucho que ver en eso. Estabas desesperada de que viniera a verte.
Hungría lo empujó de forma juguetona.
—Como si no supiera que visitas a Checoslovaquia también.
—¿Celosa? —la atrajo hacia él para besarla, aunque no se lo permitió y huyó, para terminar persiguiéndola, llegando al rellano de una escalera.
Erzebet lo dejó atraparla entre sus brazos para que la besara.
—Estás atrapado conmigo en esto.
—Yo no lo diría así —la soltó y le tomó la mano—. Por mucho que reniegue de mi encierro, he aprendido cosas, hay algo estimulante en leer cosas que no debería.
—¿Ah sí? —cuestionó, divertida— ¿Como qué?
—Una leyenda china, que habla sobre personas como nosotros —jugueteó un poco con la mano de Erzebet—. Según dice, hay un hilo rojo que une a dos almas, para siempre. Puede estirarse y enredarse, pero no se puede romper. Aunque estés lejos de mí, mientras sigamos vivos, estaremos juntos.
—¿Significa que siempre vas a amarme?
—Tú sabes que sí.
***
Berlín, 1976
Mi amado Gilbert,
Sé que no te gusta la música en inglés, pero desde que escuché a esa mujer cantando esta canción en un balcón, no he podido dejar de pensar en lo mucho que me recuerda a ti. Es casi, palabra por palabra, lo que me dijiste en el 56, es dolorosa y muy bella. Es irónico que una americana me haya hecho entender cómo te sentías ¿no lo crees? Nada menos que una cantante de country.
Por favor, escúchala, que, sin contar lo mucho que me costó conseguir el disco, tuve que mentir y engañar para hacértelo llegar. Tú sabes lo difícil que es para mí hacer eso de forma convincente.
Siempre te amaré,
Tu Erzebet
Después de leer la carta un par de veces más, Gilbert la guardó en el bolsillo de su camisa, mientras ocultaba bajo el colchón el disco de una tal Dolly Parton. No tuvo el valor de escucharla hasta que fue muy tarde, cuando terminó de cumplir con sus obligaciones. No se quejaba demasiado, casi treinta años después de la repartición de Alemania, la gente tenía buena atención médica, derechos laborales y educación, aunque el pequeño detalle de la falta de libertades individuales era algo que no le agradaba, no podía hacer nada al respecto... aún.
El tiempo que pasó alejado de Erzebet le permitió aprender y ahora tenía acceso a información importante. Todo lo que él sabía podía abrir una grieta en el muro que lo separaba del mundo occidental y de Erzebet.
Sacó el disco de su escondite, Jolene se leía en letras violeta, sobre la fotografía de una rubia de peinado alto, y debajo, en letras color rosa, I Will Always Love You . La traducción al inglés de la frase que siempre le decía a Erzebet. Bajó lo más que pudo el volumen del tocadiscos. La cantante tenía una voz melodiosa, utilizando los matices de su rango vocal para interpretar de forma emotiva y sincera. Se sorprendió a sí mismo llorando en el primer coro.
***
Budapest, 1989
Erzebet estaba nerviosa, no lograba calmar sus manos temblorosas mientras caminaba en la Plaza de los Héroes. La nota que Gilbert le envió luego de la caída del muro, no la sorprendió, pero sí que la había agitado. Sentía su corazón desbocado.
Antes de llegar al cuadrante del Arcángel Gabriel, chocó con su cuerpo. Lo que la hizo caminar hacia atrás, Gilbert le tomó la mano con cuidado, mientras le sonreía.
—Siempre voy a amarte —dijo ella, sin pensarlo.
Él puso una mano en su mejilla.
—Y yo a ti.
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Sí tenía muy oxidado este ship, pero fue muy bonito volver a él. La verdad es que ya no me he metido al fandom de APH, pero me trajo recuerdos lindos de cuando anduve por ahí en el 2013.
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