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Prólogo

Correr era algo que iba siempre de la mano de su trabajo. Nada podía salir bien si al fin y al cabo tenía que pintarle maromas al gorila que custodiaba aquel club con tal de hacerse paso en busca de su objeto de empleo.

Lee Yoon Seung, el magnate de inmobiliarias más poderoso de todo Seúl festejaba una de sus famosas fiestas privadas que no consistían sino en otra tapadera para cristalizar un negocio más turbio y del que ella tomaría ventaja para la competencia.

La palabra chantaje era más que un vocablo para aquella élite empapada en Chanel 05 y autos que sobrepasaban la renta. Era un verdadero estilo de vida y por fortuna o por desgracia era la principal fuente de su sustento y el de su familia en los últimos tiempos.

Leonora Wang de veinticinco años de edad, cabellera castaña recogida en una coleta bajo el eficiente uniforme de muchacha del servicio de entregas escaneaba el segundo piso de aquel antro donde se produciría la reunión del señor Lee y los representantes de la otra cara de la sociedad.

El objetivo: lavar dinero lo antes posible y sacarle la delantera a una hambrienta competencia que había solicitado sus servicios como periodista free lance o lo que es lo mismo prensa amarilla independiente.

—Oye, chica, creo que esa entrega no es para aquí.

El hombre de incipiente calva apostado del otro lado de la barra, le dedicaba una mirada cuanto más desconfiada que dubitativa. Por mucho que se hubiera esforzado en construir su personaje de chica de los recados, era obvio que no convencía del todo a ese viejo lobo de mar que tenía una cicatriz en su ceja izquierda. Aun así, decidió armarse de valor con una sonrisa y volver a dejar la pequeña caja que transportaba sobre la barra.

—No creo estar del todo equivocada ¿No es este el Atlas Club? ¿No se encuentra entre su selecta clientela el joven Lee Min Yoon?

Ese último nombre pareció remover algo en el rostro imperturbable del hombre detrás de la barra. Lee Min Yoon era el hijo mayor de Yoon Seung y por mantenerse firme a su idea de contraer matrimonio con un persona ajena al ramo en el que se movía su familia había sido prácticamente desheredado.

Solo había vuelto a formar parte del clan Lee por el hecho de que su prometida estaba embarazada y el hijo de su primogénito era algo que Lee no se perdonaría abandonar a la ligera.

No obstante la familia de la prometida de Min Yoon no confiaba en tanta amabilidad y antes de que la sangre llegara al río, se habían propuesto desenmascarar el negocio familiar como lo que realmente era y ahí entraba Leonora y su aguda pluma.

Un par de fotos incriminatorias y un buen artículo amarillista para mandar a volar la reputación de un imperio. Eso si antes el señor Lee no mostraba los colmillos y todo se resolvía en "familia".

—Acompáñeme por favor.

Leonora asintió con la cabeza internándose en el camino flanqueado por la clientela que se repartía entre la barra y la pista de baile principal. Escalón tras escalón y el acostumbrado rictus de adrenalina atravesando su torrente sanguíneo, prediciendo el momento en que tendría que salir corriendo literalmente antes de terminar la noche.

—El señor Lee Min Yoon se encuentra en el reservado de la derecha.

El hombre hizo un ademán con su mano para que Leonora ingresara a un cubículo flanqueado por puertas de corredera hechas de cristal que se abrían con un magnético zumbido.

Si ya le había parecido ridículo el decorado del piso inferior ahora estaba segura de que eso que decían de los ricachones era cierto, exhalaban dinero cuando el resto de la población inspiraba aire contaminado.

—¿Puedo ayudarle en algo?

Una chica ataviada con una minifalda y chaqueta a juego con el uniforme del servicio se dispuso a recibirla. Leonora se ajustó la gorra a fin de ocultar al máximo su rostro.

—Tengo una entrega para el señor Lee Min Yoon.

Presentó la pequeña caja que minutos antes había rescatado de la barra. La chica que le había recibido frunció los labios y asintió.

—Por supuesto.

El taconeo de la chica sobre el piso de granito reguardó esas palabras. Leonora comenzaba a impacientarse. Lo normal era estar del otro lado de algún cuartito del aseo armada con su Nikon y desparecer lo más rápido posible del campo de acción de sus objetivos.

Esta idea de jugar al encubierto la traía de los nervios, sin embargo la paga era algo que la ataba a seguir al pie de la letra el plan trazado por ella y Hyun Jin.

—El señor Lee le agradece su compromiso. Ya puede retirarse.

Esa era su señal, con un asentimiento de cabeza dio vuelta sobre sus talones encaminándose hacia la salida del cubículo para encontrar el primer tramo de escaleras. Lo usual era haber continuado hasta la primera planta, pero Leonora sabía que el contenido de aquella caja sobre la mesa de Lee sería el detonante del revuelo que se encargarían de disimular los asistentes del lugar.

Una nota anónima advirtiendo sobre develar la tapadera de su negocio mientras ella se internaba hacia el ático donde tenía lugar la transacción entre la selectiva mafia y la élite de Seúl.

"Esto es un asco" Pensó arrugando la nariz, mientras se esforzaba por enfocar correctamente sobre el orificio que había en el techo del ático. Los peces gordos ya habían hecho su entrada y se debatían en un juego de póker para más que matar el tiempo diluir las tensiones. Aun con aquel ángulo tendría buen material para soplar el castillo de naipes de Lee Yoon Seung.

Un ruido proveniente de la planta baja la hizo terminar precipitadamente su faena. Salir desapercibida de semejante tugurio fue obra y gracia de la práctica, por repugnante que le sonara a su conciencia. Gracias a un golpe de suerte las calles laterales al club se abrían a la avenida que atravesaba el Han. Cansinamente se retiró la gorra dejando la melena castaña libre a la brisa de la noche.

En la ciudad es casi imposible ver las estrellas, no obstante Leonora decidió perseguir alguna señal que la hiciera desistir de aquel estilo de vida de espías y policías justicieros, de culebrones sobre hombres engañando a sus esposas o famosos saliendo del armario. Un tiempo de pausa, un espacio en blanco, eso deseó con todas sus fuerzas.

Sin embargo, sabía que aún no era posible. La enfermedad de Mei, su hermana menor, no le permitía detenerse en escrúpulos o sueños de universitaria. Hasta el último céntimo parecía insuficiente para con los gastos médicos.

—Hola, sí, salió bastante bien... Sí, claro que lo entiendo, eres un pesado la mayoría de las veces Jin.

La llamada telefónica de Hyun Jin interrumpió ese momento de introspección. Con una sonrisa conciliadora se volvió ajustar la gorra de la que escapaban algunos mechones castaños. Sobre su cabeza, detrás de la capa de smog que encerraba a Seúl en una especie de domo, brillaba Venus, y la promesa silenciosa de ese espacio en blanco.

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