Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

"El hombre de gris"

—¿No come usted también, joven?

Nuevamente aquel plato frente a él, la carne jugosa y humeante perforando sus fosas nasales.

—Es delicioso ¿No es así?

Quería negar, rogar porque parase, alejar de en frente suyo la visión de su sonrisa y sus dientes triturando aquellas fibras con satisfacción. Pero nada salía de sus labios, no tenía el control sobre su cuerpo.

—¿Le gusta?—volvió a preguntar, él movió su cabeza con énfasis en negación, con las lágrimas acribillándose tras sus orbes y la presión en su pecho yendo in crescendo.

—¿Le gusta?—el anciano continuaba acercándose a él, en su aliento el aroma de la carne y en sus pupilas reflejado el rostro sin ojos y con errantes costuras de esa pequeña niña.

—¿Le gusta?—y esta vez su voz se sintió diferente, tal como si dos fonaciones se fusionasen para pronunciar aquella interrogante.

Hoseok miró los ojos del hombre, observó el rostro de la niña, sus facciones desgarradas y entonces… 

—¿Le gustó?—escuchó su voz, la dulce y tierna voz de la pequeña.

Y ya no era el repugnante anciano quien se hallaba frente a él, sino la tétrica figura de esa infante con su boca rasgada a la altura de sus orejas, sostenida su sonrisa a base de costuras y restos de la sangre coagulada.

—¿Le gustó? ¿Le gusta mi sabor?

Hoseok lloró en silencio y negó repetidas veces, sin tener más dominio sobre sus movimientos. No podía huir de ese sitio.

—Usted dijo que le gustaba, usted saboreó de esta forma…—ella pasó su lengua cortada en retazos por sus alargadas comisuras y gimió en voz baja con aprobación, justo como él había hecho en esa ocasión.

—No…

—Usted probó, y a usted le gustó…

—¡No!

Las lágrimas de impotencia se derramaban por su rostro, pero ella simplemente continuó sonriendo.

Entonces se alejó de él y se sentó a la mesa, el mismo lugar donde permanecía Hoseok aún con su plato intacto, sin oportunidad de huir de aquella infernal casa.

Ella tomó su muñeca, una réplica suya, y palpó las semillas de wisteria que ocupaban el lugar de sus ojos, las retorció entre sus dedos y acomodó en su sitio.

Cuando Hoseok sintió el tintinear del metal a lo lejos y el sonido de las filosas cuchillas rozándose entre sí, ella comenzó a cantar. Una melodía similar a la de aquella noche en el bosque, con una voz tan dulce y tierna que hacía un macabro contraste con las palabras que emergían de sus labios…

Crece el mal, el pecado, lentamente
Mientras escucho sus llantos leves.

Quédate quieto, él no lo hará…

Él se alimenta. Oferta
Bebidas asquerosas, bocadillos para enmendar lentamente las cosas.

Una vida tan triste…

Entonces ¿Es asqueroso?


—Detente por favor.—pidió Hoseok sintiendo la presión alrededor de su garganta, pero ella no hizo silencio alguno.

Los sauces de wisteria
Un memorial,
Un crescendo
De la histeria.


—¡Basta!

Su cuerpo se sacudió en una secuencia de temblores cuando su espalda se separó del suave colchón y se supo a salvo en la tranquilidad de su hogar. Palpó sus mejillas y el sudor que humedecía su piel y cabello, llevó una mano a su pecho y percibió el latir desenfrenado de su corazón. Entonces suspiró y encerró su cabeza entre sus manos, hiperventilando con agonía.

Había sido otra pesadilla…solo una más de las muchas que atormentaban sus noches desde aquel funesto suceso de Halloween.

—¿Papá?

Su vista entonces se desvió a la puerta de la habitación, donde su hijo de cinco años aferrado al desgastado oso de peluche lo observaba con confusión mientras llevaba su dedo pulgar a sus labios.

Hoseok respiró recobrando la compostura, entonces se las arregló para sonreírle a su pequeño y con un ademán de sus manos le incitó a entrar por completo en la habitación. El niño caminó con rapidez hacia la cama y luciendo su pijama enterizo fue recibido en los brazos de su padre, quien lo elevó segundos antes de sentarlo en su regazo y besar su frente con alivio.

—¿Estás bien? Te escuché gritar.—confesó el pequeño preocupado.

Fue entonces cuando notó la luz de la mañana embargar la habitación y el reloj de pared indicando que ya era hora de levantarse. Le sonrió a su hijo y apartó con delicadeza el pulgar de su boca, sabía que debía quitarle esa costumbre cuanto antes.

—Estoy bien, Jun ¿Ya desayunaste?—el niño asintió inmediatamente y rió cuando su padre hizo cosquillas en su pequeña panza.—¿Dónde está mamá?

—En el salón.

—Bien, iré a prepararme. Avísale que bajaré enseguida.—el pequeño asintió contento. Dejó un húmedo y torpe beso en la mejilla de su padre antes de tomar su peluche y, con ayuda del mayor, bajar de la cama en busca de su madre.

Hoseok pasó las manos por su cabello antes de colocarse de pie e ingresar a la ducha. Su aspecto ya no lucía tan jovial y brillante como una vez lo fue, las bolsas púrpuras y cetrinas bajo sus ojos delataban la ausencia del descanso en su cuerpo. No sonreía con tanta frecuencia, y el brillo que en algún momento portaron sus pupilas había desaparecido por completo mucho tiempo atrás. Lo cierto es que, desde aquella noche hacía ya algunos años, Yoongi y él no volvieron a ser los mismos.

Jamás serían capaces de superar todo lo que vivieron en las inmediaciones de ese bosque, y las consecuencias de lo sucedido serían algo que tormentosamente les perseguiría por toda la vida. Sin duda recibieron ayuda profesional, el hecho de que decidiera hacer su familia en ese mismo pueblo a pesar de todo había sido un consejo a seguir, un intento por convivir con el pasado y afrontarlo…pero ese miedo nunca desaparecería.

Él aprendió a vivir con ello, a intentar continuar su vida sin importar las pesadillas y la constante paranoia que estas implicaban. Hizo su familia y cumplió sus metas personales…pero Yoongi no había corrido con la misma suerte.

Hoseok culminó su baño e inició con la rutina mañanera que repetía cada día de forma monótona, se alistaba y bajaba a desayunar en compañía de su esposa e hijo, luego iba a visitar a su amigo…o lo que quedaba de este.

—Ya me voy.—anunció dándole un último sorbo a su taza de café y dejando un fugaz beso en los labios de su esposa.

—¿El tío Yoongi vendrá hoy?—preguntó el pequeño, ambos padres se miraron en silencio sin saber cómo contestar a ello.

—El tío Yoongi aún no se ha recuperado de la gripe…

—Pero hoy es Halloween, dijiste que haríamos una fiesta juntos.—refutó el niño, ajeno a la realidad que tanto sus padres se esforzaban por omitirle.

—Será el próximo año cariño, lo más importante es que el tío Yoongi se recupere.—le consoló su madre dulcemente y esto pareció calmar su inquietud.

—Le diré que le envías saludos.—Hoseok despeinó a su pequeño y le sonrió para acto seguido caminar hacia la puerta.

—¡Espera papá!—le llamó antes de que saliera por completo de la casa.—¿Me llevas a donde Taehyung?

Hoseok ladeó la cabeza confundido y miró a su esposa, quien simplemente se encogió de hombros.

—Jun…sabes que no me gusta que estés fuera de casa en estas fechas y…

—Solo será un ratito.—suplicó el pequeño juntando su dedo índice y pulgar, haciendo alusión a la magnitud de tiempo.—Jugaremos en su casa y luego me pueden buscar.

Hoseok suspiró en silencio y miró los ojos lacrimosos de su hijo. No le agradaba la idea de que estuviese sin la supervisión de sus padres en casas o lugares ajenos, mucho menos ese día en especial…la noche de Halloween. Y tenía válidas razones para ello.

—Le he dicho que sí.—avisó su esposa y Hoseok frunció el entrecejo indignado porque no habían contado con él para tal cosa.

Si bien ella no estaba al tanto por completo de lo vivido por el castaño, sabía la predisposición de este a dejar solo al niño.

Relajó su postura cuando Jun bajó su cabeza resignado a que su padre se negaría. Hoseok se sintió mal por ello, no quería que su hijo dejara de divertirse y vivir acorde a su edad por su culpa. Supuso que podía hacer una excepción.

—Bien, pero luego iremos por ti ¿Sí?—el infante saltó de emoción en su sitio y abrazó una de las piernas de su padre agradecido, cosa que hizo reír al mayor antes de levantarlo entre sus brazos.

—Recuerda lo que hablamos, Jun…¿Lo sabes?—el niño asintió y se acercó al oído de su padre para susurrar lo que cada noche le repetía.

—No debemos acercarnos al sauce de wisteria.

—Bien.—asintió Hoseok complacido.

Era la única regla irrompible entre ellos.

Jamás, bajo ninguna circunstancia, el pequeño Jun debía acercarse a ese bosque…a ese árbol en específico.

Hoseok no había vuelto a poner un pie en ese sitio, pero sabía que el sauce aún seguía ahí. También los restos de la abandonada casa gris, no habían rastros del anciano…pero no quería arriesgarse por ningún motivo.

Lo cierto es que desde esa noche aquel presentimiento negativo no había desaparecido de su cuerpo, había vivido todos esos años con el peso de dicha sensación asechándolo en cada momento.

Con su hijo y mujer a salvo y felices, Hoseok partió de casa rumbo a aquel sitio donde a diario visitaba a su amigo y conocía de su estado. El auto se detuvo en la imponente construcción de la institución mental más cercana al pueblo, no tuvo que identificarse en la entrada, la mayoría de los trabajadores le conocían o le habían visto frecuentar el sitio.

Como siempre, platicó con el doctor sobre los avances de Yoongi y el tratamiento. Al no tener más familia, él se ocupaba de la seguridad y responsabilidades del pelinegro hasta que era llevado a la habitación que ocupaba en el hospital. Detestaba verle así, pero con el tiempo se había resignado a que no era más que una consecuencia de lo vivido.

Nunca creyó que aquel chico osado y escéptico terminaría tan lacerado psicológicamente a raíz de todo, jamás supo por qué afrontó las cosas de forma diferente a Yoongi.

¿Será porque él comió tres platos?

¿Porque confío más que Hoseok en aquel hombre?

¿Porque él, quien no creía en ese tipo de cosas, conversó con la niña enterrada bajo el sauce esa noche?

La razón por la que Yoongi terminó en aquel psiquiátrico, y él pudo continuar su vida, siempre quedará como un misterio para Hoseok.

—Yoongi.—le llamó una vez estuvo frente a la rejilla que separaba el corredor de la habitación.

Observó a su amigo sentado a orillas de la incómoda camilla, balanceando su cuerpo envuelto en la bata blanca de adelante hacia atrás y murmurando cosas que solo él podía escuchar y entender. No quedaba nada del chico risueño y valiente que alguna vez fue…

—Min Yoongi.—nuevamente le nombró, el aludido volteó a verle pero al instante giró su cabeza en la dirección contraria. Tal como si no reconociera que ese fuese su nombre.

—¿Te gustó?

—¿Qué?—Hoseok balbuceó en cuanto le escuchó hablar. De repente Yoongi comenzó a reír llevando su cabeza hacia atrás.

—Yo…yo probé, yo probé. Y la vimos, lo vimos. Sí…

—Yoongi, he hablado con el médico y…


—La pequeña Gracie encontró una casa extraña
Un lugar para jugar más allá de todos los arboles…

Los sauces de wisteria
Un memorial,
Un crescendo
De la histeria.

Los niños pequeños que se extraviaron
En el suelo soleado están enterrados.
Debajo los gusanos se retuercen en el desorden.

Escúchalos reír.

Contando diez, nueve, cero dedos…

¿No vendrás a jugar el juego del hombre gris?

Yoongi había comenzado a cantar, miraba sus manos y acariciaba a la nada…tal como aquella niña hizo con su muñeca en esa ocasión.

Yoongi evocaba el recuerdo como un tic involuntario a todas horas, luego reía…hasta que sus pulmones no pudieran más. Entonces era momento de que los enfermeros sedaran su cuerpo y mente, y le permitieran descansar. En eso se había convertido su mejor amigo.

—Feliz Halloween, Yoongi.—Hoseok suspiró con ironía antes de darse la vuelta y salir del Hospital.

Le dolía verlo así…detestaba hacerlo, pero sabía que no había remedio alguno contra eso. Yoongi había perdido por completo la cordura luego de aquella noche.

Volvió a su casa, pensando en su pequeño Jun y en su familia, a diario lo hacía con el propósito de mantener su salud mental a flote. Ellos eran la única razón por la que Hoseok se esforzaba en dejar ir el pasado o al menos intentar luchar contra este.

Era 31 de octubre, Halloween otra vez…y aunque repudiaba con toda su alma esa celebración, debía obligarse a mantener una sonrisa por su hijo. Él merecería disfrutar de la festividad como todo niño, ajeno de los verdaderos horrores del mundo. Como su padre, se encargaría de protegerlo.

Sonrió aliviado al detenerse frente a la casa del amigo de su hijo y ver a su pequeño salir con una sonrisa al poco tiempo. Le abrazó y besó antes de regresar al auto para volver a su hogar.
Jun no saldría a pedir dulces ese Halloween…o ningún otro, pero sus padres procurarían que la fecha no pasara desapercibida para él.

Tal como hacían cada año, colmaban a su niño de caprichos cumplidos hasta la hora de dormir. Entonces Hoseok lo arropaba y esperaba a su lado hasta que durmiera por completo, se cercioraba de que todo estuviese en orden y seguro, solo así podía regresar en paz a su dormitorio.

La noche de Halloween no fue la excepción y aquellas tortuosas pesadillas regresaron para atormentar su conciencia y pensamientos.

Veía al hombre de gris sonreírle con burla, aprovechando la ingenuidad de ambos jóvenes para escabullirse entre las sombras, veía a los niños cuyos cuerpos disecados yacían en las vidrieras y escuchaba el canto de la pequeña…sus gritos, su risa, sus palabras.

Oía la voz de su conciencia intentando mellar en su cordura, tratando de convencerle de que había disfrutado saborear aquella tierna carne y no se arrepentía de haber visto los fétidos y putrefactos órganos enredados bajo las raíces del sauce de wisteria.

Sentía, por encima de todo, la curiosidad por saber el contenido de aquella carta que desencadenó el descubrimiento más horrible de su vida.

A la mañana siguiente fue despertado por su esposa, acostumbrada a sus gritos y lamentos nocturnos, sintió alivio al saberse otra vez en casa y a salvo. Ella bajó a la cocina para preparar el desayuno de ambos mientras que Hoseok encontró tranquilidad y confort bajo el agua caliente de la ducha. Dejarían al pequeño Jun dormir unas horas más antes de que fuese momento de alistarse para la escuela.

—Llamaré a Jun.—informó Hoseok a su esposa, avanzando hacia la habitación de su hijo. 

Sonrió al abrir la puerta y encontrarlo envuelto entre las sábanas con sus cabellos castaños, al igual que los suyos, sobresaliendo por encima de su almohada.

—Despierta dormilón, hoy es día de escuela.—sacudió el cuerpo de su hijo, su sonrisa se ensanchó con ternura cuando este no acató su orden.

Jun solía tener el sueño pesado y costaba mucho despertarle, así como a él en un pasado cuando disfrutaba de dormir y sus madrugadas no eran tormentosas.

—Venga pequeño, se te hará tarde.—Hoseok palpó un poco la cabeza de Jun, pero nuevamente no recibió respuesta.

—Mamá se enfadará si no bajas ahora, así que vamos y…

Cuando Hoseok retiró por completo la sábana del cuerpo de su hijo, lo único que fue capaz de sentir fue el impacto de sus rodillas al golpear el suelo. Se había derrumbado ante la imagen que yacía frente a él. No podía creer lo que sus ojos veían y el dolor en su pecho le desgarraba en demasía mientras más transcurría el tiempo en aquella habitación.

No habló, no se movió por los segundos restantes, no emitió reacción alguna…su mente y cuerpo habían dejado de funcionar por completo. No era capaz de asimilar el tétrico escenario ante él.

La piel de su hijo se estiraba en las zonas erróneas, las costuras mantenían firmes entre sí cada retazo. Su abdomen estaba completamente abierto, mostrando la ausencia total de órganos en él y sus ojos…esos ojos marrones que Hoseok tanto adoraba, habían desaparecido por completo. Ahora en sus ensangrentadas y vacías cuencas solo permanecían esas infernales semillas que tan bien conocía, las semillas del árbol de wisteria.

Sus comisuras habían sido cortadas de forma macabra desde la parte trasera de su cuello hasta el centro de su boca y cosidas las esquinas para mantener aquella horripilante sonrisa presente en todo momento. No tenía dedos, tanto en sus manos como pies, lo único que quedaba de ese pequeño inocente era un cascaron de piel vacío y exánime. Y Hoseok presenció por primera vez una de sus pesadillas convertidas en realidad.

Él jamás se había ido, él siempre estuvo ahí…al asecho, diseñando su atroz estrategia, afilando sus cuchillas y degustando la lana de otras ovejas. El hombre de gris estaba ahí…y Hoseok  siempre lo supo.

En el centro del cadáver, del tétrico maniquí  postrado en la cama de su hijo, había un sobre. Una carta, específicamente dirigida a él.

Entonces Hoseok lo entendió. Se dio cuenta de que, de aquella misma carta que le habían entregado a la madre de esa niña, que tanta curiosidad le ocasionó en su momento, ahora tenía una réplica exacta entre sus manos. Y en cuanto leyó el contenido…todo dejó de tener sentido.

Comenzó a reír con frenesí, reía y reía sin parar llevando su cabeza hacia atrás. Entonces la vio, a la pequeña junto a él, le ofreció su muñeca y le dijo que cantara junto a ella…que volvieran juntos al sauce de wisteria.

La pequeña Gracie encontró una casa extraña,
Un lugar para jugar más allá de todos los arboles…

Los sauces de wisteria
Un memorial,
Un crescendo
De la histeria.

Los niños pequeños que se extraviaron
En el suelo soleado están enterrados.
Debajo los gusanos se retuercen en el desorden.

Escúchalos reír.

Contando diez, nueve, cero dedos…

¿No vendrás a jugar el juego del hombre gris?


Nadie volvió a saber de él, de la carta o del cuerpo del pobre niño. Nadie jamás supo que nuevamente bajo las raíces de wisteria los gusanos se regocijaban en el reciente festín y en alguna parte de la gran ciudad otra niña ingenua e inocente caía en las garras de aquel hombre de traje gris.

Fue muy tarde para Hoseok, para entender que no debemos subestimar las señales, incluso el mínimo presentimiento. Para aprender a desconfiar y no dudar de cuánta crueldad puede albergar un corazón humano.

Presta atención a las pequeñas señales.

El niño a tu lado justo ahora puede ser un niño desaparecido…

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro