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13 | Viviendo un sueño


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CAPÍTULO TRECE
VIVIENDO UN SUEÑO

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SAMARY GARCÍA

Estoy nerviosa.

Primero, siempre me ha causado cierto temor viajar en avión porque soy tan dramática y me acuerdo de los finales trágicos de accidentes aéreos en las películas. Segundo, Francia. Tercero, Pablo no sabe nada sobre mi llegada a España y no sé cual será su reacción al verme.

Mientras observo las nubes a través de la ventana del avión voy imaginando las posibles reacciones de Pablo al verme en Barcelona.

—¡Llegamos! —exclama Ester alegre.

—Hola Barcelona —murmuré yo con una pequeña sonrisa—. Es bueno volver aquí después de tanto tiempo.

Daniela nos pide tomarnos fotos al grupo con la bandera de Panamá. Sonreímos alegres y todas suben diferentes fotos y videos sobre la llegaba a España. Yo dudo por unos segundos hacerlo, al final me decido, sin antes, bloquear a Pablo de mis historias para que no sepa nada.

Mientras nos subimos al bus para ir al hotel me entra una llamada de mi hermana.

—Hey, vi que ya llegaste a España.

—Sí, ya estamos yendo directo al hotel —le digo yo mirando fascinada las calles de Barcelona a través de la ventana del camión.

—¿Qué tal el viaje?

—Bien, de no ser porque había un niño pequeño que pateaba mi asiento cada dos segundos.

Escuche la risa escandalosa de mi hermana a través de la línea telefónica.

—Flaca no es chiste —le regaño yo enojada.

—Es que me recordó al capítulo de Victorious —dice Nathaly—. Como sea, te dejo, me estoy muriendo de sueño y todavía tengo una hora para dormir.

—Descansa, Nathy. Hablamos luego.

El viaje hacia el hotel dura alrededor de treinta minutos, así que entre todas realizamos pequeños juegos para matar el tiempo. Algunas se colocan sus auriculares, otras, incluyéndome, participan en el videojuego de preguntas trivia que está descargado en el celular de Mariana.

Cuando el chofer avisa que llegamos todas nos bajamos del auto con rapidez.

—¿Este será nuestro hotel? —pregunta Milena sorprendida.

Y no es la única, el hotel es uno de lujo de cuatro estrellas, uno que, por lo que me han contado, suelen hospedarse jugadores que viajan a Barcelona para jugar.

Daniela nos asigna nuestras habitaciones compartidas y a mí me toca compartir cuarto con Ester y Mariana. En cuanto entramos a la habitación quedamos totalmente encantadas con la decoración moderna y lujosa del lugar.

—Mi casa es un basurero comparado con esta habitación —suelto yo mirando la vista que se aprecia desde la ventana.

—Necesito tomar una foto —dice Ester sacando su celular y grabando la vista de Barcelona.

Mariana y yo sonreímos estando de acuerdo. Yo me tomo una foto en el espejo que está colgado en la pared del hotel, en donde de fondo se aprecia la belleza de la habitación. Luego le saco foto a la hermosa vista que se puede apreciar de la ciudad desde aquí.

Mi celular empieza a sonar nuevamente y, en segundos, descuelgo la llamada de voz.

—Hey, renacuajo.

Rojita —la voz de Eric se escucha a través de la llamada—. Vi en tus historias que ya llegaste.

—Sí, ya estoy en el hotel.

—Bien, paso por ti en media hora. ¿Está bien?

—Perfecto. Solo recuerda, no...

—Digas nada —por su tono de voz, podía sospechar que puso los ojos en blanco—. Ya lo sé, rojita.

—Adiós.

Yo soy quién cuelga la llamada con una sonrisa. Eric organizó una pequeña reunión en su casa en dónde solo estarán algunos jugadores del Barcelona, entre ellos Pablo. La reunión es una excusa para que yo pueda darle la sorpresa a Pablo de que estoy aquí en España.

—¿Ya te vas? —me pregunta Mariana mientras se acuesta en la cama.

—En unos minutos, mi primo me viene a recoger —le digo mientras empiezo a buscar ropa para cambiarme.

Entro al baño y me apresuro en plancharme el cabello, maquillarme de forma natural y cambiarme de cabello. Veo como la pantalla de mi celular se alumbra indicándome que Pablo me ha escrito. Son mensajes de él diciéndome que se irá a una pequeña reunión de amigos y mandándome varias fotos de su outfit. Me da mucha ternura que me escriba sabiendo que no le voy a contestar porque supuestamente estoy durmiendo debido la diferencia de hora entre nuestros países.

Me muero de ganas de contestarle, pero no puedo porque se supone que estoy en Panamá y no quiero dañarle la sorpresa, ni mucho menos que empiece a sospechar.

Salgo del baño y Mariana y Ester me dan su aprobación sobre mi vestimenta.

—Estás guapísima —asegura mi capitana.

—Le mandas saludos a tu primo de mi parte —comenta Ester sonriendo—. Mira si puedes conseguirnos entradas al Camp Nou. Sería muy triste estar aquí y no poder presenciar un partido.

—Trataré —dije agarrando mi bolso pequeño.

—Nosotras nos quedaremos a aquí a descansar un rato, tal vez salgamos de tarde, pero cualquier cosa nos llamas —dice Mariana—. Estaré pendiente de que regreses y ten cuidado, no te separes de tu primo.

—¿Algo más, mamá? —pregunté divertida ante la preocupación de Mariana. Ella es tan dulce y tierna, siempre se preocupa por nosotras sin importar que es la menor de todo el grupo, tiene ese espíritu de capitana y amiga sobreprotectora.

—Diviértete —dice sonriendo.

—Eso haré.

Salgo de la habitación con la tarjeta en mano y bajo a la recepción y me llevo tremenda sorpresa.

—¡Eric!

Corro de alegría hasta a él para abrazarlo con todas las fuerzas del mundo porque desde hace años que no lo veo. Él me devuelve el abrazo con el mismo sentimiento y puedo sentir mis ojos cristalizarse.

—Estás alta, rojita —suelta él—. Oh, mírate y estás guapísima.

—Te extrañé un montón, tonto —digo yo—. Ven, vamos a hablar con Daniela para que nos deje ir.

Daniela se lleva una sorpresa al verlo después de tanto tiempo porque en algún llegó a conocerlo cuando él fue a Panamá de viaje y presenciaba mis partidos. Daniela acepta que me vaya con la condición de que regrese esta noche porque mañana tenemos cosas importantes que hacer.

—Te dije que se iba a poner sentimental —digo yo cuando estamos ambos en el auto.

—¿Cómo no? Ella me conoció antes de que pertenezca al primer equipo del Barcelona —dice él sonriendo—. ¿Cómo están las chicas?

—Contentas de estar aquí, casi todas siguen iguales —le digo sacándome una selfie—. Ester te manda saludos y Mariana se alegra de saber que sigues en el Barcelona, espero que te acuerdes de ella, ya está grande.

—Y se pondrán contenta cuando todas vayan al partido del domingo —yo abro la boca sin palabras—. ¿Qué? ¿Creíste qué no iba a invitarlas al partido?

—¿Pero a todas?

—Vamos, es un pequeño acto de caridad —dice y yo ruedo los ojos por su egocentrismo.

—Siempre tan tonto —solté riéndome—. ¿Y... qué les dijiste a los chicos cuándo te fuiste de la casa?

—Les dije que iba a realizar unas compras rápidas —señaló con su cabeza las compras que estaban en el asiento de atrás.

Al entrar a la casa vimos a los chicos sentados en el mueble jugando FIFA. Todas las miradas se posaron en nosotros, incluso la de Ansu y Ferran, quienes eran los que tenían el control del mando.

Yo me quedé apoyada en la puerta mientras que Eric dejaba las compras en la mesa. No sabía que hacer, pero mis ojos se movían por toda la casa buscando a cierto sevillano que no está presente. Todos eran hombres, excepto por una chica castaña, sentada junto a Ferran.

—¿Y ella es? —preguntó Balde señalándome.

—Su prima —contestó Pedri por los dos y se levantó del mueble con una sonrisa para acercarse a mí.

—Tú eres...

—Pedri —estrechó su mano con la mía y habló en susurro para que solo yo lo escuche—. Mucho gusto, Samary. Me alegro por fin conocerte en persona —se acercó a mi oreja—. Está solo en la cocina, aprovecha.

Palmeó mi hombro dos veces y sentí como mis mejillas se ruborizaban.

—Suerte.

Asentí con la cabeza y caminé en dirección a Eric, ignorando que todos seguían mirándome de forma curiosa debido a mi repentina presencia. Estoy acostumbrada llamar inconscientemente la atención fácilmente de las personas gracias al color inusual de mi cabello. El rojo no es un tipo de color de cabello muy común, o al menos no en Panamá, y las personas siempre se asombran.

—¿Dónde está la cocina? —le pregunté a Eric.

—Caminando por el pasillo largo, la última puerta de la derecha —indicó él señalando el pasillo desolado y triste—. No te demores, rojita.

—No prometo nada, renacuajo.

Con una pequeña sonrisa caminé mientras jugaba con mis dedos por los nervios. Mis tripas se revolvieron y por segundos consideré en la idea de darme la vuelta y simplemente irme. Pero dije no, ya estaba aquí, me había costado mucho, literalmente, ¿estar aquí para arrepentirme e irme solo por simples nervios? No. Le prometí a Pablo que algún día nos conoceríamos en persona y cumpliré mi promesa.

Tomé con suavidad la manija de la puerta y la abrí con lentitud sin hacer ruido. Mi corazón latió con mucha rapidez al verlo de espaldas mientras servía bebidas en muchos vasos para los chicos.

Verlo en personas, así sea de espaldas, me hizo darme cuenta de varias cosas, la primera es que ciertamente no es tan bajo como todos pintan, o al menos, para mi es un tanto alto y me saca la mitad de la cabeza.

O tal vez yo soy la que tiene estatura de minion.

Caminé con pasos suaves y, cuando dejó el jarrón sobre la mesa, le tapé los ojos con mis manos.

—¿Sira? —preguntó él y yo sentí una inmensa curiosidad en saber quién es esa tal Sira—. Ya te aseguré que no voy a envenenar a tu novio.

No entendía el contexto de lo que hablaba, pero me hizo soltar una pequeña risa.

—Tú... no eres Sira.

No dije nada y Pablo apartó mis manos de su cara, dándose la vuelta hacia mí.

—Sorpresa —murmuré con una sonrisa.

Lo dejé aturdido porque no dijo nada, solo me quedó observando en silencio de arriba hacia abajo.

—¿Samary?

—La misma —solté una risita por su reacción.

Me abrazó con fuerza, apegándome a su cuerpo y rodeándome por completo. Yo correspondí el abrazo de la misma forma. Escondí mi cara en su cuello aspirando su aroma y podía jurar que estaba en el cielo mientras cerraba los ojos disfrutando de las acaricias que él me brindaba en la espalda.

Tanto tiempo soñando con este día y por fin era real.

Esto es un sueño.

Un sueño salvaje hecho realidad.

—¿Cómo es posible que estés aquí? —preguntó al terminar el abrazo, pero sin separarnos.

Nuestros cuerpos seguían pegados, mis brazos seguían abrazando su cuerpo y una de sus manos había subido de mi espalda a mi cara y me acariciaba con delicadeza la mejilla, verificando que soy real. La otra mano estaba sujetando mi cintura y evitando que me separe de él, aunque lo último que quiero hacer es eso.

—Sé supone que estás en Panamá y... que mañana viajaras a Argentina.

—Pues, te mentí —murmuré yo inclinando mi cabeza al lado en donde estaba su mano.

—¿Cuándo llegaste?

—Hoy, hace unas horas. Eric fue a recogerme al hotel.

—¿Lo del vóleibol también era mentira? —preguntó Pablo sin entender.

—No, eso es verdad, solo que el viaje no era a Argentina, sino aquí, a España, Barcelona, dónde...

—Estoy yo —terminó por mí—. Me hubieras avisado, Samary —reclamó él haciendo un puchero y por segundos sentí que solo observé sus labios—. Te habría comprado unas rosas o algún pequeño detalle de bienvenida...

—No importa —dije acariciando sus brazos—. Lo importante es que ahora estoy aquí contigo.

Él sonrió ante mis palabras y entonces se acercó más a mí, si de por sí ya estábamos juntos, nuestras caras estaban a centímetros. Yo respiren como pude porque descubrí que tenerlo cerca hace que mis nervios aumenten y mi corazón esté contento.

—Sam... ¿Esto es real? —preguntó en voz baja y yo cerré los ojos al sentir como su mano acariciaba con suavidad mi mejilla.

Mi mano derecha siguió abrazada a su cuerpo mientras que la otra acaricia su mandíbula.

—Es real, Pablo.

En par de segundos sentí los labios de Pablo contra los míos, empezando con un beso suave. Sus labios saben a chicle y nuestras bocas se exploran sin prisa, pero con muchas ganas después de tanto tiempo esperando este momento.

Yo sonrío contra sus labios antes de separarme unos milímetros de él para mirarlo a los ojos.

—¿Habías pensado en este momento? —pregunto yo con una sonrisa que no me cabe en la cara mientras nuestras narices se rozan

—Todas las noches —sonríe él mientras roza nuestros labios suavemente de nuevo—. Pensaba cómo iba a reaccionar cuando te vea en persona y pensaba cuál excusa utilizar para besarte.

Ahora soy quién se lanza a besarlo de nuevo, y está vez con más intensidad. Siento cómo sus manos se apegan a mi cintura y me apega a su cuerpo. Muerde mi labio inferior antes de bajar sus manos a mi culo para apretarlo con fuerza haciéndome jadear contra sus labios.

—¿Qué fue eso? —pregunto yo con una sonrisa juguetona al separarme por unos centímetros y acariciar su mandíbula—. El Var me informa que hubo mano y es roja directa.

Pablo se ríe y vuelve a besarme con deseo. Yo suspiro contra sus labios y siento como nuestros pies empiezas a caminar hasta que mi espalda choca con la pared. Y cuando tenía toda la intención del mundo meter mis manos debajo de su camisa para deleitarme con su abdomen trabajado, la puerta se abre haciendo que cortemos el beso.

—Hombre, ya veo porque te estabas demorando tanto con las bebidas —dice Balde en forma de burla.

—Qué asco, consíganse un cuarto —suelta Ansu y yo me rio de los nervios.

Siento mucha vergüenza al saber que vieron que Pablo y yo nos andábamos comiendo la boca del otro. Me abrazo al cuerpo del sevillano y escondo mi cara en su cuello, porque seguramente estoy roja. Escucho las vibraciones del pecho de Pablo al reírse de la situación.

—¿Qué hacen aquí? ¿No andaban distraídos con el videojuego? —pregunta Pablo pasando sus manos sobre mis brazos y acariciándolos.

—Estábamos deshidratados y estuvimos esperándote para que regreses con las bebidas, pero vemos qué tú no perdiste el tiempo con la prima de Eric, eh casanova —molesta Ansu.

—No digas estupideces —dice sin gracia Pablo—. Ella es Samary.

—¿Qué? —exclama Ansu sorprendido.

—¿Espera, eres Samy? —escucho la voz de Balde.

Yo dejo de esconder mi cara en el cuello de Pablo, aunque me hubiera gustado no hacerlo porque se sentía a gusto oler su aroma, y miro confundida a los futbolistas.

—¿Me conocen? —les pregunto yo.

—Este tonto de aquí y el don plátanos no dejan de hablar de ti en los entrenamientos —explica Balde sonriendo—. Casi todos los chicos sabemos de tu existencia.

—Son idiotas, solo exageran —suelta Pablo y volteo a ver lo rojo que se ha puesto.

—Es un gusto por fin conocerte, Samary —habla Balde ignorando al sevillano—. ¿No sé supone que andabas en Panamá?

—Vine por un torneo de vóleibol.

—Pues... ¡Bienvenida a España! —dice Ansu sonriendo.

—Ojalá disfrutes de tu estadía aquí —dice Balde de forma amable y yo sonrío—. Nosotros nos llevamos las bebidas —agarra bandeja con los jugos servidos en vasos—, no los molestaremos más.

—Repito, consíganse un cuarto —dice Ansu al salir y Pablo lo manda a la mierda antes de que se vaya por completo.

—¿Así qué le has hablado de mí a tus compañeros? —pregunté sonriendo y acercándome a él.

—Tal vez —murmuró rozando mis labios con los suyos.

Nos volvimos a besar de forma lenta. Enterré mis dedos en su cabello y tiré de él. Fácilmente podría hacerme adicta a sus besos.


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