Terapia
El fin de semana llegó y me estaba cobrando la cuenta.
Un terrible dolor que recorría mi cuerpo me despertó.
Sentía como si me apuñalaran una y otra vez en las caderas.
—Charms... —dije sabiendo que estaría ahí.
—¿Qué pasa? —preguntó preocupado.
—Llama a mamá —pedí concentrándome en el dolor.
El pequeño con una habilidad que nunca tuve dió un brinco desde donde estaba, volando sobre mí y aterrizando en la mitad de la habitación.
Salió corriendo y en segundos mi madre ya estaba en mi habitación.
—¿Qué ocurre cariño? —me preguntó acercándose a mí.
—Me duele mucho —confesé a nada de llorar.
Ella me sonrió triste, se acercó a la mesa donde estaba mis medicinas y me tendió la del dolor, la cual solo me daban cuando tenía mucho dolor pues había probabilidades de que me hiciera dependiente.
—Traeré las compresas bien —me sonrió mientras pasaba su mano por mi cabello.
Me quedé en cama esperando a que el dolor bajara, no funcionó.
Las compresas solo redujeron el dolor un poco.
—Bien hablé con el doctor, dijo que el dolor puede ser debido a que no has ido a terapia —explicó con una voz dulce pero a manera de regaño.
—El dolor es debido a que mi cadera está destrozada —conteste cansado— al igual que la mayor parte de mi cuerpo.
—Winter —me llamó seria.
—Mamá no discutiremos por eso de acuerdo, no volveré a terapia —afirme moviéndome un poco lo cual hizo que me quejara.
Ella suspiró frustrada.
—Winter soy tu madre así que irás a terapia —dijo firme como nunca.
—Sigue siendo mi cuerpo —conteste frustrado.
—Si, un cuerpo que me costó trabajo hacer y qué no dejare que se eche a perder así que te daré una hora para que descanses y después de eso te llevaré al hospital —dijo ya molesta.
Asentí pues parecía de verdad importante para ella.
A causa de mi mala suerte mi cuerpo siempre estaba en constante cambio y los tratamientos siempre solían ser complicados y en su mayor parte dolorosos.
Mis padres siempre me habían dejado decidir qué hacerme en el cuerpo, ya fuera otras alternativas a las comunes, siempre fue mi decisión, incluso si hubiera querido dejar la quimioterapia ellos hubieran aceptado.
Esta vez ella había decidido.
Mi madre salió de la habitación con mi hermano tras de ella.
Cerré los ojos para descansar un poco cuando me llegó un mensaje, era Santiago.
Me había olvidado de él.
Mi madre llegó una hora después como dijo.
Lo peor no había empezado, con mucha ayuda logré sentarme en la silla de ruedas que tanto odiaba.
Fui al hospital a la fuerza, al llegar me recibió mi ya conocido doctor.
—Winter Jones —saludó él.
—Doc —dije no tan animado.
—Es bueno verte —expresó con una sonrisa.
—En lo personal nunca es bueno verle —comenté.
Él empezó a reír, lo peor es que ni siquiera era gracioso.
—Bueno campeón vamos a revisarte —dijo empujando mi silla.
Después de unas placas y algo de medicamento mi doctor llegó a la conclusión de que tenía que ir a terapia a fuerza.
Al parecer la terapia ayudaba para acomodar mis huesos y ayudarlos a sanar correctamente, al no ir había estado teniendo problemas, eso contando el buen golpe que me había metido unos días antes.
Esa misma tarde me tuve que quedar en terapia.
—Bien empezaremos con los electrodos para el dolor —me dijo Kelly mi terapista.
—Wii —conteste sarcástico.
—Oh vamos Wint te sentirás mucho mejor —me animo.
Mi madre se sentó en la silla que estaba en la sala mientras me acomodaba en la camilla.
—Mamá no te quiero aquí —pedí cansado.
—Wint —me dijo dolida.
—Mamá no te quiero aquí por que siempre terminas llorando —conteste mirándole— además de que tienes que ir con Charms a su partido.
Mi hermano estaba ahí parado con su uniforme ya puesto, sabía que lo más probable es que no fuera pero no perdía la esperanza.
—Es un tonto juego, tendré más en toda la temporada —dijo acercándose.
—Está es una tonta terapia, tendré más el resto de mi vida —conteste abrumado.
Ella se quedó pensando por un momento hasta que se levantó y besó mi frente para salir con mi hermano de la mano.
—No deberías ser tan duro con ellos, en especial tu madre, solo quiere lo mejor para ti —aconsejo Kelly mientras pegaba los pequeños parches en mi cadera y piernas.
—Lo se —suspire— pero me duele más verla llorar.
Ella suspiró, llevaba siendo mi doctora por poco tiempo pero parecía ser buena.
No pasó mucho tiempo cuando esa voz conocida me sacó de los pensamientos.
—Kelly —saludó Santiago recargándose en la puerta.
—Joven Dagda —dijo ella sonriendo— es bueno verte por aquí.
—Lo mismo digo —sonrió entrándome.
Él entró y me miró de arriba abajo.
—Lindos shortsitos —se burló mirando mis cómodos shorts de patitos.
—¿Qué haces aquí? —pregunté confundido.
—Te dije que te vería —contestó arqueando la ceja.
—Dijiste después, pensé que en la escuela —comenté confundido.
—¿También se dañó el cerebro? —le preguntó a Kelly quien solo sonrió.
—Saldré por un momento si y no lo molestes —ordenó apuntándole con el dedo.
—No prometo nada —gruño.
Ella salió dejándome a solas con él.
Santiago se puso a jugar con los aparatos del lugar, tomó una de las manos de prótesis.
—Quieres una mano —sonrió torpemente.
—Deja eso —pedí divertido— ¿Cómo es que la conoces?
—Si sabes que mi padre es el jefe del hospital verdad —contestó abrumado.
—No, por que hasta hace poco me odiabas —confesé cansado.
—Buen punto —dijo rascándose con la mano de prótesis.
Me reí pues era un tonto.
Él dejó la mano y se sentó en una de las pelotas terapéuticas gigantes.
Se quedó hipnotizado ante el movimiento que hacían los pequeños parches que daban pequeños toques en mi cuerpo.
—Santi —lo llamé.
—Invierno —contestó perdido.
—¿Por qué me odiabas? —pregunté algo que me moría por saber.
—No te odiaba —respondió algo irritado.
—Me metiste al basurero todos los días por un año, me bajaste los pantalones dos veces en público, me golpeabas casi la mayor parte de tiempo sin contar el acoso verbal, mierda toda la escuela me llama invierno por tu culpa —me queje, ahora recordaba esos hermosos momentos.
—Bueno tal vez un poco —suspiró abrumado.
—¿Porqué? —pregunté cansado.
—Solo mírate, tu simple cara hace que quiera golpearte —contestó riéndose.
—Santiago —exclamé desesperado.
Él suspiró abrumado, se quedó un momento en silencio.
—Yo no llegue a este país precisamente por gusto sabes —empezó a contar— cuando llegue no era muy bueno con el idioma y...
Se notaba que le estaba costando decírmelo.
—El primer día de escuela no fue fácil... cuando estábamos en clase de historia me tocó presentarme y yo... pronuncié mal una palabra y todos se burlaron.
—¿Me hiciste la vida imposible por que me burlé de ti por una palabra? —pregunté confundido.
—No, honestamente hasta yo me hubiera burlado, yo... —suspiró frustrado— después de reírte le dijiste a Tyler "El frijolero no sabe ni hablar"
Sus palabras me hicieron sentir terrible yo ni siquiera recordaba haberlo dicho.
—Para mi dejar mi país a sido una de las cosas más difíciles y escucharte decirlo fue duro... no por el comentario racista claro esta yo solo... sentí que nunca encajaría —contó con un nudo en la garganta— al día siguiente solo te vi y bueno verte me hacía recordar que no volvería a mi país así que simplemente te odié.
—Santiago yo... —me levante un poco para disculparme pero el dolor me hizo volver a recostarme— de verdad lo lamento, yo ni siquiera recuerdo haberlo dicho, fui un idiota y debí haberte hecho sentir bienvenido...
—Wow invierno relájate —me interrumpió— eras un niño torpe y para ser honestos puede que me ensañara contigo, digo incluso me burlé de ti cuando tenías cáncer.
—Bueno si fuiste un poco duro esa vez —recordé pues me había llamado calvo— pero aún así lo lamento.
—Está bien —exclamó cansado.
—Solo una cosa más, ¿Por que dejaste de odiarme? —pregunté intrigado.
—La verdad es que te deje de odiar hace años —sonrió— después de odiarte por años me canse, perdiste el encanto.
—¿Entonces porque me seguías molestando? —pregunté abrumado.
—Por que no podía ser Santiago sin molestar a Invierno —confesó— además te ves mejor en un basurero —guiño un ojo.
—Eso es alentador —puse los ojos en blanco— aunque aún no comprendo tu cambio de actitud conmigo.
—Bueno... —dijo, iba a empezar a contar cuando su teléfono sonó —te lo contaré después mi padre quiere verme.
Él se levantó, se volvió a burlar de mis shorts y se fue.
La terapia continuó aunque me quedé dormido pues los electrones eran muy relajantes.
Cuando desperté estaba mi hermano sentado en la silla de espera.
—¿Qué haces aquí? —pregunté abrumado.
—El coche de mamá se averió, papá está en una junta importante y Sunshine tiene presentación —explicó cansado— yo te llevaré a casa.
—Puedo pasar la noche aquí —conteste.
—Apuesto a que si pero ya vine hasta acá —se quejó pues el viaje de la casa de la abuela aquí era casi una hora.
Me dejaron ir sin tanta terapia, lo más humillante fue que mi hermano tuvo que cargarme para entrar al coche pues su auto no estaba adaptado y a mí aún me dolía la cadera.
Gracias a mi salud nuestra casa se encontraba bastante cerca por lo que no tuve que soportar la presión por tanto tiempo.
Al llegar a casa todo estaba en silencio pues mi madre aún no llegaba.
Solo necesitaba pasarme a la silla y me desasía de él.
—¿Dónde está mi silla? —pregunté confundido.
Él se giró confundido.
—Mierda la olvide —susurro enojado.
—Bien hecho Pumas —me quejé.
—Cállate quinto —exclamó.
Él me tuvo que cargar y llevarme a mi cuarto, era vergonzoso sin embargo no era la primera vez que lo hacía.
Me quedé en la cama tendido cual tortuga boca arriba.
—¿Estás bien? —me preguntó.
—Si, ya puedes irte —conteste cerrando los ojos—se te da bien eso no.
Él se quedó callado y me miró con esa mirada de pena.
—Lo hago muy bien —contestó— pero estoy cansado así que me iré a mi habitación, si necesitas algo solo grita.
—Aja —dije quedándome medio dormido.
Él salió y me quedé solo hasta que todos llegaron.
Me quedé en mi habitación pensando en lo que había sucedido con Santiago y tenía razón en odiarme.
Si bien él me había hecho la vida imposible pero lo que yo le había hecho había sido peor, había lastimado su espíritu cuando más frágil estaba.
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