Capítulo 27
Cuando Ross bajó los últimos escalones hacia la puerta principal, se detuvo en medio de éstos, notando un par de miradas de incomodidad entre los presentes, aunque la mayoría hablaba con normalidad.
Ross no pudo evitar mirar hacia las mesitas de mármol blanco laterales con patas de acero inoxidable pintadas en un tono dorado, que parecía oro. Había tres colocadas en cada pared hacia la puerta, y en cada una había un jarrón con tulipanes. Ross apartó la mirada, y la dirigió a Víctor.
—¿No íbamos a ser solo nosotros? —preguntó Ross en un susurro a Víctor cuando hubo bajado del todo las escaleras hasta llegar al grupo.
—Cambio de planes —susurró de vuelta.
Ross miró entre las chicas y maldijo en su mente.
Olivia no lo miraba, así que Ross se permitió repasarla de pies a cabeza.
Llevaba un vestido negro corto de tirantes de tejido efecto cuero. Se le ajustaba al torso y la falda caía en campana. Por debajo, traía una camisa de encaje negra, ya que hacía frío, y unas botas militares que la hacían 5 centímetros más alta. En su brazo, colgaba el abrigo.
Se había hecho una coleta, pero varios mechones caían libres a cada lado de su rostro en espirales desordenadas, y casi parecía que se había hecho la coleta en el último momento, sin peinarse. Extrañamente, Ross no creyó que le quedase mal. Entonces, ella se giró y lo miró.
Ross esquivó su mirada, aunque no lo suficientemente rápido para que Olivia no lo hubiera notado.
Sería complicado esquivarla esa noche. O que no atase los cabos cuando desapareciera.
Ross volvió a pasear la vista por el recibidor. Estaban todos.
—Yo llevo a Indira, a Ross, y a Lizzie, y eh... el amigo de Matthieu, Luc, ¿cierto?, a los demás —Víctor dudó en cómo referirse a Lucas, ya que solo lo había visto una vez. Víctor ya conocía al resto medianamente bien, ya que normalmente desayunaban, comían o cenaban juntos, a no ser que éste lo hiciera con su familia, pero a éste apenas lo conocía. Nadie se quejó, y Lizzie no supo si estaba bien que se sintiera aliviada de ir con él, pero era como se sentía.
Los que iban con Víctor salieron del edificio a que éste sacara el coche del garaje y se fueran a la ciudad, aunque Luc aún no hubiese llegado.
Ross no pudo evitarlo, no cuando sentía su mirada en su nuca. Así que justo cuando cruzó la puerta, se giró. Sus miradas se cruzaron. Durante un segundo, fue como si estuvieran conectados. Y Ross pudo verlo en sus ojos, o quizá él fuera un libro abierto para ella, a regañadientes y sin quererlo, pero lo era. Porque Ross lo supo, que ella lo sabía. Y entonces se volvió a girar, y aún así, fue como si la conexión no se rompiera.
Como si estuvieran unidos, aunque fuera por una misión peligrosa y de dudoso éxito.
Víctor sacó el coche y Ross se sentó en el asiento del copiloto. Por cómo se miraban, sabía que pasaba algo entre Lizzie y Víctor, pero a Ross no le importó.
El sitio del copiloto era suyo.
—¿No vamos en el todoterreno? —preguntó Ross abrochándose el cinturón. Víctor tenía otro coche, aunque no era oficialmente suyo, era un monovolumen Peugeot, que usaban tanto él como su padre.
—Es muy grande, con este será más fácil aparcar —contestó él.
Lizzie se sentó detrás, con Indira, a la que notaba algo incómoda, aunque no sabía por qué. Ross miró por el espejo interior del coche a la rubia, que miraba de reojo a Indira, con un deje de curiosidad. Frunció el ceño sin poder evitarlo, había algo en su rostro que le resultaba familiar. Sobre todo en sus ojos. Estaba seguro de que los había visto con anterioridad.
Estaba poniéndose el cinturón cuando Ross le preguntó —¿No nos hemos visto antes?
Lizzie levantó la mirada y sus cejas se elevaron con sorpresa —¿Yo? Eh... no creo.
—¿No? Juraría que sí, ¿puedo preguntar de dónde eres? O sea, sé que eres estadounidense, pero más específicamente.
—Springfield —contestó ella, creyendo que la conversación acabaría ahí, pero Ross rió.
—¿El de Ohio... Illinois...? —preguntó. Lizzie no había creído que Ross supiera tanta geografía estadounidense, pero al parecer, sabía más de lo que parecía.
—El de Misuri —dijo solo para llevarle la contraria. No le gustaba la conversación, aún así intentó disimular lo poco que quería seguir con ella—. ¿Has estado en Estados Unidos?
—No, la verdad —admitió—. ¿Y tú? ¿Es tu primera vez fuera?
—No —mintió—, aunque sí en España.
—Oh, ¿has estado en Alemania? —Lizzie sabía que Ross era alemán, la transmitía con cada poro de su piel.
Indira y Víctor se limitaban a escuchar la conversación en silencio, mientras Víctor conducía por unas carreteras que conocía como la palma de su mano. No les quedaba ni 5 minutos, sin embargo, Víctor estaba preparado para saltar como Ross se pasara de la raya. Aunque parecía una conversación normal, sabía que lo último que Lizzie quería hacer era hablar de su hogar.
—No, aunque he oído que es increíble en invierno —Después de todo, su hermana había estado allí hacía dos años, en asuntos de negocios. Su abuela también había ido, de hecho, era la primera vez en años que salía del país, que era su territorio principal, y Dafne prácticamente le había rogado que la llevase con ella.
Habían estado dos semanas, aunque no había sido el único país europeo al que habían ido, aunque sí del que Dafne le había hablado.
"Los alemanes son guapísimos" recordaba que le había dicho "A lo mejor, si hubieras ido, habrías dejado de parecer tan amargada". Lizzie la había ignorado.
—Lo es —En todas las estaciones, en realidad, pensó Ross—. ¿Y no tendrás alguna prima o hermana mayor que estuviera en Berlín hace... dos años?
Lizzie tardó unos segundos en contestar, lo que ya le dio una respuesta a Ross —No.
Víctor intentó no mostrar su sorpresa cuando la oyó mentir. Lizzie le había hablado de su hermana, pero supuso que estaba asustada, y que queriendo huir de su familia, su hermana había tenido que desaparecer para ella.
—Pues tienes una doppelgänger por ahí —bromeó, haciendo que la tensión dentro del coche disminuyera.
Ross había conocido a Dafne hacía dos años... La pregunta era, ¿qué tan bien?
¿Lo suficiente para que mantuvieran el contacto después de tanto tiempo?
¿Lo suficiente para que le hubiera dicho que un clon de ella se paseaba por donde él estaba?
El pánico le erizó la piel.
Dafne jamás le había mencionado que conociera a ningún chico allí, aunque era poco lo que Lizzie conocía de su hermana. Sin embargo, algo debería de habérsele escapado si eran amigos, era lo que Lizzie deseó con todas sus fuerzas. Que solo hubiese sido un encuentro fortuito y breve.
Dieron vueltas por la ciudad durante diez minutos hasta que Víctor encontró dónde aparcar. Lizzie salió del coche, poniéndose antes la chaqueta. E Indira hizo lo mismo, ambas apoyadas contra éste mientras Ross se ofrecía a llamar por teléfono a Olivia para preguntarle cómo iban.
Escribió su nombre en su lista de contactos y dudó antes de pulsarlo para llamarla. Vio el nombre escrito en blanco contra el fondo negro y esbozó una sonrisa. En vez de llamarla, primero decidió que "Olivia" ya no la representaba del todo en su mente, así que lo editó. Para cuando la llamó, ponía "Vögelchen".
En diez minutos, ya estaban todos juntos. Al final, se habían hecho casi las 00:30.
Las luces iban de un lado para otro, la música era ensordecedora y la gente se restregaba unos contra otros. Todos se habían pedido unas copas, ya que tenían el dinero que les había pagado el señor Valera y que no habían tenido la necesidad de gastarse hasta el momento.
Al principio, les había resultado sospechoso, aunque ahora, ninguno se quejaba.
Olivia maldijo mientras le daba un sorbo a su segunda copa.
—¿Qué lleva tu cubata? —le preguntó Chiara. Ella se había pedido un roncola, pero por la cara que había puesto, no parecía que acabara de gustarle.
—Es Larios 12 con fanta de limón —contestó—. ¿Lo quieres? —Chiara frunció el ceño.
—¿No lo quieres?
—Es que ya me estoy sintiendo mareada y no quiero pasarme —mintió.
Olivia volvió a mirar a Ross, sólo porque éste estaba distraído. Aún llevaba su primera copa en la mano, ni un solo sorbo le había dado. Al principio, Olivia no había estado segura, pero ese no era el caso ahora. Ross tramaba algo, y como fuera lo que estaba pensando... lo iba a matar.
No iba vestida para la ocasión, no para la que creía que se le avecinaba en un futuro cercano.
Aunque Ross había sabido disimular bien con su ropa. No llevaba nada demasiado incómodo, tampoco llamativo, pero seguía encajando totalmente con los que le rodeaban.
Unos minutos después, Olivia vio que Ross le susurraba algo a Víctor y le daba su vaso, y por la forma en la que Víctor sonrió y habló, Olivia se imaginó que había bromeado en bebérselo antes de que volviera. Olivia siguió a Ross desde una distancia, dejando a los demás atrás. Indira estaba bebiendo bastante rápido esa noche y Chiara también se había tomado un par ya, pero no las estaba dejando solas, así que intentó no sentirse como una mala amiga cuando se dio cuenta de que Ross ya había dejado de fingir que iba a los aseos, dirigiéndose a la puerta.
Iba unos pasos por delante de ella, y cuando salió, gracias a todos los cuerpos que los separaban, dejó de verlo. Olivia maldijo cuando salió, pero le agarraron del brazo y ella trastabilló intentando mantener el equilibrio hasta que se detuvieron en un lugar más discreto.
Olivia había sabido que era él antes de verlo, en el momento en el que su mano se había aferrado a su brazo.
—No me sigas —le dijo. Olivia se pegó contra la pared de ladrillo, mientras Ross la arrinconaba.
Empezaba a sentir un boleteo en su interior.
Un fuego encendiéndola por dentro.
Olivia alzó la barbilla.
Era tan alto.
Y un maldito cabezota también.
Pero ella lo era más.
—No vas a poder deshacerte de mí —discutió. En realidad, pensó Ross, habría sido muy fácil. Y aún así, se encontró no queriendo.
Olivia lo miraba con determinación, como si jugara con él.
Y Ross era condenadamente competitivo, aunque estaba dispuesto a perder una batalla para ganar la guerra.
Sin embargo, no estaba muy seguro de qué guerra.
—No puedes venir así vestida —intentó razonar con ella—. El lugar al que voy-
—Vamos —Ross no pudo evitar esbozar una sonrisa.
—El lugar al que voy no te sirve la ropa de fiesta —dijo.
—No puedes ni empezar a imaginarte lo que soy capaz de hacer con unos tacones —respondió Olivia. Ross arqueó una ceja, llenando su mente de varias posibilidades tanto excéntricas como sugerentes.
—Aunque debo admitir que la idea de descubrirlo es atractiva, sigo pensando que no es buena idea —dijo.
Olivia cruzó los brazos.
—Me da igual lo que pienses.
—Ya me había dado cuenta... o no estaríamos teniendo esta conversación.
—Tampoco eres mi padre.
—Habría sido un padre muuuuuuy joven, aunque seguro que muy bueno —Ross no pudo dejar de hablar, no cuando ya se estaba imaginando su reacción—. Aunque podemos intentarlo. Tú puedes empezar llamándome papi y yo puedo empezar a negarme a tus tonterías —Las mejillas de Olivia enrojecieron, y por un segundo desvió los ojos, hasta que se dio cuenta que era justo lo que quería. Estaba avergonzada, pero no derrotada.
—Ya... ya lo estás haciendo —dijo ella—. O intentando, al menos. No es que vayas a conseguirlo.
Ross miró la hora en su reloj. Hizo una mueca con sus labios, y cuando volvió a poner su atención en ella, se fijó en que los estaba mirando, aunque por poco.
Por mucho que a Ross le estuviera gustando jugar al gato y al ratón con Olivia, tenía que acabarse ya.
—Vuelve con los demás, pajarito —Ross dio un paso atrás y se giró, pero Olivia lo agarró del brazo. Ross suspiró al girarse.
—Ross, voy a ir contigo. Sí o sí —Ross supo que estaba siendo totalmente honesta cuando dijo—. O iré mañana yo sola, o pasado, o algún otro día. Y si saben que has estado allí, aumentarán la seguridad, y me será más difícil entrar y quizás me atrapen... Y puede, que estando en una sala de interrogatorios aterrada y sola, me pregunten si sé quién se coló antes que yo, y diga tu nombre. Piénsalo. Podría pasar.
—Olivia.
—Ross.
—Eres insoportable.
Y aún así, le dio miedo admitir que en realidad no sería difícil de soportar en absoluto.
Mientras estuvieran allí.
Mientras tuvieran una meta en común.
Mientras sus caminos se unieran y fueran el mismo... aunque Ross sabía que llegaría un momento en el que se separarían.
Porque siempre lo hacían.
Porque aunque ahora Olivia tuviera un pie metido en su mundo, en realidad eran de universos completamente diferentes. Ella era buena y él... estaba roto.
—Está bien —dijo a regañadientes—. Vas a hacer lo que yo te diga, cuando yo te diga, sin réplicas ni quejas, ¿entendido? —Olivia elevó la mano y la puso a la altura de su frente, como haciendo un saludo militar.
—Sí, mi capitán.
—Esto no es una broma, Olivia —Se llevó una mano al pelo y la arrastró hacia atrás—. Vámonos.
Ross la guió a través de las calles y de adolescentes borrachos, y música sonando a todo volumen. Hasta donde las calles ya eran silenciosas, y la gente cada vez más escasa, y Olivia prácticamente podía imaginarse a la gente durmiendo en sus camas.
Ross casi la arrastraba, con su mano puesta en la muñeca de la chica. El corazón de Olivia latía con rapidez, aunque quería creer que era por lo que estaban a punto de hacer, por las leyes que iban a romper, y no por la calidez de su piel contra la suya.
Olivia intentó racionalizar lo que estaba sintiendo.
La calidez del agarre, los latidos ensordecedores, el ardor.
Él era alto, un poco mayor, bastante guapo. Era difícil no sentirse atraída, no estaba haciendo nada malo.
No la estaba traicionando.
Intentaba descubrir qué había pasado.
Buscar una razón, un por qué, poder ponerle un final a la historia que habían escrito.
"Olivia y Amanda" se había convertido en "Olivia", y aún estaba intentando aprender a vivir con ello. Ross no era... solo era un chico.
—Es aquí —Ross los había llevado hasta un lugar que parecía abandonado. Por la decoración exterior, en algún momento había sido un restaurante chino. Ahora tenía las cristaleras tapadas con cartones. Ross empujó la puerta y ésta cedió. Olivia supuso que había hecho algún hechizo para abrir la puerta la primera vez que había ido. Cuando entraron, Olivia echó un vistazo. Estaba polvoriento, y vacío, salvo una mesa y unas sillas que por algún motivo habían quedado olvidadas ahí adentro.
Olivia giró sobre sus pies, sin la mano de Ross sobre su muñeca ya, y vio el enorme círculo pintado en la pared.
—¿En serio? —preguntó—. No es una experiencia que repetiría. No es que no disfrutara de nuestro baño nocturno, pero el agua estaba un poquito fría.
—Tienes razón, la de la bañera estaba mejor —dijo él—. Sin embargo, me dejé la moto en Madrid por culpa de alguien, así que es nuestra única opción.
—¿Moto? ¿Tienes una moto? —preguntó.
—Vamos a ir a por ella primero, y luego ya a nuestro destino —dijo. Sacó su móvil y abrió la aplicación de Google Maps. Se abrió un mapa con las calles con los símbolos de las paradas de autobús, tiendas y demás, y Ross escribió el nombre de una calle en Madrid.
Olivia vio cómo lo ponía en modo Street view, y que le enseñaba directamente la pantalla.
—¿Qué se supone que estoy viendo? —preguntó.
—Es el lugar exacto que tienes que tener en tu cabeza cuando cruces el portal, donde está mi moto. El lugar exacto.
—Lo he entendido, gracias —Olivia puso los ojos en blanco, molesta por su falta de confianza.
—Iré yo primero y luego tú. Olivia, confío en que te veré en escasos segundos —Parecía más una advertencia que una afirmación, pero ella asintió.
Ross empezó a recitar las palabras, las mismas que ella había dicho días antes, las mismas por las que habían caído encima del río, y por las que casi se había muerto de una hipotermia, sin embargo, confió. La esperanza era todo lo que tenía.
Así que cuando Ross cruzó, no se permitió pensar que había llegado a otro lugar que no fuera el que le había mostrado. Y cuando fue su turno, liberó su mente de todo pensamiento e invocó una imagen a su cabeza. Aquel lugar.
Y entonces, cruzó.
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