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En el castillo

La ciudad de Kioo, es una de las más grandes y hermosas de Sekishokudo, coronada por un inmenso palacio de roca y mármol. Las personas de la ciudad iban y venían haciendo sus cosas como de costumbre, alegres y sin demasiadas preocupaciones, pero a las afueras de la ciudad, a pocos metros del bosque Zi jing, las cosas no estaban tan tranquilas.

―Zhao, basta ni lo menciones ―vociferó el joven de cabello negro algo alborotado, ojos azules como zafiros y rasgos afilados que lo hacían bastante atractivo, mientras caminaba como animal enjaulado delante de otros dos jóvenes.

Los dos jóvenes lo miraban tratando de contener la risa. Uno medía dos metros de alto, bastante fornido, su cabello negro por lo general iba bien peinado hacia atrás y sus ojos rojos como rubíes, casi siempre recalcaban su expresión seria. El otro medía un metro noventa, un poco más delgado que el anterior, de cabello rubio y largo que siempre llevaba atado en la nuca, sus ojos verdes como las esmeraldas, generalmente mostraban un brillo divertido que acompañaba su infaltable sonrisa.

―Hermano por favor ¿quieres dejar de actuar como una niña? ―exclamó el rubio sin poder contener más la risa, con lo que se ganó una mirada fulminante de aquellos zafiros.

―Kiba sabes que no es cosa nuestra, son órdenes del rey ―agregó el alto pelinegro mientras cruzaba los brazos sobre su pecho.

―Los dos están involucrados en esto… y si a alguien le toca ―las palabras se quedaron en la garganta del joven… Su expresión había cambiado repentinamente y sin importarle lo que sus hermanos le decían comenzó a adentrarse en aquel bosque repleto de árboles rojizos y violetas...

El cuerpo le dolía. Podía escuchar el paso de los caballos y un cuchicheo a su alrededor, mientras sentía que todo el lugar se movía. Abrió los ojos y se incorporó, seguía en aquella carreta con rejas, hacía poco más de un día que la transportaban en esa celda rodante.

―Hasta que despiertas, esto no es un paseo bruja ―dijo Kala soltando algo de su veneno―…  ¿Quién hubiera dicho que Ringo terminaría siendo padre de una bruja?

―Yo no soy una bruja ―espetó Willow ya molesta, no le gustaba como esa mujer decía aquella palabra, pero todo lo que consiguió fue una risa sarcástica.

―Claro y yo soy una sirena… ¿Si no eres una bruja, como hiciste todo eso? ―preguntó dejando ver sus garras―… Solo puedes hacer algo así con magia, los arboles no obedecen a nadie.

Willow se giró y decidió que lo mejor era ignorar a esa bruja, no tenía caso discutir con ella después de todo ni siquiera Willow sabia porque los árboles y las criaturas del bosque la ayudaban, pero desde que tenía memoria había sido así. Levantó la vista al camino frente a ella y pudo ver, a algunos kilómetros,  la enorme ciudad que se levantaba a orillas del rio y aquel enorme  castillo gris. Todo el lugar se veía bastante lúgubre pero lo que más llamó la atención de la muchacha fue la falta de árboles, todo lo que había eran tres o cuatro arboles amontonados en un sector y a unos cuantos metros podía verse otro pequeño puñado. Para ella que se había criado a pocos pasos de un enorme bosque esa visión era extraña y algo triste.

Al entrar en la cuidad su corazón se encogió, nunca había estado en un lugar tan grande y con tanta gente que la miraba como si fuera un bicho raro. Definitivamente  las personas no le gustaban, «prefiero los árboles y los animales ante todo, al menos ellos no te miran de esa manera que te hace sentir la cosa más despreciable que existe» pensó la platinada.

Las pesadas puertas que daban acceso a las inmediaciones del castillo se abrieron lentamente. El enorme lugar estaba rodeado de soldados enfundados en sus armaduras. El carro que la transportaba se movía lentamente, dándole tiempo a Willow de observar todo, pero en un momento los ojos de la platinada se detuvieron en un punto. No podía cree lo que veía. No en ese lugar que parecía matar todo lo verde y bueno. A un lado del sendero de adoquines, justo frente a la puerta que daba acceso al interior del castillo, había un sauce blanco enorme, antiguo, bello y lleno de vida. Sin que ella lo notara una sonrisa se formó en sus labios, la primera en dos días.

El carro se detuvo y dos soldados la bajaron, había un grupo numeroso de personas esperando, pero toda la atención de la muchacha esta en aquel árbol de hojas blancas que se movían con el vaivén de las delgadas ramas que caían hasta rozar el suelo.

―¿De dónde vienes retoño? ―escuchó el murmullo del árbol en su cabeza.

Del bosque Xiwang  ―respondió, de la misma forma en que siempre se dirigía a los árboles, con cortesía y una sonrisa en sus labios. Sabiendo que solo aquel árbol podía escucharla.

Estas lejos de tu tierra, tendrás que cuidarte aquí… dime ¿Cómo esta Senlín?

Bien… Gracias ―respondió igual que antes, pero esta vez la tristeza destacó entre sus emociones.

La bruja y los soldados comenzaron a guiarla por las escaleras hacia la puerta, mientras que  a pocos metros de ella un grupo de cuatro soldados empujaban al doctor Koda, quien la miró con la preocupación y la culpa marcadas en su rostro, por lo que la platinada le sonrío para darle a entender que todo estaba bien, eso no era su culpa.

Todo estará bien… si no me equivoco ha venido por ti ―fue lo último que escuchó del sauce, mientras atravesaba la puerta hacia ese enorme salón.

«¿Qué quiso decir con eso?... ¿De dónde sale tanta gente?» se preguntó al dar los primeros pasos sobre la alfombra roja. El lugar estaba repleto de hombres y mujeres que se repartían desde los bordes de la alfombra hasta las paredes del inmenso salón, y frente a todos ellos sentado en un enorme trono de oro y joyas, se encontraba un hombre de cabello azul, ojos negros como la noche y sonrisa un tanto macabra, que llevaba una corona roja tan brillante que solo podía ser una cosa… oro bañado en sangre de quimeras, ella sabía muy bien que la sangre de quimera le daba ese tono a cualquier cosa convirtiendo ese objeto en algo prácticamente invaluable. Eso le trajo a la mente a su pequeño Howl y solo pudo sentir desprecio por ese hombre y por todos aquellos que lo veneraban.

 ―Luhui Dasem, en verdad creí que ya habías muerto… pero claro tenías que ser tú quien acompañara al traidor de Ringo ―dijo aquel hombre, que debía ser el rey, en un tono despectivo y algo seseante mirando con desprecio al hombre que estaba encadenado y sujeto por dos soldados, cosa que se le hizo extraña a la platinada «¿Por qué escoltarlo con cuatro hombre y dejar dos junto a él?» se preguntó mirando a la única persona que la escoltaba ahora, esa bruja, Kala.

―Diga lo que quiera alteza ―respondió en un tono sarcástico el doctor.

―En verdad voy a disfrutar viéndote morir ―agregó con una sonrisa burlona antes de mirar a los soldados que sujetaban al doctor―… Llévenlo a la celda con su amigo, seguramente estará feliz de verlo ―terminó soltando una carcajada mientras los soldados comenzaban a arrastrar a Koda, e inmediatamente sus ojos se posaron sobre el cuerpo de la platinada y la inspeccionaron de pies a cabeza, centrándose finalmente en los ojos violetas que lo miraban con desprecio y odio―. Ya é visto esa mirada ―dijo desviando su mirada hacia la bruja que estaba a dos pasos de la joven.

―Su majestad, le presento a la hija de Ringo Gurín ―dijo la bruja haciendo una reverencia para luego señalas a la muchacha de ojos violetas―… Willow.

Los murmullos se apoderaron del lugar y todos los presentes comenzaron a moverse para tratar de obtener un mejor ángulo de visión de la joven, que no dejaba de mirar con desprecio a ese hombre que usaba aquella corona manchada con la sangre de  quien sabe cuántas quimeras.

―Pues tiene la misma mirada que su padre, aunque no podría decir de dónde sacó esos ojos y todo lo demás, es más que evidente que no se parece a su padre ―los ojos de Willow lanzaban chispas, ese hombre le caía cada segundo peor―… ¿En verdad eres hija de Ringo?

―Respóndele a su majestad ―ordenó un hombre de mandíbula cuadrada con una enorme cicatriz que le atravesaba el rostro, el cual se le hizo familiar a la joven, era el mismo hombre que había visto en Xiwang cuando se llevaron a su padre.

―¿Dónde está mi padre? ―fue todo lo que dijo la muchacha en un tono más que serio.

―El rey es quien hace las preguntas ―espetó la bruja enseñando sus garras antes de apretar el pálido brazo de la muchacha.

―Mi padre me enseñó a ignorar las preguntas estúpidas ―dijo como si nada Willow ignorando a la bruja sin dejar de ver a aquel hombre, quien repentinamente soltó una carcajada.

―Definitivamente sacaste el carácter y la actitud de Ringo… ¿si todo lo que se ve es de tu madre? me encantaría conocerla ―agregó en un tono algo lascivo, ganándose una mirada cargada de regaño de su esposa y su madre.

―Valla rey que tenemos asesino, traicionero y lujurio… ―no pudo terminar sus palabras, una fuerte mano acababa de abofetearla, al mirar se encontró con el hombre de la cicatriz frente a ella.

―Drys, trata de ser un poco más delicado con mi sobrina ―dijo Havtorn en un tono que simulaba preocupación―… Ahora querida mía, no soy la persona más paciente de este lado del muro y mis hombres tampoco lo son ¿quieres decirme donde está el cristal? Tu padre debe de habértelo dado ―volvió a hablar con aquel tono seseante.

―No sé de qué rayos habla ―respondió la muchacha de ojos violetas sin levantar su mirada del piso… algo estaba sucediendo, podía sentirlo, pero todo el murmullo de alrededor no la dejaban concentrarse.

―¡¿Cómo qué no?! Claro que tu… ―vociferaba el rey, pero se detuvo al ver a una mujer acercarse.

El repentino silencio hizo que Willow levantara la vista del piso, entonces se encontró con una mujer de cabello negro largo hasta los pies y ojos de un gris casi blanco, que vestía una túnica roja, el mismo rojo de aquella corona. Havtorn y el resto de los presentes se habían quedado mirando a la mujer, que tenía una expresión vacía, como si fuera una muñeca sin vida.

―Algo atravesó la barrera ―dijo la mujer con una voz monótona. Los murmullos volvieron a hacerse presentes pero esta vez iban en aumente. Willow no comprendía muy bien que estaba pasando, pero al encontrarse con esa mirada casi blanca sobre ella sintió algo de miedo.

―Llévenla a una celda, luego seguiremos con esto, ahora quiero que todos se centren en saber que rayos acaba de entrar en mi reino.

El enojo en los ojos de aquel hombre fue lo último que vio Willow, antes de que la llevaran  a su celda. Volvía a estar entre rejas, solo que esta vez en lo alto de una torre. Se acercó a la ventana y volvió a sonreír al ver el sauce blando, que todavía se destacaba aunque ya había comenzado a oscurecer.

Ringo había escuchado desde su celda el alboroto que armaron los ciudadanos al entrar en el castillo, era evidente que los hombres de Havtorn habían atrapado a alguien, y todo lo que él podía hacer era rogar por que no fuera su hija.

Después de un rato con un extenso silencio, que le estaba poniendo los nervios de punta, escuchó pasos acercándose, seguramente traían a alguien. Los soldados se detuvieron ante su puerta y la abrieron para tirar a un hombre dentro y volver a cerrarla rápidamente.

Desde el rincón donde ringo se encontraba no pudo ver bien al hombre, todo lo que noto es que era bajo y calvo… de repente su respiración de detuvo y se levantó más rápido de lo que se creía capaz. En cuatro zancadas estuvo a  la par del hombre que se acababa de poner de pie.

―Ringo… lo siento ―la voz de su amigo fue un susurro que le tiró el alma a los pies.

 ―No puede ser… ¿Qué mierda pasó? Se suponía…

―Kala… esa maldita bruja es una traidora ―dijo el hombre apretando los dientes.

 ―No es posible, el bosque Azulino…

―Havtorn infiltro a sus hombre en el bosque… ya no hay lugar seguro en Ryokudo… lo siento yo ―la culpa y el arrepentimiento se veían y escuchaban en Koda...

―No es tu culpa, si alguien tiene culpas aquí ese soy yo… debí pedirle a Lín que se la llevara hace tiempo, pero siempre me parecía tan pequeña y la necesitaba tanto ―Ringo sintió la mano de su amigo sobre su hombro.

―¿Qué hará ahora?

―Presionar hasta que le diga dónde está el cristal.

Willow paso la noche prácticamente en vela, no había podido dormir por más de una o quizás dos horas. Su mente estaba llena de imágenes que no la dejaban dormir, especialmente aquella imagen de Howl siendo golpeado por el hechizo de esa bruja. Sentía un nudo en la garganta, quería gritar, llorar y volar lejos de allí, pero no podía hacer ninguna de esas cosas, no les daría el gusto de desmoronarse. Cuando fueron a buscarla ya hacia bastante tiempo que el sol estaba en el cielo, debía ser poco más del mediodía.

Para sorpresa de Willow la llevaron a la entrada del castillo, a pocos  metros del sauce blanco. El rey y su sequito estaban ubicados en una tarima cerca de las escaleras que daban a la entrada del castillo, los soldados seguían apostados en los mismos lugares que el día anterior y los habitantes del pueblo volvían a ser espectadores. Lo único diferente del día anterior era la tarima donde se encontraba un enorme hombre encapuchado que sujetaba el hacha más grande que la platinada había visto en su vida, y a un lado del verdugo pudo adivinar a Koda por la pelada y a su padre… si ese hombre era su padre, no se veía muy bien, pero seguía vivo…

―Bienvenida sobrina ―dijo Havtorn mirando a Willow y luego a Ringo―… muy feo hermano que no me hayas dicho nada de ella, lo cual es una lástima, pues si le tomaba cariño difícilmente le haría algo… pero no fue así, y yo ahora necesito que me digas donde está el cristal.

―Quisiera poder decirte pero no lo sé ―respondió Ringo con un evidente pesar, conocía a su hermano y sabía que no dudaría en matar a su hija, pero él no podía darle una respuesta.

―Acaso no me conoces… ¿quieres una prueba para ver que te hablo en serio? ―preguntó algo molesto y rápidamente hizo una seña y agregó―… Mata al doctor.

El encapuchado levantó el hacha mientras dos soldados movían al encadenado hombre y enganchaban sus cadenas al piso, obligándolo a quedar de rodillas.

Koda miró a Ringo y luego a Willow con una sonrisa en su rostro. Los ojos violetas de la platinada se llenaron de lágrimas, por aquel hombre que siempre estuvo presente en su vida, que le había curado más de una herida y, aunque él no dijera nada, ella sabía la quería como una hija, pues esos ojos se lo decían cada vez que él la miraba.

―Tus últimas palabras ―dijo el encapuchado comenzando a medir la distancia antes del golpe…

―Un honor haberte conocido princesa ―respondió Koda con una sonrisa sin despegar sus ojos de la platinada.

Los ojos de Willow buscaron a su padre y lo encontraron forcejeando con los soldados que lo sostenían.

―Tu puedes detenerlo… sabes que seguiré por tu hija ―se escuchó la voz desdeñosa de Havtorn y al instante Ringo le lanzó una mirada asesina, a la que el rey respondió haciendo una seña al verdugo para que matara a Koda.

El corazón de Willow se detuvo al ver el brillante filo del hacha balancearse sobre la cabeza del hombre encapuchado. Cerró con fuerza sus ojos al notar que la afilada arma comenzaba a caer. Escuchó el golpe del arma y como si fuera un eco del golpe el murmullo y las exclamaciones… ¿sorprendidas? Rápidamente abrió los ojos y ante ella se encontró con una barrera de gruesas raíces que se interponía entre el verdugo y Koda, la cual había detenido el hacha a unos pocos centímetros del hombre que seguía de rodillas con una expresión de sorpresa en su rostro.

Las exclamaciones se escuchaban cada vez más alto y de repente un rugido ensordecedor retumbo en el lugar y una bola de fuego golpeó en una de las torres. Las llamas comenzaron a llover en el lugar mientras las personas corrían y gritaban  desesperadas buscando refugio. Otro rugido se sobrepuso ante los gritos y el fuego cayó en un chorro incesante que formo un circulo rodeando la tarima donde estaban los prisioneros. Todos miraron hacia arriba y el aire se congelo en sus cuerpos al ver aquella enorme figura que sobrevolaba esa zona del castillo y que lentamente comenzó a descender.

Los soldados comenzaron a atacarlo con flechas y se preparaban para continuar el ataque con lanzas y espadas.  Las flechas golpeaban y rebotaban sin hacer ningún daño a esa negra, escamosa y brillante piel.

Willow no podía creer lo que veía: piel negra como la noche, alas enormes de un negro azulado, garras, púas y ojos azules como zafiros. La criatura la miró y escupió una bola de fuego que paso a su lado y chocó con dos soldados que trataban de acercarse a ella.

«¡Un dragón… Esto no es posible!» pensó la platinada buscando a su padre con la mirada, para saber si estaba alucinando o no, pero al verlo, tampoco podía creer lo que sus ojos le mostraban. Su padre aquel hombre tranquilo y pacífico, estaba peleando con los soldados que lo rodeaban y no solo eso, sino que aun estando encadenado los estaba derrotando con mucha facilidad al igual que el bajito y calvo doctor… Un rugido hizo que volviera su atención al dragón.

Las enormes patas del animal tocaron el suelo. Volvió  a batir sus alas y las llamas de las cercanías crecieron, movió su larga cola y con ella derribó a un grupo de soldados que se acercaban a él… y antes de que  Willow lo notara el enorme dragón la estaba rodeando en una pose protectora. La enorme garra la sujetó por la cintura mientras esas fauces  volvían a escupir fuego, esta vez directo a la entrada del castillo, donde Willow pudo ver al rey y su sequito corriendo a refugiarse de las llamas.

La garra se cerró un poco más fuerte sobre su cuerpo, aunque no demasiado, y Willow sintió que la criatura comenzaba a levantarla, vio las alas que empezaban a  moverse lentamente. Pronto el enorme cuerpo se estaba elevando con la platinada bien sujeta y protegida entre sus garras, y lanzando una última bola de fuego a un grupo de cinco soldados que se acercaban a Ringo y Koda el dragón emprendió el vuelo hacia el este.

Ringo lo vio alejarse y sin perder tiempo se abrió paso entre los cuerpos en llamas, hasta llegar a la zona donde estaban amarrados los caballos bell de los guardias. Golpeó a un guardia que quedaba cerca y sin demorar más subió al caballo para sacarlo a todo galope. Escuchó los cascos de otro caballo que se acercaba, ni siquiera volteó para ver quién era, ya sabía que su amigo Koda no lo abandonaría.

En unos pocos minutos estaban fuera del pueblo y pudieron ver en el cielo la figura de la bestia que se hacía cada vez más pequeña.

―Tiene a Willow no podemos perderlo ―gritó Ringo.

―Debe ir al muro… por lo visto va hacia la zona del bosque azulino.

Ringo asintió y apuró al caballo. Sabía que los dragones eran mucho más veloces y no podía permitir que esa criatura le hiciera algo a su hija… «¿Por qué llevarse a Willow?... ¿Cómo rayos atravesó el muro? Lín, si tienes algo que ver, permite que pueda despedirme de ella… por favor amor.» Rogó mentalmente y se concentró en el camino.

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