Capítulo 28
Ross ya estaba tendiéndole un casco cuando Olivia salió del portal. Suspiró con alivio cuando vio su rostro.
—Espero que no hayas bebido mucho —comentó mientras Olivia se abrochaba el casco debajo de la barbilla.
—No voy borracha, si es lo que preguntas —Por lo que había visto, Olivia solo se había bebido una copa, aunque no sabía cómo le sentaba el alcohol.
—Tendré que confiar en tu palabra —Ross se sentó en la moto y giró el cuello hacia atrás—. ¿Vamos? —Olivia tragó duro y asintió—. No me digas que te da miedo.
—Por supuesto que no —El gallo en su voz fue confirmación suficiente. Ross río, sin querer o poder evitarlo, y aunque Olivia se sintió mortificada, la risa de Ross fue tan genuina, que se olvidó que debía estar molesta.
Normalmente, Ross se reía con un tono irónico, no de corazón.
Ross dió marcha atrás con la moto, hasta que estuvo en la dirección correcta. Olivia se dirigió hacia él dubitativa y se sentó a su espalda. Olivia tuvo que reunir todo su coraje y la poca dignidad que le quedaba para rodearlo con sus brazos.
—Agárrate bien —le dijo, notando que le daba algo de pudor.
—Y-ya.
"Olivia, céntrate. Esto no es A 3 metros sobre el cielo, ni él Mario Casas" pensó.
Olivia no tuvo que darle muchas vueltas al asunto, ya que cuando Ross arrancó de verdad y tomó velocidad, Olivia se aferró a él tan fuerte como a un clavo ardiendo. Sentía que su cuerpo temblaba, y tenía los muslos tiesos. Había cerrado los ojos con fuerza y apoyado el casco en su espalda, pero tras unos eternos segundos, abrió los ojos, y miró a su izquierda. El mundo pasaba a gran velocidad por sus ojos y el viento agitaba su cabello con rudeza.
En realidad, era agradable.
Aunque seguía sin tener ningún interés en tener una moto.
Olivia observó los edificios pasar tan rápido como si jamás hubieran estado ante sus ojos. Como tampoco era que hubieran muchos coches, Ross no tuvo que pasar entre ellos más que un par de veces, hasta que las calles desaparecieron y entraron en la autopista. En menos de media hora, ya habían llegado a un municipio al noroeste de Madrid, cerca de la Sierra.
Fueron directos a los chalets, ya que era donde el ministro vivía.
Había setos que no dejaban ver el interior, incluso para Ross, que les permitía tener toda la privacidad que quisieran a los propietarios. Sin embargo, ese no era un problema. Entrar en el recinto era sencillo, lo que no lo era, sería entrar en la casa. Sin embargo, Ross había estudiado el tipo de seguridad que tenía.
Juntó sus manos y flexionó un poco las rodillas —Sube.
Dios.
Me va a ver hasta el alma, si es que tengo una.
Aún así, Olivia apoyó su pie en sus manos unidas y con la ayuda de Ross se impulsó hacia arriba, hasta que pudo pasar primera una pierna al otro lado de los setos, y pudo bajar con un salto al otro lado. Segundos después, Ross la seguía.
—Quédate aquí —le dijo.
—¿Qué? Pero-
—Y si algo va mal, te largas, ¿entendido? —Olivia se cruzó los brazos con un mohín, pero aceptó. Rebuscó en el bolsillo de su chaqueta y le dio un pasamontañas—. Y ponte esto.
Ross se lo lanzó y Olivia lo atrapó con facilidad, mientras Ross se ponía el suyo.
Ah, es por esto.
Ross había conjurado un pequeño glamour en sus ojos para que se vieran humanos. La esclerótica negra había desaparecido, dejando solo esos iris azul-gris. Supuso que habría sido demasiado evidente la presencia de un brujo con esos ojos, además de ser una característica demasiado peculiar. No había muchos brujos que los tuvieran así.
Se crujió los dedos, y se dio la vuelta, dándole la espalda a la chica.
Olivia arrastró la espalda por el muro y acabó sentada en la hierba, viendo como Ross se alejaba de ella.
Lo cierto era que se alegraba de tener a Ross, ya que cuando había decidido ir hasta Salamanca y aceptar ese puesto, nunca había llegado a creer que la conduciría a algún lado.
Ya estoy más cerca, Amanda.
No sabía si era verdad, pero ahora mismo tenían un nombre. Era el de un hombre importante, alguien que podía hacerles cosas que Olivia no quería imaginarse, pero con Ross a su lado, no tenía tanto miedo.
Luego todo pasó a gran velocidad. Ross había vuelto, diciendo que había dejado sin electricidad a la casa, y no tardaron en entrar por una de las cristaleras que daban al jardín trasero, y subir las escaleras hacia el segundo piso.
Olivia había investigado al ministro, si se podía llamar así a hacer una rápida búsqueda por Google.
Era un hombre casado, aunque los escándalos de sus aventuras estaban haciendo que estuviera a punto de divorciarse. Tenía dos hijos, un hijo y una hija, pero ambos eran mayores y no vivían en la casa. Su mujer también se había ido, y no tenía ningún personal interino que pudiera molestarlos. Eso último se lo había dicho Ross, que no había querido sorpresas.
Llegaron al segundo piso, y recorrieron el pasillo. Olivia vio que Ross se llevaba una mano a la parte de atrás de sus pantalones y sacaba una pistola con silenciador. Sus ojos se abrieron todo lo que pudieron. Olivia estaba segura de que antes no la había tenido, aferrada a él como una lapa en la moto.
—¡¿Qué cojones?! —En realidad no había sido más que un susurro, pero Ross la miró con una advertencia—. Ross-
—Tú has elegido venir conmigo, así que se hacen las cosas como yo digo —Olivia dio un paso atrás por la brusquedad de sus palabras, pero vio la tensión en los músculos de Ross. Él también estaba asustado.
Se asomaron al dormitorio y vieron al hombre durmiendo solo en la cama de matrimonio. Ross agradeció que no tuviera compañía. Supuso que su abogado le había aconsejado que mantuviera un perfil bajo mientras durase el juicio.
Olivia no había esperado que Ross diera dos golpes en la puerta mientras entraba, como si pidiera permiso para entrar, aunque solo lo hubiese hecho para despertarlo.
—Tok tok, ¿se puede? —preguntó con voz cantarina mientras lo apuntaba con el arma. El hombre se despertó de golpe, y se giró sobre la cama, mirando hacia su dirección con una expresión de pánico.
—Por fav-
—Mira, yo soy Silvestre, y ésta es piolín. Si no molestas, no molestamos. Es la única regla que te voy a poner.
El hombre no había tenido tiempo ni para hablar, aunque por su expresión debía de tener un nudo en la garganta —¿Qué queréis de mí?
—Sólo hacerte unas preguntas —El miedo en su rostro fue palpable. Como si tuviera muchos secretos que esconder.
—Si mi mujer os ha enviado-
—¿Tanto crees que te odia, señor antiguo ministro? —preguntó—. No, esto no tiene nada que ver con que tu mujer te haya dejado por fresco.
—¿Entonces-
—¿Dónde estabas el 21 de Marzo de 2003? —Ross sabía cuál iba a ser su respuesta antes de que hablara.
—¡¿Estás loco?! ¡Han pasado más de...
—15 años, ya —habló Olivia por primera vez. Ross intentó no mirarla con nerviosismo—. Eran buenos tiempos, ¿no? Acababas de convertirte en ministro, y supongo que necesitabas amigos, alguien a quien hacerle un favor.
Él parecía que sudaba cada vez más, aunque no lo culpó, ya que a Ross no le temblaba la mano con la pistola en ella.
—Eso no-
—Piolín tiene razón —siguió Ross—, y yo tengo pruebas. ¿Sabes lo sencillo que sería exponerte al mundo? Toda la prensa española, no... toda la prensa mundial estaría encantada de publicar como un antiguo ministro no es más que un ladrón de artefactos sobrenaturales peligrosos que vende al mercado negro. Tu mujer se quedaría con todo. Tu reputación por el váter, y tú, en la cárcel, está claro.
—Tengo amigos que-
—Tus amigos te darían todos la espalda para no verse involucrados en el escándalo. No has malversado dinero, estás poniendo en peligro la seguridad de la gente.
—Yo... —El hombre pareció pensárselo, pero Olivia lo veía demasiado asustado, y no por ellos—. Él no... él me matará.
—O lo haré yo antes —Ross dio unos pasos hacia él y le quitó el seguro a la pistola. Sus ojos se alarmaron.
—Tú solo eres un crío —Sí, era verdad. Y aún así, no sería su primera víctima.
—Y como crío que soy, puedo llegar a ser muy impulsivo —le avisó.
—¡¿Qué hiciste con lo que "tomaste prestado" en 2003?! —preguntó Olivia perdiendo la paciencia.
—Vas... vas a tener que ser más específica.
—El Ánima —respondió—, y el Ouroboros.
—Los nombres no...
—El ouroboros era un brazalete de una serpiente que se come su propia cola —Tanto Ross como Olivia vieron que reconocía la descripción—. Y el ánima...
—Déjame adivinar —dijo entre dientes el ministro—. Es un colgante con una piedra en la que hay dibujos o líneas, tallada.
—Sí —Apenas fue un susurro. Las manos le temblaban. Olivia sentía que ya estaba tan cerca.
—El hombre al que le di ambas cosas era... —Nada salió de sus labios, no más que un sonido gutural, antes de que el hombre se llevara las manos a la garganta—. Él... él es...
Su cara fue tomando una tonalidad azul, y unas marcas azul medianoche empezaron a aparecer en su cuello, rodeándolo como una serpiente a su víctima hasta matarla. Parecían tatuajes, pero éstos se movían. Ross se quedó inmóvil durante un segundo, viendo cómo cada vez se apretaban más contra su cuello, asfixiándolo.
—¡No!...¡No! ¡Lo siento! ¡No diré nada! —Ross agarró a Olivia de la muñeca con fuerza y notó que temblaba.
—Vámonos —le dijo arrastrándola fuera de la habitación.
—¡No! ¡Ross! ¡Tenemos que saberlo! —Se zafó de su agarre y corrió hacia el hombre, que sujetaba las mantas contra su pecho con fuerza. Los ojos le lagrimeaban y parecía tan asustado, que Olivia sujetó su mano con fuerza, arrodillada en el suelo a su lado—. Por favor, sé que tienes miedo, pero dínoslo. Inténtalo.
—Olivia, no puede —Ya no podía hablar debido a lo mucho que estaban cortando el aire al ministro, aunque no se refería a eso. Olivia no lo miró—. Es una maldición. No le permitirá decir su nombre.
—Por favor, por favor —le suplicó.
—El... Fue el... El la... ladrón de man-manz... —Ross agarró a Olivia de los hombros y la levantó del suelo. La mano de Olivia se separó de la del hombre, y Ross la giró para que le diese la espalda. Puso suavemente la mano detrás de la cabeza de Olivia, e hizo que apoyara la frente en su pecho, como si con eso pudiera protegerla de lo que estaba por pasar. Olivia solo oyó un ruido, pero supo lo que había pasado. Ross notó cómo le temblaba todo el cuerpo, y se aferró más a ella.
—Vámonos —escuchó que decía Ross. Olivia levantó los ojos, pero Ross los tenía aún puestos en el hombre.
Sus ojos no parecían tener vida alguna mientras veía la sangre y el cuerpo decapitado del antiguo ministro.
Ross bajó la mano hasta la espalda baja de Olivia y la guió hacia la salida, sacándola de la casa.
¿Cuántas veces habrá visto cosas así para no sentirse ni un poco inquieto?
Olivia se dejó hacer como si fuera una muñeca. Escaló el muro con ayuda de Ross y dejó que éste le quitara el pasamontañas y le pusiera el casco.
—¿Quién es el ladrón de manz? —preguntó Olivia. Ross se sorprendió cuando oyó su voz.
—No lo sé.
—¿Cómo lo encontramos?
—No lo sé.
—¿Entonces qué hacemos? —Apenas había emoción en su voz.
—No lo sé.
—¡¿Entonces qué sabes?! —Olivia lo empujó con ambas manos en su pecho. Ross dio un par de pasos atrás, aunque Olivia apenas había hecho fuerza. Estaba enfadada. Estaba frustrada.
Se secó los ojos de las traicioneras lágrimas que caían.
Era tan injusto.
Habían estado tan cerca.
Y habían matado a un hombre.
Olivia aún podía notar el olor metálico de su sangre.
Ross hizo el amago de levantar su mano derecha, antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo. Olivia no lo miraba, su cara oculta tras los largos rizos y sus manos. Ross se metió las manos en los bolsillos, temiendo que se apoderaran de él y que hiciera algo que habría sido incómodo y desconcertante para ambos.
No necesitaba apartarle el pelo de la cara, ni tampoco secarle las lágrimas.
—¿Qué es el Ánima? —Olivia se sorprendió al escuchar la pregunta. Lo miró con esos ojos grandes y expresivos, que ahora estaban rojos.
—¿Qué?
—¿Qué es el Ánima? He investigado sobre él, pero quiero que me lo cuentes tú, que me digas por qué lo buscas —Olivia sintió como si estuviera acorralándola. Tampoco entendía a qué venía la pregunta.
—¿Por qué?
—Porque necesito más datos de los que tengo, no puedo ir a oscuras, Olivia. No después de esto —Ross tenía razón. Si algo le había demostrado lo que acababa de pasar, es que podían ser los siguientes—. Tenemos que irnos, antes de que quien sea que haya hecho esto mande a alguien para limpiar sus desastres.
—Ross —dijo Olivia cuando éste se giró para dirigirse hacia la moto. Ross se detuvo, y volvió a mirarla—. Está bien, te lo contaré, todo.
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