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25 | Pequeños sustos


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CAPÍTULO VEINTICINCO
PEQUEÑOS SUSTOS

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NARRADOR

—¡Amor, ya llegué! —exclamó Samary al abrir la puerta de la casa, con una sonrisa llena de energía y felicidad.

—¡Estoy en la cocina!

Samary se quitó los zapatos, dejando caer suavemente su maleta en el suelo, y caminó descalza hacia la cocina. Allí encontró a Pablo de espaldas, con los brazos en alto mientras lavaba los platos. No llevaba camiseta, y la luz del atardecer se reflejaba en su piel, destacando los músculos tensos de sus hombros.

—Hola, guapo —murmuró Samary, rodeándole la cintura con los brazos.

Pablo, sonriendo al sentirla detrás de él, detuvo lo que hacía y se giró lentamente para mirarla, dejando ver una expresión de ternura en sus ojos.

—Hola, gordita —respondió, y acarició sus mejillas antes de darle un beso breve pero cálido en los labios—. ¿Cómo te fue?

—Muy bien. Pasamos por la cafetería donde fuimos la otra vez —dijo Samary, entregándole una caja con las Napolitanas que había traído—. Mira, te traje unas de esas que tanto te gustan.

—Gracias, nena —respondió él, tomando la caja y acariciándole el rostro con suavidad antes de besarla de nuevo—. Yo aproveché para prepararte Panna Cotta, sé que te encanta. Está en el refrigerador, solo le falta unos minutos.

—Cómo no quererte, Pablito —musitó con una sonrisa—. Iré a cambiarme y luego comemos esas napolitanas. ¿De acuerdo?

—Vale —respondió él, devolviendo una sonrisa llena de complicidad.

Cuando Samary subió a su habitación, Pablo, ahora solo en la cocina, volvió a sus tareas, contento de verla tan feliz. Solo quedaban unos pocos platos por secar, lo cual no le llevó mucho tiempo. De pronto, un grito alarmado llegó desde arriba.

—¡Pablo! —gritó horrorizada Samary desde el piso de arriba.

—¿Qué pasó? 

Pablo dejó todo rápidamente y corrió escaleras arriba, saltando los peldaños de dos en dos. Al llegar al pasillo, encontró la puerta de la habitación abierta. Samary estaba allí, de pie sobre la cama, mirando al cachorro que intentaba subir hacia ella. El pequeño perro Siberiano, con su pelaje blanco y ojos azul, movía la cola y parecía encantado con la situación.

Samary, visiblemente asustada, no dejaba de mirar al animal, y al ver a Pablo aparecer, lo acusó con una voz temblorosa.

—Estaba cambiándome cuando sentí como esa cosa peluda caminó entre mis piernas.

—Amor, tranquila, es inofensivo —dijo, con tono calmado mientras acariciaba suavemente al perrito, que parecía todavía tan pequeño e inocente.

—¿De dónde salió? —preguntó Samary, frunciendo el ceño, aún algo nerviosa.

Pablo levantó al cachorro en brazos, mostrándoselo con cariño.

—La perrita de un amigo tuvo cachorros y no podían quedarse con todos. Recordé que me habías dicho que los Siberianos te parecían lindos, así que... pensé que te emocionaría —explicó, viendo cómo Samary miraba al perro con una mezcla de incertidumbre y curiosidad.

—Sí, me parecen lindos... pero... me dan miedo —confesó ella, sentándose en el centro de la cama, manteniendo distancia—. Nunca he tenido un perro.

Pablo, sorprendido por su confesión, se sentó junto a ella, poniendo al perro en sus brazos. Al verlo tan pequeño e inofensivo, sonrió con ternura.

—¿Nunca? —preguntó, acariciando el lomo del perrito con una mano.

—Nunca —Samary bajó la mirada, un tanto avergonzada. Se sentía vulnerable al confesarlo—. Mi mamá nunca quiso tener animales, así que nunca tuve uno.

Pablo le tomó la mano y, con suavidad, la acarició con el pulgar.

—Bueno, este es un buen momento para perderle el miedo a los perros —dijo, guiñándole un ojo mientras le acariciaba la mano—. Míralo, es tan suave y pequeño. No hace nada.

Samary lo miró, insegura, mientras el perrito jugaba con el dedo de Pablo, intentando morderlo, aunque sin mucha fuerza.

—No lo sé, Pablo. Sentí que me mordió la pata.

—Tranquila —rio él—. Aún es un bebé... ¡Auch! Oye, no me muerdas.

—Qué bueno que es inofensivo —murmuró sarcástica.

—Bueno, muerde, pero no tiene dientes. Hay que enseñarle lo que puede y no puede que hacer —explicó riendo—. Ven, acaricia su pelaje, es super suave.

El sevillano no le insistió a Samary que se acerca, después de todo no quiere presionarla y confía que ella misma puede sacar el valor para perder sus miedos.

Con un pequeño movimiento, Samary se acercó más a su novio y observó mejor cachorrito, que parecía contento entre los brazos de Pablo.

Samary, sin mucho convencimiento, extendió la mano y comenzó a acariciar al cachorro, que inmediatamente se escapó de los brazos de Pablo y se tumbó sobre su espalda, mostrando su barriguita. El suave pelaje de su panza hizo que Samary sonriera y se relajara un poco más.

—Es todo un guapo —comentó Pablo con una sonrisa de satisfacción, viendo cómo Samary, con una expresión suave y cariñosa, acariciaba al perrito—. Creo que ya le gustas —luego, mirando al cachorro con tono juguetón, agregó—: Para que sepas, campeón, ella es mía, y no dejaré que tu bonito pelaje me quite su atención.

Samary soltó una risa, dándole un empujón juguetón en el hombro.

—Serás bobo, Pablo —le dijo, antes de mirar al cachorro, que ahora la miraba fijamente—. ¿Cómo se llama?

—No sé, pensaba que ambos podríamos ponerle un nombre —responde frunciendo el ceño—. ¿Te parece Cookie?

Samary levantó una ceja, incrédula.

—¡Pablo! Ese nombre está más usado que un baño público —expresó, cruzándose de brazos.

—¿Entonces... que tal Rocky?

—Te juro que te prohibiré que tú elijas los nombres a tus futuros hijos. ¡Son tan comunes!

—Nuestros hijos, querrás decir —corrigió Pablo y Samary sonrió ante sus palabras—. ¿A ver, a ti que nombre se te ocurre?

Finalmente, los dos bajaron a la sala, donde se sentaron en el sofá, cada uno con un extremo del mueble, pero con las piernas entrelazadas. Entre un bocado de Napolitana y otro, pasaron un rato buscando nombres para el perrito, mientras este corría entre ellos, disfrutando de la atención.

—¿Qué te parece "Loki"? —preguntó Samary, mirando al cachorro, justo cuando este saltó al sofá y se acomodó entre ellos.

Pablo resopló, divertido, mientras acariciaba al perro.

—Yo no puedo ponerle Cookie, pero tú le quieres poner el nombre del villano más querido.

—Loki es más cool que "Cookie", y tiene más estilo —defendió Samary, riendo ante la expresión de su novio. —¿Además, el perro es macho, ¿no?

—Mi amigo me dijo que sí —respondió sin darle importancia—. Escucha, ¿qué te parece "Max"?

Samary ladeó la cabeza, no muy convencida. Ambos siguieron probando nombres, pero ninguno parecía tener el toque perfecto. Después de un rato, Samary se rindió y se sumergió en su celular, en TikTok para pasar el tiempo.

—¿Quién estuvo en la cafetería? —preguntó Pablo, con interés.

—Las de siempre: Danna, Ximena, Fiorella, Val y Saskia.

—¿Saskia también? —preguntó, con una expresión que no pasaba desapercibida.

Samary lo miró, frunciendo el ceño.

—Espera, ¿te cae mal Saskia? —preguntó, curiosa.

Pablo vaciló un momento, jugueteando con el hilo suelto de la almohada.

—No, no es eso... —dijo, sin mirar a Samary—. Es solo que... Nada, olvídalo

—Ahora me lo dices Pablo Páez Gavira —habló seriamente—. No pienso quedarme con la duda.

Pablo, incómodo, desvió la mirada al suelo y soltó un suspiro.

—Bueno... —murmuró, sin saber muy bien cómo continuar—. A veces creo que ella gusta de ti.

—¿Qué? —Samary se rio—. ¿Yo le gusto a Saskia? Es una locura. ¿Por qué dices eso?

Pablo, con una ligera mueca, se encogió de hombros.

—He notado cómo te mira —dijo—. Siempre se ríe de todo lo que dices, está todo el tiempo cerca de ti... y yo siento que no le caigo tan bien.

—Pablo...

—¿Crees que exagero?

Samary lo observó en silencio por un momento, antes de inclinarse hacia él y acariciar su mandíbula con suavidad.

—Pablo... —susurró, con una sonrisa tranquilizadora—. Te aseguro que para mí, Saskia es solo una amiga. Y para ella, yo soy lo mismo. ¿Confías en mí, guapo?

Pablo levantó la mirada y la miró fijamente a los ojos, sonriendo con ternura. Le besó la mano suavemente.

—Claro que confío en ti —dijo con una voz cálida, como si la duda se hubiera disipado—. Ahora, ¿qué te parece si dejamos de hablar de esto y seguimos buscando un nombre para este chico?

Samary, aliviada por la confianza de Pablo, soltó un suspiro y miró al cachorro con una sonrisa.

—No creo que encontremos uno, Pa... ¡Espera! ¡Joseph Morgan!

Pablo frunció el ceño y se rio entre dientes.

—Me llamo Pablo, Samary.

Samary, sin dejar de mirar su celular, le mostró la pantalla, donde aparecía un video de TikTok. En él, un actor británico interpretaba a Klaus Mikaelson en The Vampire Diaries.

—No, no me refiero a ti, tonto —dijo entre risas—. Joseph Morgan, el actor. Fue mi crush por años. Él interpretó a Klaus, el villano de The Vampire Diaries.

Pablo, aún sin entender del todo, miró la pantalla con desconcierto.

—Ay, Pablo —suspiró Samary, haciéndole una mueca divertida—. ¡Pongámosle al perro Klaus! En honor al amor de mi vida.

Pablo levantó una ceja y, haciendo una ligera mueca, respondió:

—Primero, yo soy el amor de tu vida —puntualizó, con un toque juguetón—. Y segundo, ese nombre no me gusta. Me suena a Santa Claus.

Samary se cruzó de brazos, frunciendo el ceño con ligera molestia.

—Pablo, no seas aguafiestas —dijo, con una sonrisa torcida—. Al menos dime que te gusta el nombre Morgan.

Pablo cargó al perro entre sus manos, que miraba con sus ojos brillantes al futbolista sin dejar de tener la lengua afuera y su cola no dejaba de moverse

Morgan... —musitó Pablo, pensativo, mientras se fijaba en el pequeño—. No suena mal. Además, me recuerda a un personaje de Mentes Criminales.

Samary sonrió, observando al cachorro mientras acariciaba su pelaje blanco, suave como el algodón.

Morgan —repitió, mirando al perro con cariño—. ¿Qué dices, chiquito? ¿Te gusta ese nombre?

El perro, como si entendiera perfectamente, soltó un pequeño ladrido, moviendo su cola con más fuerza.

Ambos se miraron y, al ver la respuesta del perrito, sonrieron al mismo tiempo.

—Creo que le gusta —dijo Samary, sonriendo al ver cómo el cachorro saltaba de alegría.

Pablo asintió, satisfecho con el nombre elegido.

—Entonces, Morgan es —dijo con un tono definitivo, mientras el perro, feliz, se acomodaba entre ellos.























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SAMARY GARCÍA

Rápidamente me dirigí al vestuario. Ya cambiada, me integré al entrenamiento. Realizamos varios ejercicios, y yo era completamente feliz aquí, haciendo lo que más me gusta. Aunque, claro, sería aún más feliz si me dedicara también a la Fotografía, pero supongo que esa oportunidad llegará algún otrodía.

El entrenamiento terminó más rápido de lo que pensé. El director técnico nos dio unas indicaciones del próximo partido amistoso antes de dar por finalizada la tarde.

—¡Samy!

Dejé de caminar y me volteé.

Saskia se acercó a mí con una sonrisa. Al igual que yo, ya se había dado su ducha en los vestuarios y llevaba una blusa y unos jeans.

—Hola Saskia —le mostré una sonrisa pequeña.

Continué caminando, ahora con ella a mi lado.

—Quería saber si quisieras ir a mi casa para hacer maratón de Los Juegos del Hambre —me propuso mientras pateó una pequeña piedra con el pie—. Sé que te encantan.

—¡Suena increíble! —le dije—. ¿Cuándo?

—Ahora.

—¿Ahora? —hice una pequeña mueca—. Lo siento, le prometí a mi novio que lo acompañaría al veterinario para la primera cita de nuestro perrito.

—¿En serio? —soltó un poco desanimada—. Bueno, está bien —musitó—. Tú perrito es más importante... ¿Morgan me dijiste que se llama?

—Sí, ese pequeño travieso —respondí con una sonrisa—. Se está adaptando bien a nosotros, el único problema es que se orina dónde quiere. ¿Sabes cómo hacer que un perro haga pipí en donde debe?

—Llévalo a donde debe hacerlo cada vez que se orine. Así, entenderá que tiene que hacerlo ahí. Regáñalo cuando lo haga en otro lugar y prémialo cuando lo haga bien, para que asocie el comportamiento correcto con algo positivo.

—Gracias, lo tendré en cuenta.

Ambas llegamos al estacionamiento. Saskia se apoyó en su auto mientras yo me quedé a unos metros frente a ella.

—¿Quieres que te lleve a casa? —preguntó quitando el seguro de su auto.

¿Será que Pablo tiene razón? ¿Yo le gusto a Saskia?

Nah, Pablo exagera.

—No te preocupes, ya vendrán a verme.

—¿Tu novio? —yo asentí—. Bueno, suerte. Y nuestro maratón de Los Juegos del Hambre queda pendiente.

—Claro, adiós.

La observé subirse al coche y salir del estacionamiento. Solté un suspiro y me dirigí al interior del complejo, buscando algo de aire acondicionado.

Unos minutos más tarde, recibí un mensaje de Pablo avisándome que ya había llegado.

—¡Hola, guapo! ¿Qué tal tu día? —pregunté al montarme al auto.

—Todo bien, amor —responde con un beso en la mejilla—. Este chico y yo estábamos ansiosos por verte.

Pablo me entrega en mis manos a Morgan, que estuvo todo este tiempo sobre su regazo.

—¡Morgan! ¿Mi vida, cómo has estado? —le hablé con tono mimado, aunque sabía que no me respondería—. Yo te extrañé mucho chiquito. ¿Se portado bien?

—Sí. Me di cuenta de que la comida de Morgan se va a acabar y pensaba que luego de la cita podríamos pasar por la tienda.

—Claro, me parece perfecto. ¿Cómo te fue en tu reunión?

Hace unos días, Pablo fue contactado por el Chelsea, un club inglés, que está muy interesado en él.

Aunque "interesados" se queda corto. Cuando Pablo se negó la primera vez, ni siquiera habiendo tenido una reunión, el agente aumentó la oferta de dinero. Y aunque ambos amamos al Barça, le pedí que al menos escuchara la propuesta.

—Están super interesados y son muy insistentes.

—¿Cuánto tiempo tardaste en rechazar su oferta? —le pregunto yo curiosa.

—¿Cómo sabes que los rechacé definitivamente?

—Porque te conozco, tu corazón está con el Barça —señalé. Cualquier decisión que tomes siempre recibirás mi apoyo.

—Gracias guapa —él sonríe y me mira por unos segundos antes de volver su atención al volante—. Aunque debo admitir que también rechacé la oferta por ti. Hace poco te mudaste a España y ya te estás adaptando, no quiero estar lejos de ti ni obligarte a mudarte de nuevo a otro país.

—Pablo Páez Gavira, te dije que pensarás bien en tu futuro sin que yo sea un problema de por medio —me cruzo de brazos.

—No eres un problema —con su mano libre toma de la mía y deja un beso en mis nudillos—. Eres mi presente y mi futuro, y cualquier cosa que vaya a decidir tengo que pensar en ti. Recuerda eso siempre.

No puedo enojarme ni cinco segundos con este hombre porque luego suelta unas palabras bien bonitas que causan revuelo por todo mi interior.

Él me regala una sonrisa cálida y yo sé la devuelvo.

—Imposible quererte tontito.

Continuamos hablando sobre cualquier otra cosa mientras nos dirigimos a la veterinaria.

—Hola, ¿es su primera vez aquí?

—Sí, tenemos una cita reservada a nombre de Samary García —le comunica Pablo a la enfermera.

—Síganme por aquí.

La enfermera nos lleva a una sala. Puedo sentir cómo el cuerpito de Morgan tiembla del miedo entre mis manos. Me lo acerco a mí cara y le empiezo a repartir muchos besos para que sepa que debe tener miedo.

Cuando el veterinario apareció y la tomó en sus manos, Morgan continuó temblando.

—¿Y han notado algo raro en Morgan? —nos pregunta el veterinario mientras lo examina.

—Hasta ahora nada —contesta Pablo—. Se come todo lo que se le pone en el plato y es igual de juguetón que cualquier otro perro.

—Bien, Morgan está en excelentes condiciones. Sin embargo, le vamos a mandar medicamentos para desparacitarla —nos informó, devolviéndonos a Morgan.

—¿Por qué? ¿Está enfermo? —pregunté, preocupada.

—No, de hecho, Morgan está bien, pero la desparasitación es una medida de prevención muy importante para cuidar la salud de los perros. Con ella evitaremos las infestaciones por pulgas y garrapatas, así como por parásitos internos. Se recomienda la desparasitación interna de los perros al menos cada tres meses.

—¿Y después qué sigue?

—Los cachorros son más sensibles a las patologías infecciosas. Por lo que yo calculo que luego de una semana le podremos aplicar su primera vacuna, la Parvovirus, que que es la más común para los cachorros.

—Gracias, doc.

—Cuiden a Morgan, es una perrita muy linda.

—¿Perrita? —pregunté, sorprendida.

—Sí, Morgan es hembra.


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