Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 19

Ross levantó la vista hacia el reloj de la pared. Apenas quedaban 5 minutos para que acabaran las clases, y él tenía cosas que hacer. Ya era suficiente con que tuviera que estar cuatro horas cada mañana allí. Aún así, era mejor que las 6 horas que al principio se habían planteado.

La profesora, Lena, estaba explicando la gramática de la lengua fey, y era algo que Ross podría jurar que había dado miles de veces. Es decir, estaba aburrido. Sin embargo, no tuvo que esperar mucho, ya que en medio de una frase, sonó el timbre. Todos se levantaron.

—Esperad, esperad —dijo ella elevando las manos antes de que cualquiera saliera. Ella miró la hora en el reloj de su muñeca, y entonces alguien llamó a la puerta—. Tengo que presentaros a alguien.

Ross frunció el ceño, y los demás empezaron a susurrar.

—Pensaba que Haru era el último —Escuchó que le decía Olivia a Chiara. No pudo evitar darle la razón.

Lena caminó hacia la puerta mientras ellos esperaban, Ross sentándose en su mesa.

—Soy Lena, un placer tenerte con nosotros —Al parecer, quien fuera la persona afuera del aula, acababa de llegar—. Acabamos de empezar, así que no creo que tardes en coger el ritmo para tus clases.

—Estoy segura de que no tendré ningún problema —dijo ella. El vello de los brazos de Ross se le puso de punta.

No.

La puerta entonces se abrió y Ross abrió los ojos de par en par, tensándose ipso facto. La mujer que entró por la puerta tenía el pelo largo, de un castaño tirando a rojizo. Vestía con un jersey café con cuello alto, unos vaqueros desteñidos y unos botines que desaparecían dentro de los pantalones. Lo que Ross reconoció al instante fue el largo abrigo negro, que le daba un aire misterioso y elegante.

Ross admitió que si había sacado su estilo de vestir de alguien, había sido de ella. Al final, las personas con las que te relacionabas dejaban una parte de sí en tí, Ross lo sabía bien. Ella ni siquiera lo miró, no más que con una mirada rápida junto a todos los demás, insignificante.

—Buenos días, chicos —empezó. Tenía una postura de confianza. Siempre la había tenido—. Me llamo Eileen, Eileen Kelly, y voy a daros clases a partir de mañana. Sí, eso significa que añadimos una hora extra, lo siento. Espero que nos llevemos bien.

Ross los escuchó refunfuñar, pero el sonido lo escuchaba como taponado, como si hubiera una pared entre él y sus compañeros.

—Genial, otra más —dijo Indira a su lado—. Ross, ¿estás bien?

—Ah, sí, perdón. Ya, es una mierda.

—Mañana ya os dejaré que os presentéis, y así perdemos unos cuantos minutos. ¿Os parece? —Ninguno se opuso.

—Parece como si hubieras visto un fantasma —le dijo Indira—. Estás pálido.

No, no había visto ningún fantasma, en todo caso, un demonio.

—Estoy bien —Indira se encogió de hombros.

—Vamos a comer, me muero de hambre —En la clase, sólo quedaban ellos y la nueva profesora, que estaba dejando unos libros en la estantería.

—Ahora te alcanzo —Indira frunció el ceño, y fue a preguntar, pero al ver la mirada de Ross, puso los ojos en blanco y se fue.

Ross seguía sentado en su pupitre cuando Indira cruzó la puerta y el sonido de sus pisadas desaparecieron por el pasillo. Se levantó, cogió el móvil de Olivia, que se lo había dejado en su mesa, y se acercó a la nueva profesora.

—No sabía que tenías vocación de maestra.

—Ni yo que te fueras a portar tan mal sin mí para vigilarte —respondió ella. Ross no sabía cuántos años tenía Eileen, solo que él cada vez se acercaba más a los que ella aparentaba, mientras ella parecía estar estancada en los veintitantos-treinta. O por lo menos él siempre la había recordado así.

—No me he portado mal.

—¿Te recuerdo nuestra última llamada? Yo no diría que eso es ser un buen chico —Elevó una ceja, y él se cruzó de brazos.

—Estoy ocupado, no puedo estar reportándote cada diez minutos.

—¿Por qué no dejas de mentir? —Eileen parecía conocerlo como a la palma de su mano. No era que se extrañara, después de todo el tiempo que habían pasado juntos, que ella se había ocupado de él. Que ella... Ross intentó no pensar en eso—. ¿Qué está pasando? Pareces tenso, y no solo por mí.

—Nada, ¿cómo has conseguido entrar? —Eileen sonrió aunque puso una expresión inocente.

Talentos —Ross la miró cansado, y ella suspiró—. Tengo contactos, ya lo sabes. ¿Ahora me quieres contar qué te pasa últimamente? —Él dudó un segundo, pero sabía que no podía estar ocultándoselo eternamente.

—Me están amenazando —admitió. Era como si fuera un niño de nuevo, indefenso, buscando la protección de alguien más fuerte, de alguien que sabía que lo defendería, aunque no supiera que fuera a pedirle algo a cambio más tarde—. Pero me estoy encargando.

Era mentira, aún ni siquiera había empezado a investigarlo, pero era mejor que decir la verdad. De momento, lo único que había hecho era dejar unos tulipanes en un jarrón, y escribir una estúpida nota.

—Déjame eso a mí, tú encárgate de tu parte —Se dirigió a la puerta, pasándolo de largo, y Ross no pudo evitar detenerla, agarrándole del brazo. Ella se giró hacia él, dándole la espalda a la puerta.

—No tenías que venir, lo tenía todo bajo control —Ella elevó una mano y acarició su rostro. Ross maldijo en su interior, que a pesar de todo lo que le había hecho, aún sintiera alivio con su roce. Entonces vio una figura en la puerta abierta, que los miró con los ojos bien abiertos. Ross solo la miró durante un segundo, antes de que Olivia se alejara de ahí con rapidez. Gracias a dios, Eileen no se había dado cuenta.

—Mi dulce niño —Ross volvió a prestar atención a Eileen—, no hace falta que te escondas. Una parte de ti siempre me necesitará.

Ross se apartó de ella de golpe.

—Eso es lo que te gusta pensar —Salió del aula, y de repente volvió a recordar el móvil en su bolsillo. Mierda. Debería haber cerrado la puerta al menos.

Ross casi corrió a través de los pasillos, buscando esos rizos oscuros. Se dirigió hacia su habitación hasta que se dio cuenta de la hora que era y en dónde estarían todos ahora, Olivia incluida si no la pillaba a tiempo.

Bajó los escalones de dos en dos y cuando giró la esquina, la encontró. Estaba a un giro de pasillo hacia el comedor. Y por lo que vio, estaba en su mundo, ya que ni siquiera lo oyó cuando la alcanzó.

—Olivia —Está casi pegó un bote, alejándose de él.

—Ah, no te había oído.

—Ya. Eh... Aquí tienes tu móvil —Se lo sacó del bolsillo y se lo ofreció. Olivia frunció el ceño, pero lo aceptó.

—¿Conoces a la nueva profe? —preguntó. Al parecer, no le gustaba irse por las ramas.

—Se podría decir —dijo él.

—¿De qué?

—No es asunto tuyo —replicó. Parecía como si estuviera en un interrogatorio. No le gustaba que le hicieran preguntas.

—Eres su alumno, ella tu profesora... No será asunto mío, pero a lo mejor el señor Valera tenga algo que decir —Ross apenas se dio cuenta de que estaba andando hacia ella, obligándola a retroceder hasta que la espalda de Olivia estuvo pegada a la pared, y su pecho casi chocó con el de ella. Así, tan cerca, Olivia se veía diminuta. Pequeña, frágil, una muñeca. Ni siquiera era baja, no para la media española, con 1 metro 65 centímetros, pero él sí era alto. 20 centímetros más que ella.

Olivia lo miró directamente a los ojos, con la barbilla inclinada hacia arriba. No había miedo en sus ojos, aunque Ross sabía que debía de sentirse como un pajarillo atrapado. Aún así, no luchó, no lo apartó. Quería que supiera que no le tenía miedo, que no podía intimidarla, aunque lo estaba haciendo. Mucho.

Aún así, Olivia solo pudo pensar en lo oscuros que eran sus ojos, realmente como tinta. Y la plata hacía un contraste aterrador... y hermoso.

—Tengo 20 años, pajarito, puedo cuidarme yo solo —Ross no supo si le molestó la expresión que vio en la cara de Olivia. Parecía que contenía una sonrisa.

—Seguro que sí —Olivia pasó por su lado, sin rozarlo, y siguió su camino por el pasillo. Se detuvo cuando casi había llegado a la bifurcación, y dijo—. Guardaré tu secreto, Ross, aunque seas un capullo. Y gracias por el móvil.

Ross frunció el ceño. No sabía si esa respuesta le satisfacía, pero era la única que tenía. Y tendría que creer en que cumpliría con su palabra.

Dafne solo se llevaba con ella un par de mochilas. En una llevaba ropa, no solo varios uniformes que se parecían entre ellos, sino también ropa casual, para pasar desapercibida. En la otra, llevaba armas, ya que no podía ir mostrándolas en un portal tan concurrido como era el de Nueva York.

Su abuela había movido algunos hilos y había conseguido un par de billetes para Madrid, y dos días después ahí estaba. Y ya en Madrid, alquilaría un coche e iría a Salamanca.

Solo tenía un problema.

Dafne miró a Clarisse, y se giró hacia ella. Estaban fuera de la estación, aún en el coche. Se suponía que lo dejarían ahí y alguien se lo llevaría. Sin embargo, poco sabían que Dafne cambiaba de planes sin decírselo a nadie hasta el último segundo.

Clarisse fue a hacer el amago de abrir la puerta, pero Dafne no la dejó.

—Ey, ey, ey, primero tenemos que hablar.

—¿Qué pasa?

—Tú te quedas aquí —Dafne vio los siguientes minutos sin tener que vivirlos, casi podía escuchar su voz agudizándose con las quejas—. Lo siento mucho, prima, pero yo no dejo mi vida en manos de alguien que no me fío.

—¿Qué? ¡Te lo he demostrado! No te seré ningún estorbo —gruñó.

—La única razón por la que no te considero una traidora como la sucia de mi hermana, es porque al final rectificaste. Eso no quiere decir que te haya perdonado —concluyó.

—La matriarca no estará de acuerdo. Se enfadará, aunque seas tú —respondió. No era ningún secreto que si la matriarca de las Skelton tenía una favorita, era su primera nieta, no lo escondía tampoco. Sin embargo, no era porque sí. Dafne había luchado mucho para estar en ese lugar, como la mano derecha de su abuela.

—Y por eso le vas a decir que hemos encontrado a Lidia —Los ojos de Clarisse se abrieron de par en par.

—Pero-

—Vas a volver, y puede que la encuentres, puede que no —dijo encogiéndose de hombros—. Vas a llamar a casa y pedir una patrulla para que te ayude a cazarla. Si es inteligente, estará ya muy lejos.

—Le prometiste que-

—¿Tengo que repetirlo? Mi trato era con Lidia.

—Eso es una tontería —Dafne se volvió hacia ella en el coche, quitándose el cinturón. Tenía una mirada seria. Esas veces, Clarisse podía verla como una futura matriarca. Una que haría que las cosas siguieran como siempre, que se quedaran atrapadas en leyes del pasado.

Tradición.

Clarisse estaba harta de esa palabra. Era la que haría que cada vez más Skelton se largaran.

—A las traidoras no se les perdona. Si te dan algo que quieres, se les puede dar algo de ventaja, pero siempre se les castiga —Clarisse esquivó su mirada.

—Entendido.

—Muy bien. Nos veremos dentro de poco, estoy segura.

Ambas salieron del coche, Clarisse yendo hacia el lado del conductor.

Clarisse no esperó ningún abrazo de despedida, lo sabía. Ella no era Lizzie. Sin embargo, cuando vio a Dafne alejarse, adentrándose por la estación, sintió que la despedida había sido muy fría. Aún así, tenía trabajo que hacer, aunque no quisiera hacerlo.

Aunque primero, se aseguraría de que su apartamento estuviera vacío, y una vez comprobado, llamaría a casa, y la delataría.

Era lo que había.

Lo que Clarisse había elegido ser.

Haru estaba algo pesaroso. Lo que estaba haciendo no estaba mal, solo había quedado con Lizzie, Olivia, Chiara y Matthieu después de cenar, para ver una peli y darle la bienvenida, aunque se suponía que eso ya lo habían hecho cuando casi lo habían obligado a irse de fiesta. La verdad es que lo había ayudado para tomarse un respiro.

Haru se sentó al lado de Olivia, en una esquina del sofá. Habían hecho palomitas, y tenían chuches y bebidas, tanto alcohólicas como no alcohólicas. Aunque Haru era mayor de edad, no bebía con normalidad, así que se limitó a echarse un vaso de Fanta de naranja.

Chiara estaba al otro lado de Olivia, y era la que se había adueñado del mando a distancia, que había intentado quitarle Matthieu no una, ni dos, ni tres veces. Chiara recorría el menú principal de Netflix, viendo los títulos de las películas.

—¿Vemos A todos los chicos de los que me enamoré? —preguntó Chiara, con una sonrisa.

—¡Ni hablar! Yo no quiero ningún pastelón romántico —contestó Olivia—. No es que no me guste el romance, pero lo prefiero como subtrama.

—¿Y Passengers? —preguntó Lizzie.

—Ya la he visto —dijo Matthieu—. ¿No queréis ver una de terror? —preguntó entonces. Todos se giraron a mirarle espantados—. Vale, vale. Solo era una sugerencia.

—¿Por qué no vemos Los juegos del hambre? —preguntó Olivia.

—Buah, es que las he visto mil veces —respondió Chiara—, y si veo la primera ya las tenemos que ver todas.

—Oh, ¿y si nos hacemos un maratón de Harry Potter? —preguntó Lizzie—. Siempre he querido verlas, pero mi abuela decía que era un insulto para nosotros los brujos.

Chiara la miró como si fuera un corderito degollado y le dio una golosina, un huevo frito, como si fuera una chuche canina, y ella un perrito al que quisiera hacer sentir bien. Igualmente, Lizzie la aceptó.

—A ver, podríamos ver una cada finde, en vez de hacernos un maratón y tirarnos aquí dos días —propuso Olivia.

—Yo no he visto las últimas, así que me parece bien —aceptó Haru, quien se había quedado por Harry Potter y el misterio del príncipe.

—Está bi... Joder, creo que no está —dijo Chiara sin encontrarla.

—Dios, Chiara, búscala en el buscador, no manualmente —Matthieu le arrebató el mando y empezó a escribir, pronto aparecieron—. ¿Lo ves?

"¿Lo ves?" —repitió sacándole burla.

Haru se levantó a apagar las luces, y cuando se sentó, empezó a escuchar la mítica banda sonora. Chiara se acurrucó contra Olivia, tomando el bol de palomitas, Lizzie apoyó las piernas en el reposabrazos del sillón en el que estaba sentada, acomodándose, y Matthieu se echó la cerveza en un vaso. Aunque era el único menor de edad, también era el único que estaba bebiendo. "Un sinvergüenza" lo había llamado Chiara.

Haru se prometió que un día haría eso mismo con sus amigos en casa, a los que había prácticamente abandonado, y Kaori estaría allí, y como siempre había hecho, seguramente no se callaría en toda la película, comentando cada detalle con Aoi.

Aún así, eso lo emocionó.

Algún día.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro