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3.

—Me enteré de que ocurrió algo el viernes, Drea —Marcos se detiene justo frente a mí, haciéndome despegar los ojos del computador. La mata de cabello castaño despeinado me hace reír—. ¿Te encuentras bien?

—Si —Suelto, completamente feliz de no tener un rasguño—. Sólo fue un susto. Un tonto no encendió las luces mientras conducía.

—Eso es grave, pero todo está bien, ¿no?—Asiento, tomando la dona que me ofrece—. Ariana me dijo que estabas enojada con ella.

—Enojada es quedarse corta —Gruño, recordando la noche del viernes—. Hay que ser lo suficientemente estúpida para dejar escapar a un perro de una jaula, ¿Qué hacia buscando unas llaves ahí?

—Es nueva —Él la escusa, y veo lastima pura dibujada en su rostro—. Además, encontraremos al perro, Drea.

—Lo harán —Aseguro, arqueando una ceja en su dirección—. Creo que ninguno de ustedes quiere enfrentarse al enojo de su madre.

—Buen punto —Él suelta, algo estresado—. Sólo mantendré a Ariana lejos de las jaulas, esa niña es un peligro para ella misma.

Asiento, totalmente de acuerdo. Marcos se marcha veinte minutos después de una no tan interesante plática. Tener que estar a cargo del teléfono, era aburrido.

Lo más interesante que había logrado ingresar en el Refugio, era el caso de un san Bernardo totalmente lleno de alquitrán. Fue algo triste de ver, pero saber que Ben se encontraba mucho mejor ahora, y con una familia que lo amaba, valía la pena.

Suelto un suspiro.

Mi vida era aburrida, pero lo era mucho más cuando me encontraba en el trabajo. Saber que tendría que llamar a un taxi cuando mi turno termine, era lo peor.

El enojo que sentía contra Tobías, había disminuido, pero no podía pasar por alto que él se creía el dueño del mundo. Si, era guapo, y bajo ese traje podía esconder muchas cosas, pero aun así, su personalidad lograba confundirme.

Al menos lo poco que había hablado.

—Iré por algo de comer —Mis pensamientos son interrumpidos por la mata de cabello castaño de Ariana. Sus ojos cafés se enfocan en los míos, y parece apenada—. ¿Quieres que te traiga algo?

—Gracias. —Respondo, aun sin saber cómo reaccionar con ella. Ariana toma nota mental de lo que le pido, y termina marchándose como todo un conejo asustado.

Sin saber que más hacer, me pongo manos a la obra en revisar la cantidad vacías que había en el refugio, algunas de ellas necesitaban mantenimiento, y otras necesitaban ser desocupadas.

Ese solo pensamiento me ponía triste.

Todos esos perros y gatos necesitaban un hogar donde los amaran, un hogar que cuidara de ellos, pero las personas son uno de los peores seres que había pisado la tierra.

La campanilla de la puerta principal suena, sacándome nuevamente de mis pensamientos. La visión de una pequeña y linda niña pelirroja me hace sonreír, pero mi sonrisa se elimina en cuanto mis ojos se detienen sobre el hombre detrás de ella.

Ojos azules me observan sin vergüenza alguna cuando se detienen sobre mi pecho, las grandes manos se dirigen a su corbata, y la afloja un poco, para luego tragar saliva.

Tobías Vidal está de pie frente a mí, observándome como si fuera una especie de trozo de carne.

—Señorita Castille. —Él saluda. Su lengua juega con mi apellido, haciéndome sentir completamente extraña. No sé qué decir, o que hacer. Este hombre desprendía sexo por cada uno de sus poros, y yo estaba necesitada de una buena ronda.

—S-señor Vidal —Me aclaro la garganta, sintiéndome como una estúpida colegiala enamorada de su maestro. Sólo que ahora no me encontraba en la escuela, y Tobías no era mi maestro—. ¿En qué puedo ayudarlo?

—¡Quiero un gato! —Mi atención es arrancada del dios griego frente a mí hacia la pequeña niña pelirroja. ¿Es su hija? No se parecen en nada...—. Papá me prometió uno.

Bien, cero esperanzas de un buen polvo junto a Tobías.

—Genial —Intento esconder mi decepción y me obligo a sonreír—. ¿Ya sabes cuál te gustaría? —Tomo las llaves del refugio antes de colocarme de pie y salir de la protección de mi escritorio. Soy testigo de los ojos de Tobías siguiendo cada uno de mis pasos, pero dejo toda mi atención sobre su hija.

—Tigre —La pequeña suelta en un murmuro pensativo—, me gusta el amarillo.

—Bien —Inclino la cabeza para que me sigan a la parte trasera. Tobías toma la mano de la pequeña niña, y camina delante de mí. El olor de su perfume se filtra en mis fosas nasales, y debo hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para no lanzarme sobre él—, yo tengo un gato atigrado, el señor Midas, es un gato tranquilo y muy juguetón.

—No quiero un gato que deje pelos por toda la casa. —Tobías suelta, haciéndome rodar los ojos. De nuevo, el idiota con el que me había chocado.

—Lo único que puedo decirle es que no debe estar aquí —Suelto con tranquilidad—. Este es un refugio, no encontrará animales con pedigrí.

Sacudo las llaves frente a él, haciéndole saber que no estaba de humor para perder mi tiempo. Personas como Tobías, eran los que no necesitaban una mascota esperando por ellos antes de llegar al trabajo.

Un gato no merecía aquella poco amorosa vida.

—Bien. —Suelta. Parece enojado, pero lo mantiene a raya cuando la pequeña niña tira de su mano.

—Prometo que limpiaré, tío. —Observo a la niña y luego a Tobías, este no me observa porque mantiene los ojos sobre la pequeña niña pelirroja. No era su hija. No es hija de Tobías.

—Lo sé, o tu padre limpiará la casa con su lengua —Los ojos azules de Tobías se dirigen a mí, y siento mi piel arder. Aquella mirada no era una de enojo, esta vez era distinto—. Quiero ver los gatos.

Trago saliva.

Tener en mente las diferentes posturas que podía hacer con tremendo hombre frente a mi empezaba a afectarme. El frío del exterior ya no parecía ser tan molesto como antes.

La niña pelirroja suelta la mano de su tío en cuanto abro la puerta del refugio, el calor que desprendía el interior, solo aumentaba la temperatura de mi cuerpo.

Una mano se posa en mi espalda, dejándome estática por un segundo. Trato de recuperarme con un carraspeo, que él toma con diversión.

—¿Nerviosa, señorita Castille? —El ronco susurro en mi oído me hace negar con rapidez. ¿Qué diablos pasa con él? Me alejo de él luego de fulminarlo con la mirada y me dirijo hacia la pequeña pelirroja que mira encantada al primer gato.

—Se llama Gio —Digo, observando al pequeño gato blanco en la jaula. El maullido de este no se hace esperar, y sin permiso alguno abro la puerta metálica. Tomo al animal con cuidado, y sonrió al ver el rostro eufórico de la pelirroja—. Solo tenemos un gato atigrado, pero te aseguro que Gio será una buena compañía.

—¿Tiene todas sus vacunas? —Pongo los ojos en blanco y me giro aun con el gato en los brazos para enfrentar a Tobías.

—Le aseguro que cada uno de estos animales tiene las vacunas necesarias para ser adoptados —Sonrió con suficiencia al saber su apellido —. El refugio estará fuera de su bufete de abogados, señor Vidal. —Ahí está, la confusión estallando en su rostro. No se lo esperaba.

—¿Cómo lo supo?

—Tengo mis métodos —Con una sonrisa, me regreso mi atención a la pequeña, que observa a su tío como si estuviera a punto de matarlo. Yo te ayudo cariño—. Bien, vamos por tigre.

Camino delante de ellos, casi hasta el final del sector felino, y me detengo frente a la jaula correspondiente. Tigre era uno de los tantos gatos abandonados, encontrado por Marcos en un estado de desnutrición avanzando, pero gracias a Dios, él lo había encontrado a tiempo.

Hoy gozaba de un pelaje brillante, y un apetito voraz.

Quito la malla metálica, y tomo al gato antes de que sea capaz de escapar. El color de su pelaje era semejante al de un tigre, por ese hecho había sido nombrado "Tigre".

—¿Tigre? —Asiento, dejando que la niña acaricie al felino.

—Su dieta es algo estricta, pero nada fuera de lo normal. —Murmuro, recordando que a causa de la desnutrición, su estomago se había vuelto completamente sensible—. Sólo puede comer croquetas para gatos, y de vez en cuando un poco de leche. No más de dos veces por semana.

—¿Cómo lo encontraron? —La pregunta de Tobías me toma por sorpresa, pero termino respondiendo de todas formas.

—El hijo de la dueña del refugio lo encontró el invierno pasado, estaba atascado bajo la nieve totalmente desnutrido, hubiera muerto si Marcos no lo hubiera visto. —Tobías asiente, y antes de poder decir algo, su teléfono suena. Se disculpa por un segundo y abandona la sección de felinos.

Niego un poco.

Los hombres eran extraños.

Coloco al gato de nuevo en la jaula y observo a la pelirroja.

—Mi tío es extraño. —Ella frunce el ceño, y quiero preguntarle el porqué, pero un Marcos tembloroso entra en el refugio. La caja colgando en su mano es colocada con cuidado en el suelo, y sin preguntar, sé que se trata de un gato.

—Viejas locas —Gruñe, sacudiendo la nieve se su chaqueta—. ¿Cómo pueden intentar matar a un gato solo cuando busca un lugar caliente donde dormir?

—Las personas solemos ser inconscientes. —Repito la frase de su madre, y él simplemente hace una mueca—. ¿Puedes ayudarla con Tigre? Lo quiere llevar —Digo, refiriéndome a la niña pelirroja. Marcos la observa por un segundo, y asiente, dejando de lado la caja que trajo consigo.

El castaño no tarda en enfrascarse en una divertida platica con la niña, y en silencio abandono el refugio. La caja con el animal dentro pesa más de lo que pensé, y agradezco cuando logro llegar a la pequeña sala detrás de mi oficina.

Saco al animal, lista para empezar a pesarlo y buscar alguna herida, pero me detengo por completo cuando un par de grandes manos se detienen en mi cintura.

Una cálida respiración golpea contra mi cuello y todo mi cuerpo se estremece.

—Será mejor que deje ese gato dentro de la caja si no quiere que se escape, señorita Castille. —Sin saber porqué, hago lo que me dice con lentitud, el gato maúlla, pero lo ignoro y vuelvo a cerrar la caja.

Un jadeo escapa de mis labios cuando soy girada con rapidez, y me veo enfrentada a la tormenta de ojos azules pertenecientes a Tobías Vidal.

—¿Qué hace? —Pregunto. Mi voz me abandona en un susurro completamente distinto. Ronco. Sensual. Más carnal.

—Haciendo lo que tienes en mente desde el viernes por la noche.

Abro la boca para decir algo, pero sus labios están sobre los míos y me nubla el pensamiento. Grandes manos se cierran sobre mis pechos, obligándome a soltar un largo jadeo en su boca.

Mis piernas se ven obligadas a levantarse del suelo cuando Tobías me eleva con una de sus manos, la mesa metálica truena bajo mi peso, pero ninguno de los se detiene.

Tú y ese maldito habito de apretar las piernas cuando estoy cerca —Suelta, en un gruñido. Una de sus manos se desliza al interior de mi pantalón, pasando por alto la delgada tela de mi ropa interior—. Desde el viernes estoy imaginando las formas de follarme esa sucia boca tuya, Drea.

Un gemido me abandona cuando los dos dedos de Tobías se hunden en mi interior, dejando una extraña sensación en mi cuerpo.

Quería más.

Él quería más.

Lo podía ver en sus ojos.

Pero nos vemos obligados a separarnos cuando las voces de Marcos y su sobrina se escuchan.

Mi respiración me abandona en grandes bocanadas, mientras él no parece nada afectado. Mis ojos se dirigen a sus dedos -los dedos que estuvieron en mi interior-, y veo como los desliza al interior de su boca, chupando con lentitud.

—Creo que tigre ya encontró una nueva mamá. —Sonrió obligada a Marcos, sin pasar por alto la mirada que Tobías me lanza.

¿Qué diablos había pasado?

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