Capítulo 29
Hacía dos horas que todos se habían marchado.
Aunque normalmente, Haru habría aceptado ir, ya que no quería parecer que ocultaba algo, al final se había echado atrás. Porque aunque su plan había pasado a ser conseguir la ayuda del profesor Lamonde, aún no había avanzado nada, y había un hechizo que no había intentado utilizar todavía, susurrándole porque lo hiciera.
Así que esa noche era la noche perfecta. Todos sus compañeros se habían ido de fiesta, sus profesores solían aprovechar el fin de semana para ir a casa, ya que muchos eran de Madrid y no estaba lejos, y todo el personal volvía a sus casas de noche. Al final, solo quedaban cuatro personas en la casa.
Primero, él.
Segundo, el profesor de guardia, ya que alguien tenía que vigilarlos. Se iban turnando cada semana, y ésta le tocaba a Héctor. No sabía si era el destino.
Tercera, la tía de Víctor, hermana de José Valera, Aurora Valera. Sin embargo, por lo que sabía, ella no salía de su habitación.
Y por último, su hermana. O el cadáver de ésta, al menos.
Haru se agachó y sacó un saco sudario para cadáveres de debajo de su cama. Abrió la cremallera y la sacó de éste, tumbándola en el círculo de sangre que había pintado. Había tenido que usar mucha sangre, así que estaba mareado, y aún así, el cuerpo de la chica era tan liviano, que ni lo notó. Aún así maldijo, antes había podido usar la de los gatos.
—Kaori —la llamó—. Siento que hoy es el día.
Kaori seguía vistiendo la ropa que había llevado en su funeral, ya que Haru no se la había cambiado en todo ese año. Ya lo haría ella cuando la resucitara, pensó.
Kaori había sido su hermana pequeña, de 16 años. Había muerto atropellada, y Haru jamás había pasado de la etapa de negación. Había ido unos días después al cementerio, y la había desenterrado. Había tenido que ser rápido y eficiente para que no se descompusiera.
Haru había comprado el grimorio por un precio que lo había dejado sin blanca después de haber estado trabajando todo el verano, y había empezado a probar y probar y probar, sin que nada cambiara.
Haru se había estado dividiendo entre largos periodos de depresión al ver que no conseguía resucitarla y esperanza por volver a intentarlo. Había dejado de ir a clase, y ni siquiera hablaba con sus amigos. Kyoko había sido la única que lo obligaba a salir de vez en cuando, hasta que llegaban los exámenes y estaba tan ocupada, que Haru volvía a su cueva.
Sujetó bien el grimorio en sus manos y empezó a pronunciar las palabras. La magia lo rodeó como una refrescante brisa en pleno verano, lo acaricio y lo acunó, y cuando Haru siguió pronunciando las palabras, lo siguió como un buen soldado.
Haru vio la luz que salía del círculo y que iluminaba el cuerpo de su hermana. Las llamas de las velas se elevaban un metro, y Haru sintió el suelo temblar bajo sus pies.
Vio el cambio con los ojos muy abiertos. Las heridas de su hermana se cerraron como si nunca hubieran estado, su cuerpo empezó a coger volumen, su piel se llenó de color, y entonces, su pecho se elevó. Kaori abrió los ojos de par en par y la boca con una gran inhalación. Y entonces, el hechizo se detuvo.
—Kaori —Haru era incapaz de moverse. El pecho de su hermana se movía y su corazón latía. Kaori tenía una expresión aterrorizada, y cuando lo vio, se arrastró lejos de él, hasta que chocó con la pared—. Kaori, soy yo.
—¡Haru! ¡Haru, ¿estás bien?! —La puerta se abrió de un golpe y el profesor entró. Miró a su alrededor como si estuviera desorientado.
Vio el círculo de magia, que aún desprendía la esencia oscura de un hechizo de magia negra, vio las velas que soltaban humo negro cuando se apagaron, y vio a la chica acurrucada contra un rincón al otro lado de la habitación.
—Profesor, puedo... yo puedo-
—Haru, ¿qué has hecho? —preguntó, aunque lo sabía perfectamente.
Había reconocido los símbolos en el círculo, la esencia que le estaba dando ganas de vomitar... y había algo dentro de él, que hacía que estuviera aterrorizado de la pobre chica que temblaba de miedo. Ella no era normal.
—Ha funcionado, profesor —Estaba mareado, y sus pasos fueron tambaleantes mientras intentó acercarse a Lamonde, que se echó hacia atrás—. Es posible resucitar a una persona.
—No sabes... no sabes lo que has hecho.
—He resucitado a mi hermana.
—Tengo... Tengo que avisar a las autoridades sobrenaturales. Esto no es solo ilegal, Haru, también inmoral —Haru corrió hacia él y lo agarró del brazo, pero el profesor se soltó.
—¡No! ¡Por favor! ¡Usted debería entenderlo! —exclamó, la desesperación deslizándose entre los sonidos asfixiantes que hacía su voz—. La única razón por la que usted no lo había hecho era porque... ¡porque tenía miedo!
Lamonde lo miró con el rostro desencajado. Era cierto que Haru había demostrado interés en su trabajo, pero él había pensado que solo era un admirador, un chaval con algo de gusto culposo por lo que separaba la moralidad de la inmoralidad... No que su línea había quedado totalmente emborronada.
Aún así, sabía lo que significaría si no era él el que daba la voz de alarma y era otro. Las culpas se las echarían a él. Lo cierto es que había gente harta de él, y Lamonde no estaba listo para acabar con su profesión. Era jóven y tenía aún metas sin cumplir, y además, él no lo había hecho, aunque hubiese ignorado las señales.
Lamonde vio a la criatura mirar de uno a otro, no sabía si con una expresión asustada o confusa —Esto... esto no está bien, lo siento.
—¡Nooooo! —Haru pegó un grito ensordecedor, y algo se movió tan rápido, que solo sintió una ráfaga pasar corriendo a su lado.
Cuando supo lo que estaba pasando, Kaori se había abalanzado encima del hombre y se había puesto a horcajadas encima de él. Sin embargo, no fue eso lo que hizo que sus ojos contemplaran llenos de temor la escena. Kaori no dejaba de golpear la cabeza del profesor Lamonde contra el suelo, una y otra y otra y otra vez.
—¡Kaori! —Para cuando su cuerpo reaccionó, y Haru pudo separarlos, tirando de Kiori hacia atrás, Lamonde estaba completamente inmovil contra el suelo, y un charco rojo rodeaba su cabeza como un halo.
Haru observó la imagen con creciente pavor. Su respiración estaba tan alterada, que empezaba a costarle respirar. Kaori, aún sujeta por debajo del pecho, se giró para mirarlo. Parecía tan confundida, que Haru creyó que todo había sido un sueño, que se había quedado dormido mientras memorizaba el hechizo y era tan solo una espantosa pesadilla. Pero conforme los segundos fueron pasando y nadie se movió ni dijo nada, el pánico dejó paso a aceptación.
—¿Qué has hecho? —Eran las palabras que le había dedicado el profesor segundos antes.
¿Qué he hecho? se preguntó.
Sin embargo, su hermana había vuelto.
Indira se movía al ritmo de la música, que sonaba por encima de sus propios pensamientos, si es que sus neuronas no habían sido ya asesinadas ya por todo el alcohol que llevaba en el cuerpo. Sus riñones no se lo agradecerían, pero la hacía sentirse mejor- más suelta.
Ya no le importaba que en algún momento hubiese sentido los labios de Chiara sobre los de ella, o que la tuviera apenas a unos metros, bailando tanto como ella, aunque no hubiese bebido ni la mitad.
Chiara era especial, de la misma manera en la que se lo parecían todas las personas extrovertidas y dinámicas. Podía llegar a ser el centro de atención sin darse cuenta ni proponérselo, y en parte sintió un ramalazo de envidia, ya que ella había trabajado mucho para conseguirlo.
Ni ella ni Victor habían sido los más populares del internado, pero Víctor tenía una belleza etérea, que había atraído a más de una chica. Indira sin embargo, había perdido la apariencia linda e inocente sobre los doce años para convertirse en una adolescente feucha, aunque una vez pasado ese periodo, hacía uno o dos años, la pubertad la había golpeado con un bate de béisbol de la mismísima Afrodita. Aún así, a Indira aún le costaba mantener esa apariencia enérgica y descuidada, como si fuera natural.
No había una belleza mejor que aquella que pareciera natural. La suya lo era, aunque su personalidad aún le costara ponerse al día.
Sin embargo, el alcohol inhibía todos sus miedos, dejando que las inseguridades desaparecieran durante unas cuantas horas, aunque probablemente estuvieran ocultas debajo de la alfombra. Aún así, por un tiempo, se sentía libre. Como si nada le importara.
Así que Indira no se detuvo y cantó tan alto como cualquiera, riendo y bebiendo. La incomodidad había desaparecido, así que se acercó a Chiara y bailó con ella como si fueran amigas de toda la vida. Chiara rió, ya que Indira estaba bailando de forma ridícula, solo porque quería y podía, porque era divertido, y por un segundo, Indira quiso que el Dj apagara toda la música para escuchar bien sus risas. No eran dulces, sino escandalosas, y eso hizo que sonriera de oreja a oreja, hasta que no pudo evitar reír también.
Podía haberse tirado toda la noche oírla reírse como la sirena de una ambulancia y habría disfrutado cada segundo. Al día siguiente se burlaría de ella, pensó, si es que se acordaba de algo que hubiese pasado.
Indira no supo qué hizo exactamente mientras bailaba para que sus pies se enredaran con ellos mismos, casi cayéndose. Chiara y Víctor la sostuvieron con fuerza, y Chiara se pegó a su oreja para decir —¿Quieres que salgamos a que te- a que nos dé un poco el aire? —Indira la miró, tan cerca. Podía sentir la calidez de su aliento, que hizo que se le pusiera la piel de gallina.
Sería porque por un segundo estaba totalmente quieta, que de repente, después de balancearse como si no hubiera un mañana, Indira sintió que el mundo giraba a su alrededor. Era algo que siempre había querido, pero no así, eso solo conseguía marearla.
Se sostuvo de Chiara y asintió —¿Voy con-?
—No te preocupes, no creo que tardemos en volver —le contestó Chiara a Víctor. Éste asintió.
Chiara no soltó en ningún momento a Indira mientras intentaba atravesar el océano de cuerpos que se movían como si no tuvieran bebidas en sus manos, que probablemente acabaran en el suelo o sobre sus ropas.
Chiara sintió que volvía a respirar cuando salieron de la marabunta y tropezó casi dándose de bruces, aunque consiguió mantener el equilibrio en el último segundo. Suspiró aliviada, ya que probablemente se habría llevado a Indira con ella al suelo.
Rodearon el edificio e Indira se tambaleó mientras llegaban hasta la pared del local para apoyarse en ella. Chiara escuchaba a Indira respirar.
—Oye... —le dijo, sin embargo, apenas le dio tiempo a pensar en sus siguientes palabras, ya que Chiara vio cómo el cuerpo entero de Indira se tensaba, y le daba una arcada. Indira se alejó unos pasos por el callejón, con las manos en la boca—. Indira las manos.
Chiara fue rápida en sujetarle el pelo antes de que la otra vomitara, quitando sus manos justo a tiempo. Indira apenas había sentido el vómito subir por su garganta segundos antes de darse cuenta de que no iba a poder contenerlo.
Chiara miró hacia otro lado, sin poder evitar poner una mueca asqueada. Siempre había sido muy hipocondríaca, así que se mordió el labio, intentando ignorar el sonido que hacía Indira dejando salir todo lo que había estado en su estómago. Sin embargo, si continuaba mucho más, Indira no sería la única en vomitar. El olor tampoco era que ayudara, aunque Chiara no dudó en seguir ayudándola.
Segundos después, Indira se tambaleó hacia la pared, con el suficiente cuidado para no pisar su propia pota, y haciendo que Chiara le soltara el pelo. Indira dejó la espalda caer en el muro de ladrillos, y se deslizó hacia el suelo. Chiara supo que Indira no estaba ahora para decirle lo poco higiénico que le parecía eso, pero por lo menos no se sentó en el suelo, sino que se acuclilló.
—¿Mejor? —Chiara intentó darle una sonrisa reconfortante, pero Indira no la miró. Estaba avergonzada, y si lo estaba en ese momento, no se quería imaginar cuánto lo estaría una vez que no sintiera el alcohol.
—P-perdón —Chiara se colocó a su lado, de pie y cruzando los tobillos.
—Nos ha pasado a todos alguna vez —le dijo, restándole importancia—. En realidad, debería ser yo la que te pida perdón —Metió la mano en su bolso y encontró un paquete de pañuelos. En vez de sacar uno, le tendió el paquete entero. Indira lo aceptó, aunque tenía una expresión confusa.
—¿Por? —preguntó. Chiara desvió la mirada, más tímida de lo que jamás había estado. Indira la miró detenidamente. Había visto tantas facetas diferentes de Chiara, que era intrigante cada minuto que pasaba con ella.
Indira observó cómo Chiara ponía un mechón azabache detrás de su oreja. Era adorable lo tímida que parecía.
—P-por lo del... lo del b-beso —Indira abrió los ojos sorprendida. Chiara hubiese deseado que se la tragase la tierra—. De hecho, no sé por qué lo hice, yo... no sabía lo impulsiva que puedo llegar a ser. Además, ni siquiera me gustan las... las... yo- y-yo no... no soy...
—No te preocupes —la interrumpió viendo que su cara empezaba a enrojecer y que sus palabras se enrevesaban ellas solas—. Sí que me sorprendió —Indira no sabía qué decir, solo sabía que necesitaba hacerla sentir mejor, animarla—, pero no merece la pena pensar en ello. Ni siquiera me dio tiempo a catarlo —soltó unas cuantas carcajadas, y Chiara se vio bastante más relajada, sus comisuras estiradas en una pequeña sonrisa.
Indira apoyó la cabeza en la pared y cerró los ojos con fuerza, con una mueca. Chiara tenía una expresión de preocupación —¿Quieres que volvamos a la casa? La verdad es que la fiesta empieza a decaer —Era mentira, de hecho, aún seguía en su cumbre, pero Indira estaba demasiado borracha y mareada para notarlo. Así que asintió—. Quédate aquí, voy a ver si Víctor nos hace el favor o si pedimos un taxi.
—No me iré a ningún lado —afirmó. Chiara se fue riendo, viendo que necesitaría su ayuda para levantarse sin estamparse contra el suelo.
Chiara echó un rápido vistazo a la chica antes de alejarse a pasos rápidos. No quería dejarla mucho tiempo sola, ya que iba bastante bebida, y no estaba en sus mejores condiciones.
Giro la esquina al edificio, y cuando iba hacia la puerta, iba tan distraída que Lizzie tuvo que agarrarla del brazo —Ah, no te había visto.
—Lo he notado —dijo con una sonrisa—. ¿Cómo está?
—Tirada en el callejón, preparada para volver a casa —respondió ella—. Voy a preguntarle a Víctor si le importa llevarnos.
—Voy yo, y así le compro una botella de agua —sugirió—. Tú vuelve con Indira. No me gusta que esté ahí sola.
—Perfecto —dijo suspirando—. ¿Ross u Olivia han vuelto?
—No, pero Víctor dice que no nos preocupemos —Ambas se miraron y no necesitaron decir más para saber lo que estaban pensando, que resultaba ser lo mismo. Una vez que a Lizzie se le escapó una sonrisa, Chiara soltó una carcajada, que Lizzie siguió. Lizzie solo dejó de reír para decir—. Y tenían que desaparecer cuando quedamos todos... Podrían literalmente hacerlo cualquier otro día —Chiara se encogió de hombros.
Mientras a Indira no le importara, a ella tampoco.
—Que hagan lo que quieran, aunque luego que Olivia no se enfade si le pido todo tipo de detalles —Lizzie rió.
—Solo si prometes esperarme —La sonrisa que Chiara le mostró, le aseguró que se enteraría del cotilleo completo—. Vuelvo adentro, no creo que tarde en salir —Y así, ambas se separaron, sin saber que alguien las acechaba.
Y que estaba a punto de atacar.
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