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18 | Mi apoyo


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CAPÍTULO DIECIOCHO
MI APOYO

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PABLO GAVI

Las manecillas del reloj marcaban las doce del mediodía cuando un rayo de sol impacta directamente en mi cara haciendo que me levante y me revuelvo en mi cama.

Siento el cuerpo caliente de Samary abrazado a mío, al contacto de piel con piel, debajo de las sábanas blancas. Nuestras piernas están enredadas y su cabeza apoyada en mi pecho mientras sus brazos me rodean todo el torso desnudo.

Dejo un beso en su frente y observo lo tranquila que está durmiendo, como su pecho sube y baja de forma normal al respirar.

Una sonrisa se asoma por mis labios al pasar con suavidad mis dedos por su espalda desnuda y recordar la noche de ayer cuando regresamos de la cena con los chicos.

Ella acaricia mi pecho mientras me sigue el beso con deseo y lujuria. Sus manos bajan por todo mi abdomen hasta llegar al elástico de mis boxers y retirarlos dejándonos a ambos completamente desnudos.

Samary es quién tiene el control ahora de la situación y de un suave empujón que me obliga a sentarme en la cama para ella estar encima de mí a horcajadas.

—Eres preciosa, Sam —susurro yo admirándola, seguramente con mis ojos y sonrisa tonta de bobo enamorado.

Mis palabras causan una risita por parte de ella y se acerca a mis labios para besarme con tanta lentitud y suavidad que hace que el tiempo se detenga a mi alrededor y solo me importe ella y sus dulces labios.

Se separa y admiro lo hermosa que se ve con su cabello rojizo amarrado en un moño y sus mejillas del mismo color de su cabello. No digo nada por unos segundos y me pierdo entre sus ojos en donde puedo reconocerme entre los destellos y siento como sus pulgares acarician mis mejillas con una sonrisa de lado.

—Te quiero tanto —me dice besando repetidas veces por toda mi cara, haciendo que mi pecho se hinche de alegría—. Es que estoy totalmente enamorada por tu culpa, Pablo.

No sé si es por la impresión que sus palabras tuvieron en mí y no fui rápido, pero no me da tiempo de responderle cuando baja encima mío y empieza a moverse a una velocidad que va aumentando demasiado rápido.

Mis manos van a su cintura, intentando calmar un poco sus movimientos. Si sigue así me va a matar.

—Joder, Sam... —le hablo en un intento fallido de aguantarme un gemido—. Amor, más lento o me voy a correr si sigues así.

—Eso es lo que quiero, guapo —responde ella sonriente entre jadeos.

La agarro de las caderas y nos di vuelta en un rápido movimiento, sin salir de ella, quedando entre sus piernas. Ella suelta una pequeña risita traviesa mientras se acomoda mejor en la cama, envolviendo sus piernas alrededor de mi cuerpo y abrazándose a mí.

—Dije más lento —beso su mejilla de forma sonora, sonriendo ante el gemido que ha soltado—. Ya mandaste tú la vez anterior y ahora me toca a mí, amor —me inclino sobre ella, besando sus labios cariñosamente a la vez que empiezo con estocadas lentas.

—Me gusta hacerte enojar —muestra una pequeña sonrisa, sus manos suben y bajar por mis brazos, acariciándolos, causando que una corriente eléctrica recorra por mi espina dorsal.

Yo niego con la cabeza divertido antes de levantar una de sus piernas por encima de mi hombro enterrándome más en ella.

—Oh, mierda...

El sonido de nuestros cuerpos chocando fue en lo único en lo que me pude concentrar por unos segundos. Estaba en el jodido paraíso.

De solo pensar en lo que hicimos ayer se me eriza la piel. Noto como Samary se empieza a mover encima mío, indicándome que se está despertando.

—Buenos días, guapa —le digo una con una sonrisa mientras acaricio su cabello.

—Buenos días, nene —susurra ella, pegando su mejilla con la mía—. ¿Llevas mucho tiempo despierto?

—No mucho —respondo con una sonrisa al verla incorporarse en la cama—. ¿Hoy tienes entrenamiento con las chicas?

—Sí, pero es de tarde. ¿Por qué? —me pregunta curiosa mientras juega con mi mano.

—Quisiera que te quedes unas horas en mi casa —deja mi mano a un lado y me mira con el ceño fruncido—. No te vayas a alterar —digo en cuanto me incorporo en la cama a su lado—. Mis padres ya llegaron, están abajo y quiero presentártelos.

—Oh mierda —murmuró ella—. ¡Pablo! ¿Por qué no me habías dicho que venían hoy? Maldición, ¿y si no les agrado? —alza la cabeza mirando el techo—. Mejor me escapo por la ventana y me los presentas otro día cuando esté más presentable. No creo que les cause una buena impresión si me ven bajando de tu cuarto...

—Samary tranquilízate —le digo acariciando sus hombros—. Ellos saben que te quedaste a dormir. También saben que estás aquí en España, les conté hace unos días y mamá estaba fascinada, decía que quería conocerte.

—¿Seguro?

—Sí.

—¿Tú crees que yo les agrade?

—Obvio que sí —le respondo acariciando su cabello rojo que tanto me encanta—. Mi mamá se alegrará de verte.

—Bueno, entonces deja me voy a bañar, nos cambiamos y bajamos a saludarlos.

—Voy contigo a bañarme para ahorra agua —digo dulcemente mientras beso su hombro.

Ella rueda los ojos y sonríe aceptando.

—Solo vamos a bañarnos —me señala como culpable y yo alzo las manos como un inocente—. Recuerda que no podemos hacer ruido.

Varios minutos después Samary está apoyada en la pared de la ducha mientras el agua caía por nuestros cuerpos. Con sus piernas alrededor de mi cintura y mis manos sobre su trasero, la besé en el momento exacto que ella llegó al orgasmo en un intento de callar su gemido.

Dejó de clavar sus uñas sobre mi espalda y apoyó su frente sobre la mía mientras ambos tratábamos de regular nuestras respiraciones con dificultad.

—Contigo no se puede, Pablo —dije Samary todavía en mis brazos.

Yo reí y besé sus labios.

—Tú te la has buscado, me pedías que siguiera con cada embestida —señalé cerca de sus labios—. "Sigue, Pablo, sigue" —hice el intento ridículo de imitarla.

—Idiota —me golpeó el pecho con una sonrisa—. Tú eres el horno andante que no puede controlarse.

—Es verdad, amor —admito también con una sonrisa—. Lo caliente que me pones no es ni la mitad de lo normal.

Samary sonríe y besa mis labios con lentitud mientras acaricia mi nuca.

—Te quiero, Pablo —asegura ella al estar unos centímetros de mi boca.

—Yo te quiero, Sam —deposité un beso en su cuello húmedo.

Cuando salimos de la ducha nos cambiamos rápidamente porque nos moríamos de hambre. Samary vistió un vestido verde floreado suelto que tenía en su maleta y se secó el cabello con su secadora.

—Relájate —le digo mientras la cojo de la mano suavemente cuando abro la puerta de mi dormitorio—. Solo son mis padres y mi hermana, no te van a comer viva.

—¿Y si no les caigo bien? ¿Crees que voy bien vestida? El vestido no es tan largo, pero ¿y si a lo mejor es muy corto? Quiero causarles una buena impresión y... —no encuentro otra mejor forma de callarla que besándola.

En cuánto nuestros labios entran en contacto, sus manos van directamente a mí cuello acariciando mi nuca mientras que las mías acarician su cintura por encima del vestido. Nos basamos de forma lenta por unos segundos antes de separarnos y luego juntar nuestras frentes para observarnos con una pequeña sonrisa.

—Estás hermosa y es imposible que no les caigas bien, Samy —le aseguro acariciando sus mejillas—. Tú encanto natural es enamorar a las personas que te rodean, así que estate tranquila.

Ella abre sus brazos y yo la apego a mi cuerpo. Se deja disfrutar de las acaricias que le doy en el pelo al tiempo que siento que reparte varios besos en mi cuello.

—Vale, bajemos.

Bajamos las escaleras en silencio hacia la primera planta y en la sala vemos a tres personas hablando entre sí.

—Buenos días familia —digo sonriendo en cuánto termino de bajar el último escalón.

—¡Te extrañé mucho, pesado! —se expresa emocionada Aurora mientras me da besos por toda la cara.

—Me estás agobiando —me quejo tratando de zafarme de su agarre.

—Qué poco cariñoso eres, de verdad, Pablete —suelta Aurora y se escucha una risa a mis espaldas—. ¡Tú debes ser Samary! —exclama al darse cuenta de la presencia de la panameña—. Pero que alegría por fin conocerte. Ven dame un par de abrazos, guapa.

—Y tú debes ser Aurora —dice antes de abrazarla—. Es bueno al fin conocerte, Pablo me ha hablado mucho de ti.

—Ha saber que te habrá dicho este pesado de mí —suelta mi hermana rodando los ojos.

—Es una alegría conocerte, Samary.

Mi madre se acercó a ella con tanta felicidad y la rodeo con sus brazos. Samary soltó una pequeña risita y correspondió el abrazo acariciando su espalda.

—Igualmente Belén —aseguró Samary y se acercó a mi padre a saludarlo—. Qué alegría que por fin estén de regreso.

—En cuánto Pablo nos contó que estabas en España nos emocionó demasiado —explica mi madre mientras la toma de la mano y se la lleva consigo a la cocina y Aurora va detrás de ambas, dejándonos en el olvido a mí y a papá.

—Ya la conoces a tu madre, sabes cómo se pone —suelta mi padre con una risa—. ¿Qué tal el partido de ayer, Pablo?

—Excelente, ganamos con dos goles de diferencia. Estuve jugando los noventa minutos de partido.

—Me alegro, hijo —palmea mi hombro—. Saber que Xavi te considera como titular es increíble.

Caminamos hacia la cocina en donde se supone que las chicas están. Las veo a las tres apegadas viendo hacia el refrigerador.

—... Y este es Pablo cuando estaba tomando su primera ducha luego de haber nacido.

—Mamá —rápidamente llego hacia ellas y tiro suavemente del brazo de la pelirroja para que deje de ver mis fotos vergonzosas de pequeño—. Samary no quiere ver eso.

—Claro que quiero —murmuró ella riendo.

—Pero si esas fotos son las mejores, Pablete —me molesta Aurora riéndose.

—¿Por qué no mejor empezamos a comer? —propongo yo caminando hacia el comedor con Samary—. Ya tengo hambre.

Pasamos la cena conversando sobre lo que mis padres y hermana habían hecho en Sevilla mientras que nosotros les contamos los partidos de fútbol y vóleibol.

Después de varias horas nos despedimos de mi familia y salimos a dar un paseo por un parque porque día estaba muy lindo.

—¿Qué harás luego del campeonato de vóleibol? —cuestioné al sentarnos en el banquito del parque.

—Bueno... mi plan es ganar y luego volver a Panamá, pero solo por un tiempo porque mi objetivo es estudiar en España.

—Me gusta tu idea —le digo contento mientras devoro mi helado—. Ya me puedo imaginarte viviendo en España.

—¿Ah si? Según tú cómo sería una tarde conmigo en España.

—Depende del día y de que tan ocupado estemos —me encojo de hombros mirando el cielo y pensando—. Si es un día tranquilo, podríamos estar acostados en el sofá haciendo maratón de alguna serie. También existe la posibilidad de que demos todo un recorrido por Barcelona o nos demos una pequeña escapada a mi pueblo.

—Lo de tu pueblo me gusta más la idea —comenta Samary sonriendo sin dejar de comer su helado—. Quiero conocer a tus mejores amigos.

—Y ellos se pondrían locos si te conocen —le aseguro yo—. Les agradaste en aquella llamada que jugamos los cuatros.

Hubo una noche en la que les había comentado a mis amigos de Sevilla sobre Samary y estuvieron molestando con que la invitara a la llamada. Después de tanta rogadora lo hice y fue mejor de lo que pensé. Samary logró desenvolverse bien con los chicos y a ellos les encantó su actitud.

Me como hasta lo último que queda del helado, que es el cono, y apoyo mi cabeza sobre el hombro de mi chica. Cuando ella termina con su helado también, toma mi mano y se distrae jugando con él. Nos quedamos en silencio disfrutando la compañía del otro.

—Samy, estuve pensando...

—¿Qué te tiene tan pensativo?

—Nada olvídalo —musito yo.

—Dale Pablo, pregúntame.

—No sé si debería preguntarlo —admito en voz baja y ella besa mi frente.

—Solo hazlo.

—Ojo que tú insistes... —levanto mi cabeza de su hombro para observarla mejor— ¿Por qué no te dedicas profesionalmente al vóleibol? Eres increíble.

Ella sonríe al escuchar mis dos últimas palabras y luego corre la mirada hacia el parque.

—No puedo, tengo que dedicarme a la medicina.

—¿Y realmente te gusta la medicina?

Y después de mucho tiempo, me atrevo a preguntarle lo que rondaba por mi cabeza.

Su silencio es suficiente para mí. Entonces vuelvo hablar:

—¿Samary, por qué tratas de aplicar para una carrera que no quieres?

—Mi madre —responde la pelirroja con una mueca triste—. A ella no le gustó la idea de que quiera estudiar otra cosa que no fuera Medicina y aseguró que me apoyaría con la universidad, incluso estudiar en otro país, solo si cursaba Medicina.

—Eso está mal, amor —musité acariciando su mano—. Se supone que tu madre tiene que apoyarte en tus sueños, para eso está la familia.

Ella se encogió de hombros.

—Siempre quise dedicarme a dos cosas, la fotografía y el vóleibol, pero nunca he recibido el apoyo de mi madre.

No lo dudé dos veces y la atraje a mi cuerpo, rodeándola con mis brazos. La abracé porque los sueños no son fáciles de alcanzar.

Pero la conozco, y sé que en un futuro lo logrará.

—Tú siempre tendrás mi apoyo, Samy —aseguré al separarnos del abrazo—. Siempre.

Me regaló una sonrisa triste.

—Lo sé, nene. Por eso te quiero.

La tomo de los cachetes y beso su frente deseando que las cosas mejoren para ella porque verla triste me destroza.

—Es la primera vez que diré esto en voz alta, pero duele, ¿sabes? Pensar que esta emoción de vóleibol en cualquier momento acabará. Duele el solo hecho de recordar que no podré seguir haciendo esto siempre.

—Ay amor —abro mis brazos y ella se apega a mí—. Te aseguro que lograrás cumplir tu sueño tarde o temprano y te aseguro que yo estaré ahí, apoyándote.












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Iamsamary Some days in Spain with nice people.

Comentarios:

@estersegovia 😍

@User01 Chica quiero ser tú

@pedri Apa salimos muy guapos
@iamsamary Ustedes siempre salen bien

@marianaa_ug I love youuu

@user02 GAVI Y PEDRI 😍

@user03 Con toda!!! Vamos por ese título
@iamsamary❤️

@itsallison Te quierooo

@_milenaleon Te adoro bebé

@user04 Yo quiero una foto con los Golden Boys ☹

@user05 ¿Es una fan?
@user06 Es la prima de Eric García

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