2. Freakin' Out On the Interstate (Briston Maroney)
—Loretta y yo nos conocimos en primer grado —conté mientras observaba la oscura calle—. La primera vez que la vi tenía unos hermosos listones naranjas en la punta de sus trenzas y le dije que me gustaban mucho, ella sonrió diciendo que le gustaba mucho mi camiseta de Spiderman. Desde ese momento nos volvimos inseparables, no había una Loretta sin un Winslow y todos lo sabían.
Soy cáncer.
El signo zodiacal, por supuesto.
Así que ni siquiera me di cuenta que había decidido ir hasta que estaba dentro del ascensor intentando pedir el auto más cercano desde la aplicación. Podía estar un poco dolido por lo que me había hecho, pero lo último que quería era que algo malo le sucediera.
Y si estaba en la estación de policía a la una de la mañana... no era por algo bueno.
—Cuando entramos a la secundaria y después de una mini crisis de identidad, me di cuenta que estaba enamorado de ella. —Le di un par de toques al cristal—. Un día, durante una fiesta me animé a decirle lo que sentía y ella me besó. De un momento a otro caminábamos tomados de la mano, teniendo cenas con nuestros padres quienes parecían más que felices con la relación y diciéndonos te amo en año nuevo...
El conductor, Milo por lo que se leía en la aplicación, me había preguntado de manera amable lo que me había llevado a salir a esas horas hacia la estación de policía.
Estoy seguro que se arrepintió de haberlo hecho.
—Éramos tan felices... —Una carcajada se escapó de mis labios y rasqué mi nuca—. Hasta que ya no lo fuimos, hasta que decidimos venir a la ciudad para cumplir nuestros sueños, hasta que empezamos a alejarnos y...
No pude terminar la frase, porque ni siquiera yo entendía por completo lo que había sucedido, al menos si lo veía desde mi perspectiva.
El hombre me dio una mirada llena de lástima a través del retrovisor y bajo aquella frondosa barba se ocultaba un gesto que oscilaba entre la lástima y la decepción.
—Mira muchacho, son cosas que suelen pasar —murmuró con un tono de voz algo paternal—. Nada se mantiene de la misma forma por mucho tiempo y eso es lo que hace que la vida esté llena de sorpresas. Aun así, que salgas a esta hora de la madrugada para ayudarla es...
—No me lo diga —mascullé, bajándole el volumen a la música que sonaba en mis auriculares—. Patético.
—No, lo respeto mucho —aclaró mientras doblaba hacia la derecha—. Porque antes de ser novios fueron mejores amigos y parece que ella sigue confiando en ti para emergencias así... tienes un corazón muy noble, muchacho.
Mejor dicho, corazón de pollo.
Y Loretta sabía muy bien eso.
Mis dedos empezaron a moverse de manera inquieta sobre la tapicería del asiento mientras hilvanaba teorías sobre lo que pudo haber sucedido sucedido en la estación y cual era mi papel en todo eso.
Tal vez una firma o una declaración, tal vez la encontraron bebiendo en la vía pública o simplemente le robaron y no quería ir sola a poner la denuncia.
Esas eran las opciones que quería creer, las que me permitían mantener la calma durante aquel trayecto de quince minutos.
—¿Puedo poner algo de música? —pregunté después de darme cuenta que los pensamientos sobre ella no abandonaban mi cabeza ni teniendo el sonido directo en mi oreja—. Es una canción suave.
Milo asintió y conecté el teléfono al cable auxiliar antes de poner la canción desde el inicio. Segundos después el reconfortante instrumental de Freakin' Out On the Interstate de Briston Maroney llenó el interior del auto.
Pero ni así los recuerdos de Loretta dejaron de agolparse en mi cabeza.
No habíamos hablado desde el gran incidente, cuando intenté llamarla y me dijo que todo lo que necesitaba saber estaba en un mensaje que llegó de manera instantánea.
Winnie, sé que he estado algo distante desde el inicio del año y lo siento mucho. Pero la verdad es que las cosas han cambiado mucho desde que llegamos a la ciudad, yo he cambiado y ya estaba cansada de fingir que era la misma Lorie del pueblo.
Sé que no fue la mejor forma de hacerlo, ni tampoco la más noble.
Sé que me vas a odiar, pero espero que dejes de hacerlo en algún momento y podamos volver a ser el Lorie y Winnie de cuando éramos niños
Sinceramente, tu Loretta.
Después de eso dejé de seguirla en todas sus redes sociales y eliminé todas nuestras fotos. También bloqueé su número de teléfono para no llamarla en caso de emborracharme.
Pero ella no olvidó el mío.
El resto del camino Milo y yo nos mantuvimos en silencio, disfrutando de aquella canción. Él tamborileaba los dedos sobre el volante del auto y yo intentaba imitar los acordes de la guitarra con los dedos.
Cuando las notas finales de la canción sonaron, el gran edificio blanco de la estación de policía apareció frente a nosotros. Le deseé unas buenas noches a Milo mientras cerraba la puerta del auto y le daba cinco estrellas en la aplicación.
La brisa nocturna con notas salinas típicas de cualquier ciudad costera chocó directo contra mi rostro, despertándome un poco de mi letargo y provocó una rara sensación en mi pecho.
No estaba seguro si era ansiedad, nervios o los efectos de la cafeína en mi organismo.
—Una típica noche en la ciudad —repetí, metiendo las manos dentro de mis bolsillos—. Solo es otra típica noche en la ciudad.
Miré hacia ambos lados de la calle antes de cruzar hacia el edificio. Por un segundo se sintió como si mis pisadas resonaran en cada recoveco del silencio urbano y empecé a sentirme un poco nervioso.
No más de lo normal, por supuesto.
Las puertas automáticas de la estación se abrieron y me dieron paso directo a la recepción. Caminé al mostrador, pero me recibió un cristal que desprendía un tenue reflejo y una silla de cuero vacía.
Ni siquiera había una campanita.
Pésimo servicio.
Apoyé un brazo sobre el mostrador y empecé a observar el sobrio espacio en el que me encontraba, con sus azules oscuros, blancos cegadores y un fuerte olor a desinfectante proveniente del piso.
Era fácil sentirse fuera de lugar e incluso incómodo en esas cuatro paredes. En especial con mi sudadera negra, el colorido suéter de lana oculto bajo mi sudadera, los piercings de mis orejas o mi cabello demasiado blanco para el tono de mi piel.
Rectifiqué la hora en mi teléfono, pero entonces el sonido de una especie de chasquido llamó mi atención. Ni siquiera me había molestado en fijarme si había alguien más allí, por lo que me volteé de la manera menos disimulada posible y fue cuando lo vi.
Era otro chico.
Y vaya que estaba guapo.
Estaba sentado sobre una de las pequeñas sillas de plástico de la que sobresalían sus largas piernas y cuyo rostro estaba tan metido en la pantalla de su teléfono que era difícil distinguir sus facciones.
Traía un sobrio suéter azul de cuello de tortuga con una cadena dorada que apenas destellaba bajo la luz fluorescente del techo. Su cabello oscuro era corto por los lados y se desbordaba en cientos de rizos cerrados en la parte superior.
Por unos segundos no fui capaz de apartar la mirada. Como cuando tenías uno de esos crush momentáneos con algún chico o chica linda en el transporte público, de esos que estás seguro que no volverás a ver en tu vida.
Al menos así iba a ser hasta que él levantó la cabeza y nuestras miradas se encontraron.
Su rostro era delgado, de piel oscura y con rasgos tan bien definidos que parecían esculpidos con mucho cuidado por algún artista del renacimiento, pero lo que más me tomó por sorpresa fue la manera en la que sus ojos marrones conectaron con los míos.
Casi, casi como si hubieran hecho clic.
Pero la vergüenza de haber sido atrapado me hizo apartar la mirada y dejó mi corazón martilleando de manera violenta contra mi pecho.
En ese momento unas pisadas empezaron a resonar en la silenciosa recepción junto al sonido de metal chocando contra metal. Una puerta se abrió y un oficial de policía emergió de ella.
Traía el uniforme azul sin una sola arruga, la brillante placa sobre el bolsillo derecho y el apellido Thomas en una más pequeña sobre el bolsillo izquierdo. El hombre me ignoró hasta que se sentó sobre la silla de cuero y posó la mano sobre el mouse de la computadora.
—¿Qué quiere?
Desperté de mi letargo y me acerqué un poco más al cristal.
—Buenas noches... ¿madrugadas? —saludé en un intento por ser amable—. Vengo a ver a Loretta Fang, Loretta Gabrielle Fang.
Unos pasos empezaron a resonar contra las baldosas de la recepción, pasos que se detuvieron justo a mi lado. Sentí una vibra cálida proviniendo de él, al igual que el aroma de una suave colonia con notas cítricas.
Tragué la saliva y decidí mirarlo de reojo.
Y me topé de nuevo con sus ojos, observándome tan fijamente que una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo en segundos.
—¿Loretta Fang? —preguntó con el ceño fruncido.
Primero pensé: hasta su voz es sexy.
Luego caí en cuenta de su pregunta.
Había preguntado por Loretta.
—Sí —contesté, un tanto confundido—. Loretta Fang.
El policía, que se había dedicado teclear en la computadora, pareció obtener un resultado y nos miró a ambos.
—Pero que solicitada la Loretta. —Chasqueó la lengua—. ¿Cómo te llamas y qué relación tienes con la señorita Fang?
—Soy Winslow Parker-Báez —respondí, sintiendo como mi sentido arácnido se activaba por toda la situación—. Soy su ex novio.
El oficial Thomas elevó una ceja al escuchar aquello y le dio una mirada al atractivo chico a mi lado.
Una sonrisa burlona se asomó en sus labios.
—Mira tú, dos ex novios vienen a buscar a la misma chica.
«¿¡Cómo que dos ex novios!?» me alarmé «Pero si el único ex novio que ha tenido Loretta soy yo...»
Y entonces caí en cuenta de quién era el sexy chico a mi lado.
Era Charlie Méndez.
El partenaire de Loretta.
La persona con la que me engañó.
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