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Quien eres tú?

En algún momento del viaje la joven platinada perdió la consciencia, cosa que el dragón agradeció, pues esa condenada muchacha no había dejado de gritar y patalear desde que la sacó de aquel castillo. Llevaba bastante tiempo volando y estaba realmente agotado, hacía poco más de dos días que no se detenía, desde que había dejado su hogar.

A lo lejos pudo ver un bosque azul y mucho más allá el muro y su rosada barrera, seguramente este azulado macizo era parte del bosque Zi jing, estaba en la misma dirección y la tonalidad era parecida, con un poco de suerte podría descansar allí antes de intentar volver a cruzar el muro hacia su tierra.

Descendió un poco y sobrevoló la zona del bosque hasta que vio un claro internándose a unos cuantos kilómetros del inicio del macizo azul, ese tendría que ser un buen lugar para descansar y obtener respuestas.

Dio varios giros revisando los alrededores y finalmente descendió con suavidad en aquel lugar. A un lado del claro corría un pequeño ramal de rio. El dragón dejo a la muchacha en el suelo, se acercó a beber agua y luego simplemente observó aquella figura inconsciente recostada sobre el pasto y las flores. Había algo en ella que lo llamaba pero no podía descifrar que era. Cada tanto miraba de reojo todo lo que los rodeaba. Sabía que nada ni nadie se atrevería a intentar atacarlo, pero siempre era mejor ser precavido, podía sentir la magia en aquel lugar y aunque pocas cosas podían afectarlo, nada era imposible.

La platinada sintió el perfume del pasto y las flores silvestres, entonces una sonrisa se formó en sus labios ante la idea de que todo haya sido un sueño, estaba segura de que estaba bajo el árbol de Lín, se había quedado dormida allí como tantas otras veces y sin abrir los ojos se giró y susurró.

―Lín, no tienes una idea del sueño horrible que tuve ―esperó escuchar algo en su cabeza como siempre, pero nada… entonces abrió lentamente los ojos y sobre ella no había ramas sino el cielo que comenzaba a oscurecerse.

―Hasta que despiertas, llevo horas esperando ―escuchó una voz dura y seseante. Se giró lentamente hacia donde había provenido la voz… y todas sus ilusiones de que aquello hubiera sido un sueño se vinieron abajo. Frente a ella, sentado sobre el pasto había un enorme dragón que no le despegaba sus ojos como zafiros de encima.

La sorpresa se reflejó en el rostro de la platinada, quería gritar, correr, desaparecer… pero estaba completamente congelada no le salían palabras ni podía moverse. Sus ojos se centraron en aquella enorme figura, que ahora parecía estudiar los alrededores. De alguna forma Willow logro moverse, pero no pudo hacer más que quedar sentada sobre el pasto.

«Cuidado con lo que deseas» pensó la muchacha al recordar que hacía poco más de dos días había deseado ver un dragón.

El dragón después de dar un vistazo general, escuchar y olfatear el ambiente, pareció relajarse un poco y ante la sorpresa de Willow, la enorme criatura comenzó a hacerse más pequeña. La negra y escamosa piel pareció desprenderse del cuerpo y encogerse con él. Las púas comenzaron a desaparecer, perdiéndose entre el pelo negro y suave que había comenzado a aparecer. El cuerpo fue cambiando su forma hasta parecer humano al igual que el rostro, donde ya no había un largo hocico. Los afilados colmillos se encogieron hasta ser solo dientes. Las alas y la cola comenzaron a encogerse hasta que desaparecieron en aquel cuerpo masculino. Lo último en cambiar fueron las garras de las manos que seguían siendo afiladas y azules.

Era un hombre, un muchacho, no debía ser mucho más grande que Willow, con un cuerpo fornido y bien formado, debía de medir un metro ochenta y era seguro que le sacaba poco más de una cabeza a la platinada. Su negro y lacio cabello estaba algo desordenado y caía sobre su frente. Sus ojos de un increíble azul mostraban una mirada seria, que iba a la perfección con su expresión de pocos amigos. Llevaba ropa negra muy parecida a la piel del animal que había sido hacia un momento, y Willow supo al instante que esas prendas estaban impregnadas en magia.

Esos ojos como zafiros no se despegaban de ella al igual que los orbes violetas de ella no se despegaban de él.

―¿Quién eres y como lo hiciste? ―vociferó el muchacho.

―¿Qué? ―logró preguntar la platinada, con una voz débil.

―No juegues conmigo… ¿Cómo me trajiste hasta aquí? ―interpeló el pelinegro mientras comenzaba a caminar de un lugar  a otro como animal enjaulado, sin despegar sus ojos de la joven, quien se vio sorprendida por esa pregunta.

―¡¿Cómo te traje aquí?! Yo no te traje, tú me trajiste…

―No… tú hiciste algo que me forzó a venir hasta aquí ―vociferó nuevamente.

―¿Cómo podría? ni siquiera se quien rayos eres ―dijo la platinada ya comenzando a molestarse―… No poseo magia ni nada por el estilo, ¿Qué quieres de mí y dónde estoy? ―agregó en tono firme mientras se ponía de pie y daba unos pasos hacia el pelinegro.

―Yo no quiero nada de ti… ¿Tú que quieres? ―su mal humor era evidente. Se detuvo frente a Willow y la miró a los ojos.

―¿Por qué me sacaste del castillo? ―preguntó la muchacha después de dudar un momento, con algo de súplica en su mirada. En verdad no entendía que estaba sucediendo y la idea de haber atravesado el muro y perdido a su padre para siempre comenzaba a asustarla. La dureza en la mirada del pelinegro se suavizó un poco y con un suspiro respondió.

―Por algún motivo que desconozco salí de mi ciudad, volé hasta el muro y de alguna forma logre lo que nadie había podido hasta ahora, lo atravesé… para seguir volando como un desquiciado hasta que te vi… ¿Qué me hiciste? ―dijo en un tono un poco más suave del que había usado antes.

―Nada… no sé quién eres…

De repente el joven se movió rápidamente cerrando más la distancia entre ellos y se ubicó en una pose defensiva delante de la platinada volviendo a mostrar sus garras. Willow se sorprendió ante esta acción, pero antes de que pudiera decir algo un murmullo llego hasta ella. Alguien hablaba no muy lejos de allí, casi sin darse cuenta ella se acercó más a él, en ese momento el pelinegro la miró de reojo y sin decir nada la tomó por la cintura, levantándola como si no pesara nada y en cuatro zancadas estuvo a pocos metros de un enorme y azulado árbol. De un salto llego a una de las ramas más cercanas y con otro salto más subió otras tres ramas más. El muchacho se movía con precisión y sigiló, como si no llevara nada, lo que le hizo pensar a Willow que ese joven por más lindo que pudiera parecer debía de ser muy peligroso, más allá de ser un dragón. La depositó con cuidado sobre la gruesa rama que lo sostenía, pero no la soltó y le hizo una seña para que mirara hacia abajo. Al hacerlo la platinada se encontró con dos siluetas que se acercaban hacia el claro, entre los árboles.

―Quiero encontrarla tanto como tú… pero ¿y si ya llegó al muro?...

―No me lo recuerdes ―Willow conocía esa voz a  la perfección, al igual que aquella silueta que acababa de salir de entre los árboles.

―Es mi padre, no te preocupes ―susurró la platinada cerca del oído del pelinegro, y al instante al notar lo que acababa de hacer se alejó un poco más de él, con el rostro más rojo que un tomate, cosa que no fue notada por el joven, quien la volvió a sujetar con fuerza y bajó de un salto sin decir nada.

Los dos hombres que ya estaban a unos cuantos pasos del borde del claro se detuvieron en seco al ver la negra figura que caía de un árbol a unos cuantos metros y aterrizaba con suavidad y elegancia sobre el azulado pasto. Cuando el desconocido joven se movió un poco pudieron ver la curvilínea figura enfundada en aquel vestido negro, un tanto descolorido, pero que de todas formas resaltaba la nívea piel de la joven. La distancia no les permitía saber con seguridad si era quien ellos buscaban o no, pero una ráfaga de viento movió el platinado cabello de la muchacha y una sonrisa se formó en el rostro de los dos hombres. Tenía que ser ella ese color de cabello no era común ni de este lado del muro, ni del otro.

La joven sonrío y trató de acercarse, pero la mano que la sujetaba por la cintura no le permitió moverse. Sus ojos chocaron con aquellos orbes azules que todavía mantenían esa expresión fría y algo calculadora.

―Willow ―se escuchó la voz de Ringo y ambos jóvenes volvieron la vista al hombre que ahora se acercaba a ellos. El joven volvió a optar por una posición  un tanto protectora todavía sin soltar a la platinada, por lo que el hombre se detuvo a unos cuantos pasos. Observó detalladamente al joven de ojos azules y se detuvo en sus manos que eran garras azules con una escamosa piel negra, lo cual sorprendió a Ringo―… Eres un dragón… No sé qué quieres de ella, pero es mi hija ―dijo tratando de que su voz sonara lo más calmada posible.

―Ya te lo dije, suéltame ―se quejó la platinada removiéndose sin poder zafarse del agarre del joven.

―¿Cómo llegaron tan rápido?

―Caballos bell ―el joven miró detenidamente a los dos hombres, ninguno de ellos llevaba armas y detrás de ellos venían los dos caballos, que se notaban cansados. El ojiazul se relajó un poco y soltó a la muchacha mientras sus manos volvían a la normalidad.

Willow corrió hasta donde estaba su padre, quien la atrapó en un fuerte abrazó cargado de emociones y alivio, en verdad había creído que ya no volvería a ver a su hija.

―No tienes una idea lo preocupado que he estado estos días por ti ―susurró el hombre centrando su mirada en aquellos ojos violetas.

―Yo también, pero por ti ―agregó con una sonrisa algo trémula la joven antes de volver a abrazarlo, para luego centrar su mirada en el hombre calvo y bajo que los observaba a unos cuantos pasos.

―Qué bueno que estés bien ―fue todo lo que Koda dijo, antes de que Willow soltara a su padre y lo abrazara. Ringo se alejó un poco de ellos, acercándose más al joven de ojos azules quien los miraba todavía con una expresión seria.

―Gracias… ¿Puedo saber el nombre que quien salvo a mi hija y a nosotros? ―dijo Ringo haciendo una leve reverencia al joven.

―Kiba Lónwáng ―Ringo se sorprendió al escuchar ese nombre.

―¿Eres algo de Zhang Lónwáng?

―Séptimo y último nieto ¿Quiénes son ustedes y porque estoy aquí? ―preguntó pasando sus ojos por las tres personas frente a él.

―Él es Luhui Koda Dasem un excelente doctor y amigo ―dijo señalando al hombre calvo―, yo soy Ringo Gurín ―ahora era Kiba quien lo miraba sorprendido…

―El hijo de tía Magenta ―dijo en un susurro el joven, pero no dijo más nada al ver que los ojos del hombre se llenaban de tristeza…

―Sí Magenta era mi madre… Bueno y ya se deben de haberse presentado pero ella es mi hija Willow Nilavu.

―¿Nilavu?

―Sí, primero muerto antes de que lleve el mismo apellido de ese maldito ―interrumpió Ringo…

―¿De dónde lo sacó? ―el azul y el negro de sus ojos chocaron y era más que evidente que ninguno de los iba a ceder.

―Su madre… ¿Por qué?

―En Sekishokudo hay un bosque donde se cree está escondido el lugar más sagrado para cualquier criatura mágica… ese bosque es el Nilavu… No creo que eso sea muy sabido por aquí ¿no? ―tanto Willow como los dos hombres miraron sorprendidos al ojiazul―… ¿Alguno finalmente va a decirme porque estoy aquí?

―No lo sé… pero creo que lo mejor ahora será movernos, busquemos un lugar para hablar más tranquilos.

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