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23.

¡Espero que les guste el capítulo! 

Ig: DenisseGBellamy

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¡Disfruten su lectura! 

~*~

—¿Qué haces aquí? —Sé que esa no debería ser mi primera pregunta, aun cuando suena demasiado grosero, sin embargo, no intento disculparme. Santiago me agradaba, pero saber que estaba aquí solo me hacía saber por qué había aceptado salir con Lucas y sus "amigos".

—Está en la universidad conmigo, Drea —Lucas interviene, mostrando la mejor sonrisa que tiene. Lo observo, no sabiendo que decir, pero, en silencio, tomo una lenta respiración y elimino el recuerdo que quiere adentrarse a mi cabeza.

Tenía que dejar eso atrás.

¡Solo había sido un jodido mes! ¡no debería estar tan afectada con la ausencia de Tobías Vidal!

—Bien —digo, tratando de corregir un poco mi presentación—. Así que seré su conductora hoy.

—En realidad —Santiago dice, observándome—. Yo conduciré, no tomo alcohol.

Abro la boca, lista para soltar una larga reprimenda a Lucas, sin embargo, esto queda en el olvido cuando dejo mi atención sobre él. Su sonrisa podía ser la cura del cáncer, pero él la usaba en momentos que no eran importantes.

—Me debes una —digo en su dirección—. No me quedaré arreglada, ¿a dónde iremos?

—Bien —El rubio sonríe ampliamente, haciendo que una de mis cejas se arquee—. Se supone que iríamos a Marina, pero hubo cambio de planes a última hora e iremos a casa de un conocido.

>>Claro, si quieres ir.

—Cálmate, León —Lucas interviene, caminando hacia mí para luego brindarme su brazo como apoyo, no dudo en hacerlo y el moreno sonríe en mi dirección luego de guiñarme un ojo—. Tengo como tarea mantener a los tipos como ustedes fuera de la vista de mi prima.

—¿Tobías te lo pidió?

La incomodidad explota en la habitación. Se siente como si un globo de agua hirviendo cayera sobre mí, haciendo que cada parte de mi cuerpo ardiera. Lucas parece notarlo y aprieta mi brazo con suavidad.

No quería que lo hiciera.

No quería sentirme tan afectada con solo el sonido de su nombre. Él se había marchado, y yo tenía que seguir con mi vida. Él ya era historia.

—No —digo, con voz dura—, no es por Tobías. Estoy soltera, Santiago.

—Lo decía por mi tío —Lucas agrega, ayudándome en mi pobre intento de explicación—. Sabe que irá conmigo, no creo que quiera tener un nieto justo ahora.

Santiago se ríe, pero noto como la diversión no llega a sus ojos, en realidad, soy capaz de ver la duda instalada en su expresión, pero no hago nada para eliminarla.

—Bien —Lucas se aclara la garganta—. ¿Podemos irnos?

—¡Por favor! —El rubio festeja, haciéndome olvidar la tensión en mi cuerpo por un segundo—. Escuché que harán competencia de bebidas, necesito ganarla.

Y es así como logramos abandonar mi departamento. León, tal y como Lucas me explicó, es divertido, en el camino a la fiesta me había dicho que su cabello era teñido, pero que se sentía cómodo siendo rubio. Según él; el tinte lo había llamado a gritos.

Santiago era un punto a parte.

Solo daba respuestas cortas con los ojos puestos en el camino. Cuando lo conocí parecía ser un chico bastante parlanchín, pero luego de mi regreso del hospital había cambiado. Cómo si él supiera algo que yo estaba ignorando por completo.

—Así que casi mueres —León llama mi atención. Aún faltaban unos cuantos minutos para llegar a la fiesta por lo que, con una sonrisa amistosa lo observo—. ¿Qué se siente? Digo —corrige—, varias personas dicen que ven luces blancas, ¿qué viste tu?

—No lo recuerdo —Soy sincera. Sin embargo, el pequeño recuerdo de Tobías tirado en un sillón inconsciente llega a mi cabeza—. Sentí que flotaba, no había dolor ni nada. Todo era completamente calmo.

>>Se sintió bien.

—Casi me da un infarto a mí, si me lo preguntas —Lucas interviene desde el asiento delantero, llamando mi atención y la de León—. Todo estaba tranquilo pero cuando llegó y se desmayó; casi me hago encima.

>>Sabía que si algo malo le ocurría y yo estaba ahí Héctor acabaría con mi descendencia. No le importaría que fuera su sobrino. Yo estaría muerto ahora mismo si Drea no hubiera despertado.

—Fue un caos —Santiago murmura—. Ese chico gritando por su padre, Lucas gritando por Drea...

La sonrisa se elimina nuevamente de mi rostro. Sabía a quién se refería Santiago. Sabía que hablaba de aquel chico que había visto en mi departamento.

Ojos azules se encuentran con los míos en el espejo retrovisor y lo único que soy capaz de observar es mi expresión incomoda. Santiago lo nota, sin embargo, no se disculpa por sus palabras.

—Sí —digo—, Lucas me contó.

Y así es como la conversación llega a su fin. León y Lucas notan la tensión en el auto, pero no hacen comentario alguno referente a ello. Sé que los puntazos por parte de Santiago tenían algo más detrás, sin embargo, no intento obtener información.

No me importaba.

Mis ojos se enfocan en el camino por el cual Santiago conducía. Tal vez, si me enfocaba más en ellos y no en las personas a mí alrededor lograría alejar el malestar en mi sistema.

Había salido de mi departamento únicamente por la insistencia de Lucas. Sabía que, si no lo hubiera hecho, estaría sentada frente al televisor con la vista perdida, preguntándome que había ocurrido durante la última semana.

Enumeraría cada una de las cosas que hice antes de que todo estallara como si explosivos se tratase. Tal vez si no hubiera abandonado el departamento temprano por la mañana nada de esto hubiera ocurrido, pero, sin embargo, todo lo ocurrido me ayudó a saber que Tobías Vidal no era un hombre para mí.

Tal vez solo fue un malestar que no duró tanto tiempo.

—Observen la maravilla de las fiestas universitarias —Las palabras de León captan mi atención, sacándome de la bruma de pensamientos que amenazaban con aumentar la incomodidad en mi sistema. Mis ojos se desvían hacía el lugar que él observa, y siento como mis labios se abren ligeramente. Lo que parecía ser una casa normal durante el día, justo en ese momento parecía salido de una discoteca americana. De esas que suelo ver en televisión. Las luces de colores repartiéndose en varios lugares, brillando rítmicamente al sonido de la música—. Esto será inolvidable...

—Sé que Drea y yo pagaremos por esas palabras —Santiago gruñe, estacionando el auto un poco lejos de la casa, sin embargo nadie dice nada. La calle estaba atestada de otros autos, indicando cuantas personas se encontraban ahí—. Si algo le ocurre a mi auto tú y Lucas se harán cargo de los daños.

—Lo que digas, hombre —León es el primero en bajar, seguido de un poco malhumorado Santiago. Lucas se aclara la garganta, llamando mi atención.

—¿Diviértete, sí? —dice, observándome—. Ignora los comentarios de Santiago, suele hacer ese tipo de comentarios cuando algo lo está molestando.

—No hay problema —aprieto su hombro, para luego bajar del auto. León llega a mí antes de que logre cerrar la puerta y sonríe en mi dirección.

—¿Lista para la mejor noche de tu vida? —pregunta, acercándome su brazo. Sé que no debo aceptar la ofrenda, pero lo hago. Ojos castaños caen sobre los míos y, sin saber exactamente por qué, me siento cómoda.

—No puedo beber alcohol por si lo olvidaste —digo, mostrando mi mejor sonrisa—. Así que tal vez sea una noche aburrida.

—La gaseosa puede ser divertida.

—¡Deja de coquetear con mi prima! —Lucas llama la atención de ambos. Su ceja derecha está arqueada hacia nosotros y no puedo evitar sentirme divertida.

Estaba en todo su papel de macho alfa.

—Separados se ven mejor, ¿saben?

—Lo sé —asiento, totalmente de acuerdo, pero una sonrisa divertida se desliza en mis labios cuando señalo mis zapatos—. Debe tener un soporte justo ahora y León se ofreció.

Lucas abre la boca para decir algo, sin embargo la seria voz de Santiago lo interrumpe—: ¿Vamos a la fiesta o seguirán peleando, señoritas?

—Eres como un grano en el culo, Santiago —Lucas se queja, dejando la pequeña discusión de lado. Soy yo quien tira de León para que este comience a caminar.

Había asistido a fiestas antes, sin embargo, ir con Lucas y sus amigos era algo nuevo para mí. La única compañía que tuve durante mi estadía en Santiago era el Señor Midas, lo que reducía mi vida social a eventos organizados por el refugio.

Me divertía, no podía negarlo. Sin embargo, este era otro nivel. Había dejado atrás los overoles y ahora un vestido de negro ceñido al cuerpo ocupaba su lugar.

El ritmo de la música empieza a taladrar mis oídos ante cada paso que damos hacia la casa. Las personas se distinguían desde nuestra posición. León es el primero en decir algo a lo cual no presto atención, pero soy capaz de sentir la emoción irradiando su cuerpo.

Mi atención está sobre las personas rodeando la casa, todos y cada uno de ellos visten ropa juvenil, algunas mujeres llevan pantalones rasgados, dejando a la vista más piel de la que yo había visto en una mujer.

Los hombres viste similar a Lucas, Santiago y León, claramente todos esperaban llevarse algo a casa, lo cual me hace fruncir el ceño. ¿Esto era una fiesta universitaria?

—¿Esto es lo que me espera todos los fines de semana? —Pregunto, captando la atención de León, este se ríe.

—Claro —dice—, cada que tu primo decida soltarte la correa.

—No tengo correa —Lo empujo, sin poder evitar soltar una risa. León era divertido, lástima que los rubios ya no eran lo mío. Este se separa de mí, dejando que camine por mi cuenta. No intento regresar a su brazo y, en lugar de ello, digo—: ¿De quién es la fiesta?

—Solo sé que estudia derecho —dice, frunciendo el ceño—. Hijo de papi, su hermano tiene un bufete, creo que es apellido Alsina.

—Bien —suspiro—, sé de quién debo mantenerme alejada.

—¿De los niños ricos? —Niego, soltando una risa.

—No —sonrío—, de los abogados.

León no parece entenderme, pero no hago amago alguno para dar más explicaciones sobre mis palabras. Siguiendo los pasos de mi primo y Santiago, logramos llegar a la gran casa.

El lugar está a explotar de personas, sin embargo, parecía que unas dos docenas más encajarían con algo de esfuerzo en ella. Un grupo de cuatro chicas saludan a Lucas, quien no duda en sonreírles de lado.

Aquella sonrisa que le daba a todo el mundo.

No logro escuchar las palabras que intercambian por el alto sonido de la música, sin embargo me detengo junto a ellos, esperando pacientemente a que terminen. León está a mi lado, pero su atención está sobre las mujeres, lo que deja a Santiago, quien, algo incomodo, me observa como si tratara de ver más allá de mis ojos.

Su manzana de Adán se mueve, por lo que deduzco que está tragando saliva. Sé que no debo estar enojada con él, pero los comentarios que había hecho desde que entró a mi departamento no dejaban de molestarme.

¿Lucas no le había dicho acerca de lo ocurrido o él simplemente buscaba molestarme?

El moreno parece aún más incomodo que yo, y noto cada uno de sus movimientos, desde que se disculpa, hasta cuando da tres pasos para llegar a mí, ofrece su brazo en silencio, el cual dudo en tomar por lo que parece una eternidad, pero, cuando regreso en sí, soy consciente de que lo acepto, sin siquiera detenerme a pensarlo más.

—Odio estás fiestas —dice, hablando sobre la alta música.

Asiento en silencio sin llegar a abrir la boca. No quería gritar, ni levantar la voz más de lo normal. Sí, estaba en una fiesta, lo que hacía mucho más difícil el que pudiera comunicarme, mas no me importa.

—¿Te quedarás callada toda la noche? —vuelve a llamar mi atención, esta vez obligándome a detener mi paso—. ¿Estás enojada por lo que dije sobre Tobías y su hijo?

No es necesario que levante la voz sobre el ruido taladrando mis oídos. Soy capaz de entender sus palabras con claridad y, sin decir nada, libero su brazo de mi agarre. Santiago me observa con atención, esperando a que diga algo más.

—No estoy enojada —miento, tomando una lenta respiración—. No me importa lo que digas sobre ellos, pero, por favor, trata de no obtener información de mi parte porque no la tendrás, Santiago. Si me disculpas.

Sin siquiera esperar su respuesta, giro sobre mis pies, alejándome con toda la tranquilidad que soy capaz de reunir, haciendo mi camino hacia la gran casa. Varias personas me observan, pero no me detengo ante ninguna de ellas. Sabía que si lo hacía, me pondría a gritar, tal y como ocurrió la segunda noche en el hospital.

Quería dejar eso atrás.

—¡Eh! ¡toma un trago! —Niego, pasando de alto a la chica que me ofrece un vaso de polietileno con un líquido que no logro reconocer. No podía tomar una sola gota de alcohol sin terminar en el hospital y, ciertamente, no quería regresar allí.

Lucho por atravesar la gran cantidad de personas en el interior de la casa, logrando chocarme con varias en el camino. Algunas de estas se quejan, sin embargo, el resto parece mucho más allá de borrachos y no logran darse cuenta de la castaña vistiendo un vestido negro que cruza a toda velocidad entre ellos.

Logro encontrar la cocina con dificultad, topándome con la imagen de un hombre bebiendo lo que parecía ser a vodka del estomago de una mujer. Quería intentarlo, pero esa noche no iba preparada.

Niego con algo de diversión.

Si papá llegara a verme así, sufriría un colapso.

Decido dejar de lado la cocina, y sigo en silencio el camino que lleva a lo que parece ser un patio trasero. Tal vez no sea el mejor lugar de la fiesta, pero estaría bien hasta que Lucas me buscara.

Las puertas corredizas están abiertas, por lo que no dudo en salir al exterior. El frío de la noche me golpea de lleno, haciendo que todo mi cuerpo se estremezca ante el contacto.

Debí haber llevado una chaqueta conmigo, debería tenerlo en mente una próxima vez.

Abrazándome a mí misma, observo mí alrededor, topándome con un césped bien cuidado, pero, mis ojos se abre a tope cuando pongo los ojos en una pareja al fondo. La mujer no lleva la parte superior de su ropa, y las manos del chico parecen hacerse una con la tela de su pantalón.

Sé que no debe parecerme divertido, sin embargo, debo morderme la lengua para no soltar una fuerte carcajada y llamar la atención del par. En silencio y con mucho cuidado, me alejo de ellos, logrando encontrarme con un hombre alto hablando por teléfono. Aún por sobre la música soy capaz de entender las palabras que dirige a la otra persona.

—¡Te estoy diciendo que él hizo una maldita fiesta en mi casa, mamá! —grita, con todo el enojo que una persona puede tener—. ¡Me cago en tu hijo y en todo sus amigos!

El elegante traje no contrasta con toda el aura de la casa, lo que llama mi atención. ¿Quién diablos era? Su cabello era teñido, a pesar de la oscuridad era capaz de notar las raíces negras en aquella mata de cabello rubio.

Su cuerpo se gira, como si supiera que está siendo observado y siento como el nerviosismo me ataca cuando un par de ojos negros me observan como si me hubiera atrapado haciendo alguna travesura. Abro la boca, lista para decir algo, pero una risa se escapa de mis labios, logrando que una mirada llena de confusión se dispare en mi dirección.

—¿Qué? —sisea, dirigiéndose a mí, pero luego rueda los ojos—. Luego te llamaré, mamá.

Termina con la llamada antes de que su madre, llegue a decir algo.

—¿Puedo saber qué diablos haces aquí y por qué te estás riendo? —Sus cejas se elevan, haciendo que otra risa brote de mis labios, cuando me doy cuenta, estoy riendo mucho más alto de lo que quisiera, ganándome una extraña mirada por parte del rubio.

—Y-yo —digo, sin poder parar de reír—. L-lo siento.

—Sí —asegura—, no sé si lamentas espiarme o reírte de mí.

—¡Oh, no! —respiro con lentitud, alejando la risa de mi sistema aun cuando parece una tarea imposible—. No me río de ti. Solo que es algo extraño —El teñido cruza los brazos sobre su pecho, y es cuando noto que tan elevada se encuentra mi cabeza mientras intento observarlo a los ojos. Es alto, aun cuando uso tacones no logro sobrepasar su altura—. Estás discutiendo por teléfono con tu, supongo, madre, mientras dos personas están teniendo sexo en tu jardín.

Su ceño se frunce, pero con rapidez señalo la pareja que había cachado anteriormente, esta vez, no los observo, pero noto la sorpresa que embarga al rubio. Su mandíbula se endurece y, con una rápida mirada en mi dirección, se aleja con dirección a los tortolos.

La escena en sí es divertida. Un elegante hombre vistiendo un elegante traje corretea a la pareja fuera de su jardín, aun cuando estos están borrachos gritando incoherencias, a él no parece importarle.

La gruesa voz con la que habla llega hasta mí y, nuevamente, no puedo evitar soltar una risa. Cuando termina con su trabajo, posa sus ojos sobre mí, una sonrisa tira de sus labios y observo como arregla su saco antes de dirigirse nuevamente hacia mí.

—Lamento eso —dice, extendiendo su mano en mi dirección—. Mi nombre es Emilio Alsina, mucho gusto, señorita risas...

De inmediato reconozco su apellido de mi corta conversación con León, sin embargo, eso no me detiene a responder a su saludo. Después de todo me había ayudado a olvidar el mal rato con Santiago.

—Drea Castille —digo, sonriendo—, otra de las personas que odiarás por venir a tu casa sin tu permiso.  



Pd: Emilio en multimedia. 

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