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"El sauce de wisteria"

La oscuridad reinaba con gracia en el tétrico paisaje, donde apenas las copas de los árboles de wisteria bañaban sus ramas con la funesta luz de aquella luna de octubre.

—Odio esto.—se quejó el castaño intentando disimular el temblor de su cuerpo y las gotas de sudor que caían por su frente con sus quejas e improperios.

El pelinegro a su lado emitió una pequeña risa nasal a sabiendas de cuán pusilánime, pero a la vez orgulloso como para admitirlo, podía llegar a ser su amigo. Hizo silencio y continuó con su andar sosteniendo aquel candelabro improvisado que les servía de guía en la penumbra que los sauces de wisteria  provocaban sobre ambos.

En el silencioso sendero la niebla y el frío danzaban a la par cubriendo sus tobillos, escondiendo las hojas secas y exánimes que crujían bajo sus zapatos con cada paso que daban adentrándose en aquel desolado y olvidado bosque.

—No debimos ir a esa estúpida fiesta.—volvió a quejarse Hoseok, apartando una pequeña rama de su rostro con repulsión.

—¿Y qué pensabas hacer sino? ¿Quedarte toda la noche en casa viendo Netflix?—preguntó retóricamente Yoongi.—Es Halloween Hoseok, algo que pasa solo una vez al año.

—Ya…hubiese preferido quedarme en casa antes que terminar aquí.—el chico pálido a su lado le lanzó una mirada incrédula, por lo que prosiguió.—Solo digo que habría estado bien pasar la noche sin tener que contentar a los demás, esto es demasiado estúpido.

Yoongi no volvió a refutar las palabras de su amigo, a pesar de que la oscuridad y aquellas desconocidas inmediaciones no lo amedrantaban en lo absoluto, estaba de acuerdo con el punto de vista del castaño…que terminasen en ese sitio había sido una total estupidez.

Ambos no pudieron contenerse ante la invitación de aquella fiesta de Halloween en su universidad, un suceso llevó a otro y ninguno es capaz de recordar de qué forma acabaron formando parte de ese infantil juego de verdad o reto. Fue algo muy cruel y rastrero por parte de sus amistades cuando llegó el turno de Hoseok de recibir su desafío, todos eran conscientes de la poca valentía por la que se caracterizaba el chico y aún así le impusieron adentrarse en tal aventura.

Como fiel amigo y escéptico personaje, Yoongi se había ofrecido a acompañarle. Solía jactarse de su incredulidad, a él no le quitaban el sueño las historias para niños o cualquier otra cuestión sobrenatural no aprobada por la ciencia. No le causaba temor alguno el susurro del viento entre los árboles, el crujir de la grava bajo sus botas o los aullidos desconocidos en medio de la noche.

Pero incluso a su lado…Hoseok seguía sin sentirse a salvo y conforme con la situación.

Con suerte, esa pesadilla para el castaño terminaría una vez llegasen al sitio acordado.

Cuando Yoongi se detuvo abruptamente, extendiendo su brazo para que la luz del candelabro iluminase la distancia, Hoseok golpeó su frente contra la espalda de su amigo.

—Ya estamos aquí.—anunció el pelinegro mientras que su acompañante sobaba su frente y se quejaba por lo bajo de tan estúpido accidente.

La luz ambarina iluminó el sendero cubierto de pasto que conducía hacia aquel enorme sauce de wisteria. Una imagen imponente y majestuosa que cautivó a los dos jóvenes quienes jamás habían osado visitar dicho lugar. Los rayos lunares teñían las flores y retoños en las ramas de una tonalidad que variaba desde matices púrpuras a malvas, el grueso y fortalecido tronco del árbol se torcía con elegancia y desaparecía en las raíces adheridas al oscuro suelo.

Certeramente hermoso, y aunque ninguno se atrevió a decirlo en voz alta, en ambas mentes se formuló cierta interrogante…

¿Cómo podía una especie tan bella ser protagonista de tan tétricos rumores?

"La belleza también puede ser aterradora."

Pensó Yoongi observando el árbol desde la distancia con sus labios entreabiertos, y es que en medio de tanta oscuridad e imperfección, aquel sauce destilaba un aura única e intimidante.

—Bueno, ya cumplimos. Ahora podemos irnos…

—¿Quieres acercarte más?—el pelinegro interrumpió a su amigo sin apartar la mirada del árbol.

Hoseok lo observó con sus ojos abiertos de par en par, creyó que Yoongi había perdido por completo la cabeza al proponer tal cosa.

—El reto era venir al bosque y ver el árbol. Lo hicimos, ahora nos vamos.—concluyó colocando sus manos en los hombros de su amigo, ejerciendo presión para que girase su cuerpo en dirección contraria, de regreso a la ciudad.

Yoongi rió separando el tacto del castaño de su piel y negando con su cabeza. Le divertía cuán cobarde podía llegar a ser, y a pesar de ser consciente de ello, quiso divertirse un poco a costa de su miedo.

—¿En serio vas a creer todas esas estupideces, Hoseok?

—N-no, solo…que es tarde y…

—No me digas, temes escuchar los gritos, los llantos…—Yoongi avanzaba a la par que el contrario retrocedía, imaginando cada palabra en su cabeza.—¿Temes ver algo esta noche…extraño?

—Yoongi, deja de joder.—le advirtió Hoseok comenzando a molestarse.

—¡Por amor de dios! Son solo leyendas urbanas.—rió el pelinegro encantado con la situación.—Cosas que inventaron los viejos del pueblo cuando no había nada mejor que hacer.

—Aún así…no me gusta este lugar. Tengo un mal presentimiento.

A Hoseok le irritaba la actitud de su amigo, el poco interés que mostraba por el tema y lo mucho que subestimaba las creencias populares. No es que realmente él pensara que aquella leyenda urbana que protagonizaba el árbol de wisteria fuese cierta. No aspiraba a escuchar un llanto, grito o algo fuera de lugar así como afirmaban los viajeros que habían presenciado en las inmediaciones del sauce. Pero Hoseok confiaba fervientemente en que toda leyenda surge a raíz de una verdad, una realidad que con el tiempo los rumores van tergiversando hasta convertirla en mito, en una versión que dista de la verdadera pero no por eso deja de ser parte de ella.

Solo sospechaba que algo tendría que haber sucedido en ese árbol para que surgiera la historia, y dicho pensamiento le causaba una inequívoca sensación que no le agradaba en lo absoluto.

—Venga, solo un rato más y volvemos.—pidió Yoongi ajeno de los pensamientos de su amigo.

—No.—Hoseok se giró y comenzó a avanzar, no asimiló lo que hacía hasta que se vio solo en medio del bosque.

Yoongi había dejado de seguirlo.

—¿Yoongi?—le llamó y su voz resonó por los alrededores en un profundo eco que hizo tiritar su cuerpo.—No es gracioso…vámonos ya.—volvió a pedir, pero no obtuvo respuesta alguna.

—Jodido idiota…—le insultó en voz baja y regresó por sus pasos de vuelta al sauce, creyendo encontrarlo aún en dicho sitio.

Un jadeo entrecortado escapó de sus labios al saberse frente al árbol completamente solo, y el vaho que bañó su aliento nubló su vista en el instante en que sintió su cuerpo perder el equilibrio y caer hacia adelante...a la par que una sonora carcajada se escuchó a sus espaldas.

—¡Buh!

Hoseok gritó como nunca jamás en su vida antes de que sus palmas detuvieran el impacto de su rostro contra el suelo y se girase para encontrar a Yoongi riendo exageradamente, mientras sostenía su abdomen adolorido de las contracciones que las carcajadas le propinaban.

—¡Estás loco!—le gritó el castaño ofendido y con su corazón a punto de estallar en su pecho.—¡Imbécil!

—Eres muy tonto, Hoseok.—se burló Yoongi extendiéndole una mano para ayudarle a levantarse. Cosa que Hoseok, aún molesto, no aceptó y terminó por colocarse de pie por su cuenta.

—Maldito demente, verás cuando regresemos. Vas a arrepentirte de esto.—le amenazó el castaño y eso no hizo más que aumentar la diversión de su acompañante.

—Hey, relájate. Solo estaba jugando ¿Bien?—comentó con inocencia elevando las palmas de sus manos.—Volvamos a casa.—pasó su brazo por encima de los hombros de su amigo y comenzó a guiarlo por el camino de regreso.

Hoseok agradeció en silencio que saldrían pronto de ese lugar. A medida que avanzaban la sensación de alerta en su pecho disminuía y ya se visualizaba jactándose en frente de sus amigos en aquella fiesta de que, a pesar de su cobardía, se había arriesgado a hacer algo que nadie más en ese pueblo se atrevió a intentar antes…visitar el sauce de wisteria en la noche de Halloween.

Por ende, no podía comprender por qué Yoongi se detuvo de forma abrupta en medio del camino...

—¿Qué pasa?

—¡Shhh!—lo silenció el pelinegro con rapidez, observando a sus alrededores con desconfianza.

Hoseok frunció el entrecejo y rodó sus ojos cuando Yoongi comenzó a avanzar de regreso al árbol.

—Yoongi…hey.—corrió hasta alcanzarlo y tocó su hombro.—¿Qué rayos haces?

—Escucha.—fue lo único que contestó.

Ambos chicos hicieron silencio. Entonces fueron capaces de distinguir, entre los sonidos naturales del bosque, una dulce fonación casi inaudible justo detrás del tronco de wisteria.

Un canto, una melodía tan dulce como tétrica y acongojada, una voz tierna y solitaria.

Hoseok balbuceó en voz baja algunas incoherencias antes de que su amigo lo sostuviera por el cuello de su suéter y lo incitara a descubrir la presencia tras el sauce.

La pequeña Gracie encontró una casa extraña
Un lugar para jugar más allá de todos los árboles…

Los sauces de wisteria
Un memorial,
Un crescendo
De la histeria.

Los niños pequeños que se extraviaron
En el suelo soleado están enterrados,
Debajo los gusanos se retuercen en el desorden.

Escúchalos reír.

Contando diez, nueve, cero dedos…

¿No vendrás a jugar el juego del hombre gris?


Su espalda recostada al tronco del árbol, los dedos de sus pies descalzos se contraían en el frío suelo jugueteando con la tierra húmeda bajo su cuerpo, manchando la bata blanca y la nívea piel. El cabello corto azabache meciéndose con la brisa y los susurros del viento, sus manos pequeñas y regordetas acariciando el rostro de una vieja muñeca, como si aquella inquietante canción fuese un regalo para ella, una historia que contar en la soledad del bosque.

Así era la pequeña niña que Hoseok y Yoongi encontraron esa noche tarareando junto al árbol de wisteria.

Escuchó sus pasos y sus respiraciones agitadas. Cuando sus ojos negros se posaron en la figura de los nuevos espectadores, ella solo desvió la vista con inocencia y continuó concentrada en cantarle a su muñeca.

Hoseok codeó con apremio la costilla de su amigo, sentía que iba a desfallecer en cualquier instante.

—¿Qué carajos es eso?—preguntó entre dientes solo para que Yoongi fuese capaz de escucharle.

El pelinegro rodó los ojos, la cobardía de Hoseok podía llegar a niveles extremos.

—Una niña, genio.—espetó con obviedad, pero en cuanto intentó acercarse a la pequeña, Hoseok lo detuvo nuevamente.

—¿¡Y qué rayos hace una niña en el bosque sola a estas horas?!

—¿Y yo qué diablos sé?—profirió Yoongi con exasperación.—No seas idiota y déjate de payasadas, puede que esté perdida.—esta vez, palmeó la mano del castaño sobre su brazo y se deshizo del agarre avanzando hacia la infante.

Se arrodilló frente a ella y miró su rostro por unos segundos, pero la niña jamás le devolvió la mirada ensimismada en atender a su muñeca.

—Hola cariño ¿Estás perdida?—preguntó el pelinegro con dulzura, a sus espaldas Hoseok bufó.

—También podrías intentar no sonar como pedófilo.

—Y tú podrías intentar ayudar y dejar de ser estúpido.—profirió Yoongi exasperado por el comentario de su amigo.

La niña por fin elevó la cabeza y observó en silencio a ambos chicos con confusión, llevo su pulgar a sus labios y de forma distraída mordió su diminuta uña.

Hoseok al no notar algo más extraño relajó su postura y optó por acercarse e imitar la acción de Yoongi.

—¿Estás perdida?—repitió.

—No lo sé.—respondió ella con aquella dulce y tierna voz que cantaba.

Ambos se miraron extrañados.

—¿Cómo te llamas?

La pequeña no contestó, en cambio elevó su muñeca frente al rostro de ambos chicos y la señaló, regresándola a su regazo al instante. Hoseok tragaba en seco y Yoongi perdía la paciencia de a poco.

—¿Dónde están tus padres?—cuestionó el pelinegro y contuvo una queja cuando ella simplemente se encogió de hombros, haciendo un puchero con sus labios.

—¿Sabes dónde vives?—reiteró Hoseok, y aunque no recibió una contesta verbal, se sintió más aliviado cuando la niña se puso de pie y tomó su mano.

Ambas palmas hicieron contacto y a Hoseok le preocupó lo frío que se percibía el tacto de esa pequeña y frágil mano contra la suya, así que la arropó entre sus dedos brindándole calor y le sonrió cuando ella lo miró confundida frunciendo su entrecejo. Yoongi seguía sus pasos a su lado, no tenían idea de a dónde se dirigían, pero la niña había reaccionado ante aquella pregunta así que probablemente les llevaría a casa de sus padres.

Detuvieron su andar frente a una vieja construcción, para nada desconocida pero poco visitada. Ambos chicos se miraron dudosos.

—¿La casa gris?—inquirió Hoseok atónito y Yoongi terminó asintiendo encogiéndose de hombros.

Guardaron silencio cuando la niña dejó ir sus manos y entró en la juguetería abandonada con total confianza, haciendo sonar la campana encima de la puerta de entrada que anunciaba la llegada de algún invitado.

Hoseok y Yoongi jamás habían visitado dicho lugar, pero sí que conocían sobre él. Era un pueblo pequeño y nadie estaba exento de los rumores. Sabían que era la única vivienda lejos de la ciudad, adentrada en el bosque.

Según las fuentes populares, en ella habitaba un pobre anciano viudo que se había mudado mucho tiempo atrás al sitio para construir una juguetería que en su época fue muy renombrada, pero tras la muerte de su esposa el luto lo había llevado a la quiebra y al aislamiento. Ya nadie solía venir a la casa gris, como la habían apodado con el pasar de los años.

Al ver a la niña entrar, decidieron seguir sus pasos. La campana tintineó en el silencioso ambiente y sus botas crujieron sobre la suciedad de las baldosas descuidadas del suelo. El salón estaba completamente oscuro, repleto de vidrieras en cuyo interior yacían aquellas muñecas como vestigios del negocio previo. Tan perfectamente posicionadas y acomodadas que resultaba escalofriante, así que ninguno se detuvo más tiempo del necesario a observar el interior de dicho espacio.

Todo el mobiliario yacía cubierto de sábanas blancas, polvorientas y ahuecadas, no era un entorno grato.

En medio de la penumbra solo resaltaba una tenue luz al fondo del ancho pasillo en el que se dividía la casa. Hoseok suspiró limpiando el sudor de sus manos en su pantalón y Yoongi sin inquietud alguna caminó hacia el inicio del corredor.

—¿Hola?—habló en voz alta llamando la atención de cualquier inquilino presente, al fondo se escuchó el tintinear de alguna cacerola de metal y a los segundos una nueva voz emergió de la oscuridad.

—¿Quién…?—una arrugada y canosa cabeza se asomó por el marco de la puerta, escudriñó sus figuras por breves instantes y acto seguido sonrió.—Oh, visitas…

—Ah…buenas noches.—respondió Yoongi, debido a que su amigo se encontraba sin habla a su lado observando cómo el delgado y elegante anciano se acercaba a ellos.—Vinimos por…

—¡Qué grata sorpresa!—celebró el hombre sacudiendo un paño en sus manos.—No suelo recibir muchas visitas, menos en esta época ¿Qué buscan? ¿Una muñeca en especial o…?

—No, no. Nosotros…

—Pasen y siéntense.—sugirió el anciano, interrumpiéndole nuevamente.—Justo estoy terminando la cena.

Sin permitirles decir algo más, guió a ambos jóvenes hacia el lugar del que aquella luz ambarina provenía. Yoongi dejó su candelabro encima de una estantería y siguió a aquel señor hasta la cocina donde una mesa repleta de humeantes platos adornaba el sitio.

En una de las sillas yacía la pequeña niña, sosteniendo aún su muñeca y observando ensimismada la cacerola de guisado en el centro.

Ambos chicos suspiraron aliviados al verla y las tripas de Hoseok rugieron al percibir el aroma que desprendía aquella cena. Avergonzado llevó su mano a su estómago, el anciano rió por lo bajo y les invitó a sentarse y compartir su comida, lo cierto es que estaban hambrientos y no se opusieron al gesto.

—¿Cómo van las cosas por la ciudad?—preguntó el hombre sirviendo en cada plato un poco de guisado.

—Bien, es un pueblo aburrido…no pasan muchas cosas de todas formas.—se encogió de hombros Yoongi recibiendo su ración.

El anciano sonrió mostrando las arrugas en las esquinas de sus ojos.

—Claro.—asintió de forma escueta.

Hoseok no podía apartar sus ojos de la niña. Ella no mediaba palabra alguna, tal parecía que lo único que sabía era jugar con esa fea y vieja muñeca, no entendía el por qué teniendo tantas otras a su disposición en ese lugar.
Aquel presentimiento negativo no desaparecía por completo y no había manera de que encontrara comodidad.

Le llamaba la atención aquel señor, no parecía siquiera estar de luto. Vestía elegante y sonreía a menudo, su aspecto físico delataba la dedicación que vertía en él, en mantener su figura delgada, su traje sin arrugas y su barba recortada. Nada que ver con la imagen del anciano de la casa gris que las personas del pueblo describían.

Lamentablemente, no sucedía lo mismo con Yoongi. Él no parecía pensar en algo más que no fuese cuánta carne volvería a servirse.

—¿No come usted también, joven?—cuando Hoseok apartó sus ojos de la pequeña, supo que el hombre se refería a él y notó a Yoongi degustar con satisfacción su plato.

Apenado asintió y cortó un pedazo de carne llevándolo a su boca, el exquisito sabor de aquella chuleta condimentada explotó con satisfacción en sus papilas y no pudo contener un breve sonido de aprobación que hizo sonreír al anciano.

—Es delicioso ¿No es así?—preguntó y Yoongi asintió sirviéndose más carne y guisado.

Hoseok continuó devorando su ración, masticaba con parsimonia y lamía sus comisuras antes de cada nuevo bocado.

No reconocía el sabor de la carne, asumió que aquel anciano tenía ciertas actitudes culinarias que hacían de una simple ternera algo maravilloso.
Fue entonces cuando notó la mirada de la niña sobre él, ella solo ladeó la cabeza en su dirección, pero fue suficiente para que el apetito de Hoseok cesara por completo.

—¿Es su hija? ¿Nieta?—se aventuró a preguntar.

—¿Perdone?—el anciano le miró confundido por breves instantes.

—La niña… ¿Es su familiar?—repitió señalando a la pequeña que regresó su atención a la muñeca con indiferencia.

El anciano miró a su costado, donde Hoseok apuntaba, permaneció breves segundos observando la silla y entonces sonrió, elevando solamente una de sus comisuras.

—Claro, la niña.—dejó salir una leve risa nasal antes de colocarse de pie y caminar hacia una de las estanterías de la cocina.

Hoseok frunció el entrecejo, no entendió la respuesta y la reacción del hombre pero aquello le había parecido una afirmación a su pregunta. Yoongi no lucía interesado en el tema, tomando su tercera ración de la noche.

—Creo que deberíamos irnos.—dictaminó Hoseok al percibirse más extraño que nunca ese presentimiento en su interior.—Muchas gracias por la cena y la atención.

—¿Tan pronto se marchan?

—Se supone que teníamos que estar en la fiesta de la Universidad hace una hora.—deparó Yoongi entonces mirando su reloj de pulsera y recordando que solo se habían marchado por el reto.

—Entiendo.—asintió el anciano comprensivo.—En todo caso… ¿Podrían hacerle un favor a este viejo?

Ambos chicos asintieron al instante, no veían por qué no podían ayudar a tan amable señor.

—Tengo que entregar esta carta, pero ya es tarde y no estoy en la edad de caminar tanto sendero solo.—explicó extendiéndole a Yoongi la carta que había extraído de la estantería.

—No hay problema alguno.—le sonrió afable el chico.

—La dirección está en el sobre.—informó acompañándoles a la salida.

—No se preocupe, su encargo está a buen recaudo.

—Qué jóvenes tan amables.—elogió el anciano en la puerta de entrada.—Siéntanse libres de visitar el sitio con frecuencia.

Yoongi asintió y se despidió con un ademán de manos, guardando la carta en su bolsillo. Hoseok entonces permaneció observando en silencio al hombre que no deshizo su sonrisa forzada en ningún instante. Acto seguido miró por encima de su hombro, nuevamente al interior de la juguetería donde la pequeña niña permanecía descalza, pálida y con su piel cubierta de suciedad.

Su cuerpo tembló a causa del escalofrió cuando la respuesta de ella a su mirada fue elevar su muñeca frente a su rostro y señalarla nuevamente, acción que había hecho en el bosque cuando ambos la encontraron.

—Hoseok, vamos.—ante el llamado de su amigo este terminó por darle la espalda a la casa, escuchando el sonido de la campana al cerrarse la puerta.

Caminaron de regreso al pueblo sin infortunios, pasando junto al sauce de wisteria, llegaron a aquella casa cuya dirección yacía impresa en el impecable sobre.

Tocaron solo tres veces, les llamó la atención que aquella casa no estuviese iluminada y decorada acorde con la tradicional fecha. Más aún les extrañó que en lugar de una amable señora diciendo “dulce o truco” apareciera una mujer de ojos enrojecidos y aspecto descuidado.

—Buenas noches.—como siempre, Yoongi fue el primero en intervenir.

No obtuvo respuesta alguna de la mujer que observaba con aflicción hacia sus pies, como en algún tipo de profundo trance en el que se es incapaz de reaccionar al mínimo estímulo externo.

—¿Es usted la señora de la casa?—ella simplemente asintió en silencio.—Nos encomendaron entregarle esta carta.—informó el pelinegro depositando en las manos de la mujer el níveo sobre.

De todas las cosas que imaginaron que podían suceder esa noche, nada se compara a lo que a continuación ocurrió. Un descubrimiento que cambiaría sus vidas para siempre y dejaría una marca indeleble en sus corrompidas almas.

La visión del mundo que tenían, su espíritu joven e inocente fue desgarrado por completo a penas aquella mujer de apariencia moribunda se derrumbó en el frío suelo con sus orbitales a punto de estallar en sus cuencas y las lágrimas carmesí brotando de sus encarnadas mejillas.

De su garganta emergieron contínuos y ensordecedores lamentos,  gritos que llamaron la atención de más de un transeúnte e hicieron escocer los tímpanos de ambos jóvenes que presenciaban el profundo y fatídico dolor de aquella desconocida. Fue entonces cuando se percataron de la forma en la que el blanco papel se estrujaba entre sus manos con rabia y abismal tristeza…entendieron que la carta no había sido una simple encomienda.

Hoseok y Yoongi jamás supieron el verdadero contenido de ese escrito, y en el fondo desearon no haberse quedado hasta el final de lo que acontecería esa noche. Nunca fueron capaces de leer la carta, pero ante la inexplicable escena que presenciaban supieron que de algo terrible se trataba.

No necesitaron muchos argumentos para comprender el comportamiento de esa mujer. Todo quedó claro cuando la policía respondió a su llamado y una vez frente a ellos el oficial confiscó aquel infernal documento como evidencia. Las palabras expresadas en la carta los condujo de regreso a aquella casa gris, Hoseok y Yoongi erróneamente aceptaron acompañar a la policía como testigos de haberse encontrado con el anciano propietario.

Pero al llegar a dicho sitio…solo hallaron el polvo y la suciedad que dejó aquel vil ser con su huida.

Fue entonces cuando las linternas que les auxiliaban iluminaron las vidrieras intactas de la vieja juguetería…apreciaron con sus propios ojos que lo que estas contenían no eran precisamente las muñecas que en un principio creyeron ver. En su lugar, hallaron los cadáveres vacíos y resecos de los pequeños niños perdidos cuyas pieles perforadas con agujas y cosidas con siniestra habilidad conformaban esas macabras estructuras.

Sus cuencas oscuras yacían ocupadas nada más y nada menos que por las semillas del árbol de wisteria, otorgándoles un aspecto demoníaco, una oscura mirada capaz de perturbar los pensamientos de hasta el más valiente de los presentes. Los órganos internos de los que carecían aquellos huecos y purulentos cuerpos permanecían perfectamente acomodados en la nevera de la misma cocina donde horas antes habían compartido una exquisita cena.

Y las débiles tripas de Hoseok y Yoongi se retorcieron con violencia cuando se percataron de que aquel plato que probaron, que tanto disfrutaron y elogiaron por su exótico sabor, no había sido un simple guisado de ternera… sino de la tierna e inocente carne de todos aquellos infantes que corrieron por tal fatídico destino.

Ellos habían comido de las entrañas de cada uno de esos niños, empalados como trofeo y sombrío recuerdo de tan cruel genocidio.

Ninguno superaba los seis años de edad.

No encontraron a ninguna niña, al menos no en aquella casa, pero la carta al parecer contenía más secretos por desentrañar esa noche. Fue así como ambos chicos, siguiendo la búsqueda de la policía, terminaron nuevamente bajo la copa de aquel árbol donde todo comenzó. Cuando observaron palidecer los rostros de los profesionales que habían comenzado a cavar entre las raíces, supieron que algo mucho peor de lo visto en aquella casa gris estaba por develarse.

Justo ahí, esparcidos descuidadamente como sobras desechadas de un festín, embadurnados con la tierra y la sangre coagulada entre sus arterias, yacían los restos de todos aquellos órganos que no satisficieron el despiadado apetito del hombre gris.

En medio de la putrefacta masa de tejido y grasa, destacó una pequeña bata blanca. La sangre que la manchaba aún conservaba su frescura y las vísceras que arropaba se hallaron cálidas y recientes. Los gusanos apenas habían comenzado a retorcerse entre su grata temperatura y a penetrar la suave fibra de su carne, era la más nueva muerte de aquella madrugada.

Ambos reconocieron esa bata blanca y la cabeza en estado de descomposición a su lado…

Esa noche se reveló uno de los muchos horrores que escondía aquella especie de aterradora belleza que tanto subestimaron en un principio. Sin embargo, el paradero del despiadado monstruo continuaría siendo un misterio que mantendría por muchos años a cualquier niño y adolescente alejados del viejo sauce.

Lo que comenzó como un simple juego, una aventura de Halloween, culminó con aquel par de jóvenes siendo testigos y partícipes de uno de los crímenes más atroces de la historia.

No supieron en su momento qué era exactamente lo que contenía la carta, además de una horrible confesión para jactarse de su crueldad. Pero no pasaría mucho para que cada palabra escrita en esta resurgiera solo para darle un macabro final a la terrible historia que, inconscientemente, habían desencadenado esa noche…

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