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Capítulo 17

Isaac estaba de nuevo allí, aunque esta vez estaba en el bosque. Sabía que si se giraba hacia atrás y miraba hacia arriba, vería la mansión de sus pesadillas. Tal vez fue por eso que no lo hizo.

Esta vez, era de día, y no habían ni nubes negras ni una lluvia torrencial que cayera sobre su cabeza. Isaac estaba corriendo. Tenía la respiración agitada de intentar alcanzarla, pero no era capaz de rozarla siquiera. Era como si intentara atrapar una nube.

Ella reía a carcajadas, unos pasos por delante de él. Isaac creyó que podría atraparla cuando pudo sentir los hilos dorados de su cabello entre sus dedos mientras estiraba cuanto podía el brazo en su dirección. Pero ella volvía a aumentar la velocidad y se alejaba de él, como si en realidad solo hubiese querido hacerle creer que podía hacerlo, cuando en realidad sólo jugaba con él.

Cuando se quiso dar cuenta, estaba sentado con la espalda apoyada en el tronco de un enorme árbol. Intentó recuperar la respiración con una mano en su pecho.

—¿Eso es todo? —Isaac miró hacia arriba, y allí estaba ella, sentada en la rama del árbol.

Tenía el mismo aspecto de siempre, aunque su ropa era distinta. En vez de un uniforme de cuero negro, con todo tipo de armas en su cinturón, iba vestida de blanco. Llevaba un vestido que le llegaba hasta los tobillos, de tirantes finos y escote pronunciado. Un vestido de verano. De hecho, hacía calor, aunque se suponía que era invierno. Sus pies iban descalzos, sus plantas estaban llenas de tierra, y el cabello le colgaba suelto hasta la cintura, o más.

—No puedo hacerlo —le dijo, harto—. Corre cuanto quieras, estoy cansado de ir detrás de ti.

—Antes te encantaba —dijo ella.

—Nunca me ha gustado —respondió él con un resoplido.

—Claro que sí, sólo que no te acuerdas —Él puso los ojos en blanco.

Isaac descansó allí sentado, y aunque podía escucharla bajar, ni siquiera la miró.

A veces, sus sueños no eran tan malos, solo cuando ella parecía de buen humor. Pero Isaac no lo entendía, ya que si él estaba de un humor de perros, ¿por qué ella parecía su reflejo opuesto?

Para cuando ella ya tenía sus pies descalzos en el suelo, Isaac apoyó bien el pie en el suelo, y se impulsó hacia ella, prácticamente saltando. Sus dedos casi la rozaron, y entonces el bosque se desdibujó, y ya no había nada. Ni ella, ni los árboles, ni él.

Pestañeó y un techo blanco con gotelé le dio los buenos días.

La puerta al cerrarse de golpe lo había despertado, y su padre entraba por ésta.

Estaban hospedándose en el motel de carretera en el que habían conseguido seguirla hasta que le habían perdido la pista. Su padre lo había conseguido, él solo había asustado a dos personas y no había obtenido nada de ellos.

—Tenemos que irnos —le dijo, recogiendo las pocas cosas que había sacado de su mochila de viaje.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Ha pasado algo? —Isaac no se dio prisa mientras se levantaba de la cama. Aún estaba en pijama. Miró la hora en su móvil y bostezó. Apenas eran las 8:05.

—Tu abuela me ha pedido que vaya a casa. Unos problemas con el último trabajo de los gemelos —le explicó.

Su padre no tuvo que especificarle que los gemelos eran sus primos pequeños, de 18 años, y no es que no se les diera bien el trabajo, pero a veces eran un tanto desastrosos. Isaac ni siquiera quiso preguntar, tampoco es que le hiciera falta.

—¿Y qué hacemos con nuestro trabajo? —preguntó.

—Me ha dicho que mandará a alguien más —explicó.

—¡¿A alguien más?! ¡No! ¡Papá! ¡No es justo! —Después de todo, si eran Tom y Harry los que la habían cagado, ¿por qué era él que estaba siendo castigado?

—Son órdenes de tu abuela.

—Tú deberías haber sido el patriarca —Isaac se cruzó de brazos.

Arsen lo miró con un suspiro. Aunque ya tenía 21 años y se suponía que era un adulto, al verlo poner un mohín, solo pudo pensar en que era su niño. Aunque no es que Isaac se equivocara. Después de su padre, era él el que tendría que haberlo sucedido. Sin embargo, su padre había muerto en un momento muy duro, y Arsen había sido incapaz de tomar las riendas de su familia, y después de todo, su madre había estado haciéndolo con su padre durante mucho tiempo.

—Pues entonces la orden te la doy yo, Isaac.

—¡No! ¡Sé que estamos cerca! Por favor, tenemos que acabarlo.

—No puedo desobedecer a tu abuela, y ella me necesita-

—Pues déjame acabarlo a mí —Arsen arqueó las cejas con sorpresa.

—¿Crees que después de-

—¡Ya lo sé! Pero... Dame solo esta última oportunidad —le suplicó—. Harry y Tom llevan dos años haciendo trabajos en solitario-

—¡Juntos, Isaac!

—¡Ya, bueno, yo no tengo ningún hermano gemelo! —exclamó. Luego se dio cuenta de que no iba a conseguir lo que quería dando voces, así dio una respiración honda—. Por favor, solo este trabajo, déjame demostrarte que puedo hacerlo.

—Isaac no sé si-

—Papá, solo esta vez. Si la cago, ya sabrás que de verdad no puedes fiarte de mí —Arsen suspiró, pero no se hizo más de rogar.

—Está bien —Isaac no pudo contener la gran sonrisa. No había estado seguro de que su padre accediera—. He ido a hablar con la chica que nos alquiló la habitación y le he pedido las grabaciones de seguridad. Su padre llegará en una hora, así que consíguelas, pero sin pasarte, Isaac.

—No te preocupes, no dejaré que lo que pasó el otro día vuelva a pasar.

Isaac ayudó a su padre a guardar todo, y una vez fuera, en el parking, Isaac vio con extrañeza cómo se acercaba a ellos un taxi. Su padre, suspirando, le ofreció las llaves del nuevo coche. Cuando Isaac hizo el amago de tomarlas, Arsen se las apartó.

—Le haces un diminuto arañazo al coche, y no vuelves a conducir —le advirtió.

—Papá, no seas pesado —dijo arrebatándole las llaves—. Tú vete, no querrás hacer esperar a la abuela.

—Ahora piensas en tu abuela —Arsen puso los ojos en blanco. Le puso una mano en el hombro y dijo—. Confío en ti.

Isaac vio como el taxi se marchaba con su padre en él, y con una responsabilidad que le parecía más pesada que antes. Cuando había trabajado con su padre, siempre había podido apoyarse en él, pero ahora estaba solo. Aún así, eso no lo asustó.

Volvió a la habitación del motel y esperó a que se hiciera la hora para hablar con el dueño del motel.

Se metió en el baño, y se miró al espejo, pensando en afeitarse. Se pasó la mano por la cara, y sintió la aspereza bajo su tacto, sin embargo, no tenía mucha barba, así que decidió que solo se lavaría la cara.

Agachó la cabeza para empaparse de agua y cuando la levantó, su reflejo en el espejo hizo que casi se le parara el corazón, haciendo que diera unos pasos hacia atrás. Ella parecía igual de sorprendida.

—¿Qué... qué haces aquí?

"¿Cómo te has escapado de mis sueños?" quiso preguntarle.

Cerró los ojos con fuerza, y cuando los volvió a abrir, ella ya no estaba. Como si solo se la hubiera imaginado. Aunque esa expresión sorprendida de su rostro... Isaac no creyó que él fuera capaz de imaginarse algo así.

Media hora después, Isaac fingió que no la había visto al mirarse en el espejo.

Fue a recepción y la chica, con la que su padre había hablado, ni siquiera lo miró. Él carraspeó, y ella levantó la mirada.

Era una chica joven, de veintitantos años, seguramente ayudando en el negocio familiar. Tenía el cabello recogido en una coleta y lo miraba con unos ojos marrones oscuros mortificados.

—Ah, perdón, ¿necesitas algo?

—Mi padre ha hablado contigo hace poco más de una hora.

—Oh, sí, espera un segundo —Ella se levantó y se metió en la sala de atrás, reservada solo al personal. Pocos segundos después, salió un hombre.

—Soraya me ha dicho lo que quieres, pero no puedo darte... —El hombre vió cómo Isaac sacaba un billete de cincuenta, y luego otro—. Aunque podría hacerte el favor.

El hombre se quedó con los 100€ y lo guió hasta su ordenador.

—¿De cuándo estamos hablando? —preguntó.

—Del 2 de Enero —Era el día en el que ella se había ido, y según lo que habían dicho, alguien había ido a por ella.

El dueño buscó entre las grabaciones hasta que la encontró. No se veía muy nítida, pero lo suficiente para distinguir lo que pasaba. La pusieron a cámara rápida y la fueron adelantando hasta el momento en el que se fue.

"¡Una matrícula!" pensó Isaac alegremente mientras veía cómo la chica se metía en el coche. Paró la grabación, apuntándose la matrícula, y le dio las gracias.

—Eso era todo —le dijo.

—¿Quién es? ¿Tu novia? —preguntó. Isaac no pudo evitar poner cara de asco.

—Por supuesto que no —Isaac prefería morirse antes de tener una relación amorosa con una bruja, aunque no era que tuviera mucha experiencia en las relaciones. Era difícil cuando viajaba de estado en estado con frecuencia, o de país en país, como ahora. Y además, Isaac tenía otras cosas en la cabeza.

Ahora tenía una matrícula, y pronto la tendría a ella.

Eran las dos de la mañana, y la fiesta no parecía que fuera a acabar.

Lizzie no estaba acostumbrada a ese ritmo de vida, y llevaban ya dos horas allí. Primero se había sorprendido cuando había oído la hora de llegada a la fiesta, ya que era muy tarde, pero al parecer era como se hacía allí, y si querían que hubiese ambiente, era lo que tenían que hacer.

Habían empezado a beber desde que habían puesto un pie en Salamanca. Lucas, a quien había invitado Matthieu, había llevado una botella de ginebra con vasos para todos, y en un supermercado habían comprado más alcohol y refrescos.

"Antes de entrar en las discotecas, hay que emborracharse. No querréis que os claven una millonada por un cubata" les había dicho Lucas.

Eso ya lo habían sabido Víctor, Indira y Ross, que ya habían salido de fiesta con anterioridad por allí, ya que no habían sido pocas las veces que habían pasado unas semanas de verano en Salamanca con Víctor.

Sin embargo, las copas se habían ido vaciando y rellenando, y algunos no tenían tanto aguante como otros.

Estaban dentro de uno de los sitios. La música estaba a un volumen muy alto, y estaba todo oscuro, salvo por las luces luminiscentes que iban de un lado a otro.

Lizzie se había dejado llevar por el ritmo de la música, que junto al alcohol que llevaba en la sangre, la estaban haciendo sentir libre. Miró a su alrededor. Indira y Chiara estaban bailando pegaditas, ambas reían y hablaban, prácticamente gritándose la una a la otra. Lizzie se alegró de que Chiara se lo estuviera pasando bien, ya que mientras se estaban maquillando en su habitación, Chiara había estado a punto de rajarse un par de veces. Pero tras dos horas, se había relajado completamente.

Matthieu y Lucas estaban en su propio universo de bolsillo, como si no existiera nadie más que ellos, aunque se notaba que Lucas se había esforzado en caerles bien. Al parecer, Ross, Olivia y Matthieu lo habían conocido en el pueblo cerca de la casa, y era poco decir que Matthieu y él habían hecho buenas migas.

Luego estaba Ross, que bailaba como un trozo de hielo, tieso y sin sentido del ritmo. Lizzie estuvo a punto de reír hasta que pensó que podría estar bailando ella peor sin darse cuenta. Olivia, cerca de él, pero prestándole poca atención, miraba hacia todos lados, como si esperara ver a alguien que estuviera esperando. De vez en cuando, animaba a Haru a que bailara con ella, pero se notaba que no era su lugar favorito. En ese momento, sin embargo, parecía distraída.

Estuvo a punto de ir hacia ella cuando le llegó un ramalazo de mareo. Se tambaleó hacia atrás y sintió unas manos que la sujetaban con fuerza. Miró hacia arriba, y vio a Víctor mirándola con el ceño fruncido. Víctor estaba justo detrás de ella, con su pecho a su espalda.

"¿Estás bien?" se imaginó que le preguntaba, ya que no pudo oírlo con la música. Ella asintió, aunque eso hizo que se mareara más.

—Tengo... tengo que... —Lizzie se dio cuenta de que no la oía así que se giró hacia él y se puso de puntillas para hablarle en el oído. Víctor la tuvo que sujetar cuando vio que no tenía mucho equilibrio—. Voy a salir a por algo de aire.

—Te acompaño —le dijo. Lizzie quiso decirle que no hacía falta, pero él la sujetó de la mano para no perderla, y abrió un camino entre toda la gente para que salieran.

Después de un par de codazos, gritos, intentos de perreo y algo manchándoles la ropa, ambos salieron del local. Víctor inhaló una profunda respiración una vez fuera, y se alejó con Lizzie hasta que encontró un portal vacío en el que sentarse.

—Ah, perdón —dijo cuando notó que aún sujetaba su mano.

—No, da igual.

—¿Cómo te encuentras? ¿Mareada?

—Un poco... No estoy acostumbrada a beber —le dijo.

—Voy a comprarte un botellín de agua, ahora vuelvo —Aunque Víctor fue a levantarse, Lizzie lo agarró de la chaqueta.

—No.

—Hay un chino aquí al lado, solo tardaría un segundo.

—Pues voy contigo —dijo ella.

—Solo será un segundo, Lizzie.

—Pues eso —Víctor no tuvo más remedio que dejar que lo acompañase, pero apenas tardaron unos minutos en comprar la botella y volver.

—Vamos, señorita, bebe —le dijo. Lizzie le dio la botella para que él se la abriese ya que sentía que no tenía fuerzas, y Víctor rió. Lizzie bebió un trago—. ¿No salías mucho de fiesta en casa? ¿En Estados Unidos?

—Para empezar, tengo 18 años —dijo.

—Es verdad, se me olvida que no podéis beber hasta los 21. Aunque ya te digo yo que aquí empezamos todos antes de los 18.

—¿Cuándo empezaste tú? —preguntó ella.

—A los 17.

—Bueno, ni tan mal, esperaba que me dijeras los 15 o algo así —Víctor rió—. Igualmente no es que tuviera con quién salir. Mi hermana me habría echado matarratas en la copa, y Clarisse no habría desobedecido a mi abuela.

Víctor la miró sorprendido.

—No sabía que tuvieras una hermana —Ella asintió mientras volvía a beber agua—. ¿Mayor? ¿Menor?

—Mayor, por tres años —dijo.

—Entonces ella sí puede beber —Lizzie rió.

—Es verdad —Se dio cuenta.

—Y por la parte del matarratas, imagino que no os lleváis muy bien —comentó. Lizzie se encogió de hombros.

—Me odia —Sus palabras salieron como si hubiera algo que la impulsara a hablar, como si ya nada importara—. Siempre lo ha hecho. Ella, mi abuela... estaban orgullosas por lo que hice. ¿C-cómo?

Víctor vió que empezaba a balbucear, así que volvió a hacer que bebiera agua. Lizzie bebió un trago, y luego otro. Estaba temblando, y cuando dejó la botella en el suelo, tenía la mirada perdida. Víctor cogió el tapón de sus manos y cerró la botella para que no se le derramara.

—¿Has dicho orgullosas? Son tu familia, claro-

—No, no. Ellas n-nunca lo están, nunca... —Era como si Lizzie ahora hablara peor, como si el alcohol estuviera desencadenando que hablara de un tema que no solo la ponía nerviosa, sino que parecía aterrarla—. A-a veces, aún... aún estoy en el agua.

—¿De qué... de qué estás hablando? —A Lizzie le castañeaban los dientes, así que Víctor la atrajo hacia sí y la abrazó, frotándole los brazos con sus manos para intentar que entrara en calor—. Nos vamos a casa —dijo.

Víctor se levantó y la ayudó a hacer lo mismo —¿Qué? —Lizzie pareció volver en sí—. No, ¡no! Estoy bien.

—La verdad es que estoy cansado, y un poco borracho, así que puedo ayudarte a volver con los demás e irme, o podemos irnos juntos... —Víctor estaba cansado, pero no lo suficiente para irse, aun así, sabía que si no le decía eso, Lizzie no querría volver.

—Está bien.

Caminaron un poco y luego Víctor llamó a un taxi. Mientras esperaban, Víctor escribió por el grupo de WhatsApp: "Lizzie y yo nos volvemos a casa".

Diez minutos después, camino a la casa, les contestaron.

Indira: "Qué poco aguanteeee".

Indira: "Esperaba más de ti, Lizzie".

Sin embargo, Lizzie solo lo leyó la mañana siguiente, ya que para cuando el mensaje le llegó, estaba dormida como un bebé al lado de Víctor, con la cabeza apoyada en su brazo, y la botella de agua a medio beber en su regazo.

Cuando el taxi se detuvo en la puerta y Víctor pagó, dejó la botella olvidada en el taxi, y tomó en brazos a Lizzie, ya que no quería despertarla. La puerta de la casa se abrió sin que Víctor tuviera que hacerlo, y aunque abrió los ojos sorprendido, creyendo que su magia por fin hacía acto de presencia, Teresa apareció al otro lado con la linterna del móvil encendida.

—¿Ha pasado algo? ¿Y los demás? —preguntó, preocupada, haciéndose a un lado para que pasaran.

—Nada, solo se ha pasado un poco, y se ha dormido en el taxi —explicó—. Los demás siguen en la ciudad.

Teresa los siguió mientras Víctor subía las escaleras con Lizzie.

—Menos mal —dijo Teresa suspirando—. Por lo menos espero que os lo hayáis pasado bien.

—Para ser la primera vez todos juntos, debo decir que me esperaba algo peor. No sé, una desaparición por lo menos —comentó.

Sin embargo, lo que Lizzie había dicho aún le daba vueltas en la cabeza.

Lo que había hecho.

¿Qué había hecho? ¿Y por qué la hacía temblar?

¿Era de eso de lo que estaba huyendo? ¿O era solo de su familia?

Mientras la miraba, su rostro relajado contra su pecho, Víctor tuvo ganas de despertarla y hacerle un puñado de preguntas. Sin embargo, la dejó en la cama, la descalzó, la tapó, y se fue a su propia habitación sin demora.

Ya tendría tiempo de interrogarla, ahora, ambos tenían que descansar.

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