Capítulo 11
Lizzie estaba cayendo.
Hacer las maletas no había sido difícil cuando apenas se tenía unas cuantas cosas que se hubiesen sacado de la mochila. Lizzie no lo había sabido en su momento, pero supuso que algo dentro de ella se lo había avisado, ya que en vez de guardar toda su ropa en el armario como hubiera hecho normalmente, apenas había sacado lo que había usado, y metido de nuevo en la mochila lo que salía de la secadora.
Se suponía que Lizzie tendría que haber ido a uno de los portales de Nueva York para que la llevara al de Madrid, ya que los portales eran menos concretos cuando se hacían por uno mismo. De hecho, no había sido una ni dos veces las que había escuchado de gente que había caído en medio del mar huyendo por un portal.
Sin embargo, Lizzie habría tenido que esperar una semana para cruzarlo, ya que no habían habido billetes que salieran antes, y hasta Fiona no se había fiado. Así que echándole un poco de agallas, habían creado su propio portal en medio del salón, despejando toda la sala.
Lizzie había leído y buscado el nombre del lugar donde tenía que ir, y luego lo habían quemado, ya que era preferible que ninguna supiera dónde iba exactamente. Y entonces, habían conjurado un agujero en el espacio por el que Lizzie había cruzado.
Y entonces, había caído.
Lizzie había pensado en el lugar, en la enorme casa, con sus varios pisos y su tétrica apariencia. Sin embargo, también había pensado en lo azul que se vería el cielo, debido a la diferencia horaria. Y para su desgracia, una de las partes importantes del portal, era visualizar en dónde querías aterrizar. Lizzie aterrizó en el aire.
Pegó un grito y se tapó la cara con las manos. Había ido a parar tan alto, que le pareció que se le hacía eterna la caída, aún así, eso no la molestó, ya que le dio un segundo para pensar.
—¡Lig dom smacht a chur ar do mhaintlín, ar an gcrann roctha agus ar an scriostóir saolta! —Se llevó la mano a la boca y se mordió, entrecerrando los ojos del dolor. La sangre cayó hacia arriba, mientras ella se estampaba contra el aire y seguía cayendo hacia abajo.
Su saliva tenía un sabor metálico.
Estiró la mano y repitió las palabras. Se suponía que debía controlar el aire y con ello, controlar cómo caía al suelo, pero Lizzie jamás había utilizado ese hechizo así y aunque no impedía que cayese, por lo menos caía a trompicones, como si se diera contra ramas invisibles en el cielo.
Lizzie estaba tan concentrada en decir bien las palabras que hacían que los golpes con el aire la mandaban a mirar a todas las direcciones, que no vio que había alguien abajo, alguien que la había visto caer.
Para cuando su caída se detuvo, ni siquiera había aterrizado con los pies en el suelo, ni siquiera había tocado el suelo con todo su cuerpo. Se levantó medianamente entre quejidos de dolor, y se dio cuenta de que tenía algo blando debajo, algo que había amortiguado su caída. Se apartó el pelo de la cara con una mano, apoyando su peso en la otra, y vio a un chico que se separaba de ella con una mueca de dolor. Tenía el pelo naranja, de un color bonito y vibrante, y la piel pálida, aunque no tan blanca como la suya.
Cuando sus ojos se cruzaron, Lizzie no pudo evitar preguntar —Who are you?!
—¿Cómo? —preguntó él—. ¡¿Me preguntas que quién soy yo?! ¡Eres tú quien ha caído en mi jardín! You were the one falling on my garden from the sky, who are you?! —tradujo para que lo entendiera. Ella abrió los ojos de par en par, como si se acabara de dar cuenta de que en un país extranjero con una lengua extranjera, los habitantes hablarían ésta.
—I'm sorry... I-I need a translation spell —Víctor la miró extrañado, así que era otra bruja si quería usar un hechizo de traducción. Aunque al mirar fijamente a sus ojos cuando por fin se había calmado, fue obvio que lo era. Sus ojos eran rojos—. I'm Lizzie —se presentó.
—I'm Victor —se presentó él, levantándose y ofreciéndole la mano—. Come, I'll help you.
Lizzie la aceptó y se levantó.
—Thank you.
—Welcome to Villa Mercé. I suppose you're one of the witches —Lizzie asintió. La verdad es que no sabía a qué se refería con brujas, pero estaba claro que ella era una. Además, había salido con tanta prisa que no había sabido de qué se trataba el trabajo, solo que ella era perfecta para éste y que estaba muy lejos de casa, muy lejos de Dafne.
—Are you one of the warlocks? —preguntó ella suponiendo que además de brujas también habrían brujos. Víctor negó. Él no era ningún brujo.
—My father is your employer.
—Oh —Lizzie pareció sorprendida al saber que era su padre quien la había contratado.
—Víctor —Víctor miró hacia Alfonso, que acababa de salir y de llegar de un viaje. El mayordomo miró a Lizzie con sorpresa—. Usted es la muchacha de Nueva York.
—What? —Lizzie pareció perdida y avergonzada por no entenderlo.
—Aún no tiene el hechizo de traducción —explicó Víctor. Alfonso asintió, comprendiendo.
—Avisaré a uno de los profesores para que la ayude a hacerlo —dijo Alfonso entrando de nuevo en la casa.
—Do I need to do something? I didn't sign a contract —preguntó ella, después de todo, había salido con tanta prisa que no había pensado en lo que haría cuando llegase, o si necesitaría algo. Ya que, aunque estuviera huyendo, nadie más lo sabía, y se suponía que solo iba para trabajar. Sin embargo, en ningún momento había firmado un contrato.
—Let's see my father.
Víctor la miró con atención. Era joven, quizá de dieciséis o diecisiete años, y tenía el pelo muy rubio y por la barbilla. Sus pestañas eran largas, aunque no espesas. Era guapa, reconoció, muy guapa.
Miraba a todos sitios con curiosidad, aunque con un postura algo encorvada, como si no se fiara del todo, con las manos metidas en los bolsillos de su abrigo. Víctor se preguntó cómo había llegado hasta allí, y luego se rió de sí mismo, sabía el cómo, pero no el por qué. Lizzie, como había dicho que se llamaba, había aparecido por un portal, pero no por uno ya establecido. La cabeza de Víctor empezó a llenarse de preguntas, pero no vio correcto preguntar, ya que apenas la conocía.
Víctor no pudo apartar la mirada a tiempo cuando ella lo miró. Sin embargo, lo intentó igualmente, fingiendo que sus ojos no se habían cruzado. Se sentía tan avergonzado. Solo tenía que haberla mantenido y no se habría sentido así, con la cara roja.
—Are you spanish? —La pregunta lo pilló desprevenido, pero asintió. Entendía la razón de la pregunta, ya que no había un porcentaje alto de españoles pelirrojos, aunque no fuera el único. Sin embargo, por la forma de la cara, sus pómulos, sus labios... Había algo que hacía que cada país pudiera distinguir a los suyos de los extranjeros, y Víctor, por mucho cabello zanahoria que tuviera, aún lo era.
Su padre era español, al menos, aunque Víctor hubiera nacido en un pueblecito de Francia. Su madre, sin embargo, era un tema diferente. Pero esa era una historia que Víctor sabía que Lizzie no querría escuchar, así que se la guardó.
—You're from the States, right? —Después de todo, Alfonso la había llamado "la muchacha de Nueva York", así que era bastante evidente que debía ser de Estados Unidos. Ella asintió, y no añadió nada más. Eso le gustó, ya que muchos le habrían dicho el porcentaje de inglés, irlandés o alemán que eran, sin darse cuenta que poco que les importaba—. ¡Oh, Teresa! —exclamó Víctor cuando se toparon con la ama de llaves. Víctor los conocía a todos desde que había aprendido a andar, así que eran como parte de su familia.
—Señorito, su tía Aurora la espera en su sala de té —dijo, mirando con curiosidad a Lizzie.
—Ah, esta es Lizzie. Acaba de llegar, e iba a llevarla con mi padre —Lizzie los miraba de uno a otro sin entender una palabra. Ahora deseaba haber prestado más atención en sus clases de español.
—La llevo yo, tú ve con tu tía —Víctor notó la mirada de Teresa y asintió. Su tía Aurora era un tema delicado, y Víctor había visto preocupación en su expresión.
—Change of plans —dijo Víctor—. She's gonna take you to his office. Nice to meet you.
—Oh, ok —Lizzie no pareció muy conforme, ya que era otra persona a la que no conocía y que no había hablado con ella, seguramente porque no hablaba inglés. Aún así asintió. Observó la expresión de Víctor en conflicto, sobre si hacer lo que estaba diciendo o acudir un poco más tarde a lo que la señora le hubiera dicho.
—Let's do this —Lizzie arqueó una ceja sobre la propuesta que estaba a punto de hacerle—. She takes you to my father's office and I'll find you tomorrow, after you have rested, and give you a tour —Lizzie sonrió. No sonaba como una mala idea. La casa era enorme, quizá más que en la que ella había vivido en Lancaster, así que necesitaría ese tour que le estaba prometiendo.
—Deal —Y Víctor sonrió, con el trato hecho.
—See you later —Lizzie asintió mientras lo veía marchar. No parecía un mal chico.
—¿Aurora? —preguntó Victor. Ésta se giró en un sillón, y le sonrió—. ¿Estás bien?
—Ah, claro —respondió ella. Desde el último percance hacía unos días en la oficina de su padre, Aurora había parecido tranquila. Sin embargo, era como si Víctor siempre esperase lo peor, como si fuera darle un ataque en cualquier momento y su padre se la fuera a llevar lejos. Sin embargo, a la vez, no creía que su padre fuera a hacerlo jamás—. He sido yo la que ha mandado a Teresa a buscarte.
—Dios, ¿siempre tienes que preocupar a todo el mundo? —preguntó Victor. Teresa seguro que se había creído el numerito de Aurora.
—Es como la gente trabaja más rápido —respondió—. ¿No ves como has llegado corriendo?
—No es gracioso —contestó poniendo un mohín y sentándose en el sillón libre.
—¿Hablaste con tu padre? —preguntó por fin, después de darle un sorbo a su taza. Él asintió alicaído. Aurora no tuvo que preguntarle por la respuesta de José—. Tienes todo el derecho a aprender.
—Él nunca me dejará —Víctor se dejó caer en el respaldo de su sillón con un suspiro.
—No dejes que te detenga —Aurora parecía firme—. ¿Crees que tu padre no hacía lo que le daba la gana? A tu edad ya había recorrido medio mundo, y conocido a quien le había dado la gana. No era mucho mayor que tú cuando conoció a tu madre —Víctor no sabía por qué, pero siempre le había incomodado hablar sobre gente a la que nunca había llegado a conocer.
—No es lo mismo —dijo él.
—Claro que sí. Tu madre, Amara, era una bruja, y una muy poderosa, lo tienes en tu sangre... y resulta que estás en una casa llena de brujos —Aurora lo dejó caer como si nada.
—¿Y qué hay de ti? Tú dices mucho sobre lo que debo hacer, pero tu haces lo que quiere mi padre.
—Tengo que quedarme —La mirada de Aurora pareció perderse en la lejanía—. Tú no lo sabes, pero pronto estaré con Kean. Sé cómo ir con él —Víctor extendió la mano hacia ella y sostuvo la suya, entrelazando sus dedos.
Había momentos en donde su tía parecía tan lúcida como algún día debió de estar, y Víctor olvidaba, por un momento, que las cosas no eran así. Entonces decía algo, o hacía algo, y Víctor volvía a sus sentidos y recordaba por qué su ventana tenía rejas, por qué cerraban su puerta con llave por las noches y la abrían para el desayuno.
Aurora había pasado por momentos depresivos severos en donde había sido un peligro para su propia vida, y Víctor se sentía como si estuviera a unos metros de ella, viéndola al borde del precipicio, nunca lo suficientemente cerca para detenerla si daba un paso hacia el vacío. Por lo que su padre había tomado medidas.
Nada de caminatas a medianoche, nada de desaparecer un día y aparecer dos semanas después, incapaz de explicar dónde había estado. Nada de salir sola de la casa.
Y aún así, Víctor no podía dejar de darle vuelta a sus palabras. Una casa llena de brujos. Se suponía que no tenía que hacerle mucho caso a sus palabras, y aún así, Víctor no pudo dejar de pensarlo.
Su mejor amigo era brujo, su mejor amiga también. Sabía que cualquiera de los dos, Ross o Indira, era diestro en su manejo de la magia, pero también sabía que respetaban demasiado a su padre, y no se fiaba del todo de que fueran a mantener la boca cerrada.
Necesitaba a otro. Alguien que no tuviera ninguna relación con su padre, alguien que pudiera enseñarle. Alguien que supiera que a veces, por mucho que te quisiera tu familia, no tomaban la mejor decisión para ti.
Olivia miró alrededor del cuarto, sin embargo, no encontró nada que le dijera que Amanda hubiese estado allí. Sus padres se lo habían llevado todo.
Las fotos, la ropa, las libretas, los libros, hasta la colcha. Todo que una vez hubiese pertenecido a su hija. Ahora, en ese cuarto medio vacío, había una cama desierta. Aún así, Olivia reconocía la habitación. Reconocía la cama ocupada, la otra parte del cuarto que sí estaba lleno de vida. Habían hecho tantas videollamadas como Amanda le había prometido, a pesar de que Olivia las odiaba, aunque se había ido acostumbrando poco a poco ellas, mas no a no poder salir a tomar algo con ella a cualquier bar.
Olivia había tenido una única mejor amiga, y esta había sido su vecina y su compañera de clase durante años. Habían ido y vuelto juntas a clase, habían hecho pellas juntas, habían ido a comer pipas en el parque juntas, y se habían emborrachado juntas. Siempre juntas. Los demás, chicos y chicas de su edad con los que también habían pasado el tiempo, habían ido y venido. Pero no ellas, ellas eran constantes. Por eso, cuando Amanda le había dicho que iba a estudiar a Salamanca, a Olivia no le había hecho ninguna gracia.
"Solo serán 4 años" le había dicho entonces ", y luego me tendrás para siempre".
Olivia solo había sabido reconocer sus sentimientos cuando ésta ya se había ido, a más de 500 kilómetros, e incluso entonces, no se había atrevido a decírselo. Y ya nunca podría.
Olivia solo se dio cuenta de que le hablaban cuando alguien repitió su nombre —¿Olivia? —Olivia pestañeó un par de veces para espabilarse.
—Sí, perdón... Es solo que...
—No hay rastro de ella, lo sé —dijo Natalia, quien había sido compañera de cuarto de Amanda—. Sabes, cuando pienso en que mi último mensaje fue "Espero que te lo estés pensando bien, perra" me dan ganas de gritar.
La última vez que la habían visto con vida había sido en una discoteca muy famosa a la que iban la mayoría de universitarios. Amanda le había echado el ojo a alguien y había ido a la barra. Natalia había estado demasiado distraída y borracha para fijarse en con quien se había ido. Solo se habían empezado a preocupar al mediodía del día siguiente, cuando no había aparecido a comer y no había dado señales de vida.
Olivia no sabía qué decir, pero sabía que no podía mantenerse callada —Ninguno podríais haber sabido lo que iba a pasar —dijo. Habían sido 5 personas quienes habían acompañado a Amanda a la discoteca, y ninguno parecía saber describir muy bien al hombre. Solo que era mayor que ellos, bastante, aunque no sabían cuanto, no sabían si tenía 30 o 40 años. Daba igual cuánto les preguntara, la respuesta sería la misma. Era desesperante, y después de dos meses, la policía no había avanzado en el caso.
—¿Fuiste al velatorio? ¿O al entierro?
—Al velatorio —El ataúd había estado cerrado, gracias a Dios, o tampoco habría podido hacerlo, ya que si Olivia no había podido obligarse a ver como la enterraban bajo tierra, verla sin vida habría sido como matar más a una parte de sí misma.
Y era por Amanda por lo que Olivia había aceptado ese trabajo, tan lejos de casa. No había podido quedarse con los brazos cruzados sabiendo que ese depravado aún seguía suelto. Aún no sabían por qué la había matado, solo que no la había violado, y en parte eso le daba algo de tranquilidad mental. Eso y que había sido rápido.
—Yo no me atreví a ir —Olivia se lo podía imaginar, la culpabilidad que estaría sintiendo.
Oír los gritos y lamentos de su madre, el silencioso desconsuelo de su padre, que intentaba ser fuerte para que ambos no se derrumbaran. Eso les había destrozado la vida.
Olivia recordaba a la madre de Amanda contarle afligida que no había crecido ni una sola flor de su tumba, incluso después de dos semanas. Eso lo había empeorado, ya que las lápidas de su familia habían sido prácticamente un jardín, debido a su magia. Así que era como si su muerte, la manera en la que se había ido, no la dejara descansar en paz. Y después de esas dos primeras semanas, la magia restante de su cuerpo ya habría regresado a la tierra, y ya no pasaría. Ya no crecería nada, como si no la hubiese tenido ni una pizca de magia desde el principio.
No supo porqué, pero empezó a darle vueltas en la cabeza. Era como si no hubiera tenido magia desde el principio. Su abuela, sus tíos e incluso el pequeño bebé prematuro de su tía... todas sus tumbas habían sido como jardines en unos pocos días. Todos. Y aunque Amanda podría haber salido a su padre, Olivia sabía que no. No por nada había querido dedicarse a la botánica.
Pero era imposible que Amanda no hubiese tenido magia, a no ser, que alguien se la hubiese robado. Olivia sabía que se agarraba a un clavo ardiendo, pero podría ser una pista, y era la única que tenía.
El asesino había matado a Amanda para robarle su magia.
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