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Capítulo 18

—¡Que ya voy! —Indira apartó la cara de la almohada y se desperezó como un gato.

Salió de la cama con pasos tambaleantes y dolor de cabeza, pensando que mataría a quien fuera que estuviera aporreando su puerta.

—¡¿Qué pasa?! —preguntó cuando abrió la puerta con rapidez—. ¿Chiara?

La chica estaba al otro lado de la puerta. La miró y desvió la mirada avergonzada. Indira se miró, pero no vio nada de lo que pudiera avergonzarse. Iba en pijama, ya que se acababa de despertar. Un camisón verde oscuro que le llegaba por las rodillas y unos calcetines gordos y suaves que le llegaban casi a las pantorrillas.

—Perdón por despertarte —le dijo —. Puedo volver más tarde, aunque son casi las dos.

Era sábado, así que tenían un poco de libertad en su horario, pero seguramente habría una comida esperándola.

—Da igual, ya estoy despierta, ¿no? —preguntó encogiéndose de hombros.

La noche anterior, ambas se habían divertido bastante. Entre las dos, Indira había bebido más, aunque Chiara no se había quedado atrás. Por eso, verla tan espabilada aunque no fuera realmente temprano, era desconcertante.

Parecía que llevaba unas horas ya despierta, que hasta había desayunado y se había duchado, de las cuales Indira no había hecho ninguna.

—Es que... necesito tu ayuda.

—¿Podemos quedar en media hora? ¿O después de comer? —preguntó. Quería ducharse para poder espabilarse un poco, y además el estómago le rugía.

—Si quieres podemos comer juntas y te voy contando —Indira no pareció pensárselo mucho.

—Está bien, déjame darme una ducha rápida y bajo. ¿Quedamos en el comedor?

—En nuestra sala común. Si quieres voy preparando las cosas y tú te vas duchando.

—Perfecto, nos vemos ahora —Indira cerró la puerta y se volvió a desperezar, ya totalmente sola.

Chiara bajó las escaleras hasta el primer piso, donde estaba la cocina.

La cocina era un lugar grande, quizá el doble o el triple que el que había tenido ella en su casa, aunque con el tamaño de la mansión, y las numerosas habitaciones que poseía, era normal.

Nada más poner un pie dentro, vio al personal de cocina (una cocinera y dos pinches), y los saludó con una sonrisa. Estaban los tres comiendo en la isla, aunque normalmente comía todo el personal junto.

Chiara imaginó que al ser fin de semana, y que la noche anterior ya habían avisado de que probablemente no se levantarían ni para comer, que habían dado la mañana libre a la gran mayoría. Un aroma delicioso llegó a ella en cuestión de segundos.

—Hay cocido, aunque tienes que calentarlo —dijo uno de ellos, sabiendo a lo que había ido.

—Yo te lo preparo —dijo la señora, una mujer de unos cincuenta y muchos años, haciendo el amago de levantarse de la silla.

—Oh, no, da igual —contestó Chiara—. ¿Los platos?

—En ese armario —Chiara fue hacia donde le habían dicho, encontrándolos fácilmente, y sacó dos de allí—. Eres la tercera en levantarte, ¿os divertísteis anoche?

—Hmm-hmm —dijo distraída—. Estuvo bien, ¿quiénes han sido los primeros?

—Víctor y Lizzie —contestó el hombre, que debía de tener treinta y tantos años. Chiara se dio cuenta de que probablemente se sabían todos sus nombres, y se sintió un poco avergonzada de que no fuera igual en su caso.

—¿Juntos? —preguntó sorprendida. Chiara no sabía que se conocieran tan bien, aunque era verdad que se habían ido juntos anoche.

—No, el señorito ha comido con su familia —explicó la cocinera. Eso tenía más sentido.

Chiara destapó la gran olla, y se apartó cuando una columna de humo se elevó de ésta.

—¿Dónde...? Ah —Chiara cogió el cucharón, y empezó a rellenar los platos.

—Échate un par de pelotas más, que hemos hecho muchas —le dijo, aunque Chiara veía su plato bastante lleno—. ¿Con quién vas a comer?

—Con Indira —dijo ella rebuscando en la olla una pelota para echárselo no en su plato, sino en el de Indira.

—Pues no le eches muchos garbanzos, y solo un poco de carne —le dijo la otra mujer, que era de más o menos de la edad del otro pinche.

—Qué bien nos conocéis —se sorprendió ella.

—¿Quién crees que tira luego toda esa comida?

—Touché —Chiara intentó llevar los dos platos en una bandeja, pero antes de poder levantarla, el hombre ya estaba encima de ella, apartándola.

—Deja que te ayude, tú coge unos vasos y lo que sea que queráis beber —Chiara hizo lo que le dijo, primero comprobando que él ya hubiese acabado de comer. Buscó los vasos, y no tardó en encontrarlos—. ¿Dónde vais a comer?

Chiara abrió uno de los frigoríficos, contemplando lo que podía coger. Por lo que había visto, a Indira le gustaba el zumo de melocotón, así que cogió el brick de cartón —En nuestra sala común.

—¿No estaréis incómodas? La mesa es baja —dijo él.

—Nos las arreglaremos —Chiara salió de la cocina acompañada, y no solo por él, la chica los había seguido con unos postres y los cubiertos, que habían olvidado—. ¿Cómo os llamáis, por cierto?

—Yo soy Jorge, y ella es Daniela —le dijo—. Ah, y quien básicamente os alimenta es Loli. Nosotros solo la ayudamos.

—Encantada, y gracias.

Entraron en la sala común y los tres dejaron las cosas sobre la mesa. Chiara maldijo en su cabeza. Tenían razón, la mesa era un poco baja.

—Oh, chicos, ¿coméis con nosotros? —preguntó Indira entrando por la puerta.

—Ya hemos comido, solo la estábamos ayudando —dijo Daniela—. Esta mañana hemos hecho arroz con leche, así que espero que te lo comas.

—¡Ey! Dijiste que me esperarías para ayudarte —Chiara miró entre los tres, que parecían conocerse bien.

—Loli quería hacerlos hoy y tú no estabas como para levantarte —explicó él—. Para la próxima —Indira suspiró y ellos se fueron.

—Venga, vamos a coger unos cojines —le dijo a Chiara.

—¿Cojines? ¿Para qué? No creo que necesitemos estar más altas, o tendremos que agacharnos más para comer.

—Vamos a comer sentadas en el suelo —le dijo lanzándole un cojín y tomando uno para ella. Chiara la miró sorprendida, pero en cuanto vio que Indira se sentaba, Chiara la imitó—. Oh, me encanta el cocido que hacen.

—No está mal —dijo Chiara empezando a comer—. ¿Cómo es que los conoces tan bien? —Indira rió, haciendo que se le desbordara el caldo de la boca.

—Llevo años viniendo con Víctor y Ross, y llevan como 5 años trabajando aquí —explicó.

—¿De dónde os conocéis?

—Fuimos al mismo internado, aunque no sé por qué me estás haciendo este cuestionario si soy yo la que quería preguntarte para qué me necesitas —dijo frunciendo el ceño.

—Ah, es verdad. Te he visto en las clases y eres buena, por eso he pensado que podrías ayudarme —Indira arqueó las cejas con sorpresa, después de todo, solo habían tenido unos dos días de clase. Debía estar desesperada y avergonzada para pedírselo a ella y no a un profesor—. No hay manera de que haga un círculo que funcione.

—Normalmente no te ayudaría, ya que se supone que este trabajo se lo queda el mejor y tal, pero realmente solo acepté para estar con los chicos, así que te ayudaré —Chiara sintió que se quitaba un peso de encima.

—Muchas gracias...

—¿Pero qué es lo que se te da mal exactamente? —preguntó, ya que podían haber varios factores.

—No lo sé, pero nunca funcionan como quiero.

Chiara tenía miedo, miedo de que conforme se desarrollaran las clases, los profesores se dieran cuenta de que no servía, y que a la vista de su falta de habilidad, el padre de Víctor, José, la echara.

Chiara no podía volver a casa, así que de momento, ese era el único lugar que tenía, y no podía cagarla.

Indira se levantó, aunque aún no había terminado de comer, y tomó de uno de los cajones una libreta y un boli. Se lo dio y dijo —Dibuja un círculo.

—¿Ahora? —Indira asintió—. ¿Cuál?

Indira se encogió de hombros —El de encontrar un objeto.

Era uno de los primeros círculos que aprendían, antes de que aprendieran el de encontrar personas, ya que éste era más complicado, porque encontrar un objeto inanimado que no se movía a comparación de una persona viva que cambiaba de dirección, era mucho más sencillo.

Chiara dejó la cuchara en el plato y cogió el bolígrafo. En dos minutos, el círculo estaba dibujado.

—Ahora el de personas —Chiara volvió a hacerlo, e Indira le volvió a dar el visto bueno—. Un círculo para bajar la temperatura.

Chiara le dio la vuelta a la página y volvió a hacerlo —¿Así?

—Díme las palabras —Chiara no tuvo miedo de hacerlo, ya que para que funcionara, el círculo tenía que estar pintado de sangre.

Normalmente, los círculos funcionaban con un volumen de sangre pequeño. Era como si necesitara saber que el portador de la magia era un brujo, pero no era necesaria para usarla en litros. Así que lo que hacían era mezclar sangre con tinta. Sin embargo, cuanto más complejo era el hechizo, más sangre era necesaria. Era por eso que en la magia negra se usaba solo sangre.

Chiara recitó las palabras, de ese hechizo, luego de otro y en una hora, media libreta estaba pintarrajeada y decenas de hechizos habían sido pronunciados en voz alta.

Los platos estaban vacíos, y hacía rato que habían acabado de comer, así que Indira se levantó y tomó a Chiara del brazo.

—Necesitamos hacer un conjuro real, porque de momento no sé en qué fallas.

Chiara se levantó con ella —¿Dónde lo hacemos?

—Donde haremos el resto, en clase.

Ambas chicas se dirigieron al aula, en donde Indira ya había visto unas hojas de papel de filtro grandes, hechas para colocar sobre una mesa para pintar los círculos y que ésta no se manchase.

Indira abrió la puerta, ya que nunca la dejaban cerrada con llave, ya que no había nada de valor que robar, y abrió el paquete de bolsas.

—¿Esto está bien? —preguntó Chiara detrás de ella.

—No te preocupes, si preguntan diré que solo quería practicar.

Colocó el papel en una de las mesas y miró a Chiara con una mano en la cadera, como si realmente se hubiera convertido en su profesora. Chiara se sentó en el pupitre mientras Indira tomaba un cuenco, tinta y una navaja, y lo ponía todo en la mesa.

—Haz el de rastreo —le indicó—. Voy a esconderme y tienes que encontrarme. Si en cinco-diez minutos no vienes, saldré yo.

Indira se sacó unos de sus brazaletes de la muñeca y se lo dió, ya que necesitaba algo suyo. Y con eso, se marchó.

Habían dos tipos de hechizos de rastreo, uno más invasivo que el otro. Sin embargo, con ningún tipo de mapa de la casa, Chiara solo pudo elegir el más invasivo.

Cogió la tinta y echó bastante en el cuenco. Luego tomó la navaja y se hizo un corte en la palma, que dejó que cayera sobre la tinta. Como Indira no le había dado nada con lo que vendarse, tuvo que coger papel higiénico del baño más próximo. Se enrolló la mano con él y volvió. Mezcló bien la tinta con la sangre y dibujó el círculo.

Normalmente, los niños brujos empezaban a memorizar los círculos a los 8 años, así que para entonces, Chiara ya se lo sabía de memoria. Apenas tardó medio minuto. Colocó el brazalete en el medio y dijo las palabras.

—Hvor bertu ite edder, eira besta dier ilugh.

Chiara apretó las manos sintiendo cómo la magia se arremolinaba sobre ella. Frunció el ceño con fuerza, sintiendo como ésta quería meterse en su cabeza, aceptando la orden que había recibido y queriendo darle una imagen a tiempo real de a quien estaba buscando. Apretó los dientes con fuerza y sintió las uñas en su piel. Sin embargo no hubo ninguna imagen.

Chiara lo volvió a intentar, pero volvió a sentir todo lo anterior, y volvió a no funcionar. Al final, diez minutos después, Indira estaba en la puerta del aula, suspirando.

—Hazlo otra vez.

Haru no sabía por qué le resultaba tan difícil levantarse de la cama cada mañana, seguramente porque se sentía nervioso, incluso paranoico. Haru no había llegado al mundillo de la magia como sus compañeros, a través de sus familias, que estaban todos orgullosos de lo que eran.

Haru apenas llevaba siendo un brujo en funciones unos dos años, el tiempo que su hermana había estado muerta. Había sido un año menor que él, aunque ahora Haru tuviera 19 años, y ella nunca fuera a superar los 16.

Haru había recurrido al Tenebris forum, una especie de mercado negro de la magia, yendo hasta una ciudad cercana que superaba en cinco tanto el tamaño como la población de la suya. Haru había seguido los rumores y había preguntado a brujos que casi lo habían apuñalado al creer que o se burlaba de ellos, o que quería infiltrarse.

Al final, Okada Mio, una bruja que había escuchado la conversación, lo había socorrido en un callejón oscuro en el que lo habían dejado tirado después de darle una paliza. Él no había confiado en ella, pues había notado que solo buscaba el poco dinero que tenía, pero ella había cumplido su parte, y lo había ayudado a mantener el cadáver de su hermana en un estado invariable, para que el tiempo no pasara para ella.

Luego le había enseñado magia, aún mientras se sacaba el curso con notas excelentes. Haru nunca se había tenido que esforzar para sacarlas, pero se le dificultaba más cuanto menos tiempo tenía para estudiar y más cansado se encontraba en las clases, apenas prestando atención. Los profesores lo habían dejado pasar, debido al reciente y trágico suceso en su vida.

Sin embargo, poco a poco había dejado a lado la parte humana de su vida, volcándose totalmente en la magia, hasta que no había necesitado a Mio. Aunque ésta se había llevado un buen dinero por todo lo que le había ayudado.

Y ahora la había vuelto a necesitar.

Haru había viajado en un portal legal, que lo había dejado en Madrid, y como era de esperar, habría sido un poco complicado llevarse el cadáver de su hermana hasta la otra punta del mundo sin que saltaran todas las alarmas. Por eso, había vuelto a recurrir a ella, y por eso Mio le había asegurado que le llegaría un paquete una semana después de que llegara. Y la semana acababa de pasar.

Era la única razón por la que no había podido dormir en toda la noche, esperando y esperando a que la mañana llegara y a que una furgoneta aparcara en frente de la puerta, hasta que ésta lo hizo, a las 9:32. Su estómago rugía, ya que aún no había desayunado, pero bajó corriendo. Llevaba vestido desde las 6 y algo de la mañana.

Cuando llegó hasta la puerta principal, la señora Marín estaba dando sus datos, y dándole unas indicaciones al repartidor, cuando oyó sus pasos a su espalda y se giró.

—Oh, Yoshimura, estaba a punto de llamarte —le dijo. Era una de las pocas personas que lo llamaban por su apellido, pero lo hacía con todo el mundo—. Te ha llegado un paquete.

—Ah, sí, gracias —dijo inclinándose.

Cuando Teresa se hizo a un lado, Haru vio la enorme caja de madera que llevaba varias etiquetas pegadas. Era bastante grande, de tamaño humano.

—Chico, si quieres puedo ayudarte a subirlo —le dijo el repartidor, un hombre de unos cuarenta años, alto y un poco rechoncho.

—Muchas gracias —repitió, y mientras él tomaba la caja de un lado, el hombre la alzó desde el otro. A Haru nunca le habían parecido que fueran tantas escaleras, y cuando por fin llegaron a su cuarto y la dejaron en medio de la habitación, tanto el hombre como él estaban sin respiración—. ¿Q-quiere... Quiere un vaso de agua?

—No me vendría mal —Haru cerró la puerta con llave, y acompañó al repartidor hasta la cocina, en donde le dio lo prometido. Cinco minutos después, Haru volvía a estar en su habitación.

Se puso de rodillas y abrió la caja, lo que no le resultó sencillo. Al parecer, Mio no la había metido directamente en la caja, razón por la que pesaba tanto, sino que había un ataúd. Haru contuvo la respiración y lo abrió. Ahí estaba, vestida de blanco.

Kaori.

—Todo estará bien —le susurró—. Te pondrás bien.

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