Capítulo 30
Isaac se sentía el centro de atención, aunque creía que probablemente solo fueran imaginaciones suyas. Sin embargo, era un chico guapo, alto, rubio y con un aspecto de "guiri" muy evidente. Además andaba medio encorvado con las manos metidas en su chaqueta, una chaqueta amplia en la que escondía distintos tipos de cuchillos encantados y sin encantar, además de un frasquito en el bolsillo interno. También llevaba una daga debajo del pantalón, oculta por su bota.
Isaac había tenido la desgracia de instalarse en un hotel en donde se oía toda la calle a la perfección, y en donde al parecer, se celebraba la fiesta en la ciudad. Supuso que por eso no había salido muy caro, aunque la habitación no es que fuera increíble. Servía, que era lo importante.
Sin embargo, después de una hora de escuchar adolescentes borrachos divirtiéndose, empezó a sentirse como un gato enjaulado, así que había acabado bajando a ver el ambiente que había y beberse una cerveza. Y quizá a olvidarse de todo lo que la había cagado en los últimos días en los brazos de una desconocida.
Siguió caminando por las calles, en donde la gente charlaba y bebía fuera de los establecimientos, aunque se suponía que ésto último era ilegal. Paseó la vista por los chicos y chicas, que eran tanto altos como bajos, aunque la mayoría iban bien vestidos y le parecían atractivos. Entonces una melena dorada llamó su atención en el momento en el que salió de una de las discotecas que estaban abarrotadas.
Isaac no supo por qué, pero ni siquiera había dudado. La siguió, unos pasos por detrás. En su mano, vio que llevaba una botella de agua.
"No es ella" se tuvo que repetir varias veces mientras ambos intentaban esquivar a la gente. Sin embargo, el parecido era desconcertante.
Ella no tenía un cabello largo que le llegara por la cintura, tampoco era tan alta como ella, pero de alguna manera, parecían idénticas. Aún así, Isaac reconoció que la chica a la que seguía como un acosador se veía unos años más joven, con la cara más redondeada. Pero esos ojos... esos eran unos ojos que reconocería en cualquier lado, unos que veía todos los días.
Estuvo a punto de detenerse y darse la vuelta, sabiendo que aunque sus ojos la delataban, no tenían ningún asunto en común que le concerniera, cuando giró la esquina, y la chica rubia dejó de estar sola.
Su cuerpo se paralizó durante un instante, sin creerse lo que veían sus ojos. No podía tener tanta suerte.
Pero la tenía.
La rubia había ido a parar a un callejón. Había una puerta que daba con la discoteca, y un par de contenedores en los que se veían bolsas de basura y botellines de cerveza vacíos. Ellas estaban al otro lado, en el muro de ladrillos que daba con un edificio. El suelo estaba sucio, mojado por Dios sabía qué, y cristales desparramados.
Ella desenroscó la botella y se la ofreció a la chica que estaba agazapada en el suelo. Tenía mal aspecto, pero no era quien le interesaba.
Isaac se desabrochó la chaqueta y sacó uno de los cuchillos. Con su otra mano, tocó el colgante que llevaba al cuello. Ninguna bruja podría rozarlo con su magia mientras lo tuviera. Era la única protección que tenían contra ellas.
Era su mejor oportunidad, pero no podía desaprovecharla. Isaac escuchó las palabras de su padre como si estuviera a su lado en ese instante y no fuera solo un recuerdo.
"No somos verdugos". Isaac estaba a punto de olvidar esas palabras mientras se llevaba la mano a la espalda, escondiendo el cuchillo tras ella.
El cuchillo latía como si estuviera vivo, aunque sabía que era su magia resonando, palpitando con el mismo ritmo que su corazón. Había sido él quien lo había hechizado, quien hechizaba la mayoría de las armas de su familia, aunque al principio éstos habían estado reticentes a que lo hiciera, aunque fuera para tener una ventaja sobre sus objetivos. Su padre al final los había convencido, aunque había sido más difícil convencerlo a él.
Isaac lo odiaba. Odiaba la adrenalina que estaba sintiendo en ese instante, odiaba sentirse embriagado por ella.
Él no era un brujo, era un cazador. Tenía que serlo.
Y aún así, todo su cuerpo estaba erizado por la sensación cosquilleante de que tenía aquel poder en sus manos, de que no estaba solo, que había algo más primitivo viviendo en su interior, y que no tenía miedo a nada. Que no le importaba... que no rogaba, pataleaba, ni lloraba por encajar. Era primitivo, y estaba vivo. Su magia, que lo unía con todos los seres que la tuvieran en su interior.
Aunque Isaac no lo sabía, estaba seguro de que sus ojos brillaban.
Rojos, como la sangre.
Antes de internarse en el callejón, Isaac pegó en la pared uno de los círculos dibujados en papel que tenía guardados en el otro bolsillo interno de la chaqueta. Solo tuvo que morderse el dedo pulgar y plasmarlo sobre la hoja para que hiciera efecto.
Entonces la chica del pelo dorado se giró y lo miró, con el ceño fruncido. Debía de haber escuchado sus pasos... o sentido su magia burbujear. Una magia que los unía. Ella lo miró con una expresión desconcertada, con los ojos vibrando.
Casi pudo leer sus pensamientos "¿Cómo es posible?".
Los niños Skelton eran abandonados al nacer con toda magia sellada, y ninguna bruja que no fuera de su sangre podía romper el sello... salvo que él nunca había sido sellado.
Isaac notó el cuerpo de la chica tensarse, y no fue el único, porque la muchacha pelinegra que había estado agachada ayudando a la otra, la miró con las cejas hundidas, y entonces dirigió su mirada a donde ella no la quitaba. Se levantó de inmediato, poniendo una posición defensiva.
Chiara Fernández Greco.
Parecía tan inocente. Isaac sabía que no lo era.
La chica se veía exactamente como la foto que seguía teniendo en la galería de su móvil, sólo que ésta tenía surcos oscuros bajo sus ojos, y se veía cansada.
Aún así, ni siquiera se llegó a preguntar el por qué. Isaac debía de haber estado tan sediento de sangre, que se había olvidado de mantener el cuchillo escondido.
—¿Lo conoces? —preguntó Chiara ante la evidente similitud entre ambos.
—No, nosotras no... no... —Su pecho subía y bajaba a un ritmo calculado, intentando no alterarse. Sentía las intenciones asesinas de Isaac a la perfección.
Indira estaba sentada en el suelo, con la cabeza echada hacia delante. Chiara había intentado un hechizo menor que le quitara el mareo, y de alguna manera, había acabado dejándola inconsciente, aunque parecía estar bien. Así que por un lado tenía a Indira inconsciente en el suelo, y por otro, a Chiara incapaz de usar su magia. Ésta le había ofrecido una explicación escasa, si se podía llamar así, ya que se había limitado a balbucear algo de que su magia estaba rebelde últimamente y no la obedecía.
Lizzie no le había hecho mucho caso hasta ahora. No hasta que hubo parecido necesitarla.
El chico era, sin importar por donde lo mirara, un Skelton.
Por un segundo, se preguntó si su abuela lo había mandado, pero supo al instante que no. Su abuela jamás hubiese permitido que se cometiera una ofensa como esa a la tradición de las Skelton. Ellas eran un aquelarre matriarcal, y exclusivamente femenino.
Y su abuela no hubiese traicionado sus ideales por ella, ni siquiera por llevarla de vuelta a casa. Así que la siguiente pregunta que Lizzie se hizo fue "¿Qué busca?".
No pudo evitar echar una mirada al cuchillo. Tenía inscripciones en el lenguaje de la magia. Tendría que tener cuidado con él.
—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó, manteniendo cuanto pudiera la cordialidad. Él avanzó unos pasos, y Lizzie notó que el miedo que Chiara sentía era palpable.
No la culpaba.
Él la miraba como si quisiera matarla.
Lizzie no lo permitiría.
—Tú no —Su voz sonó grave, como si no la hubiera usado desde hacía bastante.
—¿Qué quieres? —preguntó entonces Chiara.
—A ti.
Isaac se lanzó tan rápido hacia Chiara, que si Lizzie no hubiese llevado toda su vida entrenando, no habría llegado a tiempo para evitar que el chico la apuñalara.
Ni siquiera usó su magia, no tuvo tiempo, ya que había tenido que reaccionar demasiado rápido, y solo le había dado tiempo a empujar a Chiara. Isaac entonces la atacó, y ella no dudó en defenderse con todo. Era rápido, tanto como ella, como si ambos fueran el espejo del otro.
Lizzie sintió que el cuchillo la arañaba cuando Isaac le dio una patada en el estómago, dejándola sin aire por un segundo, y haciendo que él lo aprovechara para surcar su cuchillo en el aire. Lizzie lo esquivó de milagro, protegiéndose con su brazo, que hizo que le hiciera un corte poco profundo.
Era extraño que las brujas supieran pelear cuerpo a cuerpo, así que a pesar de sus ganas de sangre, Isaac no había usado su máxima velocidad al ir a por Chiara, dejando que Lizzie la salvara a tiempo. Eso lo había sorprendido muchísimo, y aunque una parte de él había estado molesto, la mayor parte estaba emocionado.
Lizzie plasmó una sonrisa retorcida en su rostro e Isaac vio en esa macabra expresión a todas las mujeres a las que había odiado durante tanto tiempo ya, que ni siquiera recordaba por qué. Lizzie parecía inhumana, sin embargo, lo era tanto como él.
—No deberías haber hecho eso —dijo. Lo miraba con prepotencia, como si supiera que tenía la mano ganadora, y entonces Lizzie bajó la cremallera de su chaqueta, e Isaac supo el por qué.
Llevaba toda la piel surcada en círculos de magia, no en tinta como tatuajes, sino marcados a fuego, cicatrices que jamás desaparecerían. Isaac apenas reconoció unos pocos. Aunque aún utilizaba su magia por petición de su familia, Isaac no se había molestado en aprender de verdad. Porque sabía que en su interior, era lo que más había deseado en su vida.
Y eso le daba miedo.
Así que ahora estaba en desventaja. Porque su sangre ya recorría su brazo.
Lizzie pronunció las palabras, aunque no sin que Isaac intentara detenerla. Los objetos olvidados y desechados empezaron a elevarse a su alrededor, y con un gesto de sus manos, se dirigieron hacia Isaac a una velocidad impresionante.
Esquivar las bolsas repletas de basura fue sencillo, aunque su enorme tamaño escondió detrás los cristales que habían estado en el suelo. Isaac intentó esquivarlos, pero sintió el escozor de una herida abrirse en cambio. Su mejilla estaba sangrando.
Y en medio de toda la chatarra, Isaac lanzó un cuchillo. Lizzie estaba tan concentrada manteniendo en marcha el hechizo, que no pudo ni moverse. Los dientes de Isaac se fueron mostrando lentamente en una sonrisa, prácticamente viendo ya cómo se le clavaría en el hombro, cuando Chiara se interpuso.
—¡Chiara! —gritó Lizzie, bajando las manos.
—¡Estoy bien! ¡Céntrate! —le contestó, aunque había caído hacia atrás. Chiara echó un rápido vistazo hacia Indira, pero Isaac no le prestaba atención. Ella no le importaba.
Lizzie hundió profundamente el ceño cuando vio el cuchillo que le había atravesado la carne, con una mancha roja que se extendió por su ropa, y miró a Isaac furiosa —¡Reiz habrest du stailk sye sushd iuwe sahi oruty merst! —Isaac no llegó a saber qué había dicho o que había pretendido hacer, ya que pudo abalanzarse sobre ella sin problema alguno. La cabeza de Lizzie hizo un sonido que habría descrito como "mata neuronas", y antes de darse cuenta, Isaac estaba sobre ella, levantando el brazo, con una daga en la mano que hizo silbar el aire.
Lizzie cerró los ojos con fuerza, sabiendo que Chiara estaba malherida y nadie la salvaría, cuando el cuerpo de Isaac la abandonó por completo. Alguien había saltado sobre él, apartándola de ella.
Los ojos de Lizzie se abrieron ampliamente de sorpresa cuando vio la figura que había conseguido sacárselo de encima. Sin embargo, ambos se habían separado.
—¡Tú...! —Chiara casi creyó que había algún tiempo de conexión especial entre ambas, ya que parecía que Lizzie se hubiese liberado de un peso de encima, cuando volvió a gritar—. ¡¿Tú qué haces aquí?! —gritó Lizzie mientras se levantaba. Dafne extendió el brazo hacia ella, deteniéndola.
—Es un cazador —le dijo ella, aunque no apartó los ojos de él.
Lizzie lo miró de nuevo, y se sintió perdida al ver la expresión de Isaac, que miraba totalmente anonadado hacia Dafne.
—Tú —Fue lo único que dijo él. Dafne puso los ojos en blanco.
Era ella.
Su maldición.
Su mayor vergüenza.
Y era real.
—No me llamo "Tú" —dijo ella, antes de impulsarse con el suelo.
Isaac no se movió, no se movió incluso reconociendo la sed de sangre que él mismo había sentido, pero multiplicado por 1000. Ella no dudaría. Y él no podía moverse, aunque no hubiese nada que se lo impidiera.
Y entonces Dafne tuvo que detener su ataque y cambiar de trayectoria de forma tan abrupta que ni siquiera pudo controlarlo. Una flecha había surcado el aire, a apenas unos centímetros de su cara. Dafne no pudo mantener el equilibrio por su áspero cambio de planes, y cayó al suelo. Rodó un par de metros, y como había practicado miles de veces, se levantó con el impulso de la caída, apenas despeinándose.
Lizzie maldijo en sus adentros lo guay que le había parecido.
Un hombre, juzgando por su altura y constitución, saltó del techo del edificio, que no era muy alto, aterrizando sobre los contenedores cerrados, y dando otro salto al suelo, donde se encontraba Isaac. A la luz de las farolas, pudieron verle mejor la cara, se notaba que eran familia.
Era un hombre de apenas unos 40 años, con el pelo de un tono rubio sucio, oscuro por el pasar de los años. Tenía los ojos azules, y vestía con una chaqueta verde militar, en su mano, no pasó desapercibida la ballesta que había usado segundos atrás.
—¿Papá? —Isaac lo miró como si no entendiera lo que estaba pasando—. ¿Qué...?
Isaac comprendió en ese mismo segundo lo que estaba pasando. Su padre nunca había llegado a irse, todo había sido una prueba.
Arsen había querido intervenir en cuanto había observado que Isaac estaba yendo muy lejos con Lizzie, pero ésta había parecido saber defenderse perfectamente, y había estado tan impactado con lo que había visto... las cicatrices que la surcaban, que no se había movido, no hasta que Isaac había estado a punto de ser asesinado.
Dafne se alejó de ellos, y se puso delante de su hermana, cubriéndola con su cuerpo.
—¿Estás bien? —escuchó que le preguntaba el hombre al muchacho que había estado a punto de matar.
"El muchacho".
Dafne sabía perfectamente su nombre, pero no quiso decirlo, ni siquiera en su mente, no cuando lo hacía todo real. Su piel se erizó, y su interior quiso gritar. No podía parar de mirarlos, a los dos. Lizzie notó que temblaba, muy suavemente, como si estuviera conteniéndose, aunque no parecía que fuera por miedo.
Entonces el hombre las miró, y fue como si mirara a otra persona, a alguien que le parecía como si hubiese conocido en una vida anterior. El corazón empezó a latirle muy rápido.
Lizzie agarró a su hermana por la chaqueta, y se volvió a sentir como una niña pequeña —Dafne.
—¿Daf... Dafne? —preguntó el hombre.
Dafne sacó una daga de su bota y lo apuntó con ella —Déjanos ir.
—¿Te llamas Dafne? —volvió a preguntar. Había sonado desesperado, y Arsen se sentía como si estuviera agarrándose a un clavo ardiendo.
Dafne agarró a Lizzie del brazo con su mano libre —Muévete, vamos —dijo tirando de ella.
—No voy a irme sin ellas —dijo Lizzie entre dientes, mirando a sus dos amigas.
—¿Tu madre se llamaba M-Maggie? ¿Margaret? —Dafne lo ignoró completamente, pero Lizzie no pudo. Giró el cuello bruscamente y lo miró.
"¿Se llamaba?" se preguntó Lizzie.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó. Los ojos de Arsen se agrandaron.
—Cállate y muévete —le espetó Dafne.
—¿Cuántos años tienes, Dafne? ¿21? —La mirada de Lizzie confirmó la pregunta que Dafne no quiso conquistar—. ¿Es tu hermana? ¿Cuántos años tienes?
—Lizzie, no contestes.
Lizzie se alejó un paso de ella —¿Qué está pasando?
—Dafne, ¿sabes quien soy? —Ella, una vez más, lo ignoró—. ¡Dafne! ¡Dafne, mírame cuando te hablo! —Dafne arqueó las cejas con diversión, pero lo miró.
—Sabe quien eres perfectamente —Las palabras habían sido frías. Arsen miró a su hijo, que había estado extrañamente callado.
Ella siempre había sabido quién era él, y había estado mintiéndole, toda su vida. Isaac lo sabía por la forma en la que Dafne se negaba a mirarlo, aunque en sus sueños, en sus visiones, era tan atrevida.
Isaac había sido un juguete para ella, lo había torturado durante años, sabiendo lo que sentía, aprovechándose de ello.
Y al final, Isaac había encontrado paz en ese tormento, y poco a poco, hasta había esperado sus visitas, sus insultos, la forma en la que le decía que pertenecía. Que eran uno.
—¿Qué está pasando? —volvió a preguntar Lizzie—. ¡Dafne!
—Que nos vamos, eso pasa.
—De eso nada —espetó Arsen, que las miraba de una a otra. Dafne intentó tapar a Lizzie de su vista, pero Lizzie no tenía el ánimo para tonterías—. Es tu hermana, ¿no? —preguntó a Dafne.
—Para desgracia mía —contestó Lizzie—. ¿Y qué? ¿Quién eres tú? ¿Quiénes sois vosotros?
—¿Cuántos años tienes, Lizzie? —Lizzie frunció el ceño. Los miró a los tres, primero a Arsen, luego a Isaac, que la miraba como si la viese por primera vez, y luego a Dafne, que le advertía con los ojos que se callara.
—18, tengo 18 años.
—18...
Dafne apretó la mano en un puño, queriendo huir tan rápido y lejos como pudiera, pero sin poder hacerlo por la estúpida de su hermana. ¿Por qué nunca hacía caso a lo que le decía?
—Gran charla, ahora, déjanos marchar —Arsen dio un paso hacia ellas.
—Ya he dicho-
Arsen se detuvo a media frase, ya que la daga con la que lo apuntaba dejó de hacerlo para situarse en su propio cuello. Los ojos de Arsen no daban crédito a lo que veía, sin embargo, no dio un paso más, temiendo que Dafne pudiera hacerlo de verdad, ya que en sus ojos, solo había determinación.
—¿Qué estás haciendo? —Dafne esta vez ignoró a Lizzie.
—Déjanos ir o me corto el cuello aquí y ahora —le amenazó.
—Aleja ese-
—Déjala hacerlo —dijo Isaac, que la miraba furioso. Lizzie notó que había una conversación solo entre ellos, de la que nadie más era parte—. Venga, hazlo.
Unas gotas de sangre empezaron a correr por su cuello, justo donde estaba la daga —¡Para! —gritó Arsen. Dafne sonrió ampliamente.
—Largaros, pero nos quedamos con la chica —dijo Isaac.
—Os la envuelvo, si quieres.
—¡¿Qué dices?! ¡No! —gritó Lizzie—. Dafne —Era la primera vez que Lizzie la llamaba de esa manera tan amenazante, y Dafne tuvo ganas de echarse a reír, y lo habría hecho, de no haber estado tan tensa.
—Lizzie.
—¡Basta ya, los tres! —dijo Arsen. Lizzie se cruzó de brazos, con el ceño fruncido, y Dafne la miró como si fuera una niña pequeña con una rabieta. Arsen las miró atentamente, como si quisiera grabar la imagen en su cerebro, y dijo—. Podéis iros, todas.
—¡Papá! —exclamó Isaac. Arsen lo miró de una forma que hizo que Isaac no lo contradijera más, aunque por su cara era obvio lo poco que aprobaba lo que estaba pasando.
Lizzie se dirigió a Chiara y la ayudó a levantarse. La herida tenía mala pinta. Dejó que se apoyara en ella, mientras caminaban hacia Dafne.
—¿Qué hay de Indira? —preguntó Chiara en un susurro.
—No la quieren a ella —respondió Lizzie, quien sabía que Dafne no ayudaría a Indira, y ella no podía ayudar a Chiara a sostenerse y llevar a Indira a la vez.
Dafne no apartó la daga de su cuello hasta que salieron del callejón a la calle llena de gente.
Esa había sido una noche que haría que detestara a Lizzie para siempre.
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