06 | Por telepatía
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CAPÍTULO SEIS
POR TELEPATÍA
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NARRADOR
Samary le tomó más de una foto a la paloma que comía tranquilamente de las migajas de pan.
—¿... pero entonces que llevo para el viaje?
Una chica rubia se sentó a lado de Samary mientras que en sus manos tenía una funda de frituras que estaba disfrutando.
—No exageres, no se te ocurra llevar demasiada ropa —dijo otra chica de cabello castaño sentándose cerca de las dos—. Ester, conociéndote comprarás muchas cosas y toda tu valija quedará llena.
—Está bien, Allison —aceptó Ester mirando a la rubia—. ¿Y tú, Samy? —la nombrada dejó su cámara sobre su regazo—. ¿Vienes con nosotras?
—Ya no soy parte del equipo, Ester.
—Pero sigues siendo nuestra amiga, Samy —repuso Allison observando a la pelirroja.
—De todas formas, no tendría forma de pagar un boleto de ida y vuelta.
Ester soltó un suspiro frustrado, mirando enojada hacia la nada.
—No se vale, se supone que este viaje lo haríamos contigo, nos preparamos para esto juntas, tú te preparaste más que nadie para esto.
Samary se limitó a mirar hacia otra dirección. Pensaba igual que Ester. Era injusto no poder estar hablando sobre viajes, injusto que la vida le estuviera poniendo límites por los problemas que aparecieron en su vida tan de repente. Pero, sobre todo, era demasiado injusto tener que olvidarse de un sueño anhelado.
—Lo siento —musitó la pelirroja.
—No es tu culpa, Samy —repuso Ester más calmada mientras le daba un abrazo.
—Estaría genial que vinieras con nosotras, pero bueno, supongo que no nos quedará de otra que comprarte millones de recuerdos de nuestro viaje.
—No es necesario.
—¡Claro que sí! —replicó Ester chinando sus ojos—. El amistoso será en Italia —Samary apoyó su cabeza sobre la palma de su mano, triste—, un mes antes de que empiece el campeonato en Es...
Samary dejó de escuchar en cuánto la tristeza la invadió en el corazón. Ella siempre había querido ir a Italia. Moría por pasear por las calles de Roma y probar las delicias de su gastronomía. Hace cuatro meses estaba feliz, saltando sobre su cama, porque le habían dado la noticia de que iría a Italia con su equipo.
Hoy se moría de la envidia porque se quedaría en casa y no habrá ningún partido para ella. Ya no más.
—Cómo sea. ¿Irás con a una fiesta? —preguntó divertido Allison.
Samary volvió a negar. Perdió la cuenta de cuantas veces rechazó algunas propuestas de sus amigas.
—No puedo, tengo que conseguir algún trabajo el fin de semana.
—Siempre trabajas, Samary —Allison hizo un puchero.
—No me puedo dar el lujo que ustedes se dan, Allison —le reprochó Samary con un tono serio.
A los segundos se arrepintió. No había querido sonar grosera, pero simplemente le salió.
Sin embargo, Allison solo le mostró una pequeña sonrisa dulce.
—Conozco a una familia adinerada que necesita de una niñera para el domingo —comentó la castaña regalándole una sonrisa—. ¿Quieres que les escriba?
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Como ya era habitual, Samary se encontraba encerrada en la pieza de su habitación mientras le sonreía a la pantalla de su celular.
—Respondiendo a tu comentario, Pablito —dice Samary sonriendo—. ¿Tú te vistes en un espejo, guapetón?
—Tu belleza no se compara a la de ninguna otra persona
—Ay. No conocía ese lado tuyo romántico, Pablo —comentó ella haciéndole ojitos.
—Acostúmbrate, porque por ti hago cualquier cosa.
Ya habían tenido este tipo de conversación en donde se salían de su zona de confort y se ponían coquetos... pero esta vez no lo sabrían, pero no habría barreras que los detuviera. Tal vez era el silencio y la paz que ambos sentían en la noche cálida. En Panamá eran ochos de la noche y en la casa de Samary había un silencio pacífico, su madre volvería de trabajar tarde y su hermana no estaba en casa.
Por parte de parte de Pablo, al ser 3 de la madrugada le estaba afectando. No podía dejar de mirar a Samary y sentirse tan libre, como la madrugada le permitiera abrirse y expresar sus sentimientos.
—¿Ah, sí? —preguntó Samary mordiendo su labio inferior. Pablo asintió mirando el movimiento de sus labios.
—Vales la pena, Samary —musitó él—. Eres perfecta.
—Yo por ti me arrodillo —los ojos de Samary brillaron al mismo tiempo que sus mejillas se ruborizaban— y no precisamente para rogarte.
—Me tienes con la consciencia limpia y con los deseos bien sucios.
—Quisiera tenerte a mi lado, o encima —se encogió de hombros Samary—, no importa cuál de las dos sea.
—Ni siquiera te imaginas lo que me apetece hacerte esta noche.
Samary se mordió el labio antes de decir:
—¿Y si perdemos nuestras mentes por esta noche? —propuso Samary sonriendo con lujuria—. Sabes que puedo leer tu mente, lo que quieres hacer, está escrito en toda tu cara.
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Su mente todavía seguía en las nubes. Soltó un largo gemido sintiendo la corriente de los escalofríos recorriendo por todo su cuerpo.
Observó a Pablo con una pequeña sonrisa. Su cabello estaba hecho un desastre y sus mejillas estaban rojas. Pero ella no se quedaba atrás.
—Eso fue... —musitó Pablo.
—Increíble —terminó Samary por él.
Pablo sonrió triunfador. Tenía miedo de que Samary se hubiera arrepentido o se sintiese avergonzada, pero en ella había una sonrisa satisfactoria, sus cachetes no dejaban de estar rojos y remojando sus labios. Las ganas de estar ahí, junto a ella, y besarle los labios lo volvían loco.
—Ya es muy tarde allá en España, ¿no?—preguntó sintiéndose culpable Samary.
—No te preocupes —le dijo Pablo—. Quedarme hasta tarde fue decisión mía, además mañana no tengo entrenamiento.
—Pero no debes de descuidar tu horario de sueño —le dijo severamente—. En especial si eres futbolista.
—Gracias por preocuparte, Samary.
—Siempre —le lanzó un beso.
—Ya iré a dormir... ¿Te molesta si dejamos la llamada activa? Quiero que seas lo último vea antes de cerrar mis ojos —comentó mientras se acostaba en la cama.
—Claro —respondió ella con tranquilidad.
Se levantó de su asiento del escritorio y se dirigió a su cama. Apoyó su celular en una almohada para que no se caiga. Se acurrucó con una almohada y observó la pantalla, en donde Pablo ya se encontraba arropado y conciliando el sueño.
—Buenas noches, Pablo.
—Buenas noches, Samary.
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