1. Zitti E Buoni (Måneskin)
Nuestra aventura de brujos, príncipes y cisnes inició en una de las peores noches posibles en la vida de cualquier estudiante universitario que estuviera a punto de suspender una materia.
La semana de exámenes finales.
Consumo excesivo de café, noches sin dormir y una que otra lágrima involucrada.
El reloj había marcado la una de la mañana cuando intentaba releer el temario de cincuenta páginas con letra Times New Roman tamaño nueve y con casi nada de interlineado abierto en mi portátil y me preguntaba por enésima vez la razón por la que había escogido sociología como carrera universitaria.
Solté un suspiro y me recosté de la silla para darle un vistazo a la ventana, la única razón por la que estaba dispuesto a pagar un alquiler de cuatro cifras.
El halo de luz artificial se alzaba sobre la silueta de los edificios que conformaban el famoso skyline de nuestra ciudad. Las calles estaban bañadas por una luz naranja, cuyo resplandor en conjunto se alzaba hacia el cielo nocturno y le daba una extraña paz a esa noche sin estrellas.
Sin el ruido de los autos, sin las fuertes pisadas de mi roomie dado vueltas por la sala leyendo voz alta palabras científicas que nunca había escuchado en mi vida o aquel molesto poodle de la vecina que le ladraba a la paloma que se posaba en el tendido eléctrico a las tres de la tarde.
Solo una magnífica vista y el silencio de una ciudad dormida.
Ese debía ser el momento perfecto para estudiar.
Y, en enserio, eso era lo que quería hacer.
Estaba sentado frente pantalla con el filtro para lectura, con mi pequeña lámpara del escritorio, una humeante taza de café negro, mi pijama favorito y la playlist Nightowl sonando a todo volumen en mis auriculares. Estaba dispuesto a pasar más de doce horas sin dormir con tal de lograr mi cometido.
¿Era algo sano?
Probablemente no, pero nadie me mandó a haberme pasado la mitad de las clases escribiendo canciones para mi banda en los márgenes de mis apuntes en lugar de prestar atención.
Al final terminé sin aprender nada.
Y también terminé sin banda.
Parpadeé un par de veces mientras garabateaba sobre mi libreta de apuntes, sintiendo como mis dedos querían moverse para copiar las notas de la guitarra en la canción.
Distrayéndome de mi objetivo, otra vez.
—Vamos Winslow, ponte en las pilas —me dije a mi mismo mientras palmeaba mis mejillas—. Eres pendejo, pero un pendejo aplicado que necesita pasar esta materia.
La sexy voz de Damiano David se cortó justo en el coro de Zitti E Buoni. Sin quitar la vista del pdf en la computadora, alcancé el teléfono para saber si de nuevo había dejado los datos del teléfono encendido (no sería ni la primera ni la última vez que sucediera).
Pero... ¡Sorpresa!
Una llamada estaba entrando.
Una puta llamada.
Me quité los auriculares y parpadeé un par de veces para comprobar que mi falta de sueño no me estuviera jugando una mala pasada, pero la vibración del teléfono en mi mano fue suficiente para darme cuenta que era real.
En primer lugar: ¿Quién mierda llamaba en estos tiempos?
Y en segundo: era un número que no tenía registrado.
La llamada seguía sonando mientras me debatía si contestarla o no.
No sería la primera que recibía una llamada equivocada y por lo general eran adultos mayores que habían apuntado un número mal. En casos más extremos habían intentado estafarme con llamadas desde la cárcel o diciendo que tenían a mi hijo secuestrado, pero nunca me había sucedido a la una de la mañana.
Por otro lado, podría ser algún amigo en alguna emergencia o tal vez una persona que marcó un número al alzar en un intento de pedir ayuda.
Mordí mi labio y decidí que lo mejor era contestar para salir de dudas.
—¿Hola? —pregunté, con esa ansiedad tan característica de una generación que se ha comunicado por mensajes de texto la mayor parte de su vida.
Y fue cuando escuché su voz.
La misma voz que meses atrás me susurraba palabras bonitas al oído, que me daba ánimos durante los ensayos y decía te amo luego de besarnos bajo la luz de alguna farola en el parque.
—Ayúdameeeeeeee. —Su voz sonaba nasal y ronca, como las veces en las que lloraba después de haber visto una película de perritos—. Estoy en la estación de policía.
Quise convencerme de que me había quedado dormido sobre el portátil, porque Loretta Fang podía ser muchas cosas.
Muchas, menos una borracha en la estación de policía.
—¿Loretta? —pregunté, sintiéndome confundido—. ¿Loretta Gabrielle Fang?
—Siiiiiiiiiiiiii —dijo, arrastrando las letras como si su vida dependiera de ello.
—Carajo Loretta, si esto es una broma de mal gusto... —Recosté la espalda de la silla y una repentina preocupación me invadió—. ¿Estás bien?
—¿¡Cómo mierda voy a estar bien si estoy en la estación de policías!?
Sostuve el puente de nariz entre mis dedos en un intento de mantener la calma en esa absurda situación.
—Loretta...
—En serio. —Su voz adquirió un tono tembloroso—. Necesito que vengas a la estación de policías de la calle catorce, rápido.
—Lorie... —murmuré y luego me regañé mentalmente por haber usado su apodo—. Loretta ¿Tienes idea de qué hora es? ¿Por qué me estás llamando borracha? ¿Por qué carajo estás en la estación de policía?
Eso sonaba a algo que yo haría, no ella.
Loretta era la hija perfecta y aplicada que cualquier familia desearía.
La estudiante de puras A, la que siempre lograba ser la mejor en cualquier cosa porque era una persona brillante.
—Te lo explico cuando llegues... no sabía a quien más llamar —murmuró por lo bajo—. Pero en serio te necesito.
Fue extraño escucharla rogar después de tanto tiempo, o más bien escuchar su voz en general.
Es tan raro como una persona puede pasar de ser el centro de tu universo a un extraño que ruegas no encontrarte por la calle en un día soleado.
O una voz que no quisieras escuchar a la una de la mañana.
—No parecías necesitarme hace ocho meses...
—Te necesito —repitió, esta vez poniéndole más emoción a su voz—. No me queda más tiempo, así que te estaré esperando.
Y cerró la llamada.
Bajé el teléfono y me quedé mirando mi reflejo en el oscuro cristal de la pantalla, intentando procesar lo que había sucedido.
«¿En realidad eso había sucedido?» pensé «¿Mi ex novia me había llamado borracha desde la estación de policías a la una de la mañana?»
La misma que ocho meses atrás me había engañado con su partenaire.
La misma que me había terminado por mensaje de texto.
Coloqué el teléfono sobre la mesa y miré hacia el techo. Ni siquiera debía estarlo pensando, después de todo a ella no le había importado destrozar mi corazón en miles de pedazos como tampoco parecían haberle importado siete años de noviazgo.
No tenía que preocuparme por lo que le sucediera.
Ya no era parte de su vida y esa había sido su decisión.
Solo debía apagar mi teléfono y regresar la atención a las cincuenta páginas para poder aprobar mi examen.
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