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4. Should I Stay or Should I Go (Maialen)

La oficina del jefe de la estación me hacía sentir más fuera de lugar que la recepción.

Las paredes eran del mismo blanco cegador que el resto del edificio y sobre ella había colgados muchas fotos con personas importantes dentro de la ciudad junto a algunos certificados que de seguro utilizaba para intimidar a las personas con las que conversaba, para decir soy más culto que tú, así que procederé a pisotear tus derechos.

El aire acondicionado estaba tan alto que la habitación entera se sentía como el pasillo de congelados del supermercado, donde el frío era como miles de agujas sobre tu piel mientras intentabas escoger un bote de helado.

Froté mis manos contra la tela de mis pantalones, arrepentido de haberle dado mi sudadera a Loretta. Intenté concentrarme en la voz de Maialen que sonaba de la playlist, con su hermoso cover de Should I Stay or Should I Go que más o menos resumía mi posición dentro de toda esta situación.

Tenía la oportunidad de salir de la estación, regresar a mi habitación y sentarme frente a cincuenta páginas sobre los movimientos teóricos contemporáneos de la sociología hasta el amanecer. 

Pero entonces venían a mí mente todos los recuerdos que compartimos durante tantos años. No solo los recuerdos de cuando éramos pareja, sino todos esos años de amistad que nos antecedieron. Todas las veces que ella me había ayudado, animado y abrazado en mis peores momentos.

Dejarla desamparada en una celda y que perdiera la oportunidad de su vida por haber intentado defender a otra chica era demasiado cruel.

Algo que por supuesto yo no era. Era cuestión de sacarla y regresar a mi vida normal sin ningún problema.

—Sabes... —Soltó Charlie después de un largo silencio—. No tienes que estar aquí.

Por un segundo quise convencerme a mí mismo que había olvidado que estaba sentado a mi lado, pero era imposible.

Su presencia dentro de la habitación era demasiado fuerte, del tipo que no puedes ignorar por más que quieras. Su aroma y el calor que traspasaba sus prendas de ropa eran lo único en lo que podía pensar cuando no estaba pensando en el embrollo de Loretta.

Había recobrado su compostura después de aquel momento de enojo con Loretta, con la espalda recta y hombros relajados, pero aun tenía cierto gesto de incomodidad en su mirada. No lo culpaba, tomando en cuenta quienes éramos y la situación que nos había juntado.

Además, tenía razón en algo.

Loretta no era mi problema desde ocho meses atrás y no tenía por qué estar tomando la responsabilidad de sus desacertadas acciones nocturnas, pero...

Cáncer con luna en libra.

Mi don, mi maldición.

—Yo...

—En serio, no debí romper con ella esta mañana. —Evitaba mi mirada, como si estuviera apenado de estar en mi presencia. Y tomando en cuenta nuestra historia, lo entendía—. Debí esperar hasta que hiciéramos la audición. Así no andaríamos metidos en esto embrollo.

—Tranquilo, no es la primera vez que se mete en problemas por ser tauro —dije para tranquilizarlo—. Y es normal que me llamara a mí, somos... éramos mejores amigos desde niños.

Charlie se quedó en silencio. El aroma de su colonia había vuelto a envolverme con esas notas cítricas que, después de analizarlo, me di cuenta que eran mandarina. 

—Creo que no nos hemos presentado de la mejor manera —murmuró, tendiéndome la mano—. Charlie Méndez Calle.

Acepté el apretón sin pensarlo mucho.

Su palma me recibió con una calidez que me hizo olvidar por un segundo la baja temperatura de la oficina y de la madrugada. El tacto de sus dedos era tan suave como la piel del dorso de su mano, de las manos más bonitas que había tenido la oportunidad de tocar.

«Manos suaves, alto, voz grave y con estilo» pensé, sintiendo como un extraño cosquilleo se asentaba en el centro de mi pecho «Justo mi tipo... ¿¡Por qué tienes que ser justo mi tipo!?»

Desde mi ruptura con Loretta, el universo no había favorecido mucho mi vida amorosa. Apenas pasé todas las fases de la ruptura, mis amigos insistían con que debía salir para conocer nuevas personas.

Tenía ganas de hacerlo, pero al mismo tiempo la idea de estar sentado frente a una persona desconocida me aterraba. Había estado en una relación con una persona a la que había conocido toda mi vida, por lo que no tuve que pasar por el complicado proceso de conocer a alguien mientras teníamos múltiples citas y compartíamos nuestros intereses e historias de vida.

¿Y si lo arruinaba? ¿Y si yo le gustaba, pero a mí no? ¿Y si pasaba al revés? ¿Algún día volvería a sentir algo parecido a ESO que tuvimos durante siete años? 

Y eso era lo que me había estado deteniendo durante esos ocho meses.

Pero por alguna extraña razón, esa chispa de atracción decidió encenderse apenas vi a Charlie. E incluso después de saber que era por quien me habían dejado, la chispa seguía allí con todo y la situación en la cual nos encontrábamos.

Aunque lo incómodo no le quitaba lo atrayente.

—Winslow —respondí, intentando no sonar como el manojo de nervios que era—. Winslow Parker-Báez.

La puerta de la oficina se abrió y un hombre entró. Era bastante grande, como esos gigantescos personajes con pectorales enormes que aparecían en las películas animadas.

Nos ignoró hasta que se sentó en su gran silla gris, se puso unas gafas que se le resbalan por el puente de la nariz y abrió la carpeta. En ella estaba el mugshot de Loretta, con su maquillaje corrido.

Me alegró que no estuviera con nosotros, porque de seguro se hubiera abalanzado sobre el jefe de policía para romper esa foto tan fea.

—Bien, Loretta Fang fue arrestada por asalto y agresión a un agente de la ley. —Leyó el hombre con tono monótono.

—Eso ya lo sabemos. —Crucé los brazos sobre mi pecho—. Lo que necesitamos es el procedimiento que debemos seguir para sacarla de aquí.

El jefe policial, Harrison por lo que se leía en la placa de su escritorio, me miró de reojo con un gesto de desagrado.

De seguro era por los piercings o el cabello blanco.

O tal vez era géminis.

—Pues, el oficial al que atacó argumentó que la chica avanzó con violencia hacia él...

—Es una chica de metro sesenta que apenas pesa cincuenta y seis kilos —interrumpió Charlie con el ceño fruncido—. ¿Qué daño podría hacer?

—Un moretón en el ojo del oficial, un arañazo en el cuello, una mordida en el brazo y al parecer le arrancó algo de cabello —explicó el jefe Harrison—. Además, agradezcan que no le agregamos el cargo de resistencia al momento del arresto.

—Bueno, no tenían por qué lanzarla al suelo de esa manera —repitió Charlie—. Ahora tiene un moretón en el rostro.

—Su... —Se acercó a la página en la que habían tomado nuestros datos—. Ex novia no tenía por qué atacar a un oficial de policía, en primer lugar.

—Su oficial no tenía por qué estar manoseando a una chica borracha —reclamó Charlie con la mandíbula tensa y una vena brotando de su frente.

—No hay pruebas de que el oficial estuviera haciendo eso...

—¿Y el bodycam? ¿Alguna cámara de seguridad cercana?

—No usamos bodycam en esta estación —aclaró el jefe Harrison, molesto por el tono que Charlie estaba usando—. Y, de nuevo, no tenemos pruebas de que nuestro agente haya hecho eso. Su ex novia borracha violó la ley y por eso fue arrestada.

Charlie parecía ser una persona serena, pero en esos momentos estaba a punto de perder los estribos frente a un jefe de policía. Lo último que Loretta necesitaba en esos momentos era que su partenaire también estuviera encerrado y lo último que yo necesitaba era tener que pagar dos fianzas.

Podría haberle puesto una mano en el hombro, podría haberlo pateado bajo el escritorio e incluso podría haber alzado la voz para llamar la atención de ambos.

Pero eran más de la una de la mañana y una parte de mi cerebro estaba media dormida.

Por lo que, cuando hizo ademán de inclinarse un poco hacia el jefe de policía, no lo pensé (como siempre) y me apresuré a tomar su mano.

Mi agarre hizo que se detuviera de manera brusca y mirara en mi dirección. Sus ojos estaban llenos de sorpresa al inicio, pero poco a poco noté como fue relajándose hasta que sus hombros se destensaron y su espalda quedó pegada al respaldar de la silla.

De repente me sentí como en esa boba escena donde Elle intenta calmar a Noah en medio de la pelea con su hermano, pero al menos había servido para evitar una tragedia.

Con un leve bi panic de mi parte como precio a pagar.

—Lo entendemos, pero también entienda usted que tenemos que sacarla de esa celda —dije, soltando su mano e intentando disimular lo que había sucedido bajo el escritorio—. ¿Cuál es el proceso que se debe seguir para este caso?

El jefe Harrison se nos quedó mirando por un rato antes de soltar un suspiro y sacar una pequeña página de la carpeta.

—El oficial al que asaltó quiere llevar el caso a juicio.

El vestido de la suerte de Loretta no estaba sirviendo esa noche.

—¿Entonces no saldrá de aquí? —preguntó Charlie.

—Puede salir bajo fianza —explicó el jefe Harrison, sacando otra página—. Tendrá libertad provisional hasta que tenga que presentarse para el juicio con un abogado.

Asentí, por lo que vino a mi mente el nombre de uno de los amigos abogados de papá que me debía un favor luego de haber tocado canciones de 5 Seconds of Summer en el quinceaños de su hijastra.

—Bien, eso no suena mal —murmuró Charlie, esta vez más calmado—. ¿De cuánto es la fianza?

El hombre tomó otra página que parecía tener algún tipo de tabla, como si fuera uno de eso menús de restaurantes, hasta que las comisuras de sus labios se elevaron y nos dio una mirada.

—Mil dólares.

Mil dólares

¡Mil putos dólares!

Solía ser una persona tranquila, del tipo que se mantenía al margen en cualquier tipo de situación problemática por temor a sus consecuencias, pero apenas sentí la onda de calor subiendo por mi rostro me di cuenta que no era momento para ser un espectador.

Nunca había sentido tantas ganas de cometer un crimen como en ese momento.

—¡Tiene que estar jodiéndome! —exclamé sin pensar al escuchar esa ridícula cifra—. ¡Es una fianza demasiado alta!

Las espesas cejas del jefe Harrison se elevaron, casi como si estuviera indignado.

—No, señor... —Dio un rápido vistazo a la hoja de datos—. Parker, no lo estoy jodiendo. Es una fianza justa.

—En primer lugar, es Parker-Báez —reclamé, alzando la voz tan solo un pelín—. Y en segundo lugar... ¡Loretta no es ninguna amenaza! ¡Tan solo golpeó a un policía!

—¡Ese es un delito, señor Parker-Báez!

—¡No es un delito cuando el policía está abusando de su posición de poder...! —La sangre me hervía como una sopa en olla y por un segundo creí que me abalanzaría sobre ese tirano.

Pero una repentina calidez envolvió mi mano. Era Charlie. Sus dedos se habían entrelazado con los míos, acariciando el dorso de mi mano con su pulgar de manera lenta y metódica.

Cumplió con su cometido.

Sentí mis mejillas enrojecidas y por poco se me baja la presión, pegué la espalda a la silla y apreté los labios en una fina línea para intentar no morirme por aquel toque.

—Está bien —indicó Charlie sin soltar mi mano—. ¿El pago debe ser en efectivo o cheque?

—Efectivo —sentenció el hombre, aunque me sonaba que lo decía para jodernos—. Cuando tengan los mil dólares, su ex novia podrá salir señor Méndez.

Y allí culminó nuestra conversación.

El jefe Harrison nos indicó la salida con su mirada condescendiente, nosotros obedecimos sin decir más porque ninguno de los dos quería terminar acompañando a Loretta.

Al salir de la estación de policía me di cuenta que todo eso había pasado en tan solo treinta minutos. La noche no había cambiado, la atmósfera de la ciudad seguía siendo fría y silenciosa nivel ciudad.

Charlie y yo nos quedamos mirando el edificio del frente, como si esperáramos que nos diera alguna respuesta para este embrollo o que una repentina lluvia de billetes cayera desde el cielo.

—Sabes, en serio no tienes que quedarte —murmuró unos segundos después—. Loretta y yo deberíamos resolver esto...

—No tienes cara de poder conseguir mil dólares antes de las ocho de la mañana —dije sin pensar—. Y dos cabezas piensan mejor que una ¿no?

Charlie me observó por unos segundos, provocándome un nerviosismo que hacía mi pecho arder. Fue ese el momento en el que me di cuenta que nuestras manos seguían juntas, con los dedos entrelazados y me apresuré a soltarla antes de hacer aun más extraña la noche. 

Y ni siquiera era mercurio retrógrado para echarle la culpa.

—Gracias por lo de hace un rato —murmuró con esa mirada fija en mí—. Creo que me hubiera atrevido a golpearlo si no me hubieras tomado la mano.

—Gracias a ti por hacer lo mismo —respondí, intentando no mirarlo para ponerme en evidencia—. Creo que ninguno quería tener que pagar otra fianza ¿no?

Charlie no respondió. Echó un vistazo a ambos lados de la calle antes de cruzar y yo lo seguí con mis cortos pasos. Caminamos unos segundos más hasta que nos detuvimos frente a la cosa más asombrosa que hubiera visto en mi vida.

Un Volkswagen Beetle rosado.

—¿Es tu auto?

—No te burles... —dijo con un tono que me hizo entender que era algo común.

—No me pensaba burlar. —Posé una mano sobre la capota para apreciar el trabajo de pintura—. Es genial, tenía años sin ver uno en tan buen estado. Del modelo de los setenta ¿cierto?

Charlie frunció el ceño.

—No lo sé, lo compré en una chatarrería cuando pensaban venderlo por piezas —contestó mientras abría la puerta—. Fue una oferta que no pude dejar pasar.

Me apresuré a dirigirme al asiento del copiloto, donde él me abrió la puerta. El interior del auto olía a desodorante, aromatizante de pino y un poco a ese fijador para ropa. En el retrovisor colgaba una pequeña figurilla de arcilla con forma de gato y un pequeño trébol de cuatro hojas dentro de un cristal.

Apenas me senté en el mullido asiento, Charlie estiró el brazo hacia la parte trasera donde rebuscó entre el tiradero que cargaba y me tendió lo que parecía ser una enorme chaqueta de deportista.

—Ten, estabas temblando en esa silla.

No tuve que pensar dos veces para aceptarla. La tela era sumamente suave, cálida y el aroma de su colonia me envolvió, dejando que una sensación agradable se centrara en mi pecho.

—Bien, entonces. —Acomodé la chaqueta y ajusté el cinturón de seguridad—. ¿Qué hacemos ahora?

Charlie observó el parabrisas de su auto,

—Primero debemos ver cuánto tenemos entre los dos y después... ver cuánto nos falta —murmuró con cierto deje resignado—. Luego deberíamos ver quien nos puede prestar algo de dinero a estas horas.

Asentí.

Estaba casi seguro que era capricornio.

—Entonces iremos a los cajeros primero —contesté sintiendo como esto empezaba a parecer una aventura—. Luego deberíamos tener un lugar quieto para sentarnos y hacer las llamadas.

—¿Una cafetería? ¿Gasolinera?

Le di un vistazo a la calle por donde había venido en el Uber.

—Vivo por aquí cerca —comenté, intentando sonar casual e improvisado—. Y creo que conozco a alguien que podría prestarnos dinero a esta hora.

Otra mirada silenciosa de Charlie que me provocó bi panic y empecé a preguntarme si estaba haciéndolo a propósito o la falta de sueño me estaba haciendo alucinar.

—Está bien —dijo mientras arrancaba el auto—. Guíame, Winslow. 

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