21 | Bate de béisbol
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CAPÍTULO VEINTIUNO
BATE DE BÉISBOL
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SAMARY GARCÍA
Pablo y yo habíamos acordado de que nuestra despedida sea en la azotea del hotel. No quería despedirme de él en el aeropuerto porque si no se me hubiera hecho complicado despedirme de él
En cuánto el avión aterrizó en Panamá era de noche. Me despedí de mis compañeras, y de sus familiares, y caminé con mis maletas lejos.
—¡Samary!
—¡Nathaly!
En cuánto localicé a mi hermana corrí como loca hacia ella, literalmente me lancé a sus brazos.
—Te extrañé tanto, Nathy —exclamé abrazándola con toda la fuerza del mundo—. Me hiciste mucha falta.
—Tú igual, Samary —admitió al separarse de mí—. Hiciste un increíble trabajo. Qué quede claro eso, boba.
Asentí sin estar muy convencida de sus palabras, pero entonces me quedé algo perpleja al ver una silueta a sus espaldas.
—¿Alexis?
—Samary, me siento orgulloso de ti.
No me dio tiempo de reaccionar y en un momento Alexis me tomó de la cintura y posó sus labios moviéndolos sobre los míos.
Me quedé estática sintiéndome rara al saber que alguien más me estaba besando, alguien que no era Pablo. Se sentía extraño, como si no estuviera familiarizada con sus labios, como si nunca lo hubiese besado, como si él no fuera mi novio.
—¿Estás bien? —preguntó extrañado Alexis al separarse y observar mi cara.
No supe como reaccionar y por fracciones de segundos, yo miré a mi hermana. Ella tampoco sabía que hacer.
Me aclaré la garganta.
—Sí, solo me sorprendí verte porque pensé que no vendrías...
—No podía no venir a recibir a mi novia al aeropuerto —declaró él sonriendo mientras besaba mi mejilla.
Mi novia.
«¡Termínale ahora, Samary!» —me gritó mi subconsciente—. «¡Termínale ahora antes de que las cosas empeoren!»
—Bueno, hablando de eso...
—¡Chicos! —Kevin, el hermano de Mariana, se metió a la conversación saludando con un apretón de mano a Alexis—. Se me ocurrió que sería una buena idea si vamos a cenar para celebrar a nuestras deportistas —explica señalando a Mariana y a mi persona.
—Me parece excelente día —responde Alexis sonriendo.
—Yo acepto cualquier cosa que tenga que ver con la comida —declaró mi hermana, haciendo reír a Mariana.
—Vamos Samy —rogó mi capitana como si hubiese leído mis pensamientos negativos hacia su idea—. Di que sí, me estoy muriendo de hambre.
—¿Y las chicas? —cuestioné curiosa.
—Algunas están deprimidas y otras simplemente quieren llegar a dormir —explicó abrazándome—. Vamos, estoy segura de que también tienes hambre.
Al final no me pude negar porque también tenía hambre. Fuimos los cinco a cenar a un lugar bonito, económico y que nos quedaba cerca a todos. Hablamos sobre diferentes temas, aunque obvio, el viaje a España y el campeonato eran el tema principal. La buena compañía logró sacarme más de una risa, en especial las tonterías que decían Kevin y Nathaly.
Y me gustaría decir que mi felicidad duró al llegar a mi casa... pero no.
Apenas llegué a mi casa y caí rendida sobre el colchón de mi habitación. Sin embargo, el sábado en la mañana mi mamá llegó a la cocina gritando y arruinando mi paz.
—Samary limpia tu cuarto.
Dejé caer la cuchara sobre la taza... otra vez ese tono autoritario que suele utilizar en mí.
—Hola Samary ¿Cómo estás? ¿Qué tal tu viaje con tus compañeras de vóleibol? Hiciste un excelente trabajo. Estoy orgullosa de ti... ¿Qué te cuesta decir eso?
—Por favor, Samary Valentina, sabes perfectamente que no me gusta que pierdas tu tiempo en ese absurdo deporte —se expresa ella con desagrado—. Lo único que le alegra es que estés aquí para que ayudes en la casa.
—Eso responde a mi pregunta. Te cuesta tanto darme un simple abrazo o alegrarte porque tu hija está de regreso.
—Samary, no tengo tiempo para tus tonterías y será mejor que empieces a poner los pies en el suelo —se cruza de brazos—. Preocúpate más porque entrar a la universidad si quieres que te apoyé a rentar cuarto en el extranjero.
Rodé los ojos y continúe con el desayuno.
—¿No vas a desayunar? —preguntó Nathaly desconcertada al verla bajar de las escaleras con maletas.
—Sabes que nunca come aquí —murmuré yo rodando los ojos.
—Desayunen ustedes. Yo me voy de viaje fuera de la ciudad por tres días.
Apenas nos voltea a ver y mi madre salió de la casa. Ni siquiera se nos acercó para abrazarnos o algo, pero a este punto ya no me importa.
Desayunamos solo mi hermana y yo mientras conversamos sobre cualquier cosa; ella me comenta como fue la casa sin mi presencia, como le ha ido en la universidad y varias cosas más. Yo le conté que pude visitar a nuestros tíos, los papás de Eric, y de inmediato ella se emociona, sintiendo envidia.
—¿Y me vas a contar sobre el chico futbolista?
En mi cara se dibuja una sonrisa y le cuento emocionada como le di una pequeña sorpresa para que supiera que yo estaba Barcelona. Ella se emocionó demasiado, tanto como si estuviera viendo alguna de sus series koreanas favoritas, y eso me motivó a contarle más cosas como por ejemplo, que conocí a sus amigos, a sus padres y a su hermana.
—Hablando del rey de Roma —solté alegre cuando veo que me llega un mensaje de él.
Pero pronto la sonrisa se desaparece en mi rostro y sus mensajes me dejan desconcertada.
Pablo
Linda cena, ¿no?
Espero que la hagas disfrutado mucho con tu novio de Panamá.
No entiendo de dónde sale su comentario... Alexis. Entro rápido a la aplicación de Instagram y veo varias notificaciones, entre esas, Alexis me han etiquetado en una historia.
Él había subido una foto de los dos con la descripción:
"Orgullosa de ti... Te quiero❤️"
Me siento la persona más mierda en este mundo porque ayer no pude terminarle a Alexis.
—Mierda, mierda, mierda —suelto yo y me levanto de la silla.
—¿Qué pasó? —pregunta mi hermana, pero no me da el tiempo de responder.
Camino de un lado hacia otro mientras se me dificulta tener una respiración regular y mis latidos son rápidos. Le insisto al celular, intentando que Pablo conteste mis llamadas, pero ninguna es aceptada, directamente me manda a buzón de voz.
—Pablo por favor —le murmuro al celular cuando voy por la decimoquinto llamada—. ¡Contesta!
Me doy por vencida y lanzo el celular a donde Dios sabe dónde.
—¿Qué pasó?
Le explico todo, que Pablo sabía que tenía novio y que yo le había prometido que terminaríamos, sin embargo, nunca cumplí mi promesa y ayer Pablo me pidió ser su novia.
—No puedo seguir con esto, tengo que terminar con Alexis ya.
—Al fin me escuchas, mujer —expresa Nathaly frustrada—. Ya era hora. Escucha, sé que no tenías malas intenciones, pero así estabas lastimándolos a los dos.
—Yo lo sé, Nathy —solté yo frustrada—. Pero a este punto solo quiero estar bien con Pablo y no lastimar el corazón de Alexis.
—Tranquila. Márcale a Alexis y dile que lo vea en el café del dicho. Yo iré contigo para que no te de un ataque de ansiedad hasta que él llegue —sugiere ella mientras me sirve un vaso de agua—. Alexis va a entender y Pablo... es normal su enojo, hay que entenderlo, pero ya verás que te devolverá la llamada.
Recogimos rápido los platos de la mesa, nos cambiamos y para media hora después ya estábamos sentada en la cafetería.
—Hazme conversa o sino la espera me comerá viva.
—Tranquila. Te tengo una pregunta. ¿Cómo te sentiste al volver a jugar vóleibol como antes? Me refiero a estar en campeonatos, entrenar... todo eso.
—Fue increíble, Nathy —respondo yo con una pequeña sonrisa—. Recordé cuando estaba en el colegio y lograba organizarme para estudiar, jugar vóleibol e ir cursos a fotografía.
Mi hermana me miró con una sonrisa tierna.
—¿No piensas tratar de volver a todo eso?
—No lo sé —musité—. Ahora lo que importa es trata de solucionar este problema.
—Claro, tienes que ser directa con Alexis y decirle la verdad —hizo una mueca—. Lo estás engañando de la forma más fea.
—¿Qué?
El corazón se me para por segundos cuando escucho esa voz.
Ahí estaba Alexis, a un metro de nuestra, pero nosotras como las ciegas que somos no lo habíamos visto.
—No, Alexis, no es lo que crees.
—¿Me fuiste infiel? —pregunta acercándose a la mesa.
—Yo... me voy —comenta Nathaly dejando su silla vacía.
—Alexis, ven siéntate por favor —le digo tomando de la mano, pero él se quita de mi agarre—. Debemos de hablarlo.
Él se quedó callado durante unos segundos y cerró sus ojos mientras tomaba aire.
—¿Por qué? ¿Por qué Samary? —su voz sonaba dolida—. Al menos me hubieras sido sincero al inicio antes de montarme cachos.
Me dolió verlo de esa forma tan lastimado, y más si sabía que yo fui la causa de su tristeza.
—No quería lastimarte. Yo... no sabía cómo decirte —mi vista se nubló por culpa de las —. Te juro que no quería hacerlo, pero...
—¿Lo conozco? —preguntó de repente.
—No, no lo conoces... no es de aquí.
—Genial, me engañaste con un español —suelta con una sonrisa sarcástica—. ¿Se te olvidaron tres años de relación acaso?
Pero yo no contesté porque en realidad si se me olvidaron los tres años de relación. Porque incluso antes de Pablo, yo no estaba siendo sinceras con mis sentimientos hacia él.
—Samary, te quiero, pero no sé si esto te lo pueda perdonar... —musita y yo solo asiento—. ¿Lo quieres?
Me quedo callada, pero no porque tuviera dudas. Quiero mucho a Pablo, tengo más que claro mis sentimientos por el sevillano. Sin embargo, no quería lastimarlo más.
—Por favor, solo sé sincera conmigo. No con tu novio, sino con tu amigo con el que has compartido muchas aventuras.
—Sí Alexis, lo quiero —murmuré y pude ver el dolor en su rostro—. Pero a ti también te quiero, aunque ya no de la misma forma de antes.
—Adiós, Samary.
Dos horas después me encontraba acostada en mi habitación mirando el techo y pensando en todo lo que sucedió en tan poco tiempo.
Pablo me odiaba, no respondía a mis mensajes. Aunque por fin ya había terminado una relación en la que no me proyectaba desde hace mucho, eso no quitaba el sentimiento de culpa en mi pecho.
—¿Cómo es posible que terminé un sábado en mi casa encerrada y triste? —me pregunté a mí misma.
Lo increíble de todo es que durante mi desesperación a que Pablo me conteste y la discusión con Alexis no había derramado ni una sola lágrima. Me sentía asquerosa por dentro y por fuera, sentía mucha rabia y tristeza; mi corazón dolía, pero no derramaba nada.
—Oye, flaca —dos golpes provenientes de mi puerta me hicieron levantarme—. Sal del cuarto.
—¿Para qué o qué?
—Tienes compañía.
Yo me extraño enseguida y me levanto para abrir la puerta.
—¿Quién?
Veo como Nathaly sonríe teniendo en sus manos un bate de béisbol, guantes en mano y lentes de seguridad.
—Una visita inesperada del bate de béisbol, de los guantes y de los lentes de seguridad —señala ella alzando y subiendo las cejas—. Vamos.
Ruedo los ojos y sigo su camino hasta llegar al garaje de la casa, en donde encima de una mesa encuentro varias cosas frágiles como jarrón desgastado, un microondas, la lámpara dañada de la sala y vasos de vidrios.
Esto es algo que aprendimos de papá. Cuando estás enojada o triste, no hay mejor forma que liberar esas emociones tirando cosas frágiles.
—Si algo aprendí con la psicóloga es que no es bueno oprimir tus emociones —comenta Nathaly colocándose sus lentes también—. Déjalos salir —me da un apretón en el hombro.
Me coloco los lentes de seguridad, luego los guantes y por último agarro el bate.
Dudó por unos segundos si es buena idea hacer esto ya que puede ser algo peligroso y puedo salir herida, pero también es cierto de que no hago esto desde hace muchos años y si sigo conteniendo mis emociones voy a explotar.
Con vacilación, arrojo al suelo el vaso más pequeño de vidrio.
—¡Bien! —celebra Nathaly estando detrás de mí—. ¡Saca todo, Samary! ¿Cómo te sientes?
Tomo aire antes de realizar cualquier otro movimiento.
—Enojada —golpeo la lámpara—. Porque no debería estar aquí, debería estar en España preparándome para la final.
Los pedazos de la lámpara salieron volando por todas partes.
—Trabajé duro con mis compañeras para llegar al Mundial —exclamé mientras golpeaba el microondas viejo—. Porque fui en contra de mi mamá, logré pagar el viaje, entrenar muchos ¡y perdimos! —seguí golpeando el microondas, pero esta vez aumentando la fuerza.
Era como si un volcán se hubiera encendido dentro de mi pecho, rugiendo con furia contenida.
—¡Me siento frustrada al ver cómo todas mis compañeras tienen a sus padres apoyándolos y yo estoy sola! —golpeé con fuerza el jarrón de vidrio y está explotó en varios pedazos.
Era una catarsis brutal, casi primitiva, pero necesaria. Y aunque las manos empezaban a dolerme, no podía detenerme. Era como si necesitara romper algo fuera de mi para no romperme a mi misma.
—¡Y también me siento enojada con todos! —azoto con fuerza los dos vasos de vidrios—. ¡Con Pablo porque no me contesta los malditos mensajes! —vuelvo a golpear el microondas con más fuerza—. ¡Con las alemanas porque eliminaron a mi equipo! ¡Con Alexis porque subió esa maldita foto y ahora Pablo no me habla! ¡Y conmigo misma!
Al admitir esto, mi enojo poco a poco se va yendo al igual que la fuerza en mis brazos. El pecho empezó a dolerme, como si mi corazón estuviera siendo apretado por una mano invisible.
—Porque yo tuve la culpa de todo... —la voz me tembló, como si cada sílaba rasgara mi garganta al ser pronunciada— soy una mentirosa, infiel, mala perdedora, fácil de manipular y pésima hija...
Al principio, mi confesión apenas era un susurro, pero ese eco resonó en mis oídos. Era la primera vez que lo decía en voz alta, y la realidad de mis palabras se estrelló contra mi corazón como una bala.
—Me odio porque no puedo ser valiente para seguir mis sueños —continúo golpeando el microondas, pero ahora con poca fuerza y con las lágrimas cayendo por mis mejillas—, me odio porque siempre tengo que mostrarme fuerte y no me puedo derrumbar como alguien normal.
Cuando finalmente dejo de golpear, me quedo allí, con la respiración entrecortada, los puños temblorosos y un vacío extraño en el pecho. Había liberado algo, pero no estaba segura de qué.
—No solo me odio porque destruí la confianza de Alexis, que ha sido mi amigo desde hace años, si no también que lo lastimé. Ahora Pablo me odia y yo lo hago porque sé que pude dar más de mí en ese maldito partido.
Dejo el bate de béisbol sobre la mesa y me quito los guantes y los lentes y continuó llorando. Nathaly, que había estado todo este tiempo a mis espaldas callada, me abraza y me consuela.
Soy una mala persona.
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