#4: El teorema de Pitágoras
La llovizna que había persistido desde la tarde anterior empañaba el cristal de las ventanas de todos los apartamentos del complejo habitacional donde vivía. Habían pasado alrededor de cuatro años desde que había decidido rentar un sitio en aquel edificio, que de lejos no tenía nada de impresionante.
Estaciones atrás había sido una broma para el área de Hongdae convertirse en la principal arteria para el desarrollo de galerías de arte y otros negocios del entretenimiento. Aun en ese caos que traen las urbanizaciones, aquel departamento pequeño en la primera planta se fue desplazando junto con su propia carrera.
Ahora que el edificio había cambiado de dueño y que parte de los apartamentos de la planta baja le pertenecían, Park Jimin disfrutaba con parsimonia de su late de las mañanas mirando con aire melancólico las gotas sobre el cristal en los ventanales del penhouse en el que había quedado su residencia permanente en Seúl.
Tae le había ayudado a decorar aquel sitio a modo de loft. Tenía lo indispensable para vivir cómodamente y obvio que algunas huellas de la postmodernidad reinaban en la encimera de su cocina o en las lámparas semejantes a arañas sobre el techo de la sala de estar.
Pero lejos de eso, conservaba el aspecto de un departamento de soltero acabado de graduar de la universidad. No había restos de comida chatarra o ropa adornando la alfombra. No, una de las normas de Park Jimin era el orden en su hogar, no obsesivamente como Seok Jin, pero sí lo suficiente como para sentirse a gusto consigo mismo.
En aquel sitio donde los muros se habían ido cubriendo de retratos o simplemente fotos de polaroid pegadas con adhesivos, estaban sus más íntimos secretos, sus aspiraciones y lo que quedaba de sus sueños. Sus pro y sus contra y útilmente, por qué no admitirlo, su soledad.
No recordaba cuándo era la última vez que había pensado en ello con seriedad. De hecho, hacía tiempo que se reía sobre la posibilidad de darle cuerda al más loco de sus presentimientos. El encuentro con aquella camarera en el Café o el apretado horario que cumplía a duras penas después del retiro de Jae Hyun, su asistente personal, le agobiaban lo suficiente como para poder colocar un espacio en blanco en todo ello y respirar por primera vez.
Sentía cierta vulnerabilidad aquella mañana cercana al mes de septiembre. Lo cierto es que lo más lógico es que hubiera caído rendido del sueño nada más llegar de su reunión con Yoon Gi, pero fue todo lo contrario. Después de horas cavilando un plan para no pensar en nada en concreto, solo consiguió agotarse a sí mismo desembalando el equipaje o revisando su propia agenda.
Su casa estaba ordenada, sus compromisos planificados y al corriente, su cabeza era un hervidero y su alma un desastre. Aquel antiguo miedo se materializaba como una silueta difuminada por el pasado.
Al final te vas a quedar solo en tu pequeña isla de autocompasión. No eres más que una fantasía Park.
Aquellas palabras pronunciadas en un lejano ayer le persiguieron durante toda la noche, palabras amargas en el rostro de una mujer de castaños cabellos y ojos color ámbar. En el rostro que llenaba su cuaderno de dibujo cuando la soledad volvía a rondar su cabeza. Más que un latte necesitaba un buen trago de wisky, pero no pasaban las siete de la mañana en otro día dominado por la lluvia en Seúl y tenía trabajo pendiente.
Solo usando los pantalones del pijama, le dedicó una mueca al gran espejo que había en su sala de estar. Una rutina común era tomar una ducha antes de enfundarse en unos pantalones de hacer deporte con la marca FILA en las costuras y una polera a juego de color crema. Con el cabello algo húmedo, completó el conjunto con uno de los tantos sombreros que formaban parte del colgador de su vestuario.
El día se pintaba extremadamente largo para Park Jimin. Primero tenía que pasar por la empresa y cerrar al menos dos contratos. Luego tenía una entrevista en la radio y con eso entraba en el programa del almuerzo, que se convertiría en uno de negocios al valorar la compra de una galería de arte junto con su mejor amigo Taehyung; que por cierto, llevaba telefoneando desde la noche sin que el susodicho diera señales de vida.
Jimin ya estaba acostumbrado a las crisis de ausencia total de TaeTae. Alguna nueva inspiración lo tendría encerrado en su estudio como un monje budista en su templo.
Por eso prefería apegarse al horario que él mismo había conformado a falta de un asistente personal.
Lo que le hacía caer en la cuenta de que necesitaba cuanto antes un reemplazo para Jae Hyun. Ya había puesto al corriente a su manager y tenía entendido que se habían realizado algunas entrevistas de las que él solo conocía lo más básico. Ahora, estaba casi en un aprieto si terminaba haciéndose socio de su mejor amigo y firmaba con la hermana de Yoon Gi por otra campaña de promociones.
—Creo que ese latte se quedó corto para el estrés.
Se dijo a sí mismo de camino al ascensor de su edificio. El dolor de cabeza con el que había coqueteado toda la noche ahora le hacía palpitar las sienes como un peligroso retoque de tambores. Sobreponiéndose aún a ello, tuvo que correr para no empaparse de camino a la acera del edificio vecino. Su coche seguía en revisión hasta el final de la semana y mientras tanto tenía que depender del insufrible transporte público.
—Buenos días, hacia KHJ Entertainment.
Dijo dedicándole una mirada al conductor a través del retrovisor. Este asintió y puso el coche en marcha. Se había asegurado de colocarse un cubre bocas y gafas de sol, aun cuando los nubarrones llenaran el cielo de la mañana. Para ser martes, el embotellamiento era colosal. Escribía mensajes cuando el taxi se detuvo frente al arcén de una parada de autobuses.
Existen momentos en la vida unidos por improbables coincidencias. Ese iba hacer uno de ellos y por alguna fuerza oculta a la racionalidad, Jimin dejó a un lado su apretada agenda electrónica y se dedicó a contemplar la fila de personas que estaba en el bus stop.
Desde estudiantes hasta hombres en traje, la variedad de atuendos y expresiones casi todas absortas en sus móviles rayaba lo mundano, todas excepto una. Todas excepto una muchacha de cabello castaño y torpes ademanes que trataba de memorizar en vano algo sobre un trozo de papel.
Primero creyó estar todavía entre las sábanas de su cama, teniendo sueños delirantes donde el rostro de una chica se le aparecía a torturarlo. Luego se dio cuenta de que ya había dejado atrás ese planeta y estaba en su vida de horarios convulsos de camino a una reunión a la que llegaría retrasado de más.
Posteriormente, que quizás se estaba dejando llevar por su vívida imaginación y por último, que fuera lo que fuera no podía quitarle los ojos de encima aquella desconocida que leía una y otra vez haciéndole gestos al cielo nublado de Seúl. Quizás estaba tan concentrado en su contemplación que no escuchó la pregunta del conductor hasta la tercera ocasión.
— ¿Sí? Disculpe, estaba distraído.
—Que hay un desvío más adelante, al parecer están arreglando algo en la avenida principal ¿Esperará o tomará otra ruta?
Jimin miró al conductor que pasaba los cuarenta años, luego a la ventana empañada por las gotas de lluvia y por último a la muchacha del otro lado del cristal. Hizo un gesto con su mano derecha, aquella donde un anillo con el símbolo del infinito grabado se dejaba ver, casi como si pudiera atrapar el reflejo de la desconocida dentro de su mano.
—Esperaré. No se preocupe.
Resolvió con una sonrisa mientras volvía sus ojos hacia la chica en la parada. Aquella mañana se presentaba en extremo fría para Leonora. La tarde anterior se había dicho a sí misma que no le haría mal a nadie si encontraba la verdad, que sería la añorada última vez en que hacía un trabajo con Hyun Jin.
Sí, había dicho eso entre las paredes del despacho de Choi Anne y le había prometido a Mei un regalo por Navidad, aunque faltaran solo unos meses para ello. Y ese había sido el trato. Cuatro meses bajo el mismo techo que Park Jimin, convertirse en una especie de asistente–mejor amiga, interpretar el rol de otra persona que obviamente no era, mientras conseguía las pruebas que según la señora Choi revelarían la verdadera naturaleza del señor Park, que de puro e inmaculado solo tenía el brillo falso de su propia fama.
Una de las condiciones había sido el depósito inicial a sus cuentas y la oportunidad para que Mei fuera tratada por un especialista más que por lo poco que la asistencia pública le podría brindar. Leonora se había vendido por una suma elevada y sinceramente no tenía muchas esperanzas de tener éxito.
Aún tenía el mal presentimiento de que caminaba hacia el abismo con los ojos vendados y que el dosier con las fotos y un expediente entero sobre la vida de Park Jimin era la peor prueba que le iba tocar saltar en su corta vida.
Allí en la parada de autobús, deseaba internamente que sucediera algo, que el cielo nublado de Seúl le diera una respuesta a la agitación martilleando en su pecho y aturdiendo sus oídos.
Allí, mientras sostenía el trozo de papel con el número del agente de Choi Anne y las indicaciones para la entrevista en KHJ, el tiempo le parecía un insulto más que la afrenta de aceptar el trato más sucio que hasta ahora había urdido.
Con un zumbido ahogado por el pavimento húmedo, el autobús llegó para convertir los presagios de Leonora en realidad. Solo unos minutos más y estaría caminando hacia su destino como si de la inquisición se tratara. Justo antes de subir al autobús tuvo la impresión de ser observada por alguien. Un molesto escozor en su nuca la hizo mirar por encima de su hombro. Estaba paranoica. Un taxi pasó levantando una fina capa de humedad muy cerca del bus.
Leonora se quedó en una de las primeras plazas de cara a la ventana acristalada. La frialdad del asiento le sirvió como una especie de analgésico y durante el trayecto hasta la empresa fingió ser una chica de veinticinco años que iba a una entrevista laboral. Se obligó a silenciar la voz de la culpa que gritaba en su interior. Se inventó una sonrisa y un nombre compatible con el personaje que debía interpretar y rezó internamente porque la señora Choi estuviera equivocada.
El taxi en el que Jimin se trasladaba por la ciudad ahora estaba aparcado frente al edificio de KHJ. Un corto intercambio de palabras y dinero con el conductor antes de atreverse a desafiar a la lluvia matinal, esa había sido la apuesta para Park Jimin.
Ahora del otro lado de las puertas acristaladas de la empresa, el aire era más cálido y acogedor. Como si sus cavilaciones sobre la vida y aquella misteriosa sombra que le perseguía se diluyeran bajo la máscara de la fama.
Dentro de aquel edificio era el influencer más cotizado del momento.
Aquella ya era casi su familia por derecho propio, por eso desde su aparición en el umbral hasta el empleado del aseo le tendía la mano, los saludos y miradas a su paso parecían formar una especie de jovial procesión a la que él correspondía con naturalidad y desenfado.
Pulsó los números en el tablero del ascensor.
El piso veinte era donde radicaba la oficina principal de la compañía y donde tendría que firmar los últimos contratos preparados por Jae Hyun antes de retirarse del negocio. Se arregló los mechones de cabello que sobresalían bajo el sombrero de lana que traía. Las puertas magnéticas se iban a cerrar antes que una mujer casi saltara dentro del ascensor.
El destino se burlaba una vez más de él. Pensó al reconocer el mismo vestido de color violeta en la pálida imagen de la joven que ahora le hacía compañía en el ascensor. Por lo visto aún demasiado ocupada en memorizar lo que sea que contuviera ese ajado trozo de papel.
Jimin se olvidó de la cortesía en los próximos minutos y gracias a la abundancia de cabello ocultando parte de su mirada indiscreta no fue atrapado hasta unos instantes después, en que la chica se percató que no había registrado el piso al que se dirigía y que otra persona la acompañaba en el reducido espacio de la cabina.
—Disculpe.
Dijo con una pequeña reverencia mientras recomponía un poco su aspecto y pasaba de consultar aquel trozo de papel que la traía de los nervios. Jimin no dijo nada, pero correspondió con un ligero asentimiento de cabeza.
La chica concentró su mirada en los números en rojo que indicaban la planta que transitaban. El fondo musical, Claro de Luna de Debussy, no era suficiente para calmar la oleada de miedos que le atormentaban, eso y la impresión de ser observada a detalle por su acompañante la hicieron replegarse hacia el fondo del ascensor.
Por su lado, Jimin no perdía tiempo en hacer comparaciones con la chica de su más repetido sueño y la imagen real de carne y hueso que nerviosamente guardaba distancia prudencial de su presencia.
La larga melena castaña dorada sujeta por una goma de la que siempre se escapaban mechones para enmarcar su rostro o perderse en el cuello del vestido color violeta que desde la parada del autobús le había llamado la atención. La mirada tímida y algo ausente, como quien desea escapar de sí mismo, o solo su imaginación para seguirle jugando malas pasadas.
Qué estás haciendo, Park.
Se regañó mentalmente cuando el sonido musical de las puertas del ascensor comunicó la parada en el piso diecinueve. Su acompañante no perdió tiempo para teclear los botones que le permitieran salir de su compañía.
Jimin pudo ver solamente como el pañuelo que la chica llevaba atado a su bolso quedaba detrás de ella una vez que las puertas se cerraran dejándole solo el marco de su espalda y la amarga sensación de estar perdiendo una oportunidad por temor al equívoco.
Sin embargo ella pareció no darse cuenta y el chico del pelo color platino recogió la prenda como si de los tiempos de doncellas y caballeros se tratara. Sonrió con ironía. Ahora tenía una excusa para entablar una conversación con aquella misteriosa chica. Aunque no tenía idea de cómo la encontraría otra vez o qué estaba haciendo en el mismo edificio que él.
Muchas preguntas y los minutos en su contra. Como si de matemáticas se tratara, un teorema expresaba relaciones y su relación con aquella chica comenzaba a ser tan proporcional como el primer teorema de Pitágoras.
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