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Capítulo Seis: El juego.

Recuerdo haber asistido a una conferencia sobre los sueños. Para la psicóloga que la impartió, los sueños son las manifestaciones del subconsciente. La consecuencia de lo que pasa a lo largo del día y que no observamos con detenimiento, pero nuestro cerebro capta para luego proyectar. He soñado con David, con que estaba ahí. Con que me besaba, me acariciaba. Me siento sucia, acababa de terminar con mi novio. Y ahora ¿en mis sueños se manifiestan mis deseos hacia David?


He tenido que darme una ducha para relajar mi cuerpo antes de irme a la cama. Quiero evitar el tema a cualquier costa y con esto me refiero a mi vida amorosa. Me siento hecha un desastre. Seguramente lo soy. Sin embargo, al enfocarme en el trabajo me he sentido lo suficientemente ocupada como para pensar en cualquier otra cosa.


 Estoy a punto de cumplir seis meses aquí, casi cuatro después de la ruptura y de haber visto a David, fue rara la manera en la que ocurrió todo después, no sé si se trate del destino pero no lo volví a ver, Grayson me comentó que había sido transferido a otro equipo. No he molestado en googlearlo, quiero bloquearlo de cualquier manera posible. Una manera maravillosa de transportarse aquí es el uso de los trenes, me atrae disfrutar de las vistas, de los pequeños lugares que parecen recónditos y alejados de las grandes ciudades que se vislumbran en las montañas que se aproximan.


Este fin de semana tengo una reunión con dos clientes establecidos en París, tengo un permiso de cinco días. Nuevamente, decido tomar el tren, a pesar de que debo de transportarme también en ferry. Mi primera reunión es el sábado por la noche.


—Esta es la cosa, señorita Marttell, dirijo uno de los equipos de futbol más importantes de Europa, se espera mucho de mí, he sido testigo de garrafales derrotas por las que he tenido que dar la cara y continuar mi misión que es proporcionarles a mis superiores y al público, pero principalmente al segundo, un motivo para creer, algo que transmita la pasión de la gente que trabaja, desde la cancha u oficinas. Quiero convertir esto en un legado, ahora, dígame, ¿por qué he de acceder a que usted y su editorial se encargue de eso?— Phillip Marchand me mira fijamente, esperando mi respuesta. Me aclaro la garganta y pongo las manos juntas sobre la mesa.

—Si me permite, debo de contarle una historia de cuando era pequeña.

—Adelante— concede.

—Mi país de origen es México, ése es uno de los lugares más hermosos del mundo, sin menospreciar otros, es un mosaico de colores, culturas, sabores y pasiones. Recuerdo que teníamos familia en otro estado y cuando viajábamos a visitarlos, algo que mi familia y yo hacíamos era asistir a los partidos de futbol. No le voy a mentir, a veces ni siquiera continuaba viendo los juegos del resto de la temporada, pero las personas que asistían lo hacen un modo de vida, viven esas pasiones que le menciono y son características de México. Me he referido en plural porque cada individuo vive lo que necesita en esos noventa minutos, pero el futbol es quien los provee de eso por igual. Me gustaba mirar cómo festejaban los goles, sus caras de orgullo y cómo usaban sus playeras. Pero también admiro cómo es que ésas personas sufren cuando se falla un penal o cuando se lastima un jugador, lo sufren cómo si fuera su familia. Es por ello, señor, que es lo que les debemos de brindar al público: algo que les permita sentirse parte de la familia de su equipo. Estoy segura que así se construye un legado, no mirando a los seguidores como si fueran seres superiores, sino como alguien que, como familia, comparte esa pasión—. Finalizo. Él sólo me mira y asiente.


He recibido un correo del señor Phillip Marchand, solicita otra reunión solo que esta vez en el estadio, lo cual me parece perfecto, lo siento como un paso más cerca de lo que debo conseguir. Llego a la recepción, la recepcionista me llama.

—Señorita Marttell, su auto la espera. Sígame—. Ella camina profesionalmente con unos tacones que la han de estar matando, no sabía que los hoteles tuviesen túneles. Ella me hace entrar al elevador. Cuando salimos, llegamos a un estacionamiento donde hay decenas de autos de lujo, un hombre en traje me espera a un lado de un auto. Él ha enviado un Rolls Royce.

— ¿Desea algo de beber, señorita Marttell?— me pregunta el chófer antes de entrar.

—No, gracias.

—El señor Marchand le envía esto— me extiende una caja que encuentro curiosa, está envuelta con una bufanda del equipo: Paris Saint-Germain.

Dentro de la caja había un pase al palco, un teléfono con el que él podría contactarse conmigo, una libreta de piel con el logo del equipo y una nota donde se disculpaba porque llegaría tarde al encuentro. Me siento un poco abrumada, ninguno de mis clientes hace esto. Me convenzo de que es un acto de mera cortesía.


El estadio se comienza a llenar de manera paulatina. Estoy en el palco de la presidencia, estos son demasiados lujos para mí. Antes de que se llene el estadio busco a la joven que estaría conmigo.

— ¿hay manera de que vayamos abajo?

— ¿Disculpe?— sí, puedo imaginar lo que piensa: "mujer tonta, estás rodeada de lujos que no se deben desaprovechar."

—Que si hay manera de que nos sentemos abajo en lugar de aquí— ella asiente.

—Déjeme ver qué puedo hacer, señorita Marttell.

—Gracias.

Desee no haber tomado esa decisión. Un enorme cartel apareció, era el portador de esos rulos desordenados.

— ¿Él... juega aquí?— le pregunto a Mildred.

—Sí, es David Luiz— responde mientras teclea en su móvil.

—Claro que es David Luiz— susurro siguiéndola.


—Señorita Marttell— la voz de Phillip Marchand hace que mi mirada viaje de la cancha a él. El juego ha terminado y David no había jugado.

—Buenas tardes, señor Marchand.

—Buenas tardes, señorita. Lamento haberme perdido el juego. Aunque disfruté del segundo tiempo desde el palco.

—Oh, disculpe si preferí cambiar de lugar. Pero vengo a esto, señor.

— ¿Disculpe?

—Sí, con todo respeto, quería disfrutar del juego como debe de ser, con las personas que también lo disfrutan, con las que lo sienten y lo viven.

Él me mira y asiente, su mano pasa por su mandíbula, está pensando. Dios, creo que he cometido un error monumental, no debí de haber bajado.

—Será un placer trabajar con usted— dice mientras extiende su mano y aprieta la mía.

**********************


Lamento si esto no es exactamente un capítulo entre Elisa y David, pero es una parte importante del contexto donde se continuará desarrollando la historia. Honestamente, si hubiera sido Elisa, no sabría cómo reaccionar, por eso creo que me quedé tan corta en ése aspecto, ¿qué habrían hecho ustedes si la primera vez que ven de nuevo a alguien es mediante un espectacular gigante?

Procuro hacer los capítulos lo más realistas posibles, incluso me encanta buscar los lugares y las personas reales. Me gusta jugar con la realidad y mi imaginación para crear esto.

Muchísimas gracias a las que se toman el tiempo de leer y comentar, a mí me encanta responderles, porque sé que aunque estamos un poco alejadas, me hace sentirlas más cerquita de mi corazón porque son mis lectoras bellas.


Saludos y besos.


Lizbeth.

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